María Teresa Bonet |
Los intelectuales y el proyecto político 1973/1976.
Un recorrido desde la sociología histórica.*
Un recorrido desde la sociología histórica.*
Forma de citar | BONET, María Teresa: “Los intelectuales y el proyecto político 1973-1976. Un recorrido desde la sociología histórica”, en Anuario de investigaciones 2011, La Plata, Facultad de Periodismo y Comunicación Social, UNLP, 2012. |
Introducción
Sociología e historia, una propuesta para el análisis de discursos
Se ha definido a la Sociología Histórica como una extensa práctica de investigación acerca de los procesos de cambio social de largo período. Theda Skocpol (1991) la caracteriza como un conjunto de esfuerzos intelectuales interdisciplinares, que ha constituido una importante área de interés de la sociología sin ser un subcampo o una especialidad de esta disciplina. Ramos Torres (1995)[1] la aborda como una relación entre historia y sociología, signada por una recíproca actitud de atracción y rechazo cuya expresión polémica se debe a la escasa reflexión sobre las razones que la originan. Ambos autores señalan que la emergencia hacia los años setenta de una nueva sensibilidad por el análisis sociohistórico, se debe a las posibilidades que se abren para la investigación social a partir de la revisión de la posición epistemológica dominante respecto de las fronteras que dividen los objetos de ambas disciplinas. Para Ariño Villarroya[2] (1995), esa revisión sobre los métodos y sobre el uso de las fuentes durante los años setenta, ha llevado a los intelectuales preocupados por la dimensión histórica del estudio del cambio social, al reconocimiento de la Sociología Histórica durante los años ochenta. Sin embargo, para este autor, la fuerte ascendencia de esta nueva sensibilidad lleva consigo la paradoja de sus dificultades para constituirse en un campo de estatus consagrado dentro de las investigaciones sociológica e histórica aún dominantes.
En síntesis, la Sociología Histórica, plena de dificultades dado el divorcio entre historia y sociología posterior a la Segunda Guerra Mundial, nace como protesta a la ahistoricidad “aséptica” de las teorías de modernización y desarrollo y como un reconocimiento a la profunda renovación que la temporalidad introduce en las investigaciones sobre el cambio social. Ese reconocimiento de lo histórico nace junto a una sociología desarrollista que aún anunciando algo nuevo no pudo despojarse de los cánones científicos decimonónicos (Ramos Torre[3]: 1994). El “eclipse de la historia” en la sociología (Zaret en Ramos: 1994) fue denunciada por Elías como una “estéril retirada del sociólogo del presente” o como una insensata “fuga del pasado”. (Ramos Torres, 1994: 28).
Desde la posición del historiador que se implica con el método sociológico, la sociología histórica no es historia social. Se trata de una hibridación capaz de construir como objeto común “la articulación entre sujeto y estructura o, si se prefiere, entre agencia y estructura (…) como algo que se construye de forma continua en el tiempo” (Ansaldi, Pucciarelli, Villarruel: 1995)[4]. Específicamente, no es igual a Historia Social porque incluye otros conceptos que a pesar de ser inseparables de las construcciones sociales no son, en su totalidad, propiedades de la Sociedad. Por ejemplo dentro del ámbito de intereses de la Sociología Histórica no solo intervienen las clases sociales, las luchas de clases, las relaciones sociales, los movimientos campesinos, el campesinado, etc., sino también el Estado, las dictaduras, las democracias, es decir, lo político.
Antecedentes textuales sobre el período 1973-1976. La Sociología Histórica en la Argentina.
A partir de 1955, la preocupación por la dimensión histórica aún inscripta en la teoría de la modernización, se observa claramente en Gino Germani y en su esfuerzo por convencer a sus contemporáneos de la importancia del presente (el peronismo como fenómeno complejo y novedoso) para el análisis científico de la realidad social[5] [6].
Desde el punto de vista de los historiadores, José Luis Romero guiado por el mundo de las ideas y aún inserto dentro de ese intuicionismo filosófico tan extraño a la ciencia social, se introduce en la filosofía de la historia tomando prestado de la sociología algunos recursos teóricos para la construcción aquello que entiende como historia social.
Respecto del período que nos ocupa, hacia 1973 ante un nuevo triunfo del peronismo Romero escribe “El carisma de Perón” (1973: 105)[7]: "Ganó Perón: éste es el análisis de las elecciones. Ni el Frente ni el Justicialismo, ni el candidato presidencial, ni los gobernadores ni los diputados. Pura y simplemente Perón.” Se pregunta, “¿Qué es Perón?” Deja explícito que saber quién es Perón constituye sólo un dato anecdótico; cree encontrar la respuesta en el carisma: contingencia histórica, individual y “núcleo de su personalidad social.” (Romero. 1983: 105)
Como se ha dicho (Rodríguez 1995: 57), el carisma en los textos de Weber “constituye una categoría de lo histórico”. Weber va desde el reconocimiento del concepto a través de un origen mítico o religioso hasta comprenderlo como una potencia de cambio histórico. Pero ese cambio comienza por el de un grupo humano que se ordena y jerarquiza imponiéndose y generalizándose. Sólo por “la entrega afectiva de sus seguidores”, se puede explicar el paso de lo individual-subjetivo, (en principio extraño, inaudito), a lo general-colectivo….”
Pero Romero, incluso buscando en Weber claves de explicación, queda atrapado en su idea originaria que ubica a Perón, ahora idealizado y engrandecido tras su exilio, como el artífice absolutista de una obra, "en ese caso el carisma cambia de escala y “el que lo detenta” adquiere una influencia social multiplicada."(Romero. 1983: 105)[8]
De ahí que la concepción del carisma en Romero sea romántica en el sentido del genio que emprende misiones sobrehumanas que, en el caso de esta interpretación, han sido emprendidas por un demagogo pero que pudo ser lo contrario. En ambos casos es la heroicidad la que impulsa la acción social.
“¿Por qué Perón?” Aún despejando todas las posibilidades analíticas, su discurso, sus vocablos, su evocación por la cultura popular, sus intenciones, sus posibilidades exteriores para la concreción de una política de reforma social profunda, sólo queda esa afinidad señalada por Weber para el desarrollo de la acción social. Cósmica o irracional, teológica, mítica como un desafío a la racionalidad: "parece evidente que, para rastrear el significado profundo de la decisión de la mitad del electorado a favor de Perón (…) es necesario establecer la significación del Perón simbólico. (…)Perón simboliza una rebelión primaria y sentimental contra el privilegio. Y Eva Perón más que él". (Romero.1983: 107)
Sobre el final de su relato, “la tensión” entre el trasfondo trágico y la resolución romántica nos deja ver un drama que tanto en 1955 como en 1974 cae junto con las dos caídas de Perón. Así, en 1955, la caída de Perón es la oportunidad para el romance de la libertad: “el aprendiz de brujo, el artista modelador de un pueblo que se ofrece, el dictador que planea y ejecuta sobre la base de un poderoso aparato de fuerza, el demagogo que apela a su voz viril y a la voz gutural de Eva Perón y que llega así a la zona de los instintos, un día cayó sin gloria. Nada quedó en poco tiempo de las estructuras corporativas que el dictador creara...” (Romero. 1959: 254)
Y hacia 1973 “con el último peronismo”, las dos fuerzas de un conflicto cuya manifestación definitiva esta vez Perón no contuvo, con pocas palabras en una síntesis de enorme significado, Romero expresa todas las aspiraciones que el retorno del “héroe” representaba para una mayoría a la cual no pertenecía:
"El Verano caliente entre 1972 y 1973 presenció manifestaciones exaltadas y oyó discusiones vehementes en las que adquirieron un significado irrevocable y mesiánico los llamados a la revolución, a la liberación, a la reconstrucción nacional. El verano caliente oyó hablar a unos de Argentina potencia y a otros de socialismo nacional. Oyó hablar de prodigiosas inversiones de capitales extranjeros y de implacables nacionalizaciones. Oyó hablar de comandos tecnológicos y de comandos de organización. Oyó hablar con respeto a viejos franquistas de los regímenes de Chile y de Cuba. Se oyó comparar al conductor con Mao y al largo exilio con la larga marcha. Se oyó decir que nada importaban las contradicciones porque el conductor las resolvería a todas, unas veces con alardes de ingenio y otras mediante actos de poder"..." “el viejo no supo..." ( Romero. 1983:124)
Así, la emergencia de la Sociología Histórica en la Argentina, que sin suda toma a estos intelectuales como precursores junto a Sergio Bagú, puede identificarse en el mismo momento en el que se consolidaba como un campo de interés para las ciencias sociales en Europa y en Estados Unidos. Así como en esos ámbitos, esta nueva identidad interdisciplinaria tuvo su origen de un modo marginal al pensamiento social dominante.
