Paula Porta y otros |
Jóvenes/Pantallas*
PAULA INÉS PORTA
MIGUEL MENDOZA PADILLA
OSCAR LUTCZAK
Contenido
Proponemos
Definimos
Diferenciamos
Indagamos
Observamos
Preguntamos
La Universidad: ¿lo tiene que incluir?
Notas
Proponemos
En esta investigación nos proponemos profundizar el conocimiento de la relación de los adolescentes/ jóvenes con las pantallas; las interacciones posibles, los modos de producción y de recepción que se establecen con un entorno mediático y tecnológico en permanente desarrollo y transformación. Concretamente, bajo la ambigua o imprecisa categoría de “pantallas”, englobamos una variedad de soportes tecnológicos (televisor, computadoras, Cine), medios y servicios: televisión, videocasetes, DVD, Videojuegos (de consola o computadora), Internet, Chat, E-Mail, CD-Rom, Software en general, Cine, etc. sabiendo que la tendencia de la industria tecnológica es, precisamente, hacia su unificación. El objetivo es reconocer los modos iniciales en que los jóvenes reciben, interaccionan y producen mensajes multimediales, como una forma de verificar la necesidad de proyectarlos hacia el diseño de una transformación de las decisiones académico-pedagógicas que interpreten las complejidades entre el conocimiento y la producción comunicante.
Hacemos referencia a las interacciones con la convicción de que se trata de un concepto que, a pesar de su polisemia y de su concepción más usual, ligada a la idea de interactividad, a la informática y la transmisión/ recepción de información, no deja lugar a dudas sobre la reafirmación de que la relación con los medios no es pasiva sino todo lo contrario, y que no se agota en el momento de exposición a los mensajes. La práctica de relacionarse con los medios y tecnologías es activa en tanto incluye alguna forma de acción más o menos provista de sentido. Ver televisión, navegar por Internet, chatear, o jugar con los videojuegos es sólo una posible etiqueta para una variedad de actividades.
En esa dirección, el concepto “interacciones” nos permite englobar en una misma palabra numerosas actividades constitutivas del amplio, complejo y multidimensional proceso de recepción, al tiempo que damos cuenta de una multiplicidad de prácticas sociales relacionadas y articuladas con las tecnologías de la comunicación y la información como, por ejemplo, las prácticas de producción audiovisual y multimedial que de una forma más o menos sistemática desarrollan los jóvenes.
La alusión a múltiples actividades vinculadas a los medios y tecnologías que exceden el momento de visionado, se sustentan en la existencia de estructuras mediadoras que condicionan la recepción de los medios masivos tanto como estos mismos medios se tornan mediadores que condicionan la interacción de las personas con su entorno. Las relaciones familiares, los hábitos y costumbres, la escuela, el grupo de amigos -entre otras instituciones y prácticas-, al mismo tiempo que median la interacción entre el sujeto y las “pantallas”, son modificadas por la influencia y presencia de las “pantallas” en la vida cotidiana de las personas.
En ese marco, nos preocupa particularmente la influencia socializadora y la dimensión educativa de esas pantallas y su articulación con la educación formal, lo que explica que dentro del amplio universo etario y social que abarca el propio concepto de juventud, centremos nuestra mirada específicamente en los jóvenes de entre 16 y 23 años, que permanecen insertos en el sistema escolar. En la Educación Polimodal, en seis escuelas públicas y los primeros años de Educación Universitaria, en la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.
Definimos
Dice el sociólogo Mario Margulis: “La edad, categoría tributaria del cuerpo, no alcanza para abarcar el significado de la noción de juventud y menos aún para predecir las características, los comportamientos, y las posibilidades de los jóvenes en la sociedad actual. Al hablar de juventud estamos sí hablando de tiempo, pero de un tiempo social, un tiempo construido por la historia y la cultura como fenómenos colectivos y también, por la historia cercana, la de la familia, el barrio, la clase. Hay distintas maneras de ser joven en el heterogéneo panorama social y cultural que presenta la sociedad contemporánea. En la ciudad actual, las juventudes son múltiples, variando fuertemente en función del nivel socioeconómico, el género, el lugar donde viven y la generación a la que pertenecen. Por otra parte la diversidad, la pluralidad, el estallido cultural que estamos viviendo, se manifiestan sobre todo entre los jóvenes en distintas formaciones tribales, en una variedad de lenguajes, referencias identitarias, expresiones corporales, modas y comportamientos”1.
