Rossana Viñas




Ser joven, leer y escribir. Las representaciones y prácticas de lectura
y escritura en los jóvenes en la zona de pasaje de la escuela secundaria a la universidad *
Forma de citar
VIÑAS, Rossana: “Ser joven, leer y escribir. Las representaciones y prácticas de lectura y escritura en los jóvenes en la zona de pasaje de la escuela secundaria a la universidad”, en Anuario de investigaciones 2012, La Plata, Facultad de Periodismo y Comunicación Social, UNLP, 2013.









El tránsito de la Escuela Secundaria a la Universidad es uno de los momentos más problemáticos en la vida de cualquier joven. Aparecen así, dudas, temores, representaciones sobre lo que vendrá y sobres las prácticas propias; es introducirse a un mundo con otros códigos, con nuevas reglas y normas, con otros registros, con otras necesidades; un mundo donde debe arreglárselas solo porque justamente, uno de los postulados máximos de la universidad es la autonomía estudiantil. Y a pesar de las ganas con que el joven estudiante llega a las puertas de ella, la pregunta que surge en ese joven, entonces, es: “¿y qué hago?”

En este aspecto, Daniel Korinfel (2004) afirma que: “la finalización de la escuela secundaria se realiza sobre el fondo de altísimos niveles de incertidumbre, no sólo la que genera el imperativo de tomar decisiones respecto a la capacitación, estudios y/o búsqueda de trabajo para aquellos jóvenes que están insertos en las instituciones educativas, sino la incertidumbre disparada por las condiciones sociales cuyo horizonte amenaza, nada menos que por estar incluidos en los espacios sociales, educativos o laborales; o quedar afuera, a la intemperie. Lo que está en juego hoy, cuando hablamos de inserción educativa o laboral, es finalmente la inserción social” (Biolatto; Boccardo; Lesquiuta: 2010, 2).

Este joven-sujeto que atraviesa el pasaje de la Escuela Secundaria a la Universidad es un joven que está pasando en paralelo a este importante momento en su vida, el proceso de consolidación de su identidad. Cambiar de un espacio ya conocido a otro que no lo es representa en muchos casos, una crisis por múltiples factores y en este sentido, el estudiante se siente sin o con escasas herramientas para poder hacerlo. Según Sergio Rascován, “terminar la escuela es transitar una crisis, un reacomodamiento que implica la reestructuración de representaciones vinculadas con el proyecto de futuro” (Biollato; Boccardo; Lesquiuta: 2010, 3).

Y si además de ese nuevo mundo en el cual el joven se está involucrando en este pasaje, se suma el enfrentarse a nuevas prácticas en relación a la cultura institucional, a los estilos de enseñanza-aprendizaje, a la lectura, a la escritura, a la matemática, a la física, entre otras, la situación se vuelve más compleja.

Entre los primeros desafíos con los que se encuentra aparecen en primera instancia, la elección de la carrera: ¿será la adecuada?, ¿cubrirá las expectativas?, ¿es lo que quiero?

En segundo lugar, debe afrontar la apropiación de una determinada cultura institucional, propia de la universidad. Es decir, que el estudiante se inserta en un ámbito diferente al de sus experiencias previas. La participación en él, las prácticas que debe llevar adelante el estudiante en relación al manejo de trámites específicos y de técnicas de estudio y organización personal para un nuevo escenario de enseñanza-aprendizaje en su vida académica; las formas de gestión y de gobierno de la universidad, presuponen un estudiante autónomo y participativo; poseedor de un capital cultural, adquirido con anterioridad.

En contrapartida, para el joven ingresante, esta cultura no le es totalmente propia; al contrario, le resulta compleja. Por lo que sus esfuerzos deben estar orientados no sólo a una adaptación académica sino también a una institucional. Adaptarse a ambas implicaría el éxito; el acceso total al mundo universitario. Mientras que de no producirse, representaría una frustración.

Lo mismo sucede con las prácticas de lectura y escritura.

