Adela Ruiz y Florencia Mendoza |
La enseñanza de la edición técnica en las carreras de comunicación*
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RUIZ, Adela y MENDOZA, Florencia: “La enseñanza de la edición técnica en las carreras de comunicación”, en Anuario de investigaciones 2012, La Plata, Facultad de Periodismo y Comunicación Social, UNLP, 2013.
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La edición técnica supone un proceso editorial diferenciado, que no se distingue de la edición literaria sólo por el carácter no ficcional de los impresos sobre los que se aplica, sino que supone características particulares en todas las etapas que conlleva su realización: preedición, edición, corrección, revisión de estilo, maquetado y lectura de pruebas. En este escenario, el rol del editor es vital en tanto garante del proceso comunicativo.
Si bien en la actualidad la figura del editor técnico está en constante desarrollo, todavía existe un gran desconocimiento sobre las características que asume y sobre los requerimientos que implica el quehacer editorial. Por este motivo, y por la mirada abarcadora, crítica, cuestionadora e integral que caracteriza a los profesionales de la comunicación, se considera imprescindible profesionalizar esta actividad, puesto que permitirá consolidar y legitimar las prácticas editoriales y asegurar la calidad comunicacional de los materiales que se producen en estos procesos en particular.
El editor se concibe, desde esta perspectiva, como un profesional que puede desarrollar su tarea en un amplio abanico de actividades y que puede cumplir funciones específicas que van desde la generación, la evaluación y la selección de obras hasta las sucesivas actividades por las que un original de autor se convierte en un original de imprenta. Esto supone la puesta en práctica de conocimientos específicos y demanda, para cada especialidad, niveles diferenciales de complejidad.
Desde esta premisa, y partiendo de asumir al editor como el «primer lector» de una obra más que como su «segundo autor» (Tarutz, 1992), la incorporación de la enseñanza de la edición técnica en la propuesta curricular de una carrera de comunicación busca profundizar el desarrollo de las competencias comunicativas que ponen en juego los profesionales de la edición en los principales roles que asume su tarea: editor de contenidos, corrector, revisor de estilo y lector de pruebas.
El desafío que reviste esta formación aumenta si se considera que la función del editor no sólo se reduce a las intervenciones que éste realiza sobre los materiales, sino que sobre él recae la responsabilidad de coordinar a todos los profesionales que intervienen en el proceso de edición, lo que en el caso de las publicaciones técnicas incluye, de manera especial, a los autores o a los equipos autorales. Como señala Siegfried Unseld (1982), al retomar las palabras de Wilhelm Friedrich, las particularidades que debe tener un buen editor son la claridad y la amplitud. El editor interactúa con el autor, con el director o con el responsable de la publicación; escucha, atiende, observa y luego, comenta, aconseja y crea lazos entre quienes intervienen en la producción de una obra.
Sin desconocer el modo de funcionamiento y las lógicas que rigen la actividad de las editoriales comerciales, desde este ámbito de formación la mirada sobre el fenómeno de la edición comprende el vasto campo de publicaciones que se generan en ámbitos que no tienen como objetivo central esta actividad, y en los cuales las publicaciones son pensadas, la más de las veces, desde la lógica de la oferta –esto es, de lo que el emisor quiere difundir–, lo que lleva a no considerar ni las necesidades del público lector al que se dirigen los materiales ni los cuidados editoriales que cada tipo de publicación requiere. Como precisan las editoras argentinas Marcela Castro y Patricia Piccolini:
El mayor problema de la ausencia de un proceso de edición profesionalizado no es el conjunto de errores que saltan a la vista del lector, sino que lleguen a publicarse –y se difundan como buenos– materiales de escasa calidad informativa, con información falsa, presentada de modo innecesariamente complejo y oscuro. Lo que está en juego puede ser, en cierto sentido, la posibilidad misma de que se produzca una comunicación eficaz (2007: 83).
Entender a la comunicación como un proceso de producción de sentidos supone asumir que este proceso se produce y se configura por medio del lenguaje y de las prácticas discursivas que atraviesan todos los ámbitos de la vida social (Hall, 1997). Esto significa que las personas, al usar estas normas, despliegan estrategias mediante las cuales se puede percibir su visión del mundo y su ideología. Por este motivo, la edición técnica, enfocada desde la comunicación, implica leer, analizar y organizar un texto desde su propia multiplicidad.
