Carlos Giordano




Identidad y carrera de comunicación: 5 tensiones, 1 in-tensión y la misma necesidad*


Contenido
Bibliografía
Notas 

En la continuidad investigativa del proyecto de referencia he desarrollado este trabajo sobre las que han aparecido como las problemáticas centrales en la constitución de la identidad colectiva de nuestras Carreras de Comunicación. En este sentido, repongo las tensiones e in-tenciones que, estimo, siguen saldando nuestras prácticas. Y que podrían comenzar a explicar algunas hegemonías formales.

En cada reunión, congreso, jornadas, aparece una primera preocupación constante: la discusión real entre las descripciones de experiencias pedagógicas tradicionales (es decir manteniendo los valores y disvalores de los empirismos más primerizos) y el descubrimiento pedagógico tardío –en las reflexiones críticas y/o autocríticas- de que existen unos “otros” que no sólo son objeto de enseñanza sino que, desde siempre, también son sujetos de prácticas autónomas con lo que nosotros –los profesores, maestros, enseñantes, divulgadores, dicentes, docentes, etc.- denominamos que hay que saber.

En forma cada vez más recurrente, luego de alternadas hegemonías, asistimos, en nuestras reuniones, congresos, jornadas, a una tregua –por el desencuentro programado- entre tecnofóbicos y tecnofílicos. Ponencias de festejantes de las posibilidades que las “nuevas” tecnologías nos brindan, brindarán, brindarían... Exposiciones de experiencias “transformadoras”, de “interacciones dialógicas”... Presentaciones de prácticas profesionalizantes de “extremo” realismo... Conferencias acerca de los fundamentos deontológicos del uso de la tecnología... Fiestas a favor de la tiza... Fuegos artificiales transmitidos por teleconferencia... Storyboards pintados con acuarelas... Afiches... Fichas.... M9000... AVID... Los niños deben recorrer 25 km a caballo para llegar a la escuela... Tuvimos que poner un detector de metales en la entrada... Cañón de proyección... Lápiz y papel...

Todo dicho en el mismo lugar pero sin confrontación. Sin posibilidad de síntesis.

No siempre, pero recurrentemente, en las reuniones, congresos, jornadas, aparece la vieja, pero no saldada, discusión acerca de qué es primero: si el saber o la producción. Disyuntiva falsa pero no por eso menos real. Casi nunca, pero subyaciendo siempre, en nuestras reuniones, congresos, jornadas, atendemos a nuestra propia trama cultural, a nuestra propia constitución con-formativa, exponiéndola como plataforma de dicción, como el lugar desde donde hablamos, desde donde podemos hablar. Y no como una forma del relativismo, del subjetivismo, del egocentrismo, sino como un des-cubrimiento público, comunicacional, de la noticia en su estado más real: ni el medio es el mensaje, ni el mensaje es el medio, ambos interaccionan y definen el verdadero carácter de lo que dicen.

Por explosiones, catarsis o intervenciones liminares, en las reuniones, congresos, jornadas, nos “enteramos” a nosotros mismos, de las disociaciones aparentes entre la “pureza” del conocimiento y la “inevitabilidad” de la política. Planes de estudio, concursos, exámenes, calificaciones, correlatividades, pasantías, becas, posgrados, gratuidades, costos, ingresos, egresos, son algunos de los lugares en que presenciamos o presentamos batallas que intentan saldar la hegemonía de aquella disociación.

Y, por fin, la crisis como la “explicación” total y sintetizadora de cualquier juicio, sea cual sea el proceso, las prácticas, las evidencias, las pruebas. La crisis como la “nueva sagrada doctrina”. La crisis “niveladora” de cualquier derecho y de cualquier responsabilidad. La crisis como una “preparatoria” del estado de inquietud al que hay que “contener y cooptar”. La crisis que, “inevitablemente”, tensionará el camino hacia los indultos duales, maniqueos. La crisis general que “nos” justifica y da sentido. Aún frente a las acusaciones civiles de complicidad, de acriticidad, de ocultamiento, de franca delincuencia social, de auténticas prácticas corruptas, de la inclusión plena en el “que se vayan todos, que no quede ni uno solo”.

Es decir, la tensión de las prácticas pedagógicas, la tensión de las relaciones con la tecnología, la tensión del lugar positivo del conocimiento, la tensión del lugar del cuerpo, la tensión del poder o de la historia y, por último, la in-tensión profesional.