Cada comienzo de año –febrero y marzo-, es común leer en los medios gráficos acerca de los exámenes de ingreso a la Universidad en los cuales aparece estigmatización desde el discurso mediático, desde el discurso de los intelectuales y hasta de las mismas familias en búsqueda de las razones por las cuales los estudiantes desaprueban estos cursos. ¿Culpables o no? No leen, no comprenden los textos, tienen faltas de ortografìa, no saben escribir, no estudian, no están preparados… son tan sólo algunas de las sentencias.

Estos discursos no analizan cómo son esos jóvenes, qué les pasa, qué prácticas tienen, qué condiciones sociales, culturales y académicas los atraviesan, cuáles han sido sus trayectorias de vida, cómo han sido sus trayectorias escolares.

Asimismo, las voces cantantes son las adultas: docentes, profesores, autoridades. Ausentes: los protagonistas, los jóvenes.

Así, estudiantes que han llegado desde lejos o que provienen de los alrededores de la ciudad; similares ilusiones, similares miedos. En definitiva, todos con una similar incertidumbre acerca de lo que les sucederá en esos primeros días de estudio con el sueño de comenzar sus primeros pasos en la facultad.

Y a pesar de los sueños y las ilusiones, gran cantidad de ellos son desplazados –hasta podría utilizarse la palabra ‘expulsados’- de los claustros universitarios. Justamente, un importante porcentaje abandona en el primera tramo de la carrera universitaria. Por ejemplo, en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social en 2011, el número de ingresantes inscriptos a la Licenciatura en Comunicación Social y Tecnicatura Superior Universitaria en Periodismo Deportivo fue de 902 (545 de Licenciatura y 357 de Tecnicatura) que realizaron el curso introductorio. Finalizaron el mismo, 749 (447 de Licenciatura y 302 de Tecnicatura); al final del curso, el 17% ya había abandonado[1]. Mientras que al final del primer cuatrimestre de la cursada, la tasa de deserción se había elevado al 30%.

Frente a la consulta del por qué de la deserción, la mayoría de las causas relevadas como determinantes fueron: la no adaptación a la ciudad y/o facultad, la no adaptación a las exigencias en relación al ordenamiento de horarios y/o contenidos de la carrera, extrañar a su familia, adeudar materias del secundario, entre otros[2]

Es decir, una autoexclusión por no poder adaptarse a este nuevo medio, a los cambios bruscos, a las nuevos modos de estudio, a la nueva organización de sus tiempos, a las relaciones con los docentes, con sus pares. Del mismo modo, a muchos de ellos, les es complicado adaptarse a una ciudad que, en muchas ocasiones, no les resulta nada amigable.

Así, aparecen decepciones y frustraciones que llevan a la desilusión de estos jóvenes.

No obstante, nada de esto es nombrado en los discursos mencionados y que circulan frecuentemente. Mucho menos se dice que en las instituciones educativas perviven prácticas tradicionales muy alejadas de los saberes, las prácticas, las representaciones, los valores, los intereses y las necesidades de estos jóvenes que llegan a la Universidad. En este escenario, considerar e investigar el tema de las prácticas de lectura y de escritura en la zona de pasaje de la Escuela Secundaria a la Universidad, “se ha vuelto preocupación común de quienes trabajan en todos los niveles educativos, (…) (y de allí que) es frecuente escuchar el diagnóstico referido a que los alumnos no pueden organizar un texto y, en general, al modo ineficaz de expresarse por escrito de los estudiantes desde los primeros niveles de escolaridad hasta los de la formación y la universidad” (Brito: 2010, 124).