Los intelectuales y el proyecto político 1973- 1976
Podemos situar la producción intelectual de Ricardo Sidicaro dentro de la sociología histórica que se caracteriza por el uso de determinados conceptos para analizar la sociedad argentina, a los que dota de dimensión histórico temporal[9]. Por la forma y la extensión del período que abarca, 1930-2000, también es posible situarlo junto al tercer grupo de sociólogos históricos que Skocpol organiza a partir de la búsqueda y la explicación de regularidades causales, que en este caso se utilizan como categorías de comparación entre las diferentes etapas que este largo período incluye. Así, los estudios de Sidicaro sobre la década del treinta reflexionan sobre la crisis de la capacidad estatal que, desde una perspectiva conceptual weberiana, consiste en “la pérdida o el debilitamiento de las capacidades políticas, burocráticas” para dar funcionamiento a las instituciones responsables de políticas particulares, al sistema legislativo, a la justicia, etc. (Sidicaro, 1999)[10]. Este estado que en un principio deja instalada una administración capaz de intervenir en la regulación económica, carece de autonomía frente a la invasión de los actores económicos predominantes, fundamentalmente los grandes propietarios rurales, en favor de quienes orienta su política económica. Explica este comportamiento apoyándose en la idea del capitalismo aventurero que Weber analiza cuando los capitalistas modernos se adecuan a las políticas erráticas de un estado poco previsible debido a su debilitamiento, ineficacia e irracionalidad burocráticas.
A través de su perspectiva conceptual, identifica a la experiencia peronista entre 1973 - 1976 como una confusión entre las instituciones estatales y la Sociedad debido al acceso de las representaciones corporativas a lugares centrales del gobierno (Sidicaro:36). En efecto, la política de concertación que implementó el gobierno peronista en función de mejorar la gobernabilidad, incluyó la incorporación dentro de los ámbitos de gestión pública a representantes de corporaciones contrapuestas en sus intereses. Esa acción debilitó la capacidad del gobierno para encontrar acuerdos que posibilitaran una mediación ecuánime superando las contradicciones entre las políticas económicas, cuyas consecuencias concluyeron en el desborde del proceso inflacionario posterior. Por otro lado enfatiza la pérdida estatal de la legitimidad para detentar con éxito el monopolio de la coerción interpelada por organizaciones parapoliciales dirigidas por “instancias gubernamentales”, fuera de las leyes y contra la oposición sindical.
El autor desarrolla estas hipótesis en un texto posterior en el que el relato de los acontecimientos sustenta el uso de los conceptos ya mencionados. Nos referimos a Los Tres Peronismos, libro en el que en una introducción al segundo gobierno peronista vuelve a exponer sus ideas centrales ahora sostenidas por la conexión narrativa de la acción de sujetos significativos. La identificación de Ramos Torre entre Sociología e Historia por el uso ineludible de un discurso que dé sentido a determinada experiencia temporal, nos permite descubrir un relato que aún poniendo la preeminencia en el recurso analítico no puede abandonar la explicación a través de la descripción narrativa.
Así, Sidicaro comienza con el triunfo de Cámpora en mayo de 1973 y su renuncia en junio de ese mismo año, para dar lugar a una nueva elección en septiembre en la que la fórmula Perón- Perón gana por el 61,85% de los votos. Refiriéndose a una definición amplia de los objetivos de gobierno, explica la coexistencia de sectores diversos con metas poco precisas que desde el interior de la sociedad simpatizaron con el triunfo de Perón. Una vez establecido este gobierno, esa amplitud de adhesiones dejó de favorecerlo; la lucha entablada entre los jefes sindicales que aspiraban a diversas posiciones y cargos políticos, la renuncia de Cámpora así como las de gobernadores de provincias y el enfrentamiento armado entre las facciones de su propio movimiento, debilitaron las capacidades estatales.
El núcleo de su interpretación consiste en que la corporativización de los aparatos estatales a través del acceso de José Gelbard al Ministerio de Economía y a la dirigencia de la Confederación General Económica así como el de Ricardo Otero al Ministerio de Trabajo, provocaron una “sobrecarga en el sistema estatal” (Sidicaro: 2002: 113). Esa corporativización en tanto sobrecarga, impidió la concreción de medidas de gobierno capaces de conciliar necesidades contrapuestas contribuyendo con el desenlace de la crisis política y económica.
Sostiene esta primera conclusión con la descripción de la forma con la que el sindicalismo alcanza mayor poder de interpelación una vez producida la renuncia de Gelbard en octubre 1974, entonces contra las medidas recesivas del ministro Celestino Rodrigo. De este modo, la ola de protestas empresariales y de sectores políticos del peronismo contra Isabel Perón, contribuyeron con el auge del sindicalismo en las decisiones estatales y ese auge con la demostración de la ausencia de proyectos políticos más reales que la puja por los espacios de poder: “en realidad el auge del sindicalismo fue el signo del aislamiento político del gobierno” ( Sidicaro: 2002: 114).
El relato: “el gobierno peronista y los actores económicos predominantes”.
Con la exposición del mensaje de Cámpora ante el Congreso de la Nación, el autor destaca la singularidad de un programa de gobierno en el que la política económica era indisociable de la política social. Esta identificación se observa antes en los mensajes presidenciales que en el Plan Trienal al que meses más tarde comenzarían a redactar técnicos de formación cepalina[11] convocados desde el estado[12]. Efectivamente el Plan enfatizaba la vigencia de la justicia social a través de la participación gradual ascendente de los asalariados en la distribución del ingreso y proponía entre sus objetivos principales “la modificación de las estructuras productiva y distributiva” para la erradicación de la marginalidad social (Plan Trienal: 13, 14,15).
Cámpora al expresar su proyecto de gobierno en ese mensaje que Sidicaro (2002: 115, 116) cita in extenso y casi textualmente, se refería a la impavidez de un Estado que asistió por años a la destrucción del desarrollo industrial autónomo por la competencia de los grandes monopolios, así como al control del capital argentino por las compañías extranjeras y de su sistema financiero por el interés externo. Se refería también al consecuente avance de la deuda externa junto al de la concentración de la riqueza y la disminución de la participación de los asalariados en el ingreso nacional. Una vez más la justicia social y la independencia económica serían las bases fundamentales del proyecto del gobierno peronista.
Al mencionar el Acuerdo Social suscripto por la C.G.T y la C.G.E y realizado poco después de ese mensaje, Sidicaro expone los objetivos que ambas corporaciones se comprometían a cumplir en tanto políticas social y económica. Las pautas consistían en el logro de un sistema de política salarial que destinara todas las medidas a una justa distribución del ingreso, en la eliminación de la marginalidad social, la desocupación, el subempleo, la inflación y la fuga de capitales. Con este modo de unir el discurso de Cámpora y las pautas del Acuerdo Social, Sidicaro interpreta la presencia de un peronismo más “beligerante” respecto a los propietarios de la tierra y al capital extranjero y por lo tanto más crítico del sistema mundial capitalista que el de los anteriores años peronistas ( 2002: 116).
El mismo Perón es citado por el autor al exponer el proyecto de su gobierno comprometido con una política agraria tendiente a aumentar la producción y los saldos exportables y su vinculación con la transferencia hacia otros sectores de la economía, el estímulo al capital industrial nacional y al incremento salarial así como las limitaciones al capital transnacional. En esta ocasión, el autor cita fragmentos de un discurso de Perón en la C.G.T en el que pronunciaba el final “del demoliberalismo - capitalista, hoy totalmente superado por la evolución” (2002: 117)[13].
