Luciano Sanguinetti*




Sociedad de la información o información para la sociedad.
Notas para el debate sobre políticas de comunicación e información


Contenido 
1. Medios y miedos
2. Técnicas, tecnologías y tecnicidades
3. Ideas para un paradigma de políticas en materia de Comunicación e información
4. ¿Quién es el príncipe?
Notas

1. Medios y miedos

La cuestión de las nuevas tecnologías de información y comunicación resulta hoy paradójica. Ya no son nuevas, ya no son porvenir y sin embargo siguen concibiéndose como el futuro. Vayamos al punto. Desde la puesta en órbita del satélite Sputnik pasaron 50 años, desde la invención de la red de redes pasaron 30, hace veinte que la invención de la computadora personal permite hoy la expansión de Internet, y el desarrollo de la virtualidad es moda en los cines. Nadie ve asombrado estos hechos y casi nadie presagia ya catástrofes o revoluciones. Todavía más, ya los informes sobre el efecto de las tecnologías de comunicación dejaron atrás el mágico pensamiento modernista que caracterizó el discurso de Marshall Mc Luhan o de las visiones apocalípticas de sus detractores. Entonces, es posible hoy volver la reflexión a los puntos cruciales sin la obnubilación de las pasiones o los rechazos. Digamos simplemente, ¿qué mundo tendremos cuando las máquinas se conviertan en nuestro entorno inmediato? ¿Qué posibilidades tenemos de que ese mundo sea más plenamente humano en el reino de los bits, las interfases, la digitalización infinita?¿Qué lugar tendrán la creatividad humana y las oportunidades mayoritarias? O quizá más simplemente, como se pregunta Alain Tourine, ¿podremos vivir juntos?

El último informe de las naciones Unidas (UNESCO 2000) anunciaba que las tecnologías de comunicación e información son una de las claves de desarrollo, sin embargo, del mismo modo que reconoce sus potencialidades, claramente establece que la brecha digital que se ha abierto entre sociedades desarrolladas es cada vez más grande y materia de otra desigualdad que se agrava con cada invento tecnológico. El informe del programa argentino Sociedad de la Información, lo dice bien: “la brecha digital el nuevo paradigma de la desigualdad”(1). Jesús Martín Barbero lo señaló correctamente en la década pasada: “A diferencia del proceso que hasta los años setenta se definió como imperialismo, la globalización de la economía redefine las relaciones centro/ periferia. Lo que la globalización nombra ya no son movimientos de invasión sino transformaciones que se producen desde y en lo nacional y aun en lo local. Es desde dentro de cada país que no sólo la economía sino la cultura se mundializa. Lo que está en juego no es una mayor difusión de productos sino la rearticulación de las relaciones entre países mediante una descentralización que concentra poder económico y una deslocalización que hibrida las culturas”(2).

2. Técnicas, tecnologías y tecnicidades

Ahora bien, la cuestión de las tecnologías de comunicación e información, debiera plantearse ya a partir de ciertos denominadores comunes. Para eso es necesario volver a ciertos pensadores que desde mediados del siglo XX comenzaron a explorar este rico e infinito campo. Me refiero a los clásicos, como Lewis Mumford, el propio Marshall Mc Luhan, Raymond Williams. Lo digo en referencia a que ya no podemos seguir confundiendo los conceptos desde los que pensamos. A los efectos de ir clarificando las cosas, quisiera proponer la distinción de la problemática de las tecnologías de información y comunicación a partir de tres conceptos siguiendo, los trabajos de Raymond Williams y Jesús Martín Barbero, no como nuevos dogmas, sino como un campo importante de exploración: el de técnica, el de tecnologías y el de tecnicidades.

Recordemos lo que decía Williams en un trabajo de referencia obligada(3). Una técnica es “una habilidad particular o la aplicación de una habilidad. Un invento técnico es, por consiguiente, el desarrollo de dicha habilidad o el desarrollo o invento de uno de sus ingenios”(4). Una tecnología es “en primer lugar, el marco de conocimientos necesarios para el desarrollo de dichas habilidades y aplicaciones y, en segundo lugar, un marco de conocimientos y condiciones para la utilización y aplicación prácticas de una serie de ingenios”(5).