Estas consideraciones constituyen el fundamento que dio origen al TALLER DE EDICIÓN TÉCNICA, asignatura que en el ciclo lectivo 2012 se incorporó como materia optativa cuatrimestral del Ciclo Superior de la Licenciatura en Comunicación Social de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata.[1] El espacio asume como objetivo principal:
Desarrollar los saberes y las habilidades necesarias para abordar de manera profesional las distintas instancias que involucra el proceso de edición técnica de materiales impresos, atendiendo a las particularidades que presentan los diversos tipos de publicaciones no literarias que se producen en el medio editorial contemporáneo (Ruiz, 2012: 16).
Desde esta perspectiva, se propone una formación de profesionales de la edición que, más allá del ámbito específico de acción en el cual se desempeñen y de la diversidad de los materiales a los que se enfrenten, cuenten con saberes y con herramientas que les permitan intervenir en el medio editorial desde una mirada multidimensional.
A continuación, se desarrollan algunos de los principales argumentos que dan cuenta de la importancia de incorporar la enseñanza de la edición técnica a la formación de los estudiantes de las carreras de comunicación y sobre los que se cimentó, en nuestra unidad académica, la creación de este nuevo espacio curricular. Tales fundamentos comprenden:
- la especificidad de la edición técnica dentro de la actividad editorial en general;
- las competencias que demandan las tareas y las funciones que conlleva;
- la necesidad de brindar a esta actividad profesionalización universitaria.
La especificidad del proceso
Aunque la palabra edición no tiene una sola definición, sino varias, en sentido estricto supone la preparación de un original para su publicación. Al abordar esta cuestión, Piccolini propone la siguiente conceptualización: «La edición es el proceso por el cual un original –o un conjunto de ideas acerca de un posible impreso– se transforma en una matriz o en un prototipo del cual se obtienen, por métodos industriales, cientos o miles de copias» (2002: 119). Cualquiera sea el tipo de publicación sobre el que se aplique, el proceso integral de edición comprende una serie de etapas que siguen un orden estricto:
- la preedición;
- la edición propiamente dicha;
- la corrección de estilo;
- la corrección de pruebas;
- la elaboración del original gráfico o arte final.
Cuando este proceso tiene por objeto la producción de impresos no literarios se habla de edición técnica. Ahora bien, la diferencia entre la edición técnica y la edición literaria no está dada, únicamente, por el carácter no ficcional de los impresos sobre los que se aplica. Por el contrario, la edición técnica constituye un proceso editorial diferenciado, especialmente, en la etapa de preedición y en la instancia de edición propiamente dicha (Piccolini, 2002: 122).
La edición de impresos técnicos no sólo supone un trabajo sustantivamente diferente con los autores de los textos y con el equipo de profesionales que interviene en las etapas sucesivas del proceso, sino que demanda de los editores saberes específicos –además de los comunes a editores técnicos y literarios– que les permitan llevar adelante procesos que, como sostiene Piccolini, son «habitualmente complejos y siempre trabajosos» (2002: 121).
Como apunta la editora estadounidense Judith Tarutz (1992), aunque todo trabajo de edición conlleva y requiere de creatividad, cuando se trata de publicaciones no literarias la tarea siempre se realiza dentro de los límites que impone la propia naturaleza del proceso. Tales limitaciones, según la autora, están dadas por:
- las necesidades de la audiencia;
- el propósito del texto;
- las reglas y las convenciones del idioma y del estilo editorial;
- las consideraciones técnicas (según las normas y los estilos de cada especialidad);
- las consideraciones relacionadas con la maqueta;
- el tiempo;
- el presupuesto;
- la tecnología disponible y la forma en que se opera en el proceso de edición.