A partir de aquí el texto se orienta al tema principal, el vínculo oscilante, conflictivo y beligerante entre el gobierno peronista y las corporaciones, asociado a la debilidad de las capacidades estatales. En los Mensajes de octubre a diciembre de 1973, Perón hizo explícita su decisión de recuperar poco a poco el equilibrio entre las demandas reclamadas por los sindicatos y los empresarios. Se refería a un 50 por ciento del producto bruto para cada una de las partes y convocaba a la unidad de los argentinos a través de un acuerdo que suponía igual a un convenio colectivo de trabajo, aunque reconocía imperfecto porque lo ideal hubiera sido “darle a cada uno lo que le corresponde”. (2002: 118). De este modo Perón recibía en un principio el apoyo de los empresarios y alcanzaba la seguridad de contar con ese respaldo para su gestión, al mismo tiempo que debilitaba la capacidad de negociación política de los sindicatos. Tomando a Juan Carlos Torre, Sidicaro sostiene que la postergación por dos años de los convenios paritarios dejaba a los sindicatos sin su elemento fundamental de poder sobre el control económico mientras que, de modo asimétrico, los empresarios contaban aún con el poder de decisión sobre las inversiones, la producción y otras variables económicas.
Pasó poco tiempo antes de que Perón fuera consciente de que la política de concertación que pretendía llevar adelante diseñada con un lugar estratégico para los sindicatos y una incorporación más presente de los empresarios en un futuro, no contaba con la eficiencia de las capacidades estatales de los inicios de su primera presidencia. Se trataba de un estado en crisis y que tal como lo expresara en uno de sus últimos discursos tomado por la mayoría de los autores, con esa debilidad estatal ni él mismo “podía ser ya Perón” (2002: 121).
Antes de ese discurso, el Acta de Compromiso Social de marzo de 1974 pretendió ratificar el Acuerdo Social[14] en medio de un clima conflictivo entre el Ministerio de Economía y el de Trabajo, cuyos enfrentamientos hacían notoria la progresiva fragmentación institucional y la evidencia de que el estado cedía cada vez más en favor de los intereses de las corporaciones.
A pesar de que la CGT y las 62 organizaciones actuaron reclamando un lugar protagónico en la toma de decisiones, su postergación durante el gobierno de Perón fue interpretada como una estrategia propia de un proceso de conciliación a largo plazo que exigía para su alcance la suspensión de las demandas de los trabajadores en el presente.
Después de Perón, la crisis de gobernabilidad instalada antes de su muerte se incrementó con el gobierno de su sucesora. Las protestas sociales contra el Acuerdo Social, el entorno político de Isabel y las fracciones de C.G.E., son los factores que Sidicaro destaca como condicionantes de la caída de Gelbard. Mientras duró su conducción, las diferencias hacia el interior del sector empresario se postergaron para estallar en conflictos hacia 1975. La Unión Industrial que en 1974 se había unido a la Confederación Económica, nunca dejó de representar a empresas nacionales y transnacionales resentidas por algunas medidas restrictivas del peronismo tales como el incremento salarial y el control de los precios máximos. Por otro lado, los empresarios del interior desconocían la representación de la Confederación General Económica y expresaban su descontento por la falta de medidas de protección para sus intereses.
Pero el mayor énfasis de las controversias con el proyecto del gobierno consiste en este relato, en el embate de la Sociedad Rural. Las medidas expresadas en un anteproyecto de Ley y también en el Plan Trienal presentado por Gelbard ante la Legislatura, irritaron al sector rural porque si bien estimulaban la modernización de la explotación de la tierra con el fin de aumentar los saldos exportables, fijaban un impuesto a su improductividad y aseguraban la retención estatal de las exportaciones así como las limitaciones crediticias para este actor. La función social de la propiedad de la tierra, declamada por Perón, era interpretada por los redactores del Plan Trienal como el impuesto a la renta potencial de la tierra y la defensa de los arrendatarios frente a las amenazas de desalojo. Fundamentalmente el Plan proponía “el acceso a los medios de producción por parte de los auténticos productores agropecuarios” (Plan Trienal: 111) y destacaba la intervención del estado en la comercialización de los productos de agro así como en la fijación de precios para los alimentos en el mercado interno.
Fundamentalmente, aunque durante el período no se registraron aumentos en los saldos exportables debido a la crisis mundial de 1973, los precios de los cereales tuvieron una cotización alta y esa ganancia adquirida en la comercialización fue retenida por el estado, razón por la cual “el gran empresariado rural se convirtió en el principal sector propietario de la oposición.” (Sidicaro, 2002: 125).
Donde más clara aparecía la concepción de la “función social” de la propiedad era en el anteproyecto de la Ley agraria que, piedra de la discordia de la Sociedad Rural, limitaba el derecho a la propiedad rural considerada por el Plan como un obstáculo al desarrollo socio económico. A través de ella el estado demostraba su capacidad incluso para la expropiación de las superficies ociosas. La Sociedad Rural temerosa de una reforma agraria, manifestó su protesta aduciendo que “una vez que se ataca el principio de propiedad, cualquiera puede ser víctima de despojo, sea productor grande, mediano o pequeño” (Anales de la S.R, 1974, en Sidicaro, 2002: 127) El conflicto se manifestó más agudamente después del período de Gelbard y significativamente cuando el Estado aún desechando las medidas más radicales y amenazantes para la propiedad rural, continuó sosteniendo los impuestos a las importaciones. A partir de 1975, el ataque rural al gobierno giró en torno de la política salarial y de la importancia que los Sindicatos adquirieron dentro del estado en la segunda mitad del año 1974. Consecuente con su posición ideológica liberal en materia económica, ese era el factor que para la entidad rural impedía la solución de los problemas económicos y conducía a la hiperinflación. La agrupación de las entidades agrarias, S. R., C.R.A. y CONINAGRO, condujo una ola de protestas que, “de carácter abiertamente golpista”, devinieron en una huelga de ganaderos dirigida por la C.R.A, la C.A.R.B.A.P y la Federación Agraria y en paros agropecuarios sucesivos a los que creyendo el momento oportuno se sumó la S. R.
Finalmente, el autor deja explícito que no se trata de un trabajo acerca de los conflictos entre los trabajadores y el sector empresarial pero menciona la ley de Asociaciones Profesionales y la de Contrato de Trabajo, como dos grandes logros del sindicalismo en esos años. Con la primera, los dirigentes sindicales neutralizaron la acción de los sindicatos más radicalizados en sus posiciones respeto del modo de cuestionar o acordar con las medidas del gobierno y obtuvieron la prolongación de sus cargos así como la ampliación de sus fueros sindicales avalados por el Ministerio de Trabajo. La ley de Contrato de Trabajo de septiembre 1974 aunque imprecisa, contemplaba algunas medidas como la ampliación de las vacaciones pagas, las licencias por maternidad y las indemnizaciones por despido. Al mencionar estos logros del sindicalismo frente al sector empresarial, el autor introduce el conflicto con el sector más protagónico respecto de la oposición al gobierno y factor fundamental para el desenlace de los hechos hacia el golpe militar de 1976: el gran empresariado.
El protagonismo del sindicalismo durante un gobierno de Isabel debilitado en sus apoyos políticos, el retroceso que infligió la movilización sindical al plan de ajuste de Celestino Rodrigo, fueron la evidencia para la CGE de que en este contexto la presión gremial al gobierno era la más fuerte. De ese modo, las declaraciones de la CGT y de las 62 Organizaciones interpretadas por las entidades patronales como tercermundistas, fueron la coartada para el crecimiento en los niveles de organización del empresariado con la creación de la Asamblea Permanente de Entidades Gremiales.[15] La S.R.A. y la C.R.A adhirieron al proyecto antigubernamental y golpista de la Asamblea que invitaba a las fuerzas armadas a juzgar la fuerza alcanzada por el sindicalismo peronista como una amenaza a la propiedad y a la empresa privada así como a los “recursos morales y materiales del país”.
