Marcelo Fonticelli |
Revolución o restauración:
la interveción de Puiggrós y de Ottalagano en la U.B.A.
vistas desde las páginas de La Opinión*
la interveción de Puiggrós y de Ottalagano en la U.B.A.
vistas desde las páginas de La Opinión*
Palabras clave
Peronismo – Universidad - La Opinión
Quizás con la sola excepción de los primeros acontecimientos de mayo de 1810, nunca antes en la historia argentina un grupo radicalizado de tipo jacobino había ocupado tantos espacios dentro de la estructura institucional del aparato del estado, como sucedió durante el breve gobierno del presidente Héctor J. Cámpora.
Más común era la presencia de sectores nacionalistas católicos extremos en ámbitos educativos o estatales. Recordemos a manera de ejemplo los gobiernos de José Félix Uriburu, del G.O.U en 1943, de las primeras presidencias de Perón, o los gobiernos de facto de Juan Carlos Onganía, Roberto Marcelo Levingston y de Alejandro A. Lanusse.
En el presente trabajo se aborda un proceso histórico, breve en años pero intenso en hechos políticos, que van a marcar el final de un ciclo y el comienzo de otro. El auge de la marea y su reflujo. El eje estará enfocado hacia la UBA, cuyo nombre se verá modificado a partir del mes de mayo de 1973, y pasará a denominarse Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires. Analizaremos también dos intervenciones: una encabezada por Rodolfo Puiggrós y la otra liderada por Alberto Ottalagano. Lo abordaremos a través del diario La Opinión, que en sus páginas le brinda a la educación en general y a la política universitaria en particular especial atención, al tomar en cuenta los gustos e inquietudes intelectuales de sus potenciales lectores.
Contexto
El período a analizar es, quizás, el epilogo de un proceso histórico que se viene desarrollando con anterioridad. Se trata del choque de dos fuerzas políticas antagónicas que estallan durante los años 1973 y 1974 pero cuya génesis proviene de antes.
Con brevedad, es necesario apuntar que el golpe de Estado de 1955 produce un quiebre político y social de enorme magnitud. La idea de gobernar sin Perón y de proscribir al peronismo se muestra inútil a finales de la década del sesenta.
A este dato se debe sumar todo un contexto internacional complejo, cuestionador y radicalizado que en América Latina tiene su epicentro en la Cuba de Fidel y el Che, cuya influencia y ejemplo se esparcirá por todo el continente, incluyendo a la Argentina.
Se empieza a gestar por dentro y por fuera del peronismo todo un movimiento, heterogéneo por cierto, que ve en la movilización popular, en la toma de lugares de trabajo de espacios públicos y también en la acción directa, herramientas de lucha que le permiten canalizar todo un potencial de bronca, de impugnación y de propuesta de cambio de tipo estructural. La idea que moviliza esta ola es la transformación estructural del sistema. Cuba es el faro que ilumina un camino de alternativa que para muchos solo es posible con Perón conduciendo a las masas populares en un recorrido cuya estación final debe ser el socialismo nacional.
Pero, en paralelo, también existe y está cobijado dentro del mismo movimiento un sector que observa al General Perón como el líder que conduce al mismo sujeto social hacia otra estación cuyo nombre será la patria peronista. La idea que moviliza a este sector es la restauración de los tiempos felices, los años en los que la doctrina sepultaba la idea de confrontación y lucha de clases.
También es importante destacar los cambios que se operan dentro de la intelectualidad y la juventud, actores fundamentales de la Universidad.
Los fenómenos sociales de los primeros años ‘60, tanto en el plano internacional como local, le imprimirán al campo intelectual una nueva fisonomía. Y aunque los límites del presente trabajo no nos permiten extendernos en las transformaciones culturales e intelectuales, es preciso afirmar que los sesenta son años de cambios y cuestionamientos. La influencia de autores como Sartre, Gramsci, Barthes, la lectura de Mao Tse Tung, la convicción de que lo establecido había caducado, no por viejo, sino por su carácter injusto y excluyente de las mayorías.
