Angel Tello y otros |
Modelo de análisis polemológico y comunicacional
de las relaciones internacionales*
de las relaciones internacionales*
Contenido
Modelo de Análisis Poleomológico y Comunicacional de las Relaciones Internacionales
Bibliografía
Notas
Palabras clave
Globalización. Conflicto. Polemología. Comunicación. Estrategia.
Como final del trabajo de investigación aportamos los diversos elementos que fundamentan un modelo de análisis polemológico de las Relaciones Internacionales, en el contexto global de una configuración signada por la redistribución del poder en el mundo y desde un punto de vista político, polemológico y comunicacional.
Según Gastón Bouthoul, “polemología es el estudio objetivo y científico de las guerras como fenómeno social susceptible de observación, igual que otro cualquiera, y que por consiguiente debe constituir un nuevo capítulo dentro de la sociología” (Bouthoul, 1984: 66).
Las investigaciones realizadas han expresado las razones de la condición preteórica adoptada en el proyecto, que entiende al conflicto inextricablemente ligado a la condición humana y configurando la base empírica de cualquier estudio de la naturaleza y la sociedad a partir de su permanencia, ofreciendo al mismo tiempo una grilla importante para una mejor comprensión de problemas complejos.
Hegel sostenía que el movimiento es lo que permanece de la desaparición, recuperando, junto a Kant, la dialéctica de los antiguos griegos. Esta afirmación se complementó más tarde con los aportes que la física teórica, por medio de las teorías del caos y de la relatividad, realizó a los estudios del universo y a las transformaciones tanto de la energía como de la materia.
En el campo de la evolución de las ideas podemos comprobar que nada permanece fijo e inmóvil y por lo tanto todo se encuentra sometido al movimiento, debiendo descartarse cualquier dogmatismo o teoría cerrada en los estudios de las relaciones internacionales, ya que no podemos hablar de proposiciones fijas o mundo terminado si realmente deseamos encarar una comprensión seria de las mismas.
Las ideas deterministas, tan presentes en las ciencias sociales y en los estudios de las relaciones internacionales desde la Ilustración hasta nuestros días, deben ser descartadas si se aspira a encarar un desarrollo científico y acorde con la realidad del mundo y sus actores. El hombre ocupa un lugar central en la historia que él mismo construye.
La teoría del caos, en este contexto, constituye una herramienta irremplazable para comprender el movimiento tanto del universo como de las sociedades humanas; el caos encierra un orden implícito que escapa en muchas circunstancias a la comprensión evolucionando al mismo tiempo en impredecibles organizaciones. Esta teoría nos ofrece una base apropiada para interpretar un sistema mundo como el actual en permanente cambio y evolución, en el cual la comunicación social ocupa un lugar cada vez más importante y donde podemos verificar un incremento notable de la cantidad de actores y perturbadores del mismo, hecho que por sí mismo intensifica las posibilidades de conflictos y colisiones, eventualmente armados.
En este punto coincidimos con el investigador ruso Alexander Yakovlev, cuando señala que la voluntad no es una fábula absurda y, así como Carlos Marx sostenía que el ser social determina la conciencia, la antítesis es absolutamente válida en tanto y en cuanto la conciencia determina el ser social. El ser humano entonces, verdadero actor de la historia, con sus luces y sombras, fortalezas y debilidades, es parte indisoluble de la naturaleza y no puede comprenderse separado de ella, debiendo interpretarlo a partir del movimiento, la contradicción, el conflicto, las posibilidades y probabilidades. La ciencia, en palabras de Prigogine, es un diálogo con la naturaleza, alejado de todo determinismo y dogmatismo.
Un primer elemento para el modelo de análisis polemológico y comunicacional nos permite sostener que la teoría del caos y la dialéctica constituyen la base metodológica irremplazable para un correcto estudio teórico de las relaciones internacionales.
El estudio de la condición humana resulta complejo y azaroso, y debe evitarse caer en reduccionismos fáciles y afirmaciones terminadas. Conocer los fundamentos o las razones del comportamiento de los hombres a lo largo de la historia y aún en los tiempos actuales, es motivo de debates y controversias con puntos de vista no exentos de apriorismos subjetivos que permiten justificar un determinado accionar político o conducta particular.
En el campo de las ciencias sociales y políticas existe desde siempre una controversia acerca de si el conflicto social debe ser considerado como algo racional o irracional y patológico, particularmente en su resolución violenta. Muchos psicólogos occidentales —con la excepción de Sigmund Freud— consideran a todas las formas violentas de agresión individual, grupal y política como apartamientos irracionales de un comportamiento normal y deseable, debiendo preguntarnos: ¿qué es lo normal y deseable? Otros le asignan fines constructivos al conflicto en la medida en que contribuye a establecer las fronteras del grupo, reforzar la conciencia de grupo y la sensación de identidad propia.