La Asamblea sumó el apoyo de “1200 instituciones empresarias representativas del agro, comercio, industria y servicios” a partir del llamado a las huelgas patronales ya en 1976. La Bolsa de Comercio que en un principio se pronunció a favor del desenlace democrático, finalmente definió su apoyo al régimen autoritario. Para esta entidad, “…la vía autoritaria debía servir para transformar la estructura y la dinámica de la economía argentina. La combinación entre el control represivo de los conflictos sociales y la plena libertad de mercado era vista como un nuevo, y óptimo, estilo de desarrollo que permitiría superar la mayoría de los problemas que habían surgido del dirigismo económico y la demagogia política” ( 2002: 142)
Un relato diferente: el retorno
En los trabajos de Liliana De Riz Retorno y derrumbe: el último gobierno peronista y La política en suspenso 1966/1976, la descripción narrativa en un discurso más histórico que sociológico es la que da significación a las expectativas, las estrategias políticas y los conflictos entre diferentes actores que conformaban el conglomerado peronista[16]. “La derecha”, “la izquierda”, “los leales”, “los traidores”, “los infiltrados”, “la burocracia sindical”, son los grandes protagonistas de este discurso (2000: 127).
Hay un primer relato que comienza con el protagonismo de dos generales, Perón y Lanusse, a los que la autora presenta batiéndose en un duelo de estrategias políticas por la disputa de un liderazgo. En ese duelo Perón, consciente de las aspiraciones de Lanusse y también de su debilidad, enviaba a las Fuerzas Armadas un documento en el que proponía acordar la transición sobre la base del levantamiento del estado de sitio, la liberación de todos los presos políticos y sindicales y un programa económico concertado por la C.G.T. y la C. G. E. Perón sabía que este último punto sería aceptado por los militares pero que no ocurriría lo mismo con el segundo.[17] Durante los meses previos a “la vuelta”, Lanusse especulaba con el efectivo regreso de Perón y con la amenaza de su enfermedad. Son conocidas sus palabras ante sus camaradas al manifestar como parte de ese velado duelo, que a Perón no “le daba el cuero” para venir. De Riz se pregunta si esas palabras expresadas por Lanusse desatando la polarización entre peronistas y antiperonistas, no respondían a su convicción de que Perón gravemente enfermo no podría regresar al país o si el telegrama con el cual el anciano caudillo comunicaba acerca de su enfermedad terminal, no se trataba de una trampa argüida por el propio Perón (2000: 109). De todos modos, en esta interpretación, Lanusse aceptó el regreso de Perón como una realidad en la que creyó ganar obligándolo a definirse con la desmitificación de la ambigüedad de una imagen construida en la distancia impuesta por su exilio. La fuerza alcanzada por el peronismo y su transformación durante los años de su proscripción, presentaba a los militares un dilema. No podían oponerse a todo el peronismo, de modo que el regreso de “Perón significaba un problema pero también una solución” ( 2000: 110).
En ese documento como parte de un programa conjunto con la CGT y la CGE, Perón expresó demandas que fueron aceptadas por Lanusse y que alarmaron a la Unión Industrial, a la Sociedad Rural, a la Cámara de Comercio y a la Bolsa de Valores. Demandas tales como créditos accesibles para los sectores populares, la prohibición de la venta de empresas argentinas a capitalistas extranjeros, la reanudación de los convenios colectivos de trabajo, el aumento de salarios” (2000: 111), recibieron la réplica de estas entidades que vaticinaban el desenlace inflacionario de un programa al que consideraban estatista. Este debilitamiento de Lanusse fue agravado por la campaña desatada por Primera Plana en contra del poder militar presentando al peronismo como un “movimiento de liberación nacional”. Y también por una opinión pública cada vez más adversa al régimen sobre todo en el momento de la masacre de Trelew luego de la fuga de la cárcel de Rawson de varios jefes de la guerrilla entre los que se encontraba Roberto Santucho.
Apelando a la fuerza de los votos como única fuerza del movimiento, Perón desconcertaba a la Juventud Peronista “que se definía como la vanguardia revolucionaria en la lucha popular por su vuelta” y que podía ver en ese acto un retroceso de su líder dada la situación de coyuntura política. No pensaban en principios que podrían moderar sus ambiciones sino en la posibilidad de alteración de alguna de las reglas del juego sólo en pos una “sociedad más justa”. Pero ahora sí fue Perón el que desafió a Lanusse con la inclusión en su programa de la amnistía para los guerrilleros presos y otras condiciones para las elecciones que el gobierno no podía aceptar, sobre todo porque no podía ser Perón el que impusiera las condiciones del acuerdo pero tampoco podían arriesgarse al fracaso político del plan. El dilema continuaba.
En esta primera parte del relato, Perón gana el duelo político y regresa al país el “Día de Júbilo Nacional”, en son de paz. En esos días se dedicó a sellar acuerdos con Balbín, algunos partidos políticos, la C.G.T y la C.G.E., convirtiéndose en el “artífice del acuerdo nacional”. En ese primer viaje después de su exilio, Perón no mencionó a su candidato para las elecciones en las que el peronismo se presentaría liderando un frente entre varios partidos, el Frente Justicialista de Liberación Nacional. Lo comunicó una vez instalado en Madrid. La autora se pregunta “¿Por qué Campora?” y da cuenta entonces de los vínculos del candidato con la juventud militante y sobre todo de su “lealtad y verticalidad a Perón”. Esa elección despertó críticas entre los peronistas más ortodoxos y en el sindicalismo que prefería al propio Perón así como júbilo en la Juventud Peronista esperanzada en un lugar de privilegio; ya Juan Abal Medina era designado secretario general del movimiento justicialista.
La candidatura de Cámpora fue otro de los desafíos que Perón le ganó a Lanusse: si no era Cámpora, Juan Licastro o Rodolfo Galimberti hubieran sido mucho más irritativos. Perón pensaba que los jóvenes serían más dúctiles que los dirigentes sindicales y sabía que Lanusse tendría que ignorar las supuestas irregularidades que le imputaban a su candidato. De Riz menciona por primera vez un error estratégico que ocasionaría trágicas consecuencias. En más de una oportunidad la autora hace referencia a la negación, desconocimiento o subestimación de Perón acerca de la transformación y la convicción hacia la acción revolucionaria que había adquirido la izquierda peronista y no peronista durante su exilio.
La dificultad que le esperaba a Perón para lograr la gobernabilidad política fue el “consuelo” que encontró Lanusse frente a su “amarga derrota”, “si Perón fracasaba en esa empresa, habría que preparar, sobre las ruinas de su liderzazo, un nuevo retorno de los militares al poder” ( 2000: 123).
Cámpora gana las elecciones y el peronismo se impone al radicalismo por más de un 28% de los votos: “a lo largo de dieciocho años, el país de había transformado y el peronismo había sobrevivido, él mismo transformándose” (2000: 123).
En su discurso ante el Congreso, el nuevo presidente enfatizó la preeminencia de la paz pero al mismo tiempo aludió a la pertenencia de la “juventud maravillosa” de un triunfo por el que había dado todo así como a su coraje en la lucha por sus ideales. Cámpora dejaba en claro que la sangre derramada no sería negociada y a pesar de su consejo de “volver a sus casas” la juventud unida a una multitud, se aglutinó en Devoto exigiendo la libertad de sus presos. El indulto, primera Ley sancionada por el Congreso y firmada por el presidente, fue el acto seguido a la masiva movilización bajo la consigna “el Tío presidente, libertad a los combatientes”.
El combate por el verdadero peronismo, el derrumbe
Dentro del conglomerado peronista, ¿quiénes habían vencido en marzo de 1973? La pregunta que plantea De Riz debe encontrar su respuesta en la definición que la ambigüedad de Perón permitió eludir durante más de 20 años. ¿Populismo?, ¿revolución socialista?, ¿laborismo?
En la idea de un populismo en tanto movimiento encolumnado por su jefe sobre la base de la verticalidad, la autora encuentra su definición. Populismo es también la capacidad de interpelación de las clases subalternas al desvío de las políticas socio-económicas estatales de intervención en favor de los sectores populares, que no reniegan por eso de su adhesión a un líder carismático. Pero siguiendo con el relato, luego de su exilio “el jefe”, convertido ahora en doble encarnación de la “patria socialista” y de la “patria peronista”, debía resolver quiénes serían sus herederos a la hora de gobernar. De ahí en más, los militantes combatientes y la ortodoxia peronista pondrían en primera escena la lucha por “el verdadero peronismo”. Este es fondo de la trama del relato. Una vez saldado el escollo narrativo e histórico del conflicto Perón- Lanusse, el gobierno peronista y el discurso narrativo deben resolver la tensión que signó el enfrentamiento pleno de acontecimientos significativos entre la derecha y la izquierda. La imagen de una juventud protagonista de la victoria, recibió el apoyo romántico de la opinión pública por su gesta heroica. Pero también la contracara de esa imagen, “terrorista y sanguinaria”, por la opinión de la derecha.