Compromiso, esa es la palabra que signa el accionar de los intelectuales y hombres de la cultura durante la década del sesenta y los primeros años de los setenta. Compromiso con el cambio, con una transformación que se observa cercana, posible. Un contexto mundial estimulante, donde lo político y lo social se traslada del campo teórico a la práctica cotidiana. El sujeto de la historia se encuentra ahí, en esa mayoría silenciosa y sufrida, y los intelectuales van a su encuentro, como nunca antes había pasado en la historia Argentina.
Este será el sendero que muchos intelectuales comenzarán a recorrer en distintos países de América Latina. Guiados por el faro de la revolución Cubana dan rienda suelta a todo su potencial. Y si bien su producción intelectual y su compromiso fue desparejo, en el mismo momento, su mercado de lectores, sus alumnos o aquellos que consumían sus producciones se ampliaban en relación directa con los cambios que se avecinaban.
Si se intenta definir con imágenes los años ‘60 y los primeros ‘70 en la Argentina y el mundo, seguramente ese rostro debería ser un rostro joven. La juventud, durante este período histórico, es protagonista. Por eso, los ‘60 y los ‘70 hay que analizarlos en clave juvenil. En los tres tomos de La Voluntad de Eduardo Anguita y Martín Caparrós (1997) uno puede sumergirse en todo un universo de militancia, ideas, cambios religiosos, musicales, sexuales que tienen al joven como un protagonista activo y propositivo.
Tanto ese joven que da sustento a la nueva ola que intenta arrasar con las estructuras y convenciones preestablecidas, como el intelectual comprometido y militante, quieren tomar las riendas del país y de la universidad e imponer el rumbo a partir del 25 de mayo de 1973 cuando Héctor Cámpora asuma la presidencia de la República.
Mientras tanto, del lado de la restauración peronista, de la ortodoxia, también se pretende imponer el rumbo político. El choque es inevitable. Las fuerzas son antagónicas. La universidad constituye tan solo un espacio físico donde medirán fuerzas.
Preludio
El 11 de marzo de 1973 Héctor Cámpora es elegido presidente por casi la mitad del electorado. El 25 de mayo asume. Ese mismo día por la noche se produce la liberación de todos los presos políticos, previa ley de amnistía votada por unanimidad en el parlamento. Dos días después, docentes, no docentes y estudiantes ocupan la Universidad Nacional de Buenos Aires para darle el marco adecuado de respaldo al ingreso del nuevo interventor, el profesor Rodolfo Puiggrós.[1]
Tras la asunción del nuevo gobierno, Juan José Mirabelli sostiene desde las páginas de La Opinión que el desafío que asume por delante el gobierno de Cámpora tiene como aspecto fundamental corregir el divorcio que existe entre la educación impartida y las necesidades reales del país. Dice el periodista: “La universidad hasta ahora formó profesionales para las necesidades de las industrias de los países desarrollados, (…) solo resta que las actuales autoridades puedan romper con el cerco de los intereses colonizados y de las estructuras burocráticas enquistadas en el aparato del estado.”[2]
Una de las primeras medidas de la gestión Puiggrós se relaciona con la amnistía decretada para todos los docentes que se “vieron obligados a alejarse de la docencia a partir del 19 de setiembre de 1955.”[3] La misma resolución también alcanza a los estudiantes que hayan sido víctimas de medidas represivas en dicho período.
Las situaciones conflictivas no tardaron en aparecer. Los grupos docentes, no docentes y estudiantiles contrarios al interventor de la ahora Universidad Nacional y Popular de Buenos Aires acusaban a Puiggrós de fomentar la inserción de elementos de orientación claramente trotskistas en puestos de dirección y en el claustro docente. Pronto marcharon hacia el Ministerio de Educación y amenazaron con ocupar el edificio si no eran atendidos por el Ministro Jorge A. Taiana.
En una nota sin firma, La Opinión considera que “los dos polos del enfrentamiento representan las dos tendencias fundamentales que operan en el seno del justicialismo. De un lado, la Juventud Peronista aglutinando tras de sí a los trabajadores de los distintos organismos, agrupaciones docentes y organizaciones políticas de base. Del otro, la recreada Alianza Libertadora Nacionalista, Guardia de Hierro, Juventud Sindical Peronista, Confederación Nacional Universitaria y otros grupos sindicados como ortodoxia del peronismo”[4].