En el caso particular de esta investigación, la condición humana ha sido estudiada desde su ángulo quizás más controvertido: toda persona de bien rechaza la violencia y la guerra, pero ésta parece estar en las raíces mismas de las cosas y no constituye una patología que emerge de tanto en tanto y que, como tal, se podría curar empleando un tratamiento adecuado.
La Carta de las Naciones Unidas declara ilegal la guerra, excepto en el caso de legítima defensa, y, lamentablemente, el mundo contemporáneo ve con estupor cómo cada día aparece algún conflicto armado o se potencia uno preexistente. Esto tiene mucho que ver, sin duda, con la lucha por el poder; pero también se relaciona con factores intrínsecos al comportamiento de los hombres y a su condición de tales. En definitiva, de lo que se trata es de tener poder y, como bien sentenciaba Raymond Aron: “la gloria se comparte, el poder no.”
Otra mirada nos permite observar una realidad marcada por un mundo altamente tecnificado por un lado, y un desarrollo progresivo de las creencias religiosas por el otro, lo que en muchos casos es interpretado como sustituto a la crisis de las ideologías seculares. Si bien esto es en parte cierto, no explica en su totalidad el fenómeno; sus razones deben analizarse más allá, vinculadas a la búsqueda de trascendencia, para lo cual la dialéctica finito-infinito de Hegel nos ofrece un marco interpretativo adecuado.
Las ideas, entre las cuales debemos incluir a las creencias religiosas, han ocupado y ocupan un lugar central en el devenir de la humanidad y es altamente probable que así siga siendo en el futuro. La búsqueda de trascendencia no ha cesado y esto plantea una contradicción entre un desarrollo de las ciencias que habla de posibilidades y probabilidades, de incertidumbre, y un conjunto de valores y creencias basados en certezas. En buena medida, y según nuestro punto de vista, esta es la principal contradicción que hoy envuelve a la condición humana en este planeta globalizado.
¿Se puede considerar un patrón común de racionalidad cuando todo se mueve alrededor y nada permanece quieto? ¿No es más apropiado hablar de racionalidades, de una pluralidad de tipos de racionalidad, entendiendo que éstas son el producto de diversas historias, creencias, tradiciones y culturas que, cada una a su manera, han contribuido y contribuyen al desarrollo de la humanidad?
Son los hombres los que hacen la historia. Ninguna máquina o artefacto ha podido hasta ahora reemplazar a la acción humana porque es el hombre justamente quien las construye y utiliza.
Un segundo elemento para el modelo de análisis polemológico y comunicacional se relaciona con el rol que tanto las ideas y las creencias, como la personalidad humana, han jugado a lo largo de la historia.
Desde tiempos inmemoriales permanece constante la lucha por el poder, entendiendo a la misma como parte del movimiento general, pudiendo asumir o no características violentas.
El poder se define como relación, no como una simple propiedad y el poder de uno siempre debe ser comparado con el de los otros. El poder político, en este caso, se distingue del poder de los hombres sobre la naturaleza porque se ejerce sobre sus semejantes. Por ello tenía razón Bertrand Russell cuando observaba que el concepto fundamental de la ciencia social es el poder, del mismo modo que en la ciencia física es el de energía.
El poder es algo que se posee, que se adquiere, que se cede por contrato o por la fuerza, que se enajena o se recupera, que circula, que irriga tal región y evita tal otra. Para analizarlo se debe procurar poner en acción instrumentos diferentes a los meramente económicos, aunque las relaciones de poder estén profundamente imbricadas con la economía, y aunque las relaciones de poder siempre constituyan —según Michel Foucault— una especie de haz o de rizo con las relaciones económicas.
El poder se conforma de esta manera como la síntesis entre una condición humana con las características estudiadas, y su antítesis expresada en una necesaria modificación en el tiempo del comportamiento de los hombres a través de la educación, el diálogo entre culturas diversas y una mirada más tolerante hacia uno mismo y los demás. Comportamiento que debe establecer reglas de juego pacíficas en las disputas por el poder, contemplando un razonable equilibrio del mismo, evitando de tal manera caer en la violencia, pero no olvidando que la lucha por el poder constituye una de las expresiones más profunda de la condición humana.
El tercer elemento para el modelo de análisis polemológico y comunicacional enfatiza tanto el análisis del poder como la noción de equilibrio de poder, abarcadora ésta de todos los aspectos que lo conforman.