Cámpora con la integración de su gabinete intentó conciliar las posiciones contrapuestas entre una juventud esperanzada y una ortodoxia poco satisfecha con su elección. Así, Esteban Righi y Juan Puig representantes de la izquierda peronista, ocuparon los Ministerios del Interior y de Relaciones Exteriores. Gerlbard el de Economía, Jorge Taiana el de Educación y Adolfo Benítez el de Justicia, todos ellos representantes del peronismo histórico. Ricardo Otero ocupó el de Trabajo y José López Rega el de Bienestar Social, mientras Rodolfo Puigrós fue designado interventor de la Universidad de Buenos Aires.
Comienza entonces el desenlace de los conflictos. Montoneros, había declarado una tregua mientras la juventud liderando multitudes comenzó con la ocupación de los lugares de trabajo y de estudio, debilitando aún más la gobernabilidad. La opinión pública se mostraba confusa y el plan de Perón acerca de un acuerdo parlamentario con el radicalismo y de una concertación entre la CGT y los empresarios, recibía el cuestionamiento activo de los sectores que él había incitado a la luchar durante los años de su exilio; ¿Cómo conducir a la paz lo que se había conseguido con una violencia que respondía a otra mayor?, ¿Cómo moderar las demandas de trabajadores que venían sufriendo una larga postergación en la participación del ingreso, a través de una concertación con los empresarios?, ¿Cómo convertir a una mayoría formada en la oposición, en gobierno? Estas son las preguntas que articulan el relato siguiente de los hechos. De aquí en más el Pacto Social firmado por la CGE y la CGT, conformará mucho más a unos empresarios más libres para su injerencia en materia de producción y de inversiones y más satisfechos por la compensación que los límites al incremento salarial imponían frente al control de los precios máximos y por la confianza en que el gobierno podría controlar la inflación heredada del período militar[18]. En ese pacto firmado en mayo se estipulaba un aumento salarial del 20% pero también la suspensión de los convenios colectivos de trabajo. Este compromiso no respetaba las aspiraciones del sindicalismo mucho menos beneficiado por el acuerdo que el otro sector de la concertación. Perón recurrió entonces al apoyo de José Ignacio Rucci para imponer su decisión.
En realidad, la política de concertación planeada por Perón incluía otras reformas más estructurales tales como “la nacionalización de los depósitos cambiarios, una nueva ley de inversiones extranjeras y una ley agraria”; la inflación y la crisis mundial de 1973 pusieron en primer lugar la política de precios y salarios, de modo que las medidas coyunturales eclipsaron las posibilidades de realización de un proyecto de largo plazo.
La izquierda peronista decidió aceptar estas medidas como una transición necesaria pero el ERP que nunca aceptó la tregua, continuó con la acción armada seguro de que ese gobierno no conduciría a ninguna liberación nacional. De algún modo, la Juventud Peronista mostró su disconformidad en un acto en el que manifestó dejar afuera de quienes eran sus “compañeros” al actual presidente.
La renuncia de Cámpora fue el acontecimiento previo a la tragedia de Ezeiza. Antes de que Perón aterrizara la Juventud que había llegado clamando por la “patria socialista”, se retiraba en silencio luego de soportar la agresión armada. Perón llamó a la paz y a la conciliación, “somos todos justicialistas” proclamó e insistiendo en que no es gritando “la vida por Perón” como se hace patria y que “la revolución debe ser hecha en paz”, obtuvo el beneplácito del radicalismo y de otros partidos que entendían que Perón había venido para poner en orden al justicialismo o para liberarlo de los “falsos peronistas”, y al país en estabilidad institucional.
El período de movilización de Cámpora había terminado y Perón comenzó su acercamiento a las Fuerzas Armadas. Ante el joven General Carcagno que, designado comandante en jefe por Cámpora había retirado a ocho generales antiperonistas vinculados con los grupos económicos, Perón se decidió por el apolítico Anaya. También reivindicó a la ortodoxia sindicalista inhibiendo las posibilidades de democracia interna a través de una ley de Asociaciones Profesionales que extendía los mandatos a cuatro años y facultaba a la CGT para intervenir en sus seccionales regionales y federaciones. Rucci, expresaba en esa oportunidad, “se acabó la joda” (…) “se acabó el gobierno actual”. Montoneros y la FAR saludaban al nuevo gobierno argumentando que Perón terminaría con el avance gorila e imperialista mientras la Juventud Peronista y la Tendencia lanzaban la candidatura de Cámpora a la vicepresidencia.
Luego del triunfo de la fórmula Perón-Perón en octubre de 1973, el asesinato de Rucci después de iniciar una campaña “contra los infiltrados en el peronismo”, presentaba los obstáculos con los que debía enfrentarse el nuevo presidente. “Gobernar no es mandar”, dijo en esa ocasión, “mandar es obligar. Gobernar es persuadir”; persuadir significaba lograr que todos los argentinos “patearan para el mismo arco”. Se pregunta la autora: ¿un nuevo Perón?, ¿un falso Perón, como habría de terminar reconociéndolo amargamente la Juventud Peronista? O simplemente, ¿Perón de nuevo?” (2000: 145).
El gabinete volvió a modificarse así como todos los equipos de gobiernos vinculados a la izquierda peronista. Llegó el primero de mayo y el reclamo de la juventud tomaba el tono de esa pregunta silenciada con la marca presente todavía de aquella descalificación a los “imberbes”: “¿qué pasa General, que está lleno de gorilas el gobierno popular?”.
Ese mismo día Perón presentaba ante el Congreso el Modelo Argentino, allí volvía a apelar a la democracia plena de justicia social basada en los acuerdos sectoriales. Pero, ¿cómo concertar en condiciones tan asimétricas? Volviendo a la autora, no había percibido la autenticidad de la transformación de los propios actores de su retorno.
Sin embargo es motivo de un interrogante la política de inserción internacional que el Plan Trienal separado de ese modelo propició a partir de un acercamiento económico con los países socialistas, Cuba, Rumania, Checoslovaquia, China Popular, Corea del Norte y Polonia. También es cierto que mientras Perón estuvo en el gobierno la concertación medianamente se logró al suplir el incumplimiento salarial de los empresarios con las reservas que el estado obtenía a través del aumento en los precios exportables y que retenía para tal fin. La crisis del petróleo en 1973 trasladó esa elevación de los precios al mercado interno y terminó con su capacidad para equilibrar beneficios y pérdidas entre ambas partes. No obstante Perón convocó a una paritaria, anunció un aumento del 13% de los salarios y limitó a los empresarios a elevar los precios de acuerdo con los montos del Ministerio de Economía. Los empresarios desconformes con los precios fijados por el Ministerio, desconocieron el acuerdo y las bases sindicales presionaron a la CGT. Llegó así su más amargo discurso en junio de 1974, “sin el apoyo masivo de los que me eligieron y la complacencia de los que no lo hicieron pero evidenciaron una gran comprensión y sentido de la responsabilidad, no sólo no deseo seguir gobernando sino que soy partidario de los que puedan hacerlo mejor” (2000: 156). En julio de 1974 falleció y con su muerte renació la pelea por sus herederos. “Si vivo ausente muerto presente”, inspiró, como con Evita, la consigna de Montoneros y su creciente movilización: “Perón o Muerte”.
De aquí en más la violencia en tiempos de Isabel, su amparo cercado en torno del sindicalismo más ortodoxo, su imposibilidad de comprender “lo político”, mucho menos la ética política y el porqué de los hechos que la habían llevado a ese lugar de gobierno. La acción palaciega de un oscuro López Rega acorralado a la vez por ese mismo sindicalismo que cerró filas en torno de la presidenta, la acción terrorista de la Alianza Anticomunista Argentina, la resistente retirada de Gelbard, la llegada de Gómez Morales, de Celestino Rodrigo y el resistido Plan de ajuste junto al retorno del gran capital, son el desenlace final, el “derrumbe”. Con el derrumbe, la reiterada aparición en escena de la fuerza que siempre estuvo al acecho y que ahora era llamada por el mismo gobierno al que desplazó del poder. Con el derrumbe, la autora concluye: una vez más “los militares que tomaron el poder en 1976 se dispusieron (…) a aniquilar - bajo de imperio del terror- la Argentina peronista” (2000: 188).