Uno de los factores que incide de manera directa en la especificidad que encierra este proceso, y en la consecuente necesidad de contar con profesionales capacitados para llevarlo a cabo, se relaciona con las características que presentan los originales con los que se trabaja. Según Piccolini (2002) estas particularidades pueden sintetizarse en los siguientes aspectos principales:
- los autores de las publicaciones técnicas no son escritores;
- numerosas publicaciones técnicas están escritas por equipos de autores;
- las publicaciones técnicas suelen contener un significativo volumen de información;
- en muchas publicaciones técnicas los originales se elaboran a pedido de los editores;
- los libros técnicos tienden a presentar maquetas complejas;
- las publicaciones técnicas suelen dirigirse a públicos acotados;
- en las publicaciones técnicas el orden de lectura puede no ser lineal.
En este escenario, es primordial la figura del editor técnico en tanto garante del proceso comunicativo.
La diversidad del campo laboral
Un segmento importante de los impresos producidos por las editoriales en lengua española y la casi totalidad de los elaborados en ámbitos no editoriales pertenecen al campo de la edición técnica. Una parte de este amplio y variado conjunto se genera en empresas editoriales, mientras que el resto se produce en ámbitos cuya función principal no es la edición. Entre estos últimos pueden mencionarse:
- dependencias de gobierno;
- universidades e instituciones educativas;
- empresas;
- organismos e instituciones privados;
- centros de investigación o de innovación tecnológica;
- organizaciones del tercer sector.
Las particularidades y las competencias que demandan las múltiples tareas que realiza un editor determinan que este pueda desempeñar sus funciones en un ámbito público o privado, en relación de dependencia o que pueda desarrollar sólo algunas de ellas a solicitud de organismos, de instituciones, de empresas o de manera independiente.
La variedad de géneros editoriales
En estos ámbitos, el trabajo del editor técnico recae sobre todos aquellos materiales que suelen ser incluidos en la categoría de impresos no ficcionales. Esto supone que el campo de aplicación de los conocimientos y de las habilidades de estos profesionales se extiende a una amplia variedad de géneros editoriales:
- publicaciones científicas (revistas, libros de divulgación, tesis doctorales);
- publicaciones académicas (revistas, anuarios, libros de ensayo, tesis);
- materiales escolares (manuales, libros de texto, diseños curriculares);
- publicaciones periódicas (revistas técnicas, especializadas y de información general);
- publicaciones gubernamentales (informes de gestión, proyectos, newsletters);
- publicaciones institucionales (libros, boletines informativos, house organs);
- publicaciones comerciales (guías, catálogos, manuales de uso);
- piezas gráficas diversas (folletería institucional, materiales de promoción, catálogos).
En cualquiera de estos casos, la edición desempeña un papel central a la hora de pensar productos que atiendan a los objetivos comunicacionales buscados, a la audiencia a la cual van dirigidos, al contexto de circulación previsto y a las condiciones de producción.
Las particularidades de las competencias
El abanico de funciones que puede desempeñar un editor técnico comprende desde su rol como posible empresario editorial hasta su responsabilidad última como garante de todo el proceso por el que un original de autor[2] se convierte en un original de imprenta; tareas que muchas veces incluyen el lanzamiento y la promoción del producto alcanzado. Claro que no todos los editores recorren de manera completa este arco de actividades, sino que se limitan a cumplir algunas tareas en particular.
Si nos detenemos en las diferentes etapas que involucra el proceso de edición propiamente dicho, podemos seguir la clasificación elaborada por Gill Davies (2005: 34) y distinguir, para estos profesionales, las siguientes funciones principales: el editor de adquisiciones, el editor de contenidos, el corrector de estilo y el lector de pruebas. Si bien en muchos ámbitos de trabajo estas tareas son desempeñadas por una misma persona, cada uno de estos roles supone la puesta en práctica de conocimientos específicos y demanda, para cada especialidad, niveles diferenciales de formación profesional.
La caracterización de estas competencias requiere de la explicitación de dos puntos de partida imprescindibles. Por un lado, y en línea con lo planteado por María Marta García Negroni y Andrea Estrada (2006), se adopta el concepto de competencia comunicativa propuesto por Dell Hymes (1972), ya que esta noción incluye, además del conocimiento del lenguaje y de la capacidad de actuar lingüísticamente, todos los sistemas semióticos con los que cuenta una comunidad sociocultural dada.