En lo referido a la globalización económica, los principales beneficiarios de las pérdidas señaladas en los Estados Unidos y Europa como consecuencia de la crisis de las hipotecas en 2008, han sido algunas naciones asiáticas, y en particular China e India, debido a la elaboración con costos más bajos y competitivos de aquellos productos que se fabricaban en Norteamérica y en la Unión Europea. Estas realidades del mundo globalizado, con brechas productivas cada vez más pronunciadas, no solo están augurando cambios en los centros de la economía mundial, sino que introducen escenarios en la disputa por el poder con niveles de conflictualidad crecientes, en cuya resolución no puede descartarse el empleo, directo o indirecto, de la fuerza armada; lo que incrementa el grado de incertidumbre del conjunto del sistema y vuelve a darle a lo político, a la acción colectiva, una preeminencia que nunca ha perdido totalmente.
La máxima acuñada por la revolución conservadora vigente durante un cuarto de siglo, que señalaba al Estado como el problema y no la solución de la economía, ha saltado hecha trizas en cuanto aparecieron las dificultades inherentes al sistema neoliberal. Revolución que hizo de la ambición individual, el fundamentalismo del mercado y el “sálvese quien pueda”, la piedra de toque de una determinada concepción del ser humano y su condición. Doxa neoliberal seriamente cuestionada a partir de la crisis hipotecaria de 2008, y ante la cual el premio Nobel Paul Krugman aconsejaba al presidente electo de los Estados Unidos: “Sería bueno que el nuevo gobierno dejara muy en claro hasta qué punto la ideología conservadora y la idea de que toda ambición es buena contribuyeron a generar esta crisis” (Krugman, 2008: 2).
Merece destacarse en este punto el pronóstico que dirigentes políticos y expertos económicos formulan acerca de una nueva etapa de crecimiento del proteccionismo y de los nacionalismos, tanto en Europa como en los Estados Unidos, consecuencia de la grave crisis generada en el mercado financiero norteamericano.
Este escenario, donde crecen tanto la inestabilidad como la incertidumbre, muestra que lo político, lo colectivo, —cuyas muertes definitivas se apresuraron a diagnosticar los partidarios del mercado autorregulado—, ocupan otra vez un lugar central en las relaciones humanas, al mismo tiempo que los estudios económicos deben insertarse en el campo de las ciencias sociales.
El cuarto elemento del modelo de análisis polemológico y comunicacional obliga a tomar en consideración las variables económicas de la globalización en la ocurrencia de los conflictos mundiales, tomando en consideración los factores de incertidumbre y anarquía que las mismas introducen en el funcionamiento del sistema.
Cuando decimos mundialización política, nos estamos refiriendo a las consecuencias políticas de la globalización. Resulta complejo hablar de una verdadera mundialización de la política cuando las únicas referencias globales de ésta pueden remitirse al discurso único, el fundamentalismo del mercado, la subsidiariedad del Estado y el rol creciente que determinados medios de comunicación juegan a escala global. Sí podemos hablar de una globalización económica y demostrarla a través del comportamiento de las empresas transnacionales, la deslocalización de los capitales, los flujos financieros, etcétera.
La investigación efectuada nos muestra una realidad que rechaza la existencia de un modelo único para el desarrollo de los pueblos. Los Asian values tanto como los fundamentalismos religiosos y diversas experiencias en otras regiones del Tercer Mundo cuestionan el argumento de una única vía en el desarrollo capitalista basado exclusivamente en el mercado. También la democracia, como sistema organizativo y participativo aparece relativizada en naciones con sociedades civiles débiles, y aún en aquellos países con mayores niveles de desarrollo relativo en los cuales puede observarse una influencia creciente de los poderes corporativos, al mismo tiempo que se registra el debilitamiento de los sectores sociales medios.
El caso de la República Popular China, así como los de otras naciones asiáticas, son ilustrativos al respecto, porque se trata de estructuras centralizadas y autoritarias que exhiben índices elevados de crecimiento económico e interesantes indicadores de redistribución de las riquezas.
La globalización económica, así como la mundialización política, sustentadas ambas en el fundamentalismo del mercado y en el discurso único respectivamente, han provocado un considerable debilitamiento del Estado y de lo político como expresiones del bien común y el interés general.
La civilización europeo-occidental instaló lo que podría denominarse una “era de la técnica”, que en sus comienzos emergió como la aplicación de nuevos sistemas que facilitaron la producción industrial, para devenir luego en un conjunto de valores pretendidamente universales y constituirse a partir de una polaridad interna entre Oriente y Occidente; de allí que, según algunos estudiosos, la razón occidental resulte inconcebible sin esta polaridad, cuestionada en la actualidad por los Asian values y el Islam.