El sindicalismo como actor principal
El Gigante invertebrado[19], trabajo sobre la gravitación de los sindicatos en la breve experiencia peronista de 1973, fue escrito por Juan Carlos Torre entre 1978 y 1979 y publicado bajo otras formas en 1983. Este sociólogo e historiador argentino, pone la preeminencia en un relato descriptivo sin abandonar o dispersar dentro de la variedad de acontecimientos, la centralidad que en su discurso no es el concepto de clase obrera sino la acción del sindicalismo como actor principal. En este modo de tramar su tema, no hay regularidades causales como constantes históricas ni grandes teorías para explicar la experiencia peronista, sino una la relación entre los acontecimientos con la que el autor explica los dilemas o conflictos que el comportamiento del sindicalismo afronta al pasar de la práctica de la oposición a la de integración en el gobierno de 1973.
El relato comienza con la relación entre los sindicatos y el gobierno peronista entre mayo y septiembre de 1973. El regreso de Perón significó una vez más el fracaso del plan de Lanusse para encontrar una salida consensuada que legitimara la continuidad del régimen impuesto desde 1966. Como en otros, en este relato “la titánica" tarea de lograr el orden institucional que le esperaba a Perón, fue el consuelo de los militares derrotados que así especularon con su futuro fracaso.
En principio, dentro de los planes de Perón, el orden parlamentario llegaría con el acuerdo de las dos fuerzas políticas mayoritarias y el social por el pacto entre sindicatos y empresarios. Torre se pregunta si esa ductilidad actuada por Perón para normalizar la intransigencia que había alentado en el pasado reciente, podría ser también actuada por el movimiento en su conjunto. Sobre todo, “un movimiento que se había desarrollado en los últimos años como fuerza de contestación y que escasamente se sentía comprometido con la suerte de un sistema institucional en el que su participación estuvo casi siempre retaceada”. ¿“Cómo imponer, pues, la necesidad de las coincidencias políticas a quienes las reiteradas proscripciones habían formado en la conciencia aguda de las diferencias?”. Estas reflexiones son afirmaciones e interrogantes con los que el autor (2004: 25) desarrolla el dilema que se le planteaba al sindicalismo en este período. Una dirigencia sindical llamada a apoyar el Pacto Social con un empresariado más cohesionado a la hora de demandar mayores libertades a un gobierno que basaba su política de conciliación en ese apoyo fundamental. Una militancia sindical formada en la lucha que no aceptaría las condiciones desiguales del acuerdo y que estaba dispuesta a seguir luchando por las reivindicaciones largamente esperadas y sobre todo por su efectiva participación en un gobierno al que había contribuido significativamente a consolidar. Una dirigencia sin consenso hacia el interior del sindicalismo y sin poder frente a la asimetría del pacto social. Este dilema es clave de interpretación de todo el discurso de Torre.
En definitiva, con el llamado a la conciliación Perón atraía más a sus adversarios políticos que a sus seguidores y los líderes sindicales, ahora con Perón en el gobierno y después de 18 años de lucha, veían un futuro incierto al comprobar que ya no eran los “únicos ni exclusivos sectores de participación” como lo habían sido a partir de 1945 (Senén González en Torre: 27).
Esa exclusividad volvería a ser alcanzada a poco andar cuando Perón rompiera las relaciones con la juventud radicalizada. Al principio el espacio brindado a los jóvenes con la postergación de algunos lugares para los dirigentes sindicales, respondió a la estrategia de Perón de contar con una mayor docilidad en los nuevos dirigentes y a la desconfianza que la acción burocrática de los dirigentes sindicales había despertado en los años de su ausencia. Torre no sólo menciona el error trágico que supuso el desconocimiento de la fuerza juvenil, sino también el desconocimiento de “la voz y fuerza propias” que habían alcanzado nuevos dirigentes sindicales en la vida política argentina de los últimos años. Fuera de la escena política, Perón había necesitado con urgencia la representación de los nuevos líderes sindicales y éstos de una bases tan politizadas que pudieran, llegado el momento y ante la disyuntiva, “cerrar filas en torno de su jefe aún ausente.” “De un lado y del otro existían, no obstante, presiones que convulsionaban con frecuencia las relaciones entre Perón y los sindicalistas peronistas” (2004: 29).
Ya en marzo de 1973, las declaraciones del Ministro Otero anunciando un aumento salarial que alcanzaría al 100%, debieron moderarse cuando Perón arbitrando el Pacto Social, y consciente de la inflación heredada, impuso el programa elaborado por Gelbard que contemplaba sólo el 20% del alza para los salarios, muy por debajo de las expectativas de los trabajadores. La presión gremial fue la lógica consecuencia aunque en este relato la figura de Rucci aparece más difusa que en los textos anteriores. Parece advertirse en las palabras poco precisas del dirigente de la CGT, el dilema del que queda presa la dirigencia sindical consciente de las escasas posibilidades de aceptación del acuerdo por parte de los trabajadores. Y por otra parte, consciente de la necesidad de apoyar las decisiones de un gobierno dispuesto a esa concertación; “en realidad, la firma de Pacto Social había sido todo menos una elección libre de los jefes sindicales” (...) “La situación de debilidad política en que se encontraba la cúpula sindical hacia 1973 obstaculizaba cualquier tipo de resistencia y ésta debió, por lo tanto, correr con los costos políticos de su obligada solidaridad con un gobierno respaldado por el jefe de su movimiento” (2004: 35). Así retornaban estos dirigentes a la vieja ortodoxia peronista de la que habían intentado alejarse tantas veces, pero de ese modo pretendían alcanzar mejores posiciones para la negociación en esta nueva etapa peronista. La táctica de la CGT obtuvo sus beneficios al renunciar Cámpora y al producirse la ruptura de Perón con la Juventud.
A partir de aquí el autor expone la dinámica de los conflictos laborales que ilustran como en una crónica, cómo estas luchas salariales permiten mostrar los “ásperos enfrentamientos” y la gravitación que adquirieron sobre la opinión pública. Desarrolla entonces, los conflictos desatados por los trabajadores de Philips, empresa de artefactos eléctricos de capitales holandeses en noviembre de 1973; de General Motors, fábrica de automotores de capitales norteamericanos en junio/ noviembre de 1973; de Terrabusi en noviembre de 1973; de Molinos Río de La Plata del grupo Bunge y Born en junio/ agosto de 1973; de Artasa, el astillero de la zona norte de Buenos Aires en junio/julio de 1973.
En consecuencia y luego del golpe que, para la cobertura del déficit salarial, asestara la crisis mundial del petróleo entre 1973 y 1974, Perón realiza la renegociación del pacto social y el Ministerio de Economía fija precios inferiores a los pretendidos por la C.G.E. El duro cuestionamiento del sector más beneficiado en los meses anteriores pone en evidencia “la soledad política de Perón”, título con el autor se refiere a su última y “patética” aparición en junio de 1974. Perón “amenazó a la multitud con abandonar la presidencia si persistía el sabotaje y el cuestionamiento a su gestión de gobierno” (2004: 79). Con esa nueva presencia y ese discurso ya expuesto en este trabajo, Perón recurría una vez más a su carisma para liderar a una “sociedad ya ingobernable”. El 1º de mayo había culminado con el doloroso enfrentamiento con la izquierda peronista. Desde meses antes Perón exhortaba a una moderación desafiada por la ofensiva de la juventud contra las instituciones. Sintetiza el autor: “la remoción del gobernador Bidegain de la provincia de Buenos Aires, luego de una acción de la guerrilla del ERP contra una guarnición militar el 20 de enero, el allanamiento de las oficinas de la juventud peronista el 22 de febrero, la destitución por la fuerza el 28 de febrero del gobernador Obregón Cano de la provincia de Córdoba, fueron los hitos centrales de una escalada que no ahorró violencia ni dejó dudas sobre la incompatibilidad entre las dos vertientes que habían coincidido en el retorno del peronismo al poder” ( 2004: 80)
Durante este proceso crítico en aumento, la derecha peronista ganaba posiciones en el poder contra los “infiltrados” mientras crecía el estallido de conflictos laborales contra la renegociación del pacto social de Perón, alcanzando el mayor nivel de lucha dentro de todo el período. En esa pugna entre los trabajadores y empresarios, el incremento de los salarios fue significativamente superior al logrado por la CGT. Pero ese éxito de debió al debilitamiento de la relación entre los empresarios y el ministro Gelbard luego del laudo favorable para la Central Obrera en marzo de 1974. El sector empresarial prefería acceder a las demandas de los trabajadores y trasladar rápidamente ese aumento a los precios sin la autorización del Ministerio. Con la elevación consecuente del costo de vida se volvía a malograr, en los hechos, los triunfos de la lucha obrera. Así, la puja entre precios y salarios boicoteaba los cambios económicos estructurales que planeaban tanto Perón como Gelbard, ministro que renunciaría pocos meses después de la muerte de Perón en julio de 1974.