Mientras tanto, se toman medidas como el proyecto de reformulación de la ley universitaria, el ingreso irrestricto, la declaración del 16 de junio como asueto universitario en repudio a los bombardeos de la Plaza de Mayo, o la decisión de bautizar al aula magna con el nombre de Evita, se rescinden los compromisos entre la Universidad y la Fundación Ford y se reformulan los planes de estudio. Tanto la Tendencia como los sectores más ortodoxos del peronismo van midiendo fuerzas y aguardan el arribo definitivo del General Perón, previsto para el 20 de junio.
Ezeiza, con su dramatismo, marca el principio del fin de un proceso político dentro y fuera del peronismo. Los sectores más radicalizados del movimiento liderado por Juan Perón observarán cómo el líder comienza a optar, por los sectores más ortodoxos dentro del movimiento. La ola todavía no se detiene. Pero el viejo líder regresa al país con la intención de ser el conductor que lleve el barco hacia la patria peronista y no, como sueña la Tendencia, hacia la patria del socialismo nacional.
La Juventud Universitaria Peronista condena los hechos de Ezeiza y acusa “como autores directos de los incidentes a un sector aislado de la base peronista que no participó de la lucha de estos últimos años por la recuperación del poder”. El comunicado denuncia infiltrados dentro del movimiento: “el milico Osinde que con su banda armada es el responsable máximo de la agresión con la colaboración de los grupos parapoliciales de la Alianza Libertadora Nacionalista, CNU y CGU, sellos inexistentes en las masas peronistas”[5]. El comunicado finaliza haciendo suya la frase que Perón[6] vertiera en relación a los acontecimientos de Ezeiza sin darse cuenta de que estaba dirigida a ellos.
El mismo día en que las presiones ejercidas sobre Cámpora logran el cometido de hacerlo renunciar, la Juventud Universitaria Peronista ocupa la UBA, en protesta por lo que califican como un intento de golpe de Estado organizado por la Central de Inteligencia Americana. Esta más que claro que, si bien la renuncia de Cámpora podría contar con el apoyo o la simpatía de Washington, su desplazamiento, en realidad, tiene un aire mucho más autóctono. La teoría del cerco, la idea que pretende la reacción, de aislar a Perón del pueblo aparece en el discurso de la JUP. Esta actitud, para los jóvenes universitarios, tiene como finalidad principal castrar los contenidos revolucionarios del movimiento.[7]
La tendencia dentro de la UBA siente la ofensiva que proviene desde fuera y dentro del peronismo. Los aires ya no corren a su favor. El líder lentamente los deja de lado. El tío Cámpora ya no es más presidente y es sucedido en una por lo menos confusa jugada institucional por Raúl Lastiri, el yerno de José López Rega.
La Juventud Universitaria Peronista y los docentes ligados a la Tendencia respaldan la gestión del Profesor Puiggrós. Dice La Opinión: “Los núcleos estudiantiles y docentes más numerosos, más la totalidad de los no docentes, decretaron desde el viernes último el estado de alerta y movilización —paso previo a la agitación callejera—. Además tomaban bajo su control a todas las facultades y el rectorado. Durante el fin de semana no menos de cinco mil estudiantes se turnaron en una silenciosa ocupación de la casa de estudios (…) La sensación que se experimenta es que si se intentara forzar el alejamiento del profesor Puiggrós, las consecuencias son imprevisibles”[8].
Pero más allá del poder de convocatoria y de movilización demostrado por la JUP y otras fuerzas políticas universitarias como la Franja Morada (ligada al radicalismo), o el Movimiento de Orientación Reformista (del Partido Comunista) en apoyo a la gestión Puiggrós, poco a poco va cambiando la correlación de fuerzas en los puestos gubernamentales.