En la representación ideal de los profesores universitarios, sigue muy afianzada la idea de un estudiante de tiempo completo, con un background de conocimientos adquiridos en la cultura letrada y con competencias comunicativas acordes a las de un futuro profesional. Es decir que existe un capital cultural esperado (Ezcurra: 2011, 54) de ese alumno esperado (Ezcurra: 2011, 54). Sin entender que la función del docente es guiar al estudiante para superarse, partiendo del capital cultural real que posea; sea cual fuera éste. Colaborando con él para que pueda sortear las dificultades académicas que encuentre y para que adquiera el habitus organizativo y académico (Ezcurra: 2011, 55) que requiere la universidad. En este sentido, diagnóstico y planificación para el trabajo, el apoyo, la retención y la permanencia de los alumnos, son premisas importantes para la tarea en el aula.

Y es que se debiera entender que en cada nivel educativo existe una alfabetización determinada, una que le es totalmente propia que debe enseñar a sus estudiantes. Como consecuencia, en el ingreso a la universidad, éstos necesitan una nueva alfabetización académica. Y leer y escribir, como prácticas socio-culturales, no son privativas de ningún nivel educativo, no se aprenden de una vez y para siempre. Se trata de un proceso que se da a lo largo de toda la formación de un sujeto e implican una herramienta para encarar cualquier desafío en la vida de las personas: una carrera universitaria, buscar trabajo, ayudar a la familia, etc.  

Asimismo, “las prácticas de enseñanza del nivel superior, por su parte, continúan dominadas por la representación de un estudiante-receptor pasivo. La exposición monológica y la demostración magistral, por ejemplo, todavía tienen un peso muy importante en las aulas universitarias. Una pedagogía de la “cabeza bien llena”, presidida por un docente-fuente y transmisor de informaciones (Arnaud) no hace más que reforzar, antes que desalentar, la pasividad intelectual y los hábitos contenidistas de los ingresantes. A veces, la práctica docente subraya involuntariamente un presupuesto de los “novatos”: el problema de estudiar en la universidad es la cantidad que hay que leer, escuchar y aprender (Casco: 2009, 7).

Al fin y al cabo, lo que se espera de los estudiantes ingresantes a la universidad es que dispongan de las herramientas necesarias para el trabajo académico universitario; que estén adquiridas desde el nivel secundario. En algunos casos, las poseen y se adaptan al nuevo escenario. Quienes no, tienen como resultado el bajo rendimiento, o en la peor de las circunstancias: el atraso o el abandono; el fracaso.

Jóvenes, Escuela Secundaria, Universidad… una trilogía que amerita ser abordada y obliga a pensar en la articulación de estos dos niveles educativos, tendiendo puentes para una transición sin conflictos para los jóvenes estudiantes. Cabe aclarar que no se responzabiliza a un ámbito u a otro. Es sabido de los múltiples factores que han ido deteriorando el proceso educativo de varias generaciones, hasta la actualidad.

En este sentido, la escuela secundaria forma parte de la agenda de discusión y representa “el nivel más crítico y complejo del sistema educativo argentino, tal como sucede en muchos otros países” (Dussel; Brito; Nuñez: 2007, 11-12).

Es importante recordar que en la década del 90, la educación sufrió la descentralización del sistema educativo, provocando distanciamientos entre los distintos niveles que lo componen, el recorte del presupuesto, las reducciones presupuestarias, la desarticulación de las materias y sus contenidos, la reforma educativala precarización de los edificios públicos, la desvalorización del trabajo docente, los altos índices de deserción escolar, entre otras; todas características de una política educativa en la que la escuela sólo debía “formar mano de obra barata para un mercado de trabajo que se achicaba a medida que se abría la economía” (Fascendini: 2012).

Y esos cambios han afectado no sólo al sistema educativo, sino también a las instituciones educativas y a los sujetos que forman parte de ellas. Esa década dejó huellas que no son fáciles de borrar; sin embargo, poco a poco, con la toma de decisiones de peso por parte del Estado Nacional y la implementación de políticas públicas como por ejemplo, el Plan Conectar Igualdad, la Asignación Universal por Hijo, el PROGRESAR, la compra de libros, la construcción de escuelas y las acciones de mejoramiento y fortalecimiento de los aprendizajes, entre otros, el escenario educativo ha comenzado a cambiar.