La disgregación de la “formidable autoridad política” que produjo la muerte de Perón, permitió a los líderes sindicales luego del impacto de su muerte, el retorno a la táctica del conflicto durante el gobierno de Isabel para aumentar su influencia y obtener mejoras salariales. Esta actitud coincidió con cierta hostilidad del nuevo entorno de gobierno por los pactos heredados, desplazando seguidamente al Partido Radical de los lugares institucionales alcanzados, a los empresarios liderados por Gelbard, a cuadros peronistas y a los sindicalistas. En principio el gobierno inició una etapa de concesiones luego de ratificar la convocatoria a las negociaciones colectivas en 1975 para morigerar el desorden institucional. Estas medidas produjeron el descontrol del gobierno sobre las variables económicas, el aumento inflacionario y el cuestionamiento del gran empresariado. Una vez más en la historia política del país, el estado se encontraba entre la presión de “un sindicalismo asentado sobre una vasta movilización obrera”, enfrentado por la acción contestataria del “mundo de los grandes los negocios” y asediado por “el golpe militar en ciernes” ( 2004: 128).
El triunfo del sindicalismo en esta puja por el poder, sólo significó la conquista de las demandas materiales en las que se agotaba su proyecto político y demostraba que su capacidad sólo se acotaba a la disputa por los espacios de poder. El autor, señala con acierto que la formación y el hábito en base a la estrategia del conflicto en los años de la proscripción obstaculizaron, una vez protagonistas, la práctica de la construcción en momentos de crisis política. Uno de sus triunfos fue la retirada eventual de Isabel quien, a su retorno, disolvió la alianza sindical- política que gobernó durante su ausencia y decidió retomar el control del poder. El desenlace fue la negativa del sindicalismo a plegarse a una salida política para hacer frente a la amenaza de quiebra institucional que suponía el retorno al poder de Isabel. La continuidad con la estrategia del conflicto contribuyó con la convulsión ya instalada así como con la ruina de la democracia y de su propia existencia. Una metáfora, profecía autocumplida o tal vez consecuencia no querida, dan fin a este relato: “el poder sindical probó ser, en definitiva, como el poder de Sansón, capaz de provocar la caída de las columnas del Templo, pero no de evitar que lo hicieran también sobre sus cabezas” (2004: 132)
Algunas reflexiones finales:
La comparación de estos tres discursos con puntos de partida diferentes y conclusiones semejantes sobre un proceso histórico común, nos permite advertir la existencia de un campo interdisciplinar que, conformado por el relato ensayístico, el discurso analítico o el discurso histórico, aún se esfuerza por su reconocimiento dentro de las Ciencias Sociales.
A pesar de los diferentes énfasis entre las estructuras o los sujetos, todos los discursos toman a la conflictividad del sindicalismo, a las disputas dentro del peronismo y dentro de la juventud radicalizada y al poder actuante de las corporaciones socioeconómicas predominantes para derribar un gobierno que, quebrado por la crisis del petróleo de 1973, no podía ya sostener el ansiado equilibrio entre trabajo y capital. Como hemos visto, por un lado el incumplimiento de los empresarios de los acuerdos alcanzados antes de mayo de 1974, era asumido por las reservas económicas del estado. Por otro, la acción de las bases sindicales y del movimiento militante en su conjunto frente a un gobierno que cedía cada vez más a los intereses de un actor clave para su proyecto político, el empresariado nacional, se dividía entre la continuación de la resistencia o la aceptación de las estrategias de Perón como hábiles retrocesos sólo justificados por la esperanza en la conquista de la “patria socialista”.
A pesar de la crisis que trasladó los precios externos al mercado interno, el gobierno sostuvo la política de concertación, pilar de su gobernabilidad. Sin embargo, la postergación de los convenios colectivos y los aumentos salariales por debajo de las expectativas de los trabajadores llevaron a un desenlace ya conocido. El último discurso en el que Perón haciendo pública “su soledad política” expresa su imposibilidad para seguir gobernando, coincide con la muerte de Rucci. Aquí entonces, en De Riz la acción del dirigente sindical es parte del proceso de deterioro y de derechización del gobierno y en Torre, es el sujeto que representa el dilema que supone la decisión de abandonar la lucha en función de la concertación como política de gobierno, contradiciendo la práctica de interpelación de sus bases. Ese dilema también se presenta en un nuevo escenario político con otras condiciones de posibilidad para el triunfo de la confrontación. La confianza sin límites en la capacidad de liderazgo de Perón llega al desconcierto cuando su gobierno acepta una concertación asimétrica y reclama desde ese lugar la comprensión de ese tiempo político. Se pregunta Torre, ¿cómo conducir a la conciliación a los actores que se habían formado en la confrontación y que con ella habían contribuido significativamente a consolidar al gobierno actual? Se pregunta De Riz al analizar los cambios en el interior del gabinete de Cámpora después de la presión del peronismo ortodoxo así como los llamados de Perón a la persuasión después de la tragedia de Ezeiza: ¿quien era el Perón de la conciliación?, ¿un nuevo Perón?, ¿un falso Perón o simplemente Perón de nuevo?
En términos actuales, la acción “destituyente” de las corporaciones actualiza viejas prácticas que, como “hábitus”, observamos en estos últimos años en un gobierno que parece renovar las interpretaciones sobre “el populismo”. Así, Sidicaro desarrolla la articulación de la protesta “golpista” de las entidades rurales dirigidas por la Sociedad Rural aún una vez frustradas las medidas más radicales de los primeros meses del gobierno, los límites al derecho de propiedad rural, la amenaza de expropiación de la tierra ociosa y el impuesto a la renta potencial. Ya entonces, durante el gobierno de Isabel, se perfilaba el éxito del discurso antiestatista que, amparado en el del “caos”, volvía a ocultar uno de los móviles del ejercicio del golpismo: las retenciones impositivas a las exportaciones del agro que continuaron aún durante los últimos momentos de esos años “peronistas”.
En los tres autores, la estrategia del gran empresariado oscila antes y después de marzo de 1973, entre el incumplimiento y la aceptación de los acuerdos salariales. Los últimos aumentos se verían frustrados por la manipulación y el aumento de los precios en el mercado interno. Todos coinciden en identificarlo como el actor principal en el momento de la desestabilización y de la preparación del desenlace trágico hacia el golpe militar de 1976.
Como hemos visto en Sidicaro, ya durante el gobierno de Isabel los logros del sindicalismo, la Ley de Contrato de Trabajo de septiembre de 1974 y el rechazo al plan de ajuste de Celestino Rodrigo, convencieron a los empresarios de que el tiempo de su protagonismo político había terminado. De ahí el crecimiento de su organización a través de la creación de la Asamblea Permanente de Entidades Gremiales, sumando la adhesión de la Sociedad Rural y de cientos de instituciones empresarias rurales a las huelgas patronales de 1976.
Con Torre, vemos cómo el triunfo dado por el aumento salarial de marzo de 1974 coincidió con el debilitamiento de la relación entre el sector empresarial y el ministro Gelbard quien junto con Perón, proyectaba medidas más estructurales que la puja entre salarios y precios. Así, la homogeneidad del sector empresario y su comportamiento político queda nuevamente cuestionada, siendo motivo aún de reflexión la existencia o no de un empresariado nacional débil y acosado por “el gran mundo de los negocios”.[20]
En todo caso el modelo de desarrollo introducido por la Dictadura Militar de 1976, profundizado durante el período de Alfonsín y consolidado en el gobierno de Menem, es decir, el dominio del capital financiero por sobre el productivo, estaba claro en las expectativas de Lanusse cuando aceptó su derrota con la esperanza del fracaso de la experiencia peronista de 1973.