Por sus críticas al gobierno interino de Raúl Lastiri y al protagonismo que gana día a día López Rega, presentan su renuncia Ortega Peña, asesinado tiempo después, y Eduardo Luis Duhalde. La Opinión destaca que “las presiones gubernamentales para que dimitieran ambos abogados peronistas se hicieron más intensas después del 13 de julio pasado, cuando debió renunciar a la presidencia el doctor Héctor J. Cámpora”[9]. La embestida de los sectores más ortodoxos del peronismo es cada vez más intensa y cuenta con el apoyo absoluto de Perón. El asesinato del Secretario General de la Confederación General del Trabajo José Ignacio Rucci pone al movimiento en “estado de guerra”.
La Opinión publica el 2 de octubre un texto —en teoría— reservado del Partido Justicialista. En el él se advierte que el movimiento liderado por Perón se encuentra en estado de guerra frente a la infiltración de tipo marxista. Dice el texto: “El asesinato de nuestro compañero José Ignacio Rucci y la forma alevosa de su realización marcan el punto más alto de una escalada de agresiones al Movimiento Nacional Justicialista que han venido cumpliendo los grupos marxistas terroristas y subversivos en forma sistemática y que importa una verdadera guerra desencadenada contra nuestra organización”[10].
El mismo documento destaca que esa agresión se expresa de diferentes maneras: como campañas de desprestigio de dirigentes, con críticas al accionar de gobierno. Esta infiltración tendría como objetivo fundamental “desvirtuar los principios doctrinarios del justicialismo presentando posiciones aparentemente más radicalizadas”[11]. Dejan bien en claro que quien no comparta este documento está por fuera del movimiento.
En la misma página se da cuenta de una reunión que tuvo Perón como presidente electo con los gobernados de extracción justicialista. En este encuentro se habla de la situación desencadenada tras el asesinato de Rucci, de la guerra contra el marxismo infiltrado en la organización y el general los exhorta a seguir “en la más pura ortodoxia peronista a la vez que instruyó a los mandatarios provinciales para que cada uno proceda a bloquear los posibles avances marxista en los gabinetes locales”[12].
En este contexto de avanzada de los sectores ortodoxos del movimiento sobre los cargos de aquellos militantes pertenecientes a sectores radicalizados, el profesor Puiggrós[13] tiene las horas contadas. Comienza aquí el reflujo.
A esta avanzada se le responde con las herramientas de protesta propias de esa generación: apoyo público a través de comunicados de los delegados de las facultades, asambleas de docentes, no docentes y alumnos y la ocupación de las facultades y el rectorado. Puiggrós no contaba solo con el sostén de la Juventud Universitaria Peronista. Franja Morada expresó abiertamente el apoyo a su gestión. Marcelo Stubrin, dirigente de esa agrupación estudiantil sostenía que “el pedido de renuncia hecho al profesor Puiggrós es un hito más en la gigantesca escalada que la ultraderecha viene efectuando en el gobierno desde el 13 de julio. Las viejas banderas maccarthystas de cazadores de brujas golpearon a Puiggrós”[14].
Frente a esta movida de Perón, de depuración ideológica dentro del movimiento, de disciplinamiento de la otrora juventud maravillosa, el diario La Opinión publica dos notas firmadas que abordan de manera específica el tema. Una de ellas está firmada por Alejandro Mónaco, quien pone como eje de su análisis a un Perón que, mirando el plano político internacional —vale recordar que el golpe de estado en Chile es reciente—, está convencido de la necesidad de desacelerar el proceso político, quitándole ese matiz radicalizado que le imprime la Tendencia. Sostiene la nota que Perón, teniendo en cuenta el contexto y no sus preferencias, ya archivó el tiempo de las formaciones especiales, de la patria del socialismo nacional. No es que Perón mintió cuando habló de las transformaciones de tipo estructural. Directamente no se pueden hacer en este contexto. Este es el argumento de Mónaco: “Existe una lógica interna en el esquema táctico. Perón piensa que la relación de fuerza en Latinoamérica hace imposible apresurar la evolución histórica o saltar etapas”[15].
