Claudio Panella |
La Prensa y el peronismo: una relación conflictiva*
Entre los años 1998 y 2001, los integrantes de la cátedra de Historia Argentina Contemporánea de esta unidad académica llevaron adelante el proyecto de investigación titulado “La Prensa y el peronismo, 1943-1993”. La intención del mismo fue analizar la postura del periódico, uno de los más tradicionales del país, respecto del movimiento político y social creado por Juan D. Perón, ejerciendo éste el gobierno o permaneciendo en la oposición. Se indagó acerca de las razones de una relación por demás conflictiva y que perduró en el tiempo, esto es, medio siglo desde el surgimiento del peronismo hasta la venta del periódico por razones económicas por parte de su propietaria fundadora, la familia Paz.
La meta a lograr consistió en realizar un aporte a la historia de los medios de comunicación y su relación con el poder político en la Argentina. Los resultados de la primera parte de la investigación se han plasmado en una publicación titulada La Prensa y el peronismo. Crítica, conflicto, expropiación, editada por la Facultad de Periodismo y Comunicación Social en 1999 a través de la colección Ediciones de Periodismo y Comunicación. Otro tanto sucederá con la segunda parte.
El diario La Prensa fue fundado por José C. Paz, apareciendo su primer número el 18 de octubre de 1869. Según el propio periódico, la independencia y la libertad constituían “la síntesis exacta” de su espíritu. Ideológicamente defendía la línea Mayo-Caseros, la Constitución de 1853 y el “leal acatamiento a las instituciones republicanas”. Y si bien La Prensa se arrogaba la representatividad del pueblo en su conjunto, a la vez que lo consideraba destinatario de su mensaje, desde su mismo nacimiento se convirtió en una voz seria y confiable del pensamiento liberal conservador.
De un estilo franco y directo, con una contundencia de juicio mayor que La Nación -el otro periódico tradicional que defendía ideas parecidas-, el periódico de la familia Paz supo ganarse un lugar en el público lector. Sus editoriales, “sinceros hasta el cinismo” a decir de Arturo Jauretche, que no pocas veces contenían conceptos arbitrarios o caprichosos, se hicieron famosos y temidos a la vez. La severidad con que La Prensa desmenuzaba los temas de interés y emitía sus opiniones la convirtieron en la preocupación de los gobiernos de turno, aun aquellos a los que el diario, en líneas generales, apoyaba.
Sus lectores y sus influencias periodísticas en el exterior la convirtieron pronto en una institución intocable desde la que se dictaba cátedra a todo el país, teniendo siempre muy en cuenta los deseos, pretensiones, necesidades y temores de la clase de la que se sentía su principal vocera.
Desde su fundación, y hasta el acceso de la Unión Cívica Radical al gobierno de la República, el diario tuvo distintas ópticas para referirse a los sucesivos gobiernos, pero se mostró invariable en dos temas puntuales a saber: una defensa a ultranza del modelo económico liberal, y una cerrada oposición a todo tipo de derecho o reivindicación obrera. A partir de 1916 sus mayores odios se dirigieron hacia Hipólito Yrigoyen, por lo que no debe extrañar su decidido apoyo al golpe de Estado de 1930, contradiciendo con ello la tan mentada defensa de las instituciones republicanas de la que siempre hizo gala el diario.
Durante la década del treinta, La Prensa criticó en varias oportunidades el fraude, aunque se congratuló con distintas medidas de los gobiernos de la época, como el Tratado Roca-Runciman, y el reforzamiento de los lazos políticos y económicos con Gran Bretaña.
El gobierno militar surgido en 1943, que terminó con la denominada Década Infame, presenció la aparición y el ascenso político del entonces coronel Juan D. Perón. Designado Secretario de Trabajo y Previsión, impulsó desde allí una política destinada a promocionar los derechos sociales de la clase obrera, lo cual le deparó el apoyo masivo de dirigentes y trabajadores. Este fue el comienzo de la conformación de un movimiento de tipo nacional-popular que conjugó una política de industrialización auspiciada por el Estado, la nacionalización de empresas de servicios públicos y del comercio exterior, una política exterior autónoma y, sobre todo, una progresiva redistribución de la riqueza.
En otros términos, el peronismo se presentó como la antítesis del modelo de país estructurado en las últimas décadas del siglo XIX, modelo defendido permanentemente por el diario La Prensa. Es que por sus componentes sociales, por los intereses que defendió y combatió y por la forma de ejercer el gobierno, el peronismo provocó una tajante división de la sociedad argentina de la época, despertando por igual amores y odios. Estos últimos fueron reflejados y defendidos permanentemente por La Prensa. En efecto, el diario citado se convirtió en el medio opositor por excelencia, sin darle ninguna tregua al gobierno.
Desde la campaña electoral de 1946 cuando, a decir de Félix Luna, le dedicó el 90 % del espacio dedicado a la misma a relatar la marcha de la Unión Democrática y apenas el 10 % a los candidatos peronistas –y en forma despectiva claro está-, pasando por el Juicio a la Corte Suprema de Justicia, la nacionalización de los servicios públicos, la política industrial, el aumento del poder de la Confederación General del Trabajo o la reforma de la Constitución Nacional, todo fue ácidamente criticado por La Prensa.