Debemos destacar también que en los últimos diez años se ha impuesto, no sin resistencias, una particular supremacía de lo técnico-instrumental, de lo económico, con la consecuencia natural de una formidable acumulación de riquezas en pocas manos y desigualdades crecientes a nivel global. Todo ello acompañado por una fuerte exaltación del individualismo y el quiebre de los lazos sociales.
En el marco detallado podemos señalar un exceso de racionalidad teórica en los estudios de las ciencias humanas y las relaciones internacionales desde tiempos de la Ilustración, vinculada con la necesidad de encontrar patrones matemáticos y sistemas de medición aplicables al comportamiento de los hombres. La escuela idealista ha sido particularmente receptiva a este enfoque, al que tampoco ha escapado el realismo teórico en las relaciones internacionales, al ubicar como actor casi único y exclusivo al Estado-nación. En ambos casos el hombre aparece como un actor secundario.
Por ello no podemos remitirnos única y exclusivamente al Estado-nación como objeto central y único de nuestro desarrollo, aunque esta construcción responda a un momento del devenir humano aún vigente y pueda considerarse su existencia casi como una ley. El Estado es la forma principal que en la actualidad se han dado los hombres como función de protección y para vivir en sociedad, teniendo en cuenta la existencia de procesos históricos no terminados para muchos pueblos del sistema mundo y que aún ven en el mismo una referencia irremplazable para su progreso y bienestar.
Durante los más de cincuenta años transcurridos desde la creación de la Organización de las Naciones Unidas, el único mensaje político claro del sistema jurídico mundial ha sido la legitimidad absoluta del Estado, lo que condicionó la aplicación del derecho de gentes. Toda población que albergue algún sentido de colectividad construye un Estado. No ser un Estado es no existir y no hay alternativa para ser considerado como parte del concierto mundial; no hay ayuda, dinero, seguridad y derechos soberanos al margen del Estado. La proliferación de Estados no solo fragmenta a la comunidad internacional, sino que también se fragmentan los principios y las reglas que le dieron vida cuando fue creada la Organización de las Naciones Unidas en 1945. La estructura del actual sistema jurídico internacional se basa en los Estados pero no dice nada acerca de las crisis de legitimidad de los mismos, lo que constituye una razón esencial para analizar y comprender la evolución de los conflictos armados en el mundo moderno.
En la actualidad no existen valores universales aceptados por todo el mundo y esta realidad configura uno de los elementos centrales de los conflictos futuros, aun armados, asumiendo todas las características de una ley. Emergen visiones alternativas al universalismo global entendido como un producto de la hegemonía occidental. La tesis “isométrica” del Estado-nación, modelada a partir del conflicto de intereses y el paradigma utilitarista de racionalidad, cede hoy espacio a conflictos de valores fundados en creencias, tradiciones y elementos de cohesión propios de cada comunidad. Los conflictos de índole religiosa, semejantes a las guerras de religión de otros tiempos, atraviesan de esta forma a todas las civilizaciones y presentan contradicciones con la denominada razón occidental.
El quinto elemento del modelo de análisis polemológico y comunicacional toma como referencia a la díada valores-intereses, al observar que en la actualidad muchos conflictos de intereses se sustentan y se hallan encapsulados en valores contradictorios.
La sociedad mundo, ¿constituye la unidad real del horizonte mundial?, ¿puede sobrevivir con instancias de más en más complejas y una de cuyas expresiones fundamentales, como lo es el Derecho Internacional, se ve cada vez más eludida? Valor de lo negativo, esta conflictualidad es justamente lo que le da vida al sistema mundo, aunque no exista una idea única que sustente a la sociedad global. De allí la importancia de la categoría sistema mundo cuando la misma permite abordar la investigación desde los flujos y relaciones, es decir, desde el movimiento que es lo que permanece de la desaparición y no desde un punto de vista estático, determinista, dogmático y terminado de las cosas.
El debilitamiento de los Estados-Nación y de las normas que rigen a nivel internacional sus relaciones han llevado a muchos investigadores a hablar de un orden pos-hobbesiano, con una importante preponderancia del individuo como consumidor y con intereses anteriores al Contrato Social. De allí que muchos autores consideren que estamos ante una especie de nueva Edad Media; comparación a la que tentativamente adherimos, si bien deben tenerse en cuenta las diferencias existentes entre aquélla época y la actual.
Sin embargo, dos grandes acontecimientos de principios del siglo XXI —los atentados del 11 de septiembre y la crisis de los mercados de 2008—, han puesto en tela de juicio la hipótesis de que ya no se necesita, ni debe prestarse atención a lo que los conservadores estadounidenses llaman, —no sin desprecio—, el “gran gobierno” o el Estado.