Para Williams las dos definiciones se pueden distinguir teóricamente, sin embargo reconoce que están ligadas sustancialmente. Por un lado el marco de conocimientos de los que provienen estas habilidades y los inventos técnicos, y el marco de conocimientos y condiciones a partir del cual se desarrollan, se combinan y preparan para su uso. Igualmente, la cuestión fundamental para Williams es saber comprender que una tecnología es siempre, en el sentido amplio, social. “Está necesariamente ligada, de forma compleja y variable, a otras relaciones e instituciones sociales, si bien un invento técnico particular y aislado puede considerarse, e interpretarse temporalmente, como de carácter autónomo”(6). De ahí que Williams señale que no son las técnicas las que cambian las sociedades, es decir la radio, la televisión o la computadora hoy, sino los usos que cada sociedad le asigne o establezca sobre esas.

Finalmente, habría que establecer a qué queremos referirnos con tecnicidades.

Siguiendo aquí los últimos trabajos de Jesús Martín Barbero, a lo que queremos referirnos deviene del hecho de que las tecnologías hoy superan en gran medida las dimensiones exclusivamente prácticas y comunicativas a la que acostumbramos a referirnos. Las medios (o las mediaciones tecnológicas) no configuran sólo las dimensiones de una cultura (de masas, por ejemplo) como podíamos concebirlas hasta hace algunos años, sino que han adquirido el carácter radicalmente transformador de la sociedad contemporánea. Como señala Barbero: “Estamos ante el surgimiento de ‘otra figura de la razón’ que exige pensar la imagen, por una parte, desde su nueva configuración sociotécnica: el computador no es un instrumento con el que se producen objetos, sino un nuevo tipo de tecnicidad que posibilita el procesamiento de informaciones, y cuya materia primera son abstracciones y símbolos, lo que inaugura una nueva aleación de cerebro e información que sustituye a la del cuerpo con la máquina; y por otra, desde la emergencia de un nuevo paradigma del pensamiento que rehace las relaciones entre el orden de lo discursivo (la lógica) y de lo visible (la forma) de la inteligibilidad y la sensibilidad”(7).

Refiriéndose al viejo concepto de Benjamín, como nuevo sensorium, Martín Barbero rescata la idea de que los aparatos técnicos de hoy son mucho más que máquinas de comunicar, designan una nueva forma de sentir (en el sentido de concebir, comprender, ver, pensar) el mundo. Nuevas formas de reconocerse y juntarse, y nuevas formas de estar en el tiempo y en el espacio. Algo así como lo que señalaba en aquella obra profética Margaret Mead y que Martín Barbero rescató para la lectura de todo el continente.

“Más que un conjunto de nuevos aparatos, de maravillosas máquinas, la comunicación designa hoy un nuevo sensorium: nuevos modos de percibir, de sentir y relacionarse con el tiempo y el espacio, nuevas maneras de reconocerse y de juntarse...”(8).

3. Ideas para un paradigma de políticas en materia de Comunicación e información

Decíamos que era necesario arribar a algunos consensos en materia de conceptos. También es necesario que estos consensos se alcancen con relación a ciertos supuestos que siempre están en la base de cualquier definición política. A título sólo indicativo podríamos comenzar con algunos:

1. Las tecnologías de la llamada Sociedad de la Información (computadores, Internet, satélites, fibras ópticas, medios audiovisuales, hipertextos) no son en sí mismos la solución de nada. Las innovaciones técnicas participan activamente en la transformación el mundo, pero no pueden ni deben concebirse en sí mismas como el motor del desarrollo, sin una adecuada contextualización y direccionalidad de sus rumbos. Esta observación no quita reconocer la realidad de un mundo globalizado. Como dice Enrique Sánchez Ruiz: “Este es, entonces, el tiempo de la globalización, cuando las naciones, las regiones, los gobiernos y las empresas, así como los ciudadanos que pueblan la tierra están –prácticamente todos, aunque muy asimétricamente- interconectados, gracias a los adelantos tecnológicos en materia de información y comunicaciones”(9).

Sin embargo, los últimos doce años de modernismo tecnológico en las esferas de la educación y la comunicación, pero también en la política y en la economía, demuestran sus desastrosas consecuencias.