La juventud como etapa de la vida comenzó a diferenciarse en los últimos dos siglos, sobre todo en cuanto a las posibilidades de una estrecha capa social que podía brindar a sus hijos una permisividad especial, una “moratoria”, un privilegio que les permita dedicar un período al estudio y postergar su pleno ingreso a las exigencias de la condición adulta: trabajar, formar un hogar, tener hijos. Esa moratoria implicaba un período de permisividad que mediaba entre la madurez biológica y social. Desde luego que esto remite a sectores sociales privilegiados. La apelación a la “moratoria social” señala que “la condición social” de juventud no se ofrece de igual manera a todos los integrantes de la categoría estadística “joven”.
Sin embargo, la noción de moratoria social, si bien supera la naturalización de la condición de juventud, que deriva de su mera caracterización con base a la edad, es restrictiva: no sólo los ricos tienen jóvenes, también hay jóvenes entre los más pobres, pero sus posibilidades sociales y culturales, sus características y horizontes, son manifestaciones diferentes. No es lo mismo haber nacido en algún barrio de la Capital Federal que en alguna localidad del segundo cordón del conurbano bonaerense. No es lo mismo estudiar en la universidad que integrar las vastas legiones de jóvenes que hoy ni pueden estudiar ni encuentran trabajo. Su estar en la vida, su pensamiento y sus perspectivas son notoriamente diferentes. También el género incide: el cuerpo procesado por la sociedad y la cultura, plantea temporalidades diferentes a hombres y mujeres. Las mujeres poseen un tiempo más acotado, vinculado con su aptitud para la maternidad, lo que opera como un reloj biológico que incide en sus necesidades y comportamientos.
La generación alude a la época en que cada individuo se socializa y con ella a los cambios acelerados que caracterizan a nuestro tiempo. Cada generación puede ser considerada hasta cierto punto, como parte de una cultura diferente, en la medida que incorpora en su socialización nuevos códigos y destrezas, lenguajes y formas de percibir, apreciar clasificar y distinguir. Todo estudio sobre juventud debe precisar el alcance de este concepto y considerar la enorme variedad sociocultural de esta categoría. “En nuestra sociedad, los conceptos generalmente utilizados como clasificatorios de edad son crecientemente ambiguos y difíciles de definir. Categorías tales como infancia, juventud o vejez son categorías imprecisas con límites borrosos. Lo que remite en parte al debilitamiento de viejos rituales de pasaje relacionados con los lugares prescriptos en las instituciones tradicionales y sobre todo en los planos económico, social y cultural”(2).
En los mismos términos lo plantea Pierre Bourdieu (1990) que considera que el hecho de hablar de jóvenes, o adolescentes, como si fuese una unidad social con intereses comunes constituye en sí mismo una manipulación(3); complementando así este concepto Enrique Martín Criado sostiene que “la juventud no forma un grupo social, ya que bajo la identidad del nombre juventud, se agrupan sujetos y situaciones que sólo tienen en común la edad”(4).
De alguna manera, aglutinando ambas nociones, Jaume Funes y Nicolás Loriteen en la introducción de un estudio sobre Adolescencia y Juventud en Cornellá -desarrollado a partir de una encuesta realizada sobre una muestra representativa de individuos de entre 15 y 21 años-, advierten que lo que sociológicamente se denomina juventud no pasa de ser un conglomerado de momentos evolutivos psicológicos muy diferentes. Agrupa procesos en formación preadolescente, sujetos en plena adolescencia, sujetos jóvenes y sujetos que pueden haber alcanzado ciertas cotas de madurez adulta. “Además debe quedar bien claro que el grupo llamado juventud es un conjunto de grupos sociales muy diversos sólo unidos por su escasa edad”(5).
Estos problemas entrecruzados que definen los autores citados, abren interrogantes puntuales y las consiguientes dificultades a la hora específica de intentar precisar el marco teórico, conceptual y metodológico adecuado para abordar la relación que los jóvenes establecen con las pantallas.