Vuelve entonces a plantearse la cuestión de a qué se asemeja un mercado sin Estado y sin normas jurídicas, apareciendo como una respuesta posible a la lucha de todos contra todos, al “sálvese quien pueda”. Resultan entonces pertinentes las relaciones efectuadas en párrafos anteriores: nuevos actores y perturbadores que sostienen valores distintos y en muchos casos contradictorios; caída del paradigma neoliberal sin reemplazo totalizador a la vista; una sociedad mundo en busca de referencias trascendentes ante el ocaso del paradigma de racionalidad, caro al mundo occidental, anunciado en cierto modo por Jean Baudrillard cuando se refería a los atentados del 11 de septiembre de 2001.
Debemos enfatizar aquí una referencia a la “confianza”, señalada a lo largo de este trabajo de investigación como un factor central del desarrollo de los pueblos. El capital y el trabajo —considerados por los teóricos del liberalismo y también por los teóricos del socialismo, como los factores primordiales del desarrollo económico— son en realidad secundarios; siendo el factor principal, el que afecta con un signo más o un signo menos a estos dos factores clásicos, el denominado tercer factor inmaterial; dicho de otra manera, el factor cultural, la confianza.
A esta altura del desarrollo se plantean una serie de hipótesis con varias respuestas tentativas —por el momento no definitivas—. En términos generales podemos constatar el ocaso —¿o quizás no?— de un período de la historia que se sostuvo por la imposición de principios de orden y racionalidad, para ser reemplazado en buena parte del mundo por otro en el cual emergen la anomia, la marginalidad y la exclusión, generando por su parte una importante multiplicidad de conflictos, en cuya resolución no puede descartarse el empleo de la violencia. Esto guarda relación con los instrumentos que los humanos pondrán en vigencia para construir y fortalecer el progreso de sus comunidades y una paz que abarque a todos. Sobre qué valores e ideas se asentarán estas construcciones y qué papel deberán desempeñar los medios de comunicación para difundirlos, teniendo en cuenta que muchas de ellos ya se encuentran en circulación y que la confianza ha sido una de las condiciones esenciales para el desarrollo de los pueblos. Confianza basada en elementos culturales y religiosos, en valores y tradiciones, elementos sobre los cuales interactúan el mercado, el capital y el trabajo.
La acción política vuelve a la escena —sin haberse ido nunca— como herramienta irremplazable en la búsqueda del bien común y el bienestar general, como expresión de los intereses de la comunidad, de lo colectivo, frente a un sistema que —ya sea por su propia inercia o la acción de grupos de poder—, genera caos y fragmentación.
El sexto elemento del modelo polemológico y comunicacional señala al análisis político como al más importante para la comprensión y posible evolución del sistema mundo contemporáneo.
El respeto irrestricto de la ley a nivel internacional constituye una condición sine qua non para una convivencia más pacífica en la que el riesgo de guerra se vea alejado para siempre. El derecho internacional constituye ante todo un lenguaje común del que se espera, por medio de un combate político constante, su contribución para evitar la guerra con sus secuelas de dolor y destrucción.
La Organización de las Naciones Unidas, concebida como herramienta para alcanzar la paz, la justicia y el equilibrio internacional, se ha ido convirtiendo en muchos aspectos en un instrumento al servicio de las grandes potencias, permitiéndoles justificar acciones militares selectivas mientras que su pasividad es una constante en otras situaciones conflictivas.
En tanto y en cuanto no exista un órgano político único con el poder suficiente para producir y hacer ejecutar las reglas jurídicas que se apoyen en valores e intereses compartidos, el derecho internacional dependerá de relaciones de fuerzas coyunturales, tanto en su elaboración como en su aplicación.
A partir de una concentración del poder que asume de manera creciente la forma de una constitución imperial del mundo, las instituciones internacionales, y las normas por ellas dictadas muestran cada vez más su propia incapacidad para evitar un conflicto y para controlar a las estructuras de poder existentes. Por estas razones hoy nos encontramos más cerca de una configuración imperial regenteada por las principales potencias occidentales y con un peso decisivo de los Estados Unidos dentro de la misma, capaz de garantizar ciertos niveles de paz allí donde sus intereses estén comprometidos, en vez de una paz basada en el respeto de la ley y la igualdad de los pueblos y naciones.
En una situación histórica como la actual, signada por una distribución del poder y de la riqueza marcadamente desigual, los principios fundamentales que durante siglos regularon la sociedad internacional —la soberanía de los Estados, su igualdad jurídica, la no injerencia en los asuntos internos, la regulación de la guerra— tienden a caer en manos de los más fuertes.