Volviendo a la perspectiva conceptual que nos ofrece la Sociología Histórica y también el análisis narrativo o “metahistórico”[21], el discurso conceptual de Sidicaro estaría dominado por una tensión no resuelta pero de algún modo manifiesta, al modo de White (2002), en el trasfondo trágico de su relato: el fracaso o la tragedia del Estado podría no ser la debilidad de su capacidad para llevar adelante sostenidas políticas públicas de cambio social, como afirma en sus propósitos y fundamenta desandando el funcionamiento weberiano de la burocracia, sino la existencia de un estado que termina no sólo “capturado” o “sobrecargado” sino devorado por la fuerza de las corporaciones económico-sociales. Tal vez habría que pensar si hay mejor estado cuando hay más capacidad o autonomía respecto de la invasión de la sociedad o si irremediablemente, esta resulta imposible frente a la acción devastadora de los sectores que sus políticas excluyen[22].
En el discurso de Liliana de Riz el entramado de poder como estructura, claramente desarrollado en el de Sidicaro, queda eclipsado por la relevancia de los sujetos. Aquí, la razón de un fracaso o de una posibilidad perdida para el triunfo de un proyecto de cambio social, es la ambivalencia de Perón, a la vez desencanto y esperanza para gran parte de la juventud militante y de la militancia sindical de base.
El sindicalismo como actor preeminente, transformado durante los años de la resistencia y tensionado en su pasaje a la institucionalidad es también, en el discurso de Torre, ese sujeto fuerte que debilitado por su conflictividad no pudo sostener al estado peronista.
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Notas
[1] Ramos Torre, Ramón. “En los márgenes de la sociología histórica: una aproximación a la disputa entre la sociología y la historia”, en Política y Sociedad, Revista de la Universidad Complutense de Madrid, Facultad de Ciencias Políticas y Sociología, Madrid, enero-abril de 1995, Nº 18. págs. 30-44
[2] Ariño Villaroya, A, “Mas allá de la sociología histórica”, en Política y Sociedad, Revista de la Universidad Complutense de Madrid, Facultad de Ciencias Políticas y Sociología, Madrid, enero-abril de 1995, Nº 18, pags. 15-29.
[3] Ramos Torre, Ramón, “Del aprendiz de brujo a la escalada reflexiva: el problema de la historia en la sociología de Norbert Elías”. Reis: Revista española de investigaciones sociológicas, ISSN 0210-5233, Nº 65, 1994 pags. 27-54
Se destaca su defensa de lo histórico como un reclamo a la sociología dominante aún siendo conscientes de que Elías parte de una historiografía que desconoce la renovación teórica de historiadores predecesores y contemporáneos de su obra. De ahí sus críticas a la debilidad teórica de la historia vista como una “ciencia inmadura”
[4] Waldo Ansaldi. Alfredo Pucciarelli, José C. Villarruel (editores) (1995). Representaciones inconclusas. Las clases, los actores y los discursos de la memoria, 1912-1946. Buenos Aires, Biblos.
[5]Como antecedentes de trabajos sobre el tema: Bonet Teresa, El peronismo en el discurso académico: 1955- 1966. tesis doctoral publicada por el servicio de publicaciones de la Universidad Complutense de Madrid, julio de 2004. www.ucm.es/eprints/view/creator. Capítulo 4. Reflexiones sobre la “personalidad colectiva argentina”. El peronismo en la obra de José Luis Romero y Capítulo 5 Gino Germani. “Una lectura más sobre el problema de la integración.”
[6] Sergio Bagú, en sus trabajos Economía de la sociedad colonial de 1949 y Estructura social de la Colonia de 1952 desarrolla la historia de América Latina dentro de su inserción subordinada al sistema capitalista mundial. Este modo de construir historia ya en esos años, provoca un cambio de método en las Ciencias Sociales específicamente en el modo de vincular el hacer del historiador con el del sociólogo, al tiempo que lo introduce como precursor de la teoría de la dependencia. También encontramos en libros la intención del descubrimiento de leyes sociales explicativas de la realidad. Así, en Tiempo, realidad social y conocimiento se refiere a la regularidad y la secuencia de los fenómenos sociales.
[7] Romero, José Luis. (1983): “El carisma de Perón”(1973), en El drama de la democracia argentina, Buenos Aires, CEAL: 105-111
[8] En Weber no hay tal lógica porque su tesis está asociada a la heteronomía, a la contingencia que fragmenta una evolución necesaria, y en todo caso en sus explicaciones sobre las afinidades electivas que responden a valores que casi nunca coinciden con los resultados alcanzados (la burocratización del carisma en este caso), habría que encontrar significado.
De algún modo lo que Weber había pronosticado era muerte del sujeto individual, la rutinización del carisma como efecto de la racionalización instrumental y su contradicción respecto de las formas de organización solidarias.
[9] La agrupación que Skocpol distingue, consiste en aquellos investigadores que usan determinados conceptos para interpretar los procesos históricos. Por lo general estos sociólogos históricos reaccionan contra la excesiva generalización de los grandes modelos, el planteo de hipótesis y el mecanicismo de las relaciones causales. Dentro de este grupo Skocpol ubica a Thompson con el concepto de clase como “fenómeno histórico”, a Bendix, con su método comparativo para el estudio de casos a través de conceptos como autoridad política, tipos de instituciones, etc. y a Clifford Geertz, entre otros.
Pero también, orientados por la búsqueda de las regularidades causales, incluye a sociólogos e historiadores que alinean sus discursos en la explicación de un proceso histórico definido. No son tan importantes los acontecimientos que habitan esos procesos como las relaciones que se establecen entre ellos y se caracterizan por esforzarse en un tipo de discurso analítico más que comprensivo y descriptivo. Estos estudios abarcativos de civilizaciones, revoluciones sociales mundiales, formación y la acción del campesinado, dictadura y democracia, ect., resuelven esa amplitud a través de analogías significativas[9]. Skocpol ubica en este tipo a grandes historiadores y sociólogos como Marc Bloch, Moore y Tilly, entre otros.
[10] Sidicaro, Ricardo. La crisis del Estado y los actores políticos y socioeconómicos predominantes en la Argentina (1989-2001. ( 2001) p. 15,15, 17) Buenos Aires, Libros del Rojas.
[11] Ver Rougier, Marcelo y Fiszbein ( 2006) Frustración de un proyecto económico. Buenos Aires, Manantial.
[13] Discurso del 10 de julio de 1973, tomado de E. Artesano ( comp.), Doctrina universal, Ediciones culturales argentinas.
[15] Ver Sidicaro (2002: 134)
[16] Aquí, se hace referencia a la propuesta de Ramos Torre (1995), quien señala que un modo de analizar las diferencias y convergencias entre ambos discursos se debe a la narración y al uso del tiempo significado a través de ella. En general Ramos sostiene que sin omitir el carácter narrativo y explicativo tanto de los textos sociológicos como historiográficos, unos ponen relevancia en la construcción analítica o comparativa y otros en la comprensiva o descriptiva.
[17] El peronismo, el frondizismo, el Partido Conservador Popular de Solano Lima, el Partido Popular Cristiano de José Alende, el socialismo de José Selser
[18] De Riz también cita en este punto a Juan Carlos Torre.
[19] Torre, Juan Carlos (2004) El gigante invertebrado. Los sindicatos en el gobierno, Argentina, 1973-1976, Buenos Aires, Siglo XXI.
[20] Ver Rougier, Marcelo ( 2007). “Intelectuales, empresarios y estado en las políticas de desarrollo. Notas sobre la situación actual a la luz de algunas claves históricas”, en, Victoria Basualdo y Karina Forcinito (comps.) Transformaciones recientes en la economía argentina, tendencias y perspectivas., Buenos Aires, Prometeo.
[21] White, Hayden ( 2002) Metahistoria. La imaginación histórica en la Europa del siglo XIX, Fondo de Cultura Económica. México.
[22] Agradezco los comentarios a este trabajo durante su presentación en el Segundo Congreso de estudios sobre el Peronismo: 1943-1976, Universidad de Tres de Febrero, noviembre de 2010. Mesa: Intelectuales ante el Peronismo.