2. Las tecnologías, como cualquier otra mercancía de las industrias del mundo contemporáneo, están atravesadas por las lógicas de concentración, fusión, convergencia, monopolización, del conjunto de las industrias dentro de la economía capitalista contemporánea. “Lo más sobresaliente de tales desarrollos tecnológicos recientes ha sido el proceso de convergencia de las telecomunicaciones (el teléfono, la comunicación vía satélite) con las tecnologías de información (las computadoras y todos sus periféricos, que han posibilitado constituir grandes redes, como la Internet) y con las industrias culturales, en particular las audiovisuales, potenciadas enormemente por la digitalización”(10). De tal modo que si la actividad empresaria de las industrias que ahora podemos llamar culturales, está inserta dentro de esa lógica, desde el punto de vista de la libertad de informar, de expresar, de comunicarse, el mundo vira hacia una multiplicidad que cada vez está gobernada por menos manos: “En el inicio del nuevo siglo, cuatro holdings de telecomunicaciones controlan el 70 por ciento de las transmisiones de contenidos y comunicaciones en la Argentina. El grupo Clarín, Telefónica de España –con su subsidiaria Admira, el fondo de inversiones Hicks Muse y Carlos Ávila manejaban los canales de aire capitalinos y gran parte de los del interior, las tres mayores redes de televisión por cable, los diarios y revistas de mayor tirada, la telefonía fija y móvil, la conexión a Internet y la televisión satelital”(11). De modo que, en el sentido de la defensa de la pluralidad y las diferencias en contextos socioculturales desiguales, no hay más instancias de control y regulación que las de la sociedad civil y un estado moderno.

3. Por otro lado, es un hecho incontrastable la transformación sociocultural del entorno producida por efecto de las nuevas mediaciones tecnológicas que se producen, aproximadamente, desde 1970 en adelante. Lo que hace 40 años señaló Margaret Mead es una realidad profunda hoy. Las nuevas sensibilidades -o las nuevas formas de estar juntos- modifican la cosmovisión del estar y ser en el mundo. Estos cambios cognoscitivos -espacio y tiempo- como lo señalan, entre otros, Marc Auge y Jesús Martín Barbero, trastocan todos los niveles y las prácticas sociales: política, economía, cultura, comunicación, educación, etc.

4. Finalmente, las llamadas hasta poco tiempo nuevas tecnologías, como también otras tecnologías desde la invención de la rueda, han dependido siempre para su desarrollo de la concurrencia de diferentes factores: personales o subjetivos, en cuanto a las ambiciones y deseos de los descubridores y/o inventores (por ejemplo, Colón cuando se embarca hacia las Indias); del contexto socioeconómico (razones estructurales que están operando en las demandas que el descubridor evidencia entre conciente e intuitivamente); del poder representado por diferentes organizaciones e instituciones (los reyes de España, los estados nacionales modernos). Nada ha surgido de la nada, ni nada ha escapado a la lógica concurrente de estos factores. Sólo las visiones interesadamente miopes de los ideólogos del neoliberalismo han hecho pensar que estos desarrollos, surgen por la libre iniciativa privada. Nada es más errado que concebir, como lo hace el neoliberalismo decimonónico desde Adam Smith en adelante, que el afán de lucro pueda contribuir necesariamente a la prosperidad social. De ahí que sea necesario definir, desde el consenso que se construye a partir de las instituciones especificas que la comunidad de nuestra nación solventa y sostiene, el proyecto en materia de tecnologías de información y comunicación, tanto como lo hacemos con la salud, la educación o el trabajo.

4. ¿Quién es el príncipe?

Esta última cuestión nos lleva necesariamente a una dimensión generalmente descuidada en materia de información y comunicaciones, y que se dirige centralmente a saber quién debe y cómo debe hacerse el proceso inexorable de transformación social al que las tecnologías de información y comunicación nos llevan bajo el influjo inevitable del proceso de globalización económica y cultural. Para eso comentaremos algunas de las ideas fundamentales del sociólogo Norbert Lechner que, en el trabajo “Tres formas de coordinación social”(12), propone “esbozar en grandes rasgos un panorama que permita vislumbrar la coordinación como un problema crucial en la actual reorganización de las sociedades latinoamericanas”.

El artículo de Lechner plantea una serie de reflexiones vinculadas a las formas de coordinación social en las sociedades latinoamericanas. La inquietud del autor se dirige a saber ¿cuál es el contexto estructural en que se plantea la gobernabilidad democrática en América Latina? A partir de este interrogante, el sociólogo describe tres tipos diferentes de coordinación social, vinculadas cada una de ellas a determinados procesos de la vida política latinoamericana. La primera es la que llama Coordinación política, contextualizada por el Estado desarrollista; la segunda es la que llama Coordinación social mediante el mercado, vinculada a la hegemonía del neoliberalismo; y la tercera es la que llama Coordinación social mediante redes, propuesta de algún modo como el desafío del presente en el marco del fracaso del neoliberalismo.