La guerra emprendida por las grandes potencias se justifica hoy desde un punto de vista superior e imparcial, en nombre de valores que se consideran compartidos por toda la humanidad, pero que en la realidad ocultan la representación de intereses imperiales muy concretos, como ocurre actualmente en el caso de Libia. La guerra es presentada como el principal instrumento de la protección de los derechos humanos, la expansión de la libertad, la democratización del mundo, la seguridad y el bienestar de todos los pueblos. Según esta visión, la pax imperialis es, por definición, una paz perpetua y universal.
La paz por el imperio, entonces, aparece como más factible y probable en su ocurrencia que la paz por la ley. Los caminos hacia la paz serán escabrosos en un mundo cada vez más desigual, incierto y turbulento, aunque la obtención de la misma sea muy necesaria si no queremos poner en riesgo a la mismísima especie humana.
El séptimo elemento del modelo de análisis polemológico y comunicacional se vincula con los caminos para lograr la paz.
La globalización económica y la mundialización política conforman el sustrato político y social, tanto como las causas históricas, que estuvieron y están por detrás de los conflictos armados en los noventa y en la actualidad. A ello debemos sumar una condición humana, con sus luces y sombras, que no se ha visto sustancialmente modificada a lo largo del tiempo. De esta manera se configura el cuadro de las guerras contemporáneas como expresión de disputas de intereses, en gran parte de los casos encapsuladas como disputas de valores.
Resulta imprescindible sostener una teoría coherente de la guerra ante los intentos reiterados y recurrentes de matematizar una actividad que tiene al ser humano como actor central, y vista la tendencia reiterada a construir fórmulas cerradas partiendo de un determinado sistema de armas. La Revolución Francesa introdujo en su tiempo cambios importantes en lo que a la concepción de la guerra se refiere, cambios que impulsaron una reformulación teórica para explicar los acontecimientos.
En este aspecto, la polemología brinda un marco adecuado para estudiar las causas y los orígenes de los conflictos armados tanto como los posibles caminos hacia la paz.
Un aporte que consideramos fundamental se relaciona con las observaciones de Kenneth Waltz cuando sostiene que la anarquía del sistema internacional es una de las causas mayores en la ocurrencia de las guerras contemporáneas y muy probablemente de aquellas otras que tendrán lugar en el futuro de subsistir este escenario. En este punto es importante señalar como alternativa probable el fortalecimiento de una configuración imperial, con centro en los Estados Unidos e involucrando a las potencias occidentales, que procure terminar con el estado anárquico citado.
En lo que a guerra y democracia se refiere, una consideración especial merece el debate acerca de si las democracias guerrean, o no, entre sí. Existe una opinión más o menos generalizada de que los ciudadanos de las democracias están imbuidos de un fuerte espíritu pacífico, sobre todo cuando los que van a la guerra son otros; por ejemplo, soldados voluntarios. Sin embargo, también debemos señalar que una opinión pública animada por cierta prensa patriotera, o conmocionada por la ocurrencia de un suceso grave, puede despertar actitudes belicistas y chauvinistas en poblaciones muy democráticas, tal como ocurrió con la opinión pública de los Estados Unidos luego de los atentados del 11 de septiembre de 2001, en cuyo caso el gobierno norteamericano contó con un fuerte apoyo para invadir Afganistán y tiempo después Irak.
También debemos señalar que los poderes especiales conferidos a los miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas hacen que esta Organización no constituya la expresión acabada de una democracia mundial. La posesión de armas nucleares permitida a unas pocas naciones tampoco contribuye al fortalecimiento de un sistema democrático que involucre por igual a todos los actores del sistema internacional.
Una cuestión importante desarrollada en esta investigación tiene que ver con la emergencia de los denominados ejércitos privados o sociedades militares privadas. Según la Carta de las Naciones Unidas, la guerra es una actividad que debe ser emprendida por personas al servicio del Estado.
En muchos casos estas empresas son contratadas por Estados —entre los que se encuentra la Secretaría de Defensa de los Estados Unidos—, lo que constituye un desconocimiento de convenciones y resoluciones de la ONU que recomiendan no emplear mercenarios en los conflictos armados.
El debilitamiento o la desaparición de la protección que ofrecían los Bloques durante la bipolaridad, promovió que algunos Estados frágiles, como así también empresas transnacionales —particularmente aquellas ligadas a la producción petrolera— contratasen los servicios de las empresas militares privadas. Estas empresas aparecen menos constreñidas que los ejércitos estatales para emplear métodos prohibidos por las normas jurídicas internacionales, tales como las violaciones sistemáticas de los derechos humanos y como puede verificarse actualmente en los casos de Irak y Afganistán. De manera creciente el Pentágono y las fuerzas armadas norteamericanas contratan a empresas militares privadas que llegan hasta proveer sus propios combatientes.