En consecuencia, según el periodista, un rector ideológicamente marcado por el marxismo o un estudiantado que levanta las banderas del socialismo nacional entra en contradicción con la táctica emprendida por Perón en la nueva situación imperante.
La otra nota está firmada por Mariano Grondona. En primer término hace una distinción entre lo que él denomina izquierda peronista y lo que analiza como la izquierda dentro del peronismo. La primera es legítima y acepta el liderazgo de Perón más allá de algunas objeciones. La segunda, en cambio, es ilegítima ya que es producto de un proceso de infiltración; se aprovecha del movimiento con el fin de obtener una base popular. De acuerdo a sus argumentos, la izquierda infiltrada es la que tomó las riendas de la Universidad. La medida de sacarla por parte de Perón no hace más que democratizar nuevamente esa alta casa de estudios despojada ahora de todo tipo de infiltrados marxistas. Dice textualmente: “la universidad ya no será un bastión de la ultraizquierda; será más bien un ámbito pluralista en el que al lado del liderazgo de la ortodoxia peronista convivan otras tendencias. Aquí se separaran las aguas: la izquierda peronista acatará, la izquierda en el peronismo comprobará que su táctica de infiltración ha terminado y se verá obligada a buscar nuevos caminos”[16].
Posludio
El contexto ahora es otro. Ya no está el tío Cámpora para designar a un intelectual marxista como interventor de la universidad, avalado por docentes, no docentes y alumnos esperanzados en recuperar el poder que les facilite la llegada de ese líder que los conduciría hacia el socialismo nacional.
El tío fue remplazado por la esposa del general. Y el nuevo interventor está en las antípodas ideológicas del marxismo. Los docentes, no docentes y alumnos que acompañan al nuevo rector-interventor no buscan cambios, sino la restauración de ese viejo orden perdido en las jornadas de septiembre de 1955. Y el líder ya no está. Murió unos meses antes y ha dejado en una verdadera sensación de orfandad a millones de seguidores, justo es decir, tanto en uno, como en otro bando. En los ortodoxos ahora triunfantes y en los heterodoxos derrotados y desplazados.
La Opinión titula en primera página la designación de Alberto Ottalagano como interventor de la U.B.A. Más allá de los alcances del nombramiento, lo relevante de la nota es un apartado en donde señalan los rasgos ideológicos del flamante funcionario: “Su actuación política la inició en la ciudad de Santa Fe en la Unión Nacionalista del Interior (…) Entre 1944 y 1946 actuó como delegado de la Alianza Libertadora Nacionalista”[17].
No será esta la única vez que, desde La Opinión, se mencione el nacionalismo de derecha del Dr. Ottalagano. Las primeras medidas del interventor de la UBA consistieron en el cierre de la Universidad por casi tres semanas, y la exigencia de renuncia de todos los decanos.
Mariano Grondona se debate entre el festejo y la incertidumbre. Por un lado, sabe que la designación de Ottalagano significa el “fin al dominio político de la Juventud Peronista radicalizada en la Universidad Nacional de Buenos Aires. Después de un largo asedio, la Universidad es alineada junto al peronismo ortodoxo que prevalece en todas partes. Es, en cierto modo, la caída del último bastión de la ultraizquierda. El silencio sobre el último eco del 25 de mayo de 1973”. Su duda pasa por el temor que le genera que la orientación de la U.B.A de ahora en más pase a un hegemonismo de otro signo político que impida la coexistencia de las fuerzas políticas, una vez eliminada la ultraizquierda. Sabe que el interventor va a imponer criterios de autoridad y orden, pero teme por la pluralidad de la Universidad de Buenos Aires con esta nueva intervención. “Quizá la Universidad abierta, pluralista y exigente no es, después de todo, más que un sueño.”[18] Ideal que hay que dejar de lado para imponer la autoridad y el orden que tanto añora.
A pesar de que la Universidad Nacional de Buenos Aires permanece cerrada, los estudiantes, de manera casi unánime[19], manifiestan su rechazo a la intervención de Ottalagano que cuenta con el apoyo de un pequeño grupo de jóvenes[20], que expresaron su solidaridad y rechazo al atentado sufrido por el rector-interventor en la provincia de Entre Ríos[21].