Diferenciamos
En el lenguaje corriente, las palabras adolescencia y juventud pueden referirse ya al mismo período de la vida el que está comprendido entre la infancia y la edad adulta, ya a dos períodos distintos. Muchos autores no hacen ninguna distinción entre adolescencia y juventud (Erikson, 1985; Elder, 1975, Ausubel, 1977 y 1983); otros, por el contrario, los diferencian (Newman, 1975) y otros, incluso, dividen la adolescencia en tres estadios (Sullivan, 1975). Además los términos que se utilizan no son uniformes: algunos hablan de adolescencia y/o juventud, otros primera y segunda adolescencia y a veces también de media adolescencia.
Finalmente, Gerard Lutte asegura que “a efectos prácticos y teóricos es preferible utilizar los conceptos de adolescencia y juventud como sinónimos para designar todo el período que se extiende desde la infancia a la edad adulta, aproximadamente de los 14 a los 25 años”(6).
Kozel, retomando la definición que establece las Naciones Unidas (INDEC, 1985), afirma que “joven es toda persona que tiene entre 15 y 24 años, y que es posible distinguir a los jóvenes menores de 15 a 19 años y a los jóvenes mayores de 20 a 24 años”(7).
En este sentido G. Lutte aclara que “si no es difícil distinguir la adolescencia-juventud de los períodos que la limitan, la infancia y la edad adulta, en términos de situación biosocial, de edad, de acontecimientos que marcan el paso de una fase a la otra, es mucho más difícil sino imposible, diferenciar del mismo modo la adolescencia y la juventud. Los que hacen esta distinción atribuyen a la adolescencia los problemas que se plantean después de la infancia y a la juventud los que preceden a la vida adulta. Pero la dificultad hasta el momento no resuelta consiste en determinar cuál sería el momento del paso de la adolescencia a la juventud”(8).
Particularmente no es nuestro interés establecer cuál es ese momento de paso de la adolescencia a la juventud, y mucho menos aun tomar posición sobre si existen una o dos etapas. Simplemente este breve recorrido por algunas posiciones ratifican la ambigüedad de las categorías de edad ligadas a ciertos convencionalismos y reflejan que el sector de edad que recortamos se lo incluye indistintamente en una u otra categoría, ya sea como fase superior de una o inferior de otra.
Indagamos
La búsqueda de antecedentes claros y específicos del abordaje de nuestro objeto de estudio, presenta ciertas dificultades.
En primer lugar, observamos que en comparación con la abundante bibliografía existente acerca de la relación de los niños con la televisión desde múltiples perspectivas, por el contrario “la importancia que adquiere la televisión en el proceso de autonomía social y familiar que supone la adolescencia/ juventud, con frecuencia ha sido subestimada”(9). Por otra parte, si bien a pesar del contraste señalado, existen numerosos estudios que abordan la interacción de los adolescentes con las tecnologías de la información y la comunicación, el entorno mediático en general y las pantallas en particular, el segmento de edad que centra nuestro interés se ve diluido inserto en etapas más amplias y abarcativas de acuerdo a la diversidad de criterios sobre los conceptos de adolescencia/ juventud y las franjas de edad que corresponden al criterio adoptado que señalábamos.
Concretamente, nos referimos a que se aproximan a nuestro objeto de estudio, se abocan al análisis de la infancia y se extienden hacia los adolescentes pero a modo de ejemplares ilustrativos de los comportamientos de los “niños más grandes”; o trabajan con niños y adolescentes para los que se segmenta un amplio período que comprende desde los 6 a los 16 años; o se detienen en la adolescencia pero respetando la caracterización de la psicología evolutiva, como la base que abarca desde los 13 a los 18 años; o bien se centran en la juventud, entendida como la etapa abarcativa desde los 15 hasta aproximadamente los 29 años.