Para muchos investigadores, la existencia de empresas militares privadas y sus contingentes de mercenarios es consecuencia del debilitamiento creciente del Estado y plantea una verdadera y sumamente riesgosa externalización o privatización de la guerra.
La nueva reflexión estratégica, particularmente la elaborada en los países más desarrollados, considera como escenario principal aquel en el cual se lleva adelante una lucha prolongada, y sin final a la vista, contra el terrorismo, inscripta en una apreciación más abarcadora de los denominados “conflictos de baja intensidad”. Esta reflexión constata por su parte que las fuerzas armadas de los Estados no son suficientes para ocupar todos los espacios y que, en consecuencia, deben incluirse en este empeño a los mercenarios proveídos por las empresas mencionadas. Empresas que borran la distinción civil/militar y privado/público, transformándose en actores híbridos y cada vez más presentes en los conflictos armados contemporáneos.
Estas sociedades militares integradas por mercenarios, tal como la historia lo muestra, prosperan en períodos de transición sistémica, como ocurre en la actualidad. Sociedades privadas devenidas hoy en actores globales que obedecen a las reglas del mercado y no al interés general, razón por la cual el grado de inestabilidad del sistema se incrementa notablemente y no carece de fundamentos pensar que nos hallamos ante una suerte de nueva Edad Media donde empresas transnacionales y sectores privados compiten con los Estados empleando para ello sus propias fuerzas militares.
En lo que a las guerras del futuro respecta, el escenario en el cual las mismas tendrán lugar está dominado por la hipercomplejidad, es decir, un escenario mucho más complejo que en otros tiempos. Escenario conformado por la emergencia de nuevos perturbadores como así también el empleo de sistemas de armas que fomentan la perversidad impersonal de los combatientes.
Esto nos habilita a señalar la evolución hacia conflictos armados en los cuales se respetarán menos las normas del Derecho Internacional y cuya realización se efectivizará por medio de guerras menos convencionales y no declaradas, en muchas ocasiones en el interior de los Estados y no entre ellos.
Las nuevas tecnologías de la información y las comunicaciones han introducido cambios importantes en las formas de hacer la guerra y puesto en vigencia las llamadas “guerras quirúrgicas” o de “cero muerto” (propios, se entiende); esto viene de la mano de la Revolución en los Asuntos Militares (RMA en inglés). El manejo de la información se ha transformado así en una cuestión fundamental para los conductores militares, siendo más importante aún contar con una estructura semántica apropiada que permita una interpretación correcta de los datos proveídos por las modernas tecnologías.
Estas nuevas tecnologías constituyen un componente importante de las armas denominadas “inteligentes”, particularmente las empleadas por las fuerzas aéreas; sin embargo, el uso de las mismas no dio los resultados esperados en la guerra de la ex Yugoslavia cuando de desarmar a las tropas serbias se trataba.
En este contexto aparecen los conflictos llamados de “Cuarta Generación”, según la denominación adoptada por las Naciones Unidas. Conflictos que responden a la realidad hipercompleja del mundo, al debilitamiento creciente de los Estados, a la emergencia de nuevos perturbadores tanto como a diversas demandas insatisfechas. Conflictos que en muchos casos se llevan adelante mediante el empleo de armas caseras, porque la sociedad está enfrentada consigo misma, pudiendo escalar peligrosamente dadas las facilidades ofrecidas por un floreciente mercado ilegal de armas en el mundo.
De enorme importancia es un marco político en el cual los conflictos armados provocados por intereses aparecen cada vez más encapsulados en disputas de valores, otorgándole mayor complejidad e inestabilidad al sistema, realidad signada por el debilitamiento creciente de los Estados y de lo político como expresión del bien común y del bienestar general. Las disputas por valores contradictorios y en muchos casos irreductibles le otorgan a las guerras características de absolutas, es decir, guerras en las cuales se procuran tanto el aniquilamiento del adversario como su desplazamiento del poder.
No en todos los casos una situación de paz guarda una relación directa con el sistema político vigente, por lo que no se puede deducir de un determinado régimen de gobierno una teoría válida que explique el fenómeno de la guerra, esto guarda relación con aquellas ideas que sostienen la natural vocación pacífica de las democracias. Menos aún en la actualidad, cuando la crisis financiera del año 2008, el cierre progresivo de los mercados y crecientes motivos de confrontación permiten pensar en nuevos escenarios de conflictos armados, teniendo en cuenta —entre otros factores— el notable incremento del gasto militar durante los últimos cinco años en casi todos los países del mundo. Por otro lado, el hecho de que todos las naciones sean democráticas, en un sistema internacional no democrático, no constituye per se una garantía para la paz.