Por otro lado, y retomando la distinción que Judith Tarutz (1992) sintetiza con una claridad meridiana, se asume al editor como el «primer lector» de una obra más que como su «segundo autor». Esto permite dar cuenta de una serie de tareas que, invisibles por su naturaleza, sólo pueden ser percibidas por sus efectos, a diferencia de lo que sucede con los niveles de intervención más vinculados a la escritura (corrección, enmienda o reparación de los textos).
Sin duda, el primer elemento que hace a estas competencias está dado por la capacidad de los editores para establecer una buena relación de trabajo con el autor o con los autores de una obra, condición decisiva para marcar el éxito o el fracaso de un proyecto editorial. No obstante, en la edición propiamente dicha, cuando el editor se enfrenta a los originales, el trabajo se centra en los textos y no en los autores, y exige realizar en cada etapa del proceso las tareas que garanticen la calidad del producto final.
Las especificidades de cada etapa
En la práctica, esta operatoria suele dividirse en dos grandes momentos: la macroedición y la microedición, a las que se suman la corrección de estilo y las correcciones de pruebas.[3] Si bien en un proceso ideal de edición, cada una de estas instancias debería ser resuelta por diferentes profesionales, la responsabilidad última recae sobre el editor, que es quien interviene en los principales procesos que conlleva la edición de un original y quien atiende, en cada etapa, a diferentes a tipos de dificultades.
Durante la macroedición el editor realiza la primera lectura de un original con el objeto de evaluar la calidad integral de los materiales y de medir, una vez considerada la conveniencia de su publicación, el trabajo necesario para cumplir con las restantes etapas del proceso. En este momento, el editor determina si el original tiene el nivel de calidad necesario para abordar, sin dificultades, los pasos siguientes; es decir, si sólo requiere de modificaciones leves o si es preciso reenviarlo al autor.[4]
Entre otros aspectos, en esta instancia el editor evalúa: que el texto sea correcto, que esté bien organizado, que se adecue a la audiencia a la que se dirige, que cumpla con el propósito para el que ha sido escrito, que sea consistente con respecto a otros capítulos del libro y a otros títulos de la serie, que no lesione la imagen de la empresa o que sea contradictorio con sus políticas (Piccolini: s/d).
Durante la microedición la lectura es más localizada y se orienta a detectar problemas específicos. El corrector realiza un trabajo minucioso y centra la atención en el nivel de las microestructuras del texto, con el objeto de lograr ajustes en las dimensiones notacional, morfológica, sintáctica y semántica. En esta etapa las tareas conllevan la verificación, la exhaustiva corrección y la reescritura del original. Entre otros aspectos, se busca asegurar: la apropiada estructuración lógica y la coherencia de la secuenciación de la exposición, la corrección de la ortografía, la precisión de los datos presentados, la consistencia de las enumeraciones, la verificación de la terminología, la calidad y la pertinencia del material icónico y su relación con el texto.
Las competencias del corrector de estilo, en tanto, pueden definirse, tomando la definición de María Marta García Negroni y de Andrea Estrada, como «el conjunto de habilidades relacionado con el conocimiento del lenguaje y con su uso en contexto, que debe poseer o adquirir un corrector para poder enmendar, mejorar o enriquecer un texto con pericia y solvencia» (2006: 29). Tales competencias conciernen a tres grandes esferas de conocimientos: enciclopédicas, gramáticas y textuales, e incluyen, en muchos casos, la revisión de estilo, que supone la adecuación de los textos a las pautas de estilo fijadas por un ámbito editor para sus publicaciones.
Por último, durante la lectura de pruebas los profesionales aplican sus competencias sobre los materiales que han sido puestos en página: primero, sobre las pruebas galeradas o primeras pruebas; luego, sobre las pruebas paginadas o segunda pruebas. El principal objetivo de esta última etapa es la corrección de los errores cometidos durante la composición o de aquellos que provienen de las etapas anteriores.
La necesidad de profesionalización
Gran cantidad de especialistas en la materia coinciden en afirmar que una idea fuertemente arraigada en el ámbito editorial es que en el oficio de editor «se nace». Como sostiene el editor argentino Ricardo Nudelman, durante mucho tiempo esto provocó que «el éxito o el fracaso de los proyectos del sector dependiera de la personalidad más o menos vigorosa del fundador, quien concentraba en su persona todas las decisiones referidas a objetivos, a ritmos, a presupuestos y demás» (2002: 227).