Observamos
Observando las transformaciones en las prácticas sociales cotidianas en el escenario tecnológico mundial, nos dice Gubern: “nuestros ancestros tenían que desplegar un gran esfuerzo físico para conseguir lo que necesitaban para vivir, por lo que la evolución favoreció a los cuerpos más corpulentos”(10). Pero ahora, nuestros alimentos y las mercancías llegan hasta nosotros sin que apenas tengamos que movernos. Y también llega así la información, que aumenta nuestro relativamente gran cerebro, nuestro procesador supremo en el seno de la sociedad postindustrial, llamada también “sociedad del conocimiento”. Las modernas tecnologías de comunicación e información están modificando nuestras vidas, afectándolas en el plano físico (en su biosedentarismo, por ejemplo), en el intelectual y en el emocional. Sus efectos físicos e intelectuales no son mucho mejor conocidos que sus efectos emocionales.
Tomando a la televisión como prototipo de estas aceleradas transformaciones afirma que “para un historiador de la comunicación, lo más llamativo de la televisión reside en que, tras medio siglo de implantación social, sigue ocupando un lugar central en la panoplia de las nuevas tecnologías, no sólo por su dependencia actual de las nuevas redes de fibra óptica o de los satélites, sino por su eventual fusión con la pantalla del ordenador, para convertirse en el ya llamado Teleputer (de televisor + computer) una terminal audiovisual hogareña, polifuncional e interactivo, tanto para nuestro ocio y nuestro trabajo (teletrabajo), como para la escolarización de nuestros hijos”. En el umbral del nuevo siglo el televisor está dejando de ser un terminal audiovisual que recibe pasivamente unos pocos mensajes monodireccionales para adquirir un estatuto de artefacto poliutilizable, en donde primará la autoprogramación y la interactividad de su operador. Cuando este uso se consolide, el televisor ya no será el sucedáneo de la chimenea que reúne a toda la familia, como opinaba Mc Luhan, sino una singular y novedosa chimenea-pupitre convertible.
Esta perspectiva tiende a apuntar hacia el triunfo definitivo de la cultura claustrofílica, opuesta a la tradicional cultura agarofílica, y a dualizar moralmente con ello dos territorios contrapuestos: la confortable seguridad del hogar y el peligro callejero, territorio de desclasados y maleantes. La opción claustrofílica que supone el teletrabajo casero ha sido defendida por sus ventajas materiales económicas -reducción del tráfico rodado, ahorro de combustibles, descenso de la contaminación, descentralización de los territorios laborales, etc.- pero también ha sido encausada por sus desventajas por los sindicatos que ven en el teletrabajo doméstico la destrucción del locus laburandi donde tiene lugar la comunicación interpersonal de los trabajadores y su cohesión grupal y, en general, por el aislamiento sensorial, psicológico y social con que penaliza a los individuos. No por azar muchos de los trabajadores de muchas empresas de nuevas tecnologías en Silicon Valley esgrimen el eslogan compensatorio High tech high touch.
Para la docencia e investigaciones y demás producciones académicas, Internet se ha convertido en una herramienta fundamental. Permitió indagar, explorar e intercambiar información y sentido con colegas de la propia Universidad, de otras universidades nacionales, del exterior y construir nuevos “corpus conceptuales” contando con el singular aporte de la experiencia que cada uno realiza en su área de trabajo, teniendo como interés común la realidad de los jóvenes y las múltiples relaciones que establecen con las pantallas de comunicación.
Por este motivo, nos interesa profundizar el conocimiento de los jóvenes, de 16 a 23 años que cursan los últimos años de la Escuela Secundaria o Polimodal y los primeros de la Universidad), su relación con las pantallas y las articulaciones posibles.
El tema de la juventud se ha transformado en un objeto privilegiado de estudio desde diversas perspectivas teóricas y con finalidades de diferentes naturaleza. Entre las razones principales de este marcado interés se destaca el hecho de que la juventud se ha convertido en un destinatario privilegiado de las estrategias del Mercado, tanto en lo que se refiere a su especificidad como consumidora de bienes, símbolos y productos como al valor simbólico que adquiere el signo “juventud” en cuanto ordenador de conductas y prácticas que se expresan dominantemente a través de los medios masivos de comunicación.