No obstante, y sin lugar a dudas, fue el tema de las libertades públicas, en especial la de prensa, donde el periódico encontró las falencias donde atacar con fundamento. El diario denunció permanentemente los atentados del gobierno a la misma, otorgando amplia difusión en sus páginas a las restricciones en la entrega de papel para diarios, a la clausura del periódico socialista La Vanguardia o al accionar de la Comisión Visca, entre otros hechos.
Pero lo que marcó a fuego a La Prensa fue un conflicto gremial que devendría en político de inmediato, y que culminaría con la expropiación del diario por ley del Congreso en abril de 1951, caso único en la historia nacional. En el debate parlamentario que se realizó para ello se observaron dos claras posturas: mientras que el oficialismo peronista argumentó que el diario era una empresa comercial ligada al capital extranjero, y por lo tanto vocera de intereses oligárquicos y antinacionales, la oposición radical entendió que el cierre del periódico era un ataque a la libertad de prensa, una medida de un gobierno autoritario que tenía por objeto acallar una voz opositora.
Es interesante consignar al respecto que de los justicialistas fue John William Cooke quien dio un sólido sustento ideológico a su bancada, lo cual situó su exposición un escalón más arriba en la discusión. Dos fueron las líneas que expuso. Por un lado, entender el conflicto como de tipo "revolucionario", esto es que independientemente de lo que se dictaminase acerca de la empresa propietaria del diario, el peronismo, como fiel representante de las mayorías nacionales y populares, debía seguir en la vereda de enfrente de La Prensa, órgano periodístico antinacional por excelencia. Por otro, al hacer una clara diferenciación entre libertad de empresa y libertad de prensa, Cooke apuntó al núcleo argumental de la oposición. En otras palabras, lo que a su juicio debía defenderse no eran las empresas periodísticas que, como cualquier otro tipo de empresas, sólo tenían por fin la obtención de lucro -como era el caso de La Prensa-, sino el derecho de los ciudadanos a acceder libremente a la información, que casi siempre era distorsionada por aquellas cuando de reivindicaciones nacionales y populares se trataba.
Lo cierto fue que el silenciamiento del diario debe entenderse como una medida autoritaria del gobierno peronista, además de impolítica, sobre todo porque le trajo más problemas que beneficios. Perón no necesitaba cerrar un periódico, por más opositor que este fuera, para obtener consenso popular. De hecho su triunfo electoral de 1946 se había producido con la mayoría de los medios de comunicación en contra, y su nuevo triunfo en 1951 se hubiese producido igualmente editándose La Prensa libremente.
Luego del derrocamiento del segundo gobierno constitucional del general Perón, las autoridades de facto triunfantes procedieron a devolver a La Prensa a sus dueños originarios. El diario reapareció el 3 de febrero de 1956, en sugestiva coincidencia con un nuevo aniversario de la Batalla de Caseros, haciendo explícita su adhesión a la dictadura gobernante autodenominada Revolución Libertadora, sin dejar de ponderar prácticamente todas sus acciones. Sucedía que las heridas dejadas por el conflicto mantenido por éste último y el diario de la familia Paz no habían cicatrizado y nunca lo harían.
El odio de La Prensa hacia el gobierno depuesto fue aún mayor que el de una década atrás. Es que el peronismo era considerado por el diario –y no sólo por este- como el causante de todos los males del país, por lo que debía ser erradicado del mismo. Así, el periódico se ratificó de inmediato como el máximo exponente del más rancio y furibundo antiperonismo.
Si bien durante los años siguientes el diario dirigido por Alberto Gainza Paz no dejó de referirse casi nunca al peronismo y a su jefe exiliado -obviamente en forma por demás negativa-, esta prédica se robusteció en determinadas coyunturas. Así, cuando el regreso frustrado de Perón, en 1964, el diario se congratuló de tal fracaso haciendo hincapié en la supuesta falta de valor personal del “tirano prófugo”; del secuestro y asesinato del ex presidente de facto general Pedro Aramburu, en 1970, lo condenó en términos severos; y de la vuelta definitiva del general Perón, en 1972, señaló sus “efectos perniciosos” para el país.
De las gestiones gubernamentales de los presidentes Héctor Cámpora, Raúl Lastiri, Juan Perón e Isabel Martínez no dijo nada positivo. Es que el tercer gobierno peronista fue para La Prensa una repetición de los dos primeros, y por ende una nueva desgracia soportada por los argentinos. De allí que no extrañó la alegría, sin ningún tipo de disimulo, que le produjo el golpe de Estado de 1976. De la misma manera que en 1930, 1955 y 1966, La Prensa justificó la ruptura institucional, mostrando que su “respeto por las instituciones republicanas” era absolutamente falso.