En forma aparente, la situación de nuestra nación, nuestra patria, nuestro trabajo, nuestro saber, nuestra disciplina, nuestras instituciones, nuestra..., nos pone frente a la disyuntiva perversa de un defensismo economicista o un criticismo autodestructivo. Es tal la profundidad de la crisis que atraviesa cada campo de pertenencia que cualquier análisis pareciera implicar aquel dualismo. Sin embargo, historizándolas, no ha sido otro el desarrollo de aquellas, nuestras, prácticas individuales y colectivas. No es, entonces, momento de creerse la singularidad de la caída. Sólo de reconocer las características de nuestra capacidad de respuesta.

Animales, humanos, occidentales, argentinos, alfabetos, alimentados, intelectuales, trabajadores, educadores, profesionales, comunicadores, informadores, practicantes de la creación, de la disconformidad, serían algunas de las características distintivas que propongo para una definición epistemológica de nosotros mismos. Y cada característica con su doble sentido identitario y diferenciatorio.

Porque de esto se trata. Identificarnos, darle la posibilidad al otro de comenzar sabiendo cómo nos llamamos a nosotros mismos. Pero, también, manifestar las diferencias que, nosotros mismos, reconocemos frente a todos los otros. Esos, ellos mismos, que deberían ser, siempre, los interlocutores de nuestra producción. Esos, ellos mismos, que no convocamos, siempre y todo el tiempo, para comunicarnos. Esos que son nuestros objetos discursivos y nuestros ausentes epistemológicos. Paisaje y, sólo algunas veces, personas y personajes.

¿Cuántas veces, esos, ellos mismos, son nuestros verdaderos comunicantes? ¿Cuándo los salimos del rol de alumnos, depósitos, informados, receptores, públicos, extraños...? ¿Por qué lo hacemos? ¿Con qué conciencia del acto?

El conjunto de reflexiones apunta a un desarrollo más extenso y documentado de estas afirmaciones iniciales. Referenciándolas hacia las experiencias específicas de la docencia, la investigación y la extensión, tanto en la escolaridad sistemática como en los intentos de rupturas pedagógicas. También deseo apuntar criterios de análisis y la organización de los movimientos consecuentes.

Porque, desde un punto de vista estrictamente cultural, las transformaciones de esta etapa han puesto en escena diferentes problemas que no aparecían en las predicciones más osadas. Desde las visiones tecnofílicas de un mundo ideal y transparente, hasta las concepciones más tecnofóbicas (los viejos mitos sobre invasión cultural o manipulación a partir de la influencia de los medios), han quedado empobrecidos en relación con los procesos de globalización de las últimas décadas.

La potencia requiere de una acción orientada a comprobar su eficacia en el desarrollo de una política mediática integral en el marco de la extensión, la formación de recursos humanos en el campo pedagógico y productivo y la culminación del conocimiento en procesos activos de investigación a través de la configuración de proyectos, becarios, tesistas, pasantes y equipos.

Este diagnóstico y estos planteos nos permitirán definir, quizás, que estas prácticas no constituyen una obligación, sino una oportunidad singular: la promoción del reconocimiento de las relaciones objetivas, de la instrumentalidad transformadora, del pensamiento crítico y de la creación e invención de soluciones materiales para la vida misma.

Sí. Interrogar sistemáticamente a la actualidad y cumplir la condición de tener como objetivo el servir a la diseminación de los resultados de los recorridos. Sí. Emitir con todos los medios al alcance, a través de la teoría comprobada, y de una circulación interdisciplinaria y audaz, las novedades que nuestras prácticas provean. Sí... Pero también, reconocer a esos otros que nos hablan desde siempre y cuya palabra no parece estar incluida sino de manera instrumental en nuestras prácticas. Reconocer a esos otros, que muchas veces somos nosotros mismos, como objeto y sujeto de identidad plena. Comunicable. Amable. Con el sentido de la única posibilidad de transformación de aquellas disyuntivas perversas: la realización de una nueva oportunidad para construir caminos entre nuestros nudos, hasta tejer una red que nos haga desechar las opciones de hierro que sólo nos hacen desear nuestro avión (estemos en él, conduciéndolo, o en la torre a destruir).

Bibliografía
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Notas
* El presente artículo se inscribe en el Proyecto de Investigación: “Tensiones en la realización comunicacional. La formación académica, el desarrollo profesional y la producción mediática de los jóvenes periodistas y comunicadores sociales”, dirigido por el Lic. Carlos J. Giordano y aprobado el 01/01/02 en el marco del Programa de Incentivos a Docentes e Investigadores. Forman parte del equipo de investigación: Paula I. Porta, Carlos Milito, Miguel A. Becerra, Laura G. De la Torre, Mónica F. Baeza, Mario A. Migliorati, Leonardo D. Rueda y María Silvina Souza.