La Coordinación política es aquella en la que la base privilegiada de la coordinación social está en manos del Estado. Esta modalidad supone la idea clásica de Estado, influyente hasta nuestros días, que se define por la idea de soberanía; una soberanía externa (unidad nacional, respeto internacional) y una soberanía interna (que asegura la cohesión del grupo). Esta soberanía estatal presupone, por un lado, una distinción entre Estado y Sociedad y, por el otro, la centralización del poder en el Estado como instancia decisoria del ordenamiento social.

Ahora bien, ¿cómo opera la coordinación política? Por supuesto que la administración pública y el derecho son elementos fundamentales. Mediante esos mecanismos el Estado articula y sintetiza la diversidad social. Sus características principales han sido: la centralización, la estructura jerárquica, la concepción pública y cierto grado de deliberación en la definición de sus objetivos. Desde el punto de vista histórico, en América Latina la coordinación política ha tenido su expresión más nítida en el Estado desarrollista de los años sesenta que concebía desde sus supuestos ideológicos que el estado es el motor del desarrollo económico, fomentando un proceso de industrialización sustitutiva de las importaciones; que el estado es el representante de la nación, extendiendo la ciudadanía -política y social-; y que esa intervención estatal se hacía en nombre de la racionalidad de un proyecto de modernización.

El decurso histórico (la crisis general del Estado de Bienestar afectado por los procesos de globalización económicos a partir de mediados de los años setenta) fue evidenciado una serie de deficiencias del modelo. Lechner las agrupa en cinco: problemas de motivación (se hace cada vez más difícil que los actores obedezcan lisamente estas indicaciones), problemas de conocimiento (hay una falta de conocimiento e información sobre los contextos y las dinámicas sobre las que se pretende influir); problemas de implementación (las instancias estatales no logran ejecutar adecuadamente los programas políticos) y problemas de complejidad (a raíz de la creciente complejidad y diferenciación de la realidad social el instrumental político disponible resulta ineficiente). Como lo ha señalado Giddens: “el estatismo excesivo inculca con frecuencia actitudes de dependencia, inactividad, rentismo, papeleo, clientelismo, autoritarismo, cinismo, irresponsabilidad fiscal, no dar cuentas, falta de iniciativa y hostilidad a la innovación, cuando no corrupción directa y, con mucha frecuencia, a ambos lados de la división administración-cliente”(13).

Por supuesto que el modelo de coordinación social mediante el mercado no ha sido superior. Desde finales de los años setenta la estrategia neoliberal denuncia los efectos paradójicos de la acción estatal –por provocar un bloqueo del desarrollo social en lugar de fomentarlo-, a la par que impulsa un conjunto de medidas destinadas a fortalecer el papel del mercado. Retomando la inspiración liberal que concebía a la sociedad como el resultado de la acción humana, pero no como ejecución de algún diseño humano, la propuesta neoliberal entiende el orden social como un orden autorregulado y autoorganizado. Pero a pesar de que el objetivo declarado del discurso neoliberal apunta a una reorganización radial de la sociedad, en los hechos las reformas operan primordialmente como correctivo de la intervención estatal. Sobre la base de supuestos rasgos de descentralización, privatización, horizontalidad y no intencionalidad, el modelo de coordinación mediante el mercado funcionó en realidad sólo en aquellos países en donde la intervención del estado fue más fuerte (Argentina, México, Perú, etc.). En estos países, las consecuencias fueron rápidamente comprobadas.

Los países latinoamericanos aprendimos rápidamente que el mercado mundial opera conforme al paradigma de la competitividad sistemática. Esto significa que la competitividad internacional no valora tanto la ventaja comparativa de uno u otro factor económico, como la capacidad de organización y gestión que tenga un país para combinar un amplio conjunto de factores económicos y no económicos. Otra cuestión es que la experiencia latinoamericana pone de manifiesto que el mercado por sí solo no genera ni sustenta un orden social. El mercado fomenta una integración sistémica basada en la racionalidad formal (técnica) pero no impulsa una integración social. Por último, el postulado neoliberal presupone el individualismo radical como única conducta racional. Lechner señala que por el contrario, la coordinación social supone de parte de los actores una combinación de racionalidad instrumental con una orientación comunitaria. En realidad, la autonomía individual en la formulación de preferencias y decisiones se encuentra relativizada por el entorno sociocultural, y en concreto, por las identidades colectivas.