Luego del estrepitoso fracaso de la última dictadura militar y su legado de represión ilegal, crisis económica y una guerra perdida, los comicios del 30 de octubre de 1983 consagraron presidente de la Nación al candidato de la Unión Cívica Radical Raúl Alfonsín, provocándole al justicialismo la primera derrota electoral de su historia. La alegría de La Prensa fue tal que hasta se atrevió a predicar el fin del movimiento político creado por Juan Perón. Sin embargo, al concluir el gobierno radical, en medio de una crisis hiperinflacionaria inédita, se abrió una nueva etapa con Carlos Menem, peronista de origen, pero dispuesto a dejar de lado rápidamente la doctrina partidaria y a proceder según los tradicionales adversarios y enemigos de ésta.
A partir de su asunción como presidente Menem emprendió una serie de reformas socioeconómicas que significaron un giro de 180° respecto de la orientación del gobierno que casi medio siglo atrás presidiera Juan Perón. Dichas reformas, de carácter neoliberal, eran aquellas por las que siempre había abogado La Prensa, por lo que debe interrogarse acerca de la postura del diario al respecto. Pues sin dejar de lado sus permanentes críticas al peronismo histórico y su fundador, adhirió fervientemente al gobierno de Carlos Menem, siendo sus reformas económicas (apertura comercial, privatizaciones, desregulación económica), su política militar (indultos a los responsables del terrorismo de Estado) y su política exterior (alineamiento con los Estados Unidos) donde más se verificó dicho apoyo. En última instancia, no había sido La Prensa la que había cambiado sino el justicialismo presidido por Carlos Menem.
A modo de conclusión puede decirse que la aparición del peronismo en la década del ’40 tuvo una influencia determinante en la vida del diario La Prensa, uno de los más importantes del país y del mundo de habla hispana. Hasta ese momento el diario de la familia Paz estaba en el pináculo: su influencia en la clase dirigente era considerable, era una empresa periodística próspera y su credibilidad en el público lector, más allá de una prédica que no siempre era coherente en lo referido a la defensa de las instituciones democráticas, se reflejaba en su tirada diaria.
Su conflictiva relación con el gobierno peronista implicó, vista a la distancia, el comienzo de una declinación que por prolongada no dejó de ser evidente. Su expropiación en 1951 fue un duro golpe aunque no definitivo. En efecto, fue su capacidad de influenciar en los gobernantes lo primero que perdió, habida cuenta que los intereses que representaba y defendía el peronismo eran la antítesis de los del diario.
La gran empresa periodística que era a mediados del siglo XX dejó de serlo cuatro décadas después, tanto debido a la competencia de otros medios como a sus deficientes manejos financieros. Y como reflejo de lo expresado se verifica una disminución de los ejemplares vendidos: medio millón en 1950, 300.000 una década después, la mitad de esta cifra en 1975 y apenas 30.000 cuando fue vendida por sus dueños en 1992.
Furiosamente antiperonista, defensora de distintas dictaduras militares, La Prensa entendió muy poco la evolución del país en la segunda mitad del siglo XX. La división de la sociedad que se produjo con la llegada del justicialismo al gobierno se fue diluyendo con el tiempo al compás de la imposibilidad de darle a las instituciones una continuidad democrática, responsabilidad que en gran parte tuvieron quienes estaban en la vereda de enfrente de aquella expresión política, y que contaron a La Prensa como representante incondicional.
Pero el tiempo fue borrando heridas, permitiendo que antiguos adversarios dejasen de serlo, que se lograsen acuerdos de convivencia mínimos y que debido a las negativas consecuencias de las rupturas institucionales se tomase conciencia de que nunca más debían repetirse. El diario de la familia Paz no sólo no se dio por enterado de esto sino que tampoco comprendió que los habitantes –el perfil de los lectores– habían evolucionado considerablemente. A diferencia de su colega La Nación, por ejemplo, La Prensa no supo aggiornarse, lo que no significaba de ninguna manera abdicar de sus ideas sino presentarlas de otra manera.
Bibliografía
BORRAT, Héctor. El periódico, actor político, Gustavo Gilli, Barcelona, 1989.
__________ 100 años contra el país, Sindicato de Luz y Fuerza, Buenos Aires, 1971.
PANELLA, Claudio (comp.). La Prensa y el peronismo. Crítica, conflicto, expropiación, Ediciones de Periodismo y Comunicación, La Plata , 1999.
__________ Por defender la libertad, La Prensa , Buenos Aires, 1957.
SIRVEN, Pablo. Perón y los medios de comunicación (1943-1955), CEAL, Buenos Aires, 1984.
ULANOVSKY, Carlos. Paren las rotativas, Espasa, Buenos Aires, 1997.
Diario La Prensa , años citados.
* El presente trabajo se inscribe en el Proyecto de Investigación “La Prensa y el peronismo (1943-1993)”, dirigido por Fernando Enrique Barba y llevado a cabo entre el 01/05/98 y 31/12/01. Formaron parte del equipo de investigación: Claudio Panella (Codirector), César Arrondo, Vilma Sanz y Marcelo Fonticelli.