En la actualidad, este concepto ha perdido vigencia, pero lo cierto es que aún existe un gran desconocimiento respecto de las características y de los requerimientos que supone y que exige la actividad editorial, lo que se acentúa cuando se trata del caso específico de la edición técnica. Situación a la que se suma, además, la falta de espacios de formación en la materia.
La incorporación de la formación editorial a los estudios universitarios es relativamente reciente en el mundo de habla hispana. En América Latina sólo hay dos ofertas de estudios de grado (una de ellas en Brasil) y, tanto en nuestros países como en España, es incipiente el desarrollo de posgrados en Edición. La mayoría de ellos están focalizados en los aspectos económicos de la actividad editorial y suelen desatender las cuestiones referidas al proceso de edición (Especialización en Edición, s/d).[5]
Frente a esta situación, facilitar los principios básicos para la profesionalización de esta actividad constituye un modo de contribuir a paliar las consecuencias negativas que en numerosos ámbitos editoriales, tanto públicos como privados, provocan estos vacíos de conocimiento sobre el proceso editorial (Ruiz & Fiori, 2009).
Numerosos ejemplos pueden encontrarse en las editoriales universitarias y en los diversos departamentos y direcciones de publicaciones o de producción de contenidos de un sinfín de organismos y de instituciones públicas y privadas de nuestro país. En ellos, los profesionales que tienen a su cargo todas las tareas que conlleva el proceso de edición –editores, correctores, lectores de pruebas– provienen de las más diversas disciplinas y carecen de una formación específica en la materia. En muchos casos, «las personas que trabajan en estos ámbitos editan sin saberlo y desarrollan de modo más o menos intuitivo, más o menos artesanal, tareas enormes pero, a menudo, insuficientes para obtener un buen resultado editorial en un plazo acorde» (Castro & Piccolini, 2007: 82).
Esta situación también se presenta en el ámbito privado, donde es frecuente observar que, incluso dentro de una misma editorial, la formación que se brinda a los editores varía significativamente según el profesional a quien se encomiende el entrenamiento. Como afirman Leslie Sharpe e Irene Gunther, «en la mayoría de las editoriales sencillamente no se les enseña a los editores cómo editar; simplemente se supone que saben cómo hacerlo, o bien que aprenderán con el tiempo y a partir de la propia práctica» (2005: xx).
Más allá de la importancia que reviste para la industria editorial, la tarea de profesionalización de la edición técnica constituye un requerimiento central en un escenario marcado por la vertiginosa introducción de tecnologías y de nuevos estilos de consumo. Consolidar la formación en las tareas básicas e imprescindibles que demanda esta parte de la industria cultural es lo que permitirá asegurar la calidad comunicacional de los materiales elaborados. Para esto, el rol de la universidad es central tanto como garantía de la formación de los futuros profesionales como por la posibilidad de actualización y de debate para quienes hoy se desempeñan en el medio editorial.
La propuesta del TALLER DE EDICIÓN TÉCNICA
Como señala el Documento Curricular de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata, la construcción del curriculum universitario supone «pensar en la profesión, en la inserción social del profesional, en los sectores a quienes va a beneficiar con su práctica, en su concepción de vida y en su orientación científica» (1997: 53). Desde esta perspectiva, un proyecto educativo no queda limitado a lo que establece su propuesta curricular formal, sino que debe tener la capacidad de dar respuesta a los cambios y a las transformaciones que experimenta el ámbito del conocimiento para el que fue pensado; en este caso, el complejo campo de las comunicaciones.
En nuestra unidad académica, un mecanismo que ha permitido hacer frente a estas cuestiones es la construcción de un curriculum abierto que, a partir de orientaciones terminales de grado, permite «una experimentación constante en relación con el cambiante mundo del trabajo» (DCYPE, 1997: 39). Este enfoque no estático de la propuesta curricular, no sólo permite considerar que las ausencias formativas señaladas en aquel entonces hoy se encuentran ampliamente cubiertas, sino que también posibilita proponer la incorporación de campos del conocimiento ausentes en el Plan de Estudios 1998.