De todos los interventores que fueron designados por el Dr. Ottalagano en las facultades de la U.B.A, los que más polémica generaron, y mayor protagonismo cobraron en las páginas de La Opinión fueron dos: el sacerdote Sánchez Abelenda, Decano Interventor de Filosofía y Letras y Raúl Alberto Zardini al frente de Ciencias Exactas.
La intervención formó parte de lo que se conoció como el plan Ivanissevich. Este ministro de Educación, y en consonancia directa el interventor de la U.B.A y sus decanos, se anticipó a los tiempos futuros que inauguraría el golpe de estado del 24 de marzo de 1976. El discurso que se instaló con Ottalagano está impregnado de todo un andamiaje teórico del peor nacionalismo católico de extrema derecha. Sus ejes conceptuales pasan por una idea de nación con jerarquía y orden similares al fascismo.
De los dos decanos más mediáticos de la gestión Ottalagano, es el sacerdote Sánchez Abelenda quien, desde un comienzo, pasará por la lupa de los periodistas de La Opinión. El diario informa a sus lectores que el sacerdote fue discípulo del presbítero Julio Menvielle[22] y que su participación política la realizó en las filas del nacionalismo católico con fuertes vinculaciones con la ortodoxia peronista.
El otro decano, el de Ciencias Exactas, es el Dr. Raúl Alberto Zardini[23] y sus declaraciones, cuando asume el cargo, se publican en La Opinión: “Llego a la conducción sin odios, sin rencores subalternos, pero debo traer la luz de la verdad ante el oscurantismo de tanta mentira perversamente derramada por los que usaron del idealismo juvenil para fines sectarios.” En otra parte de su discurso, y frente al proceso de juicio académico que le inicia la Universidad, y que es anulado por Ottalagano, acusa directamente a la “secta comunista” por haber impulsado acciones en su contra. El acto de asunción había comenzado con la bendición del padre Raúl Sánchez Abelenda, decano de Filosofía y Letras, para ahuyentar a los enemigos de la patria.
Ottalagano, en el mismo encuentro, definió los alcances de su gestión en el marco más amplio de la misión Ivanissevich con la divisa del tríptico Dios, Patria y Ciencia: “para formar científicos argentinos y cristianos. Para ello debemos restaurar el orden, para ellos debemos argentinizar, perfeccionar y jerarquizar la Universidad.”[24] Como se pueda observar el fascismo había ocupado la Universidad de Buenos Aires.
Mientras casi todo el arco político repudiaba las declaraciones del Interventor y los dos decanos, a la redacción de La Opinión llegaba la versión de que se proyectaba una fuerte depuración de profesores y autores en Filosofía y Letras. La nota firmada por Andrés Ruggeri sostiene que el clérigo devenido en decano, tiene la intención de llevar adelante una cruzada contra las connotaciones de tipo marxistas presentes en los materiales de estudio. Plantea la supresión de autores como Paulo Freire, Darcy Ribeiro, Claude Levy Strauss, entre otros. El periodista sostiene que allegados al sacerdote-decano informaron que su intención es la depuración de la vieja camada de docentes para poder incluir a profesores nuevos imbuidos de “la línea nacional y cristiana, esencia de nuestra sociedad. La misión de enseñar será confiada a profesores que sepan claramente el significado de la fe católica, del amor a la patria y del respeto pleno a la familia.”[25]
La Opinión también critica al decano de Ciencias exactas Raúl Zardini; se lo acusa de fascista. Para Rodrigo Luza, autor de la nota, Zardini “es uno de los doce puntales de lo que, en expresiones no exentas de connotaciones místicas, ha dado en llamarse la misión Ivanissevich en la Universidad Nacional de Buenos Aires. Con alusiones más o menos claras al corporativismo o la medieval fórmula Dios, Patria, Hogar”[26].