En este sentido, el contexto político, social y cultural actual en la Argentina, hacen necesaria la planificación y la acción conjunta de instituciones, padres y demás actores de la sociedad para lograr la articulación de los distintos niveles educativos y que la transición de uno a otro no represente un problema.

Asimismo, las políticas de apoyo, retención y permanencia en el seno de la Universidad, hoy son necesarias. El acompañamiento y contención de los estudiantes ingresantes que, en muchas oportunidades, se ven abrumados por un mundo que les es ajeno, conforman uno de los ejes primordiales para la inclusión educativa y por ende, social de los sujetos. Tal como afirma Inés Dussel, coordinadora del Área de Educación de FLACSO, en una entrevista publicada en el diario Clarín el 28/10/2011, "es importante pensar la Universidad en el marco de las políticas públicas de educación y no de manera aislada".

En relación a ello, desde 2003 a esta parte, tanto en la Presidencia de Néstor Kirchner como la de Cristina Fernández de Kirchner, se han implementado distintas políticas públicas tendientes a la mejora de la calidad educativa bajo el lema “no queremos una escuela de calidad para unos pocos, queremos para todos, la mejor”[3] (Sileoni: 2012). Y es también tener la posibilidad de llegar a la universidad. Porque los resultados de estas políticas, en realidad, no son sólo para la educación, sino que tiene como objetivo la movilidad social ascendente[4].

Estas políticas públicas vinculadas a la juventud específicamente (teniendo en cuenta que los jóvenes son sujetos de derecho), son un componente básico para el desarrollo nacional, porque son un marco articulador de políticas y legislación nacional para concretar un plan de acción de manera integral (Krauskoft: 2005).

Teniendo en cuenta que la brecha entre los dos niveles –Secundaria-Universidad- produce un espacio de tránsito complejo, resulta indispensable pensar en la articulación entre ambos como una herramienta fundamental para resolver la continuidad pedagógica con efectividad, para redefinir los procesos educativos y para resistematizar las etapas de aprendizaje con el fin de graduar el pasaje de un ámbito a otro. Como consecuencia del proceso, se dará el desarrollo inclusivo de sujetos críticos y socialmente responsables en una sociedad cada día más competitiva y exigente. Y en un mercado laboral que presenta las mismas características.

Sin jóvenes no es posible la democracia y la equidad; son actores estratégicos en el desarrollo de sus sociedades. Para enfrentar la construcción de sociedades inclusivas son necesarias políticas públicas concretas, relaciones y compromisos institucionales orientados a ellos. Por eso, “sin descuidar sus fines específicos y esenciales y la relativa autonomía que les confiere el Estado, las instituciones tienen el deber de trabajar conjuntamente en pos de promover acciones que eleven la formación académica de sus estudiantes a fin de facilitar la transición y el desempeño de éstos en el nivel educativo superior” (Nayar:--, 4).

Y así, deben hacerlo la Escuela Secundaria y la Universidad.

Leer y escribir son un capital cultural importante. Y la adquisición de ese capital debe ser meta de la educación.

Leer y escribir es ser parte. Leer y escribir es poder expresarse, viajar con la imaginación, conocer, contar, ponerle palabras al mundo, su mundo.

Si el joven estudiante no tiene la posibilidad del acceso articulado y progresivo a la educación y en particular, a la cultura escrita, tampoco tendrá la posibilidad de contar con las herramientas que hagan real su inclusión social y cultural. Acceder al mundo de las letras, de la lectura y la escritura hace posible enfrentar los desafíos que la cultura y la sociedad plantea día a día.

Y para ello, es importante conocer a los jóvenes que llegan a la Universidad. Reconocer sus perfiles, sus intereses, sus necesidades, sus problemáticas, sus trayectorias de vida y escolares, para así, trabajar para acompañarlos en lo que para ellos es un nuevo proceso y así puedan conformar el llamado oficio del estudiante en el tránsito hacia la universidad; y particularmente, en lo que analiza esta investigación doctoral: el leer y escribir al llegar a la  universidad.