Este escenario hizo posible que, a fines de 2012, se incluyera como materia optativa de la Licenciatura en Comunicación Social el TALLER DE EDICIÓN TÉCNICA, un espacio que aborda un campo profesional no contemplado en la propuesta curricular elaborada hace más de una década y que introduce en la currícula un tipo de actividad editorial claramente diferenciada de la propuesta por las materias que abordan la producción de materiales impresos. De este modo, la asignatura –que comenzó a dictarse en 2013–[6] busca contribuir al perfil deseado para los egresados de la carrera, que en sus diferentes orientaciones persigue un perfil común de formación: el de un «productor de comunicación» (DCYPE, 1997: 43).
Desde el Taller, la confluencia entre lo editorial y lo comunicacional se concibe como una articulación necesaria e imprescindible para impactar en las condiciones y en la calidad de la comunicación que se produce mediante las publicaciones impresas, cualquiera sea el género editorial. Las tareas que conlleva el proceso de edición técnica requieren, al tiempo que propician, el perfil de un comunicador capaz de resolver o de dar respuesta a necesidades comunicacionales específicas y concretas sobre la base de una formación humanística integral y mediante el empleo de técnicas propias de la profesión.
En cualquiera de estas modalidades, se busca que los estudiantes «tengan la oportunidad de confrontar en una praxis el andamiaje teórico-práctico desarrollado y de aproximarse a prácticas reales del campo profesional» (DCYPE, 1997: 55). En esta línea, la multiplicidad de conocimientos que pone en juego el editor técnico al llevar adelante su práctica profesional determinan que su formación conjugue, invariablemente, el «hacer» con competencia y el «saber» con integralidad. De la combinación de ambas perspectivas surge el propósito que guió la construcción de la propuesta:
Aunque parezca un contrasentido, la formación académica en edición técnica no debería apuntar a formar mayoritariamente académicos sino profesionales cuya acción en el campo editorial pueda constituir una acción política, una intervención cultural. No parece necesario defender el valor cultural de las publicaciones técnicas, no sólo por lo que podríamos denominar su contenido explícito sino también por su incidencia en prácticas sociales (Castro & Piccolini, 2007: 82).
En línea con estos planteos, el énfasis de la materia está puesto «en los procesos prácticos y técnicos referidos a la construcción del rol profesional con basamento académico» (DCYPE, 1997: 60), orientados, en este caso, al campo de la edición técnica. Atento a esto, el proceso formativo se construye en pos de lograr que los estudiantes exploren los problemas específicos que enfrenta el editor y que experimenten la relación entre conocimientos, reflexión y práctica que supone una resolución eficaz de la ecuación entre el propósito comunicacional, el género editorial y los destinatarios de una publicación.
La incorporación de esa asignatura, no sólo permite legitimar desde el curriculum la formación profesional de una práctica que llevan a cabo muchos de nuestros graduados en diversos ámbitos de producción editorial, sino que actúa como principal articulación entre la carrera de grado y la Especialización en Edición –la primera y, hasta el momento, única carrera de posgrado del país sobre este campo, que nuestra institución ofrece desde 2011–, al tiempo que nutre a aquellos espacios de la propia institución que llevan a cabo estas tareas. Tal es el caso del Área de Producción Gráfica, que brinda asistencia editorial a numerosas publicaciones que se editan desde diferentes espacios de la unidad académica, y de la Editorial, que bajo el sello Periodismo y Comunicación edita ensayos y libros de investigación, cuadernos de cátedra y tesis doctorales.
De este modo, el recorrido propuesto por el Taller, no sólo redunda en una formación más integral de los futuros graduados, mediante la incorporación de contenidos que aportan a los estudiantes de la Licenciatura conocimientos sobre los saberes y las habilidades que demanda este proceso particular de la actividad editorial, sino que incrementa sus posibilidades de inserción en un campo laboral que se encuentra en creciente desarrollo y que ofrece a los comunicadores un amplio espectro de posibilidades para el ejercicio profesional tanto en ámbitos públicos como privados.