Mientras tanto, se expulsan alumnos del Nacional de Buenos Aires que depende de la Universidad por participar de un paro estudiantil con el agravante de que se les impide cursar en otros colegios por el término de tres años. Se extiende la prohibición de asambleas hasta fines del mes noviembre. Los sectores políticos acusan a Ottalagano de elogiar dictaduras y el padre- decano Raúl Sánchez Abelenda asume en Filosofía y Letras con la intención, ya más clara, de reestructurar las carreras de Psicología y Sociología.[27]
Más allá de los elementos descriptos, la gota que precipita la renuncia del rector-interventor y todo su grupo tiene que ver con declaraciones formuladas por este emulo de Mussolini en la asunción como decano de Filosofía y Letras del padre Sánchez Abelenda, que suscita severos cuestionamientos de todos los sectores políticos.
Esta es la síntesis de su discurso: “En este momento los católicos y los argentinos están frente a una prueba de fuego: o se es justicialista o se es marxista. (…) Estamos luchando por la Argentina llamada por Dios a ser la cuarta Roma. Pretendemos nada más y nada menos que rescatar la paz. Nosotros venimos aquí a restaurar el orden que fue destrozado cuando se separó a la filosofía de la teología. (…) Dios tiene en este ámbito un auténtico sacerdote que viene a traer toda la verdad. Nosotros los católicos no podemos compartir la verdad, porque la verdad es toda nuestra.”[28] El mensaje es por demás claro.
La respuesta de la clase política no se hizo esperar. El bloque de diputados de la Unión Cívica Radical elevó un pedido de informe al ejecutivo. En La Opinión más de una decena de dirigentes políticos opositores fueron consultados sobre los dichos del rector – interventor siendo el rechazo unánime.
Los días posteriores siguieron las críticas de los sectores opositores como así también expresiones a favor de Ottalagano por parte del decano de Ciencias exactas, el Dr. Zardini, quien ponderó el valor y la justeza de las opiniones vertidas por el rector. Desde el gobierno no se realizan declaraciones ni se le exige la renuncia. Recién en la primera semana de diciembre en La Opinión sale una nota en la cual se habla de que Ottalagano dejaría su cargo a fin de ese mes, pero no como un pedido de renuncia. El fin de su reinado mesiánico tenía fecha de vencimiento al momento se asumir. Se sabía que debía renunciar a finales del año 1974, dejando a la Universidad Nacional de Buenos Aires limpia de rojos.
Palabras finales
Las palabras finales de este trabajo, en el cual intentamos describir a través de las páginas de La Opinión un proceso político complejo, no nos pertenecen. Pero, de alguna manera, están presentes a lo largo del mismo. Son de Osvaldo Bayer y son una síntesis perfecta de lo que intentamos trabajar: “Un gobierno peronista de izquierda que había pasado con prisa y sin pausa a la derecha. No podía ser: aquel gobierno de Cámpora que sin hesitar nos había aprobado el guión para filmar La Patagonia rebelde y ahora, en el de Isabel Perón, se nos condenaba a muerte por lo mismo. Más todavía, recuerdo la entrevista que tuve con el rector Rodolfo Puiggrós, a quien fui a ver para que la Universidad respaldara el proyecto que había presentado: un equipo de antropología que me acompañara a Santa Cruz a estudiar y marcar definitivamente las tumbas masivas de los obreros rurales fusilados por el ejército en 1921 y 1922. Recuerdo que Puiggrós se levantó de la silla, me dio la mano y me dijo: ‘Delo por hecho, vamos a apoyar ese trabajo como prioridad, a la historia no hay que esconderla’. Recuerdo el abrazo. Pero quedó en abrazo, como si esa hubiera sido la despedida final. Ottalagano se llamará quien transforme la Universidad de un ágora de discusión y búsqueda en un cuartel de monjes y soldados obedientes al silencio y la disciplina del poder. Y comenzaron los asesinatos de intelectuales y estudiantes”[29].
Bibliografía
ANGUITA, E. y CAPARRÓS, M. La Voluntad, Buenos Aires, Norma, 1997.
TARCUS, H. Diccionario Biográfico de la Izquierda Argentina, Buenos Aires, Emecé, 2007.