La juventud adquiere una dimensión importante en la medida en que su presencia en distintos ámbitos ha permeado espacios sociales antes considerados exclusivos del mundo adulto. A este respecto, cabe observar que, décadas antes, el modelo de desarrollo del individuo ubicaba a la juventud como la etapa previa al acceso a la adultez. Esta última era identificada como la etapa de plenitud del ser humano en la medida en que implicaba el acceso a condiciones de libertad y de responsabilidad. En cierto sentido lo que estaba en juego era la “celeridad” con que se accedía a estas nuevas condiciones: incorporación al mundo de del trabajo, autonomía económica, vivienda propia, autonomía decisoria en general. Sin embargo, en los últimos años se ha producido un cambio en la percepción respecto del “lugar” de la juventud. Esta modificación se manifiesta en diversos signos, que tienden a conformar una nueva visión de la juventud.
Preguntamos
Los procesos investigativos que desarrollamos en indagaciones anteriores nos han demostrado que a los jóvenes debemos ubicarlos como centro del problema, no como muestra. Si se toma una invención cultural como es la juventud, lo que se va a revelar ahí son algunas consecuencias de producción cultural, por ejemplo:
- ¿Les sirven las pantallas y las nuevas tecnologías de comunicación y sus funciones a los jóvenes para construir una cultura de la producción y del trabajo?
- ¿Para desmembrar una noción gnoseológica frente al mundo científico?
- ¿Les sirven para construir una cultura del ocio?
- ¿Para atender a sus relaciones afectivas?
- ¿Lo tienen en cuenta las instituciones; en qué nivel han podido incorporar este problema?
No es que la universidad deba incorporar la comunicación sino que, a esta altura, debemos incorporar la universidad a la comunicación, es decir invertir los términos. Ya la universidad no tiene el derecho a reclamar su uso, sino que tiene que reclamarse a sí misma que está perdiendo el tren de la historia. Entonces el debate verdadero es cómo hacemos en esta institución para incorporar el hecho comunicante. La construcción de la comunicación entendida en los nuevos términos que implica la revolución industrial, la industria cultural mass mediática. En las formas en que la universidad debe transmitir conocimientos, transmitir formas de socialización de la afectividad y conciencia social.
La Universidad: ¿lo tiene que incluir?
- ¿Cuáles son los datos comunicantes de las respectivas experiencias?
- ¿Cuáles son las producciones de los jóvenes ante las pantallas insertos en instituciones educativas de la Región La Plata?
- ¿Qué tipo de interacciones se producen?
Continuamos...
Notas
* El presente trabajo se inscribe en el proyecto de Investigación: “Jóvenes ante las pantallas. Una mirada cualitativa a las interacciones mediáticas de los adolescentes/ jóvenes insertos en instituciones educativas de la región de La Plata” dirigido por la Mg. Paula Inés Porta, codirigido por el Lic. Miguel Mendoza Padilla, e iniciado el 01/01/02 en el marco del programa de Incentivos a Docentes e Investigadores. Forman parte del equipo de investigación: el Mg. Oscar Lutczak, Diego Díaz, Adrián Lomello, Raúl Corso, Cielo Del Valle Ferreiro Rodríguez, Inés Trincheri.
1 MARGULIS, Mario (coord). La Juventud es más que una palabra, Buenos Aires, Editorial Biblos, 1997.
2 Idem.
3 BOURDIEU, Pierre. Sociología y Cultura, México, Grijalbo, 1990.
4 MARTIN CRIADO, Enrique. Producir la Juventud, Madrid, Ediciones ISTMO, 1998.
5 FUNES, J. y LORITE, N. Adolescencia y juventud en Cornellá, Barcelona, Fundación Jaume Bofill, 1981.
6 LUTTE, Gerard. Liberar la adolescencia, la psicología de los jóvenes de hoy, Barcelona, Herder, 1991.
7 KOZEL en Margulis, 1996, p. 196.
8 LUTTE, G. Op. Cit.
9 AGUADED, J. I. “Educación para la competencia televisiva” Tesis Doctoral, Universidad de Huelva 1998.
10 GUBERN, Roman, investigador en el Massachusetts Institute of Tecnology, docente en Universidades de Estados Unidos, Roma y Barcelona, entre otros antecedentes.