La coordinación social mediante redes para Norbert Lechner supone en principio reconocer un nuevo marco interpretativo de la realidad social. “Observamos, entonces, -dice este autor- que nuestro aparato conceptual habitual se ha vuelto obsoleto. Las mismas nociones de Estado o Política parecen demasiado gruesas para dar cuenta de fenómenos que adivinamos mucho más complejos”. En el afán de recabar en una nueva visión, o quizás mejor dicho, en nuevos instrumentos, surgen los aportes de la teoría de sistema desarrollada por Niklas Luhman. Lo que Lechner toma de Luhman es la idea de hacer hincapié en una tendencia: el proceso de diferenciación funcional. “Este proceso –señala Lechner- característico de la modernización da lugar a que ciertas áreas de la vida social (economía, derecho, ciencia, educación, política) desarrollen racionalidades y dinámicas específicas, conformando subsistemas funcionales relativamente cerrados y autorreferidos”.

Para Luhman este proceso implica dos consecuencias: la gran autarquía de cada subsistema funcional y la ausencia de todo centro. Matizando las conclusiones de Luhman, Lechner sugiere que en realidad podríamos hablar de la desaparición de un centro único capaz de ordenar el conjunto de la sociedad, “habría que concebir la sociedad como una constelación multicéntrica”. De ahí que para el autor la cuestión sea más bien que la política pierde su centralidad jerárquica de modo que cualquier intervención política en otros subsistemas queda restringida. A partir de esta cuestión, señala: “considerando el cambio de contexto que ha tenido lugar en los últimos años, parece obvio que es insuficiente una coordinación centralizada por parte del Estado, e inadecuada una coordinación entregada exclusivamente a las leyes del mercado”.

A nadie se le escapa que el proceso de expansión de las tecnologías de información y comunicación fue definido exclusivamente por los intereses del “mercado” a partir de una iniciativa política que desreguló la actividad hasta puntos de un extremo inconcebible, generándose todas las deficiencias y perjuicios que el mercado puede traer aparejado: concentración oligopólica, ausencia de mecanismos reales de control, deformación de la demanda, desindustrialización y desinversión nacional, competencia desleal entre la producción internacional y la nacional.

Como alternativa surge entonces la posibilidad de repensar las políticas en materia de comunicación e información, para que los efectos de la sociedad de la información no sean impensados (es decir, no pensados por la sociedad) sino buscados. De ahí que, siguiendo a Lechner, podríamos sugerir que aplicar el modelo de coordinación mediante redes pueda ser fructífero en las actuales circunstancias. Por un lado, porque éste reconoce que el mismo responde a las “peculiaridades de una sociedad policéntrica”, porque permite “combinar la comunicación vertical y horizontal”, porque “posibilita vincular distintas organizaciones estableciendo la interacción entre sus representantes” y porque no concibe los niveles de competencias e intereses “del estado, la sociedad civil y el mercado como instancias excluyentes”.

Ahora bien, ¿quiénes podrían ser estos actores? Enumeremos: el Estado (representado en el gobierno, los parlamentos); la industria nacional y extranjera; instituciones educativas (las universidades públicas y privadas, especialistas, centros de investigación); consumidores y usuarios (representados por ONGs, fundaciones, movimientos); gremios profesionales (sindicatos de la actividad: periodistas, comunicadores, gráficos, locutores,), colegios profesionales, asociaciones de empresarios.

Notas
* El Lic. Luciano Sanguinetti es Profesor Titular de la materia Comunicación y Medios. Cátedra I, en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.
1Las nuevas fronteras de la Sociedad de la Información”, documento del programa Sociedad de la Información, dependiente de la Secretaria de Comunicaciones del Poder Ejecutivo Nacional, enero de 2003.
2 MARTÍN BARBERO, Jesús. “Globalización y multiculturalidad: notas para una agenda de investigación”, en Ensayo y Error Nº 3, Bogotá, Colombia, 1997.
3 WILLIAMS, Raymond. “Tecnologías de la comunicación e instituciones sociales”, publicado en Historia de la Comunicación, Vol. 2, Ed. Bosch.
4 Idem, p.184.
5 Idem.
6 Idem.
7 MARTÍN BARBERO, Jesús. Op. Cit.
8 Idem.
9 SÁNCHEZ RUIZ, Enrique. “Globalización e industrias culturales: dialéctica de la mundialización”, en Oficios Terrestres Nº 11/12.
10 Idem.
11 BELINCHE, Marcelo (editor). Medios, política y poder. La conformación de los multimedios en la Argentina de los 90, ediciones de Periodismo y Comunicación, FPyCS, UNLP, La Plata, mayo de 2003.
12 LECHNER, Norbert. “Tres formas de coordinación social”, Revista de la CEPAL, abril de 1997.
13 GIDDENS, Anthony. La tercera vía y sus críticos, 2000.