[1] Rodolfo José Puiggrós nació en 1906 en la ciudad de Buenos Aires y muere en La Habana, Cuba, en 1980. Periodista e historiador, ingresa a las filas del Partido Comunista en 1933 y es expulsado luego del XI congreso en 1946. Se lo acusa de haber traicionado al marxismo por su visión no sectaria del naciente peronismo. Se afilia al peronismo en 1972. Autor de varios libros, entre los cuales se destaca Historia crítica de los partidos políticos argentinos (Tarcus, 2007: 532-533).
[6] En referencia a los hechos de Ezeiza, Perón dijo: “A los enemigos embozados, encubiertos o disimulados les aconsejo que cesen en sus intentos, porque cuando los pueblos agotan su paciencia suelen hacen tronar el escarmiento”.
[9] La Opinión , 28 de agosto de 1973, p. 12.
[13] Un subtítulo del diario decía:”Se acentúa la depuración ideológica en el justicialismo con el pedido de renuncia al rector Dr. Puiggrós”. La Opinión , 2 de octubre de 1973, p. 1
[17] No podemos detenernos en las características ideológicas de dicha agrupación a la que rápidamente definiremos como de extrema derecha, católica y antisemita.
[19] Participaron de las medidas miembros de la Juventud Universitaria Peronista, Franja Morada (Radical) y el Movimiento de Orientación Reformista (comunista).
[20] “Grupos de extracción nacionalista manifestaron en rueda de prensa su adhesión al interventor de la UNBA quien —afirmaron voceros del Movimiento Nacionalista Revolucionario 17 de Octubre— junto con el ministro Ivanissevich se ha propuesto defenestrar el aparato liberal-marxista-gorila enquistado en las casas de estudio”. La Opinión , 24 de setiembre de 1974, p. 1.
[21] “El interventor de la Universidad de Buenos Aires, doctor Alberto Ottalagano, resultó ileso ayer por la mañana en un atentado contra su vida. (…) En un confuso episodio un ex suboficial de la Policía Federal atacó a Ottalagano con un arma calibre 45 mientras el interventor dialogaba en el vestíbulo del hotel con el Sr. Ramón Carulla que murió alcanzado por varios impactos. Ottalagano se arrojó al suelo y el agresor fue abatido por personal policial de la provincia que vigilaba el hotel”. La Opinión, 24 de setiembre de 1974, p. 15.
[22] Conocido por su anticomunismo y antisemitismo, a los cuales no los observaba como fenómenos separados, sino como dos caras de una misma moneda. Para ampliar sobre el tema del nacionalismo y antisemitismo en nuestro país véase a Daniel Lvovich. (2003), Nacionalismo y antisemitismo en la Argentina , Buenos Aires, Ed. Vergara.
[23] Ya había ocupado el cargo durante los gobiernos de Juan C. Onganía, Marcelo Levingston y Alejandro A. Lanusse.
[27] “En sociología, según expresión de un asesor del cura Sánchez Abelenda, se desmarxizarán todas las materias de esa licenciatura. (…) Igual suerte correrán Erich Fromm y Jean Piaget”. La Opinión , 16 de noviembre de 1974, p. 10
[29] Extraído del artículo “Hoy, hace treinta años”, de Osvaldo Bayer, publicado en Página/12 el 18 de febrero de 2006, fecha de consulta: 21/06/2013, disponible en:
http://www.pagina12.com.ar/diario/contratapa/13-63281-2006-02-18.html
* Política Nacional y bonaerense a través de la prensa escrita durante el Siglo XX. Del golpe de estado de 1930 hasta el retorno a la democracia (1983), Proyecto 11/P170, enmarcado en el Programa de Incentivos del Ministerio de Educación de la Nación y acreditado por la Comisión de Investigaciones Científicas de la Provincia de Buenos Aires (CIC). Director: Fernando Enrique Barba. Co-director: Claudio Panella. Integrantes: María Isabel Arigós, César Aníbal Arrondo, Vilma Alcira Sanz, Marcelo Leonardo Fonticelli, Juan Marcelo Torrano y Guillermo Agustín Clarke.