En un contexto social y político nacional en el cual a partir de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual se debate y se redefine el rol del comunicador y en el que los desarrollos continuos de las tecnologías de la comunicación abren nuevas áreas de producción, la propuesta de contenidos de la materia busca dar a conocer y concientizar sobre un nuevo ámbito de incumbencia en el cual los egresados de la Facultad pueden ejercer la profesión, ampliando las perspectivas de producción –hasta el momento vinculadas al periodismo y a la planificación– y permitiéndoles convertirse en profesionales de la edición.
Bibliografía citada
CASTRO, Marcela y PICCOLINI, Patricia (2007). «La edición técnica como cuestión estratégica». Espacios de crítica y producción, N.° 35, pp. 76-83. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires.
DAVIES, Gill (2002). Gestión de proyectos editoriales. México D. F.: Fondo de Cultura Económica.
DOCUMENTO CURRICULAR Y PLAN DE ESTUDIOS 1998 (1997). La Plata : Ediciones de Periodismo y Comunicación.
GARCÍA NEGRONI, María Marta y ESTRADA, Andrea (2006). «¿Corrector o corruptor? Saberes y competencias del corrector de estilo». Páginas de Guarda, N.° 1, pp. 26-40. Buenos Aires: Universidad de Buenos Aires.
HALL, Stuart (1997). El trabajo de la representación. Londres: Sage Publications.
NUDELMAN, Ricardo (2002). «La capacitación es una inversión productiva». En De Sagastizábal, Leandro y Esteves Fros, Fernando (comps.). El mundo de la edición de libros (pp. 223-232). Buenos Aires: Paidós.
PICCOLINI, Patricia (2002). «La edición técnica». En De Sagastizábal, Leandro y Esteves Fros, Fernando (comps.). El mundo de la edición de libros (pp. 117-137). Buenos Aires: Paidós.
__________ (s/f). «¿Qué es editar un original?» (Guía de la cátedra Edición Editorial). Buenos Aires: mimeo.
RUIZ, Adela y FIORI, Georgina (2009). «La edición técnica de textos educativos». Actas digitales del XI Congreso redcom . San Miguel de Tucumán: Universidad Nacional de Tucumán.
RUIZ, Adela (2012). «Propuesta pedagógica – Taller de Edición Técnica». La Plata : mimeo.
SHARPE, Leslie y GUNTHER, Irene (2005). Manual de edición literaria y no literaria. México D. F.: Fondo de Cultura Económica.
TARUTZ, Judith (1992). Technical Editing. Nueva York: Hewlett-Packard Press.
UNSELD, Siegfried (1982). El autor y su editor. Barcelona: Taurus.
Notas
*
[1] Desde una perspectiva horizontal, el Taller se inscribe en el área de producción, espacio en el que se integran todas aquellas unidades didácticas que, tanto el Ciclo Común como en el Ciclo Superior, buscan articular «los procesos de producción de conocimientos y las habilidades profesionales relacionados con el mundo profesional del comunicador» (DCYPE, 1997: 69).
[2] Se utiliza el concepto de original y no de manuscrito porque este último se emplea para los textos literarios.
[3] Los saberes seleccionados para la propuesta pedagógica del Taller de Edición Técnica se organizan siguiendo esta secuencia: Unidad 1. El proceso de edición técnica; Unidad 2. La macroedición; Unidad 3. La microedición; Unidad 4. La corrección de estilo; Unidad 5. La corrección de pruebas; Unidad 6. Los ámbitos de producción editorial.
[4] En numerosos ámbitos de producción editorial, en particular el de las dependencias que realizan estas actividades pero que no son editoriales en sentido estricto, el editor carece de la potestad de incidir en el proceso de selección de los originales –o tiene un escaso margen de acción–, por lo que su intervención se centra más en los contenidos o en el enfoque general de una obra, y no así en la definición de los autores, las temáticas e incluso la pertinencia editorial de las obras que resultan publicadas.
[5] Extraído de la síntesis que se ofrece sobre la carrera en <http://www.perio.unlp.edu.ar/node/1149>.
[6] Al momento de presentarse este trabajo, la materia se encuentra desarrollando su primera edición con estudiantes del ciclo superior de la Licenciatura en Comunicación Social.