Desde el campo de la comunicación, en esta investigación doctoral se analizan las representaciones y las prácticas en relación a la lectura y la escritura, que poseen los jóvenes en zona de pasaje de la Escuela Secundaria a la Universidad y los ingresantes a la universidad en la ciudad de La Plata. Para eso se seleccionaron como caso de estudio: los jóvenes estudiantes en el Taller de Prácticas de Lectura y Comprensión de Textos Académicos del Programa de Apoyo y Orientación para la permanencia de alumnos (UNLP), taller que cursan jóvenes del último año de la Escuela Secundaria; y la Facultad seleccionada es la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP, con los jóvenes ingresantes a la carrera de la Licenciatura en Comunicación Social y a la Tecnicatura Superior Universitaria en Periodismo Deportivo.

Para ello se partió de las siguientes preguntas: ¿qué piensan los jóvenes acerca de lo que es leer y escribir en la Universidad? ¿Cómo se ven frente a ese aterrador escenario que son los Estudios Superiores en relación a la lectura y la escritura? ¿Qué pasa con estos jóvenes en la zona de pasaje de la Escuela Secundaria a la Universidad y los ingresantes a ella? ¿Cómo se conforma el llamado oficio del estudiante  en relación a las prácticas de lectura y escritura? ¿Cuáles son sus prácticas con respecto a la lectura y la escritura?

La actualidad de la problemática y el debate alrededor de ella demuestran la necesidad académica, social y política de investigarlas y de ir a la acción para, de esta forma, lograr una articulación Escuela Secundaria-Universidad que permita la inclusión y la igualdad de oportunidades para todas y todos en una Argentina que cada día más, invita a soñar y a ser parte de una historia que vale la pena ser vivida y merece ser contada.

Pensar y trabajar la escritura y la lectura como procesos es incluir; es transformar no sólo a los individuos, sino también a la sociedad.

Bibliografía

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Notas

[1] Datos del Centro de Investigación en Lectura y Escritura (CILE) de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la Universidad Nacional de La Plata, a cargo del Taller de Expresión y Comprensión en el Curso Introductorio 2011.
[2] Datos del CILE, relevados en el Taller de Comprensión y Producción de Textos I de la Licenciatura en Comunicación Social y Taller de Periodismo Deportivo de la Tecnicatura Superior Universitaria en Periodismo Deportivo en 2011.
[3] “Desde nuestro lugar, en el Ministerio de Educación, nos sumamos con profunda convicción a la invitación de nuestra Presidenta de luchar contra el desánimo; por eso, ante las voces malintencionadas que intentan ocultar con cifras parciales los logros y avances educativos obtenidos en los últimos años, repetimos todas las veces que sea necesario que la educación argentina está mejor, que tiene más alumnos, más docentes, más inversión, más escuelas con mejor equipamiento y, además, se empiezan a ver mejores aprendizajes.
Por supuesto que somos conscientes de que es la educación secundaria la que demanda más atención, por ser el segmento del sistema educativo más discutido; por esa razón, la propia Presidenta, el 17 de febrero de 2010, presentó un conjunto de medidas que tienen como objetivo incluir a más jóvenes, bajar los índices de repitencia y sobreedad y mejorar los de escolaridad y egreso”.
[4] Fernández de Kirchner, Cristina. Presentación del Plan Nacional de Educación para el quinquenio 2012-2016. 04/02/2013.

(*) Tesis Doctoral en Comunicación de la FPyCS: Ser joven, leer y escribir. Las  representaciones y las prácticas de lectura y escritura de los jóvenes estudiantes en la zona de pasaje de la Escuela Secundaria a la Universidad” (Director: Lic. Marcelo F. Belinche. Co-Directora: Prof. Alejandra Valentino).