El debilitamiento creciente de los Estados constituye un motivo esencial en la existencia de los conflictos armados, lo que implica riesgos crecientes para la paz mundial. Es un contrasentido sostener el carácter intrínsecamente pacífico de las democracias y abogar al mismo tiempo por la subsidiariedad y pérdida de capacidades del Estado —entre ellas el ejercicio legítimo del monopolio de la violencia— cuando no existe una instancia superadora de este que constituya el marco adecuado para el fortalecimiento de aquéllas.
Muy probablemente —y aquí hablamos de probabilidades y posibilidades según la metodología adoptada— los escenarios futuros estarán principalmente dominados por los conflictos armados asimétricos, confrontando valores contradictorios, y protagonizados por resistentes al “orden” occidental, con grandes posibilidades de ascender a los extremos, es decir, más absolutos.
Resultando imprescindible, en consecuencia, procurar en todos los casos un mayor control político sobre el instrumento militar.
En lo que atañe a las guerras modernas y a una mayor profesionalización de los combatientes, podemos advertir que esta realidad se vincula con la creciente sofisticación de los sistemas de armas, una cierta despersonalización de los soldados y grados crecientes de perversidad impersonal, frente a víctimas lejanas y desconocidas a las cuales no se les ve el rostro.
Valor de lo negativo, las asimetrías mencionadas harán que las guerras sean más humanas y menos tecnológicas, es decir, donde el soldado de a pie devenga en el “nervio de la guerra” como sostenía Maquiavelo. De allí que hoy se hable de organizaciones militares “soldado-céntricas” aptas para intervenir con ciertas posibilidades de éxito en los conflictos de Tercera y Cuarta Generación. Tropa que debe estar muy consustanciada con valores superiores y trascendentes para hacer posible el éxito de una operación y en cuya preparación la comunicación desempeña una función primordial.
Para estudiar y comprender el fenómeno del terrorismo debemos ser coherentes con aquello de que “la guerra es la política por otros medios”. Resulta desafortunado —lo menos que se puede decir— declararle la “guerra al terrorismo” pues se le estaría declarando la guerra a una táctica y no a determinados objetivos políticos expresados por medio de una estrategia. Los valores que hoy ofrece Occidente, por otro lado, no dan una respuesta trascendente a las angustias humanas capaz de enfrentar al terrorismo con éxito, ofreciendo a las sociedades que albergan a los terroristas alternativas superadoras que trasciendan el mercado y el individualismo.
Resulta inaceptable, en consecuencia, la calificación de “terroristas” aplicada a aquéllos que se manifiestan y actúan contra un orden mundial profundamente injusto. Tal identificación obedece a objetivos que no se corresponden con una definición jurídica sino que persiguen intereses particulares y fines políticos. Más aún, entendemos que estas posturas abonan la justificación de procedimientos ilegales provenientes de organismos estatales y para-estatales que a su vez fomentan una escalada que pone en riesgo la paz mundial, la seguridad internacional y los estándares de justicia.
Un pensamiento estratégico adecuado debe tener necesariamente en cuenta la presencia de la guerra y su centralidad en la historia de la especie humana, con el propósito de controlarla y mitigar sus efectos dado que, tal como la historia y la propia realidad lo demuestran, resulta casi imposible eliminarla de la faz de la Tierra. Centralidad que se relaciona, entre otros aspectos, con una decisiva transformación de las sociedades o su colapso, así como con las estrategias militares emergentes, que son lo que son por su conducta, por actuar en un medio colectivo como sujeto, objeto e instrumento de su propia transformación y la de la sociedad. Tal como lo sostenía Immanuel Kant, una paz duradera es inalcanzable pero infinitamente posible de aproximación.
El octavo elemento del modelo de análisis establece un enfoque polemológico y comunicacional de la teoría de las relaciones internacionales considerando que la centralidad de la guerra y la incertidumbre estratégica constituyen factores insoslayables en el devenir de la humanidad.
Bibliografía
Bouthoul, Gastón. Tratado de Polemología, Ediciones Ejército, 778 pp, Madrid, 1984.
Krugman, Paúl. “Debe pensar en grande”, La Nación, Buenos Aires, 8 de noviembre de 2008.
Notas
* Relaciones Internacionales y Comunicación. Sistema mundo, aproximaciones teóricas a la comprensión del mismo. Escenarios y actores desde una mirada polemológica, estratégica y comunicacional, P 141, período 2006/2009. Director: Ángel Tello, Co-director: Jorge Claudio Szeinfeld. Integrantes: Eduardo Thenon, Isabel Cecilia Stanganelli, Ignacio Manuel Sanguinetti, Victoria De Los Angeles Cairnie. Isabel Cecilia Stanganelli colaboró en la redacción del artículo.