Jorge Huergo*




El sentido político cultural de los espacios comunicacionales emergentes. Coordenadas iniciales


Contenido
1- Algunas aproximaciones
2- Las coordenadas conceptuales
3- Conclusión: El propósito estratégico
Notas
Bibliografía

La investigación “Lo político-cultural en espacios comunicacionales emergentes” que dirijo, se encuentra abordando la etapa de construcción de las referencias teórico-epistemológicas para su desarrollo. En este artículo se presentan las coordenadas iniciales que posibilitan el proceso de construcción de esas referencias.

1- Algunas aproximaciones

La investigación tiene por objeto indagar sobre las formas en que se experimenta y se nombra lo político en algunos espacios comunicacionales emergentes, a fin de reconocer las micropolíticas culturales en tiempos de crisis orgánica y de reconstruir una perspectiva comunialista y crítica en comunicación/ educación/ cultura.

El problema de la investigación está configurado y condicionado por la situación de “crisis orgánica” que experimentamos, que genera novedosas prácticas socioculturales, tanto en instituciones y organizaciones tradicionales como en múltiples espacios emergentes. Nuestros interrogantes no surgen tanto de los conocimientos académicos aislados de los conflictos y la crisis que vivimos. Sino que, desde esas prácticas y desde las acciones que en ellas desarrollan los investigadores participantes en el Proyecto, nos formulamos los interrogantes de la investigación, porque tenemos como propósito potenciar esas instituciones, organizaciones y espacios sociales a través de la construcción participativa de micropolíticas culturales contrahegemónicas. En otras palabras, pretendemos asumir el desafío de articular diferentes trayectorias de docencia, investigación y extensión de quienes componen el equipo; pero lo hacemos animados por las interpelaciones provenientes de los sujetos, movimientos y organizaciones sociales con quienes trabajamos.

1. Nuestro punto de partida está configurado por diferentes iniciativas vinculadas a la docencia, la investigación y la extensión, con propósitos similares. Iniciativas que, en algunos casos, se han plasmado en planes de Tesis, en continuos trabajos de análisis cultural, así como en prácticas de campo desarrolladas en el marco de la Cátedra de Comunicación y Educación. Esas iniciativas, que constituirán el campo material de la investigación, son:

- Las prácticas de comunicación/ educación desarrolladas en el terreno de los espacios urbanos, donde es posible identificar nuevas modalidades de relación entre lo educativo y lo político-cultural (Pedro Roldán, Florencia Cremona y Eleonora Spinelli).

- El análisis de las pugnas discursivas que se producen en el marco de las instituciones escolares en crisis, contribuyendo a generar múltiples y diversificadas identificaciones y a abordar no ya lo institucional, sino los espacios comunicacionales “en” las instituciones escolares (Alejandra Valentino y Susana Felli).

- El proyecto de mapeo de las radios populares y comunitarias en Argentina, asociadas a FARCO, y el análisis de casos, teniendo en cuenta no tanto las lógicas de producción, sino la inserción y las vinculaciones que ellas producen con organizaciones y movimientos de transformación social (Clara Busso).

- El proyecto de la revista Cocú, que aborda en la región guaraní las relaciones entre la juventud, el arte, la cultura y lo político, ampliándose a propuestas de eventos artísticos semestrales (como Alterarte) y a otras modalidades de producción cultural (Kevin Morawicki).

- El proyecto de trabajo artístico y político-cultural con jóvenes de la villa de Bajo Flores, en la Capital Federal, que aborda los modos de emergencia de las culturas juveniles y sus expresiones murgueras y poéticas (Diego Jaimes).

2. Lo que relativamente articula la emergencia de estos diversos espacios es lo que estamos denominando, con un término gramsciano, “crisis orgánica”. Dicha crisis consiste, precisamente -sostenía A. Gramsci-, en el hecho de que lo viejo muere, pero lo nuevo no puede nacer. Experimentamos, al menos, tres dimensiones de la crisis. La primera dimensión es la crisis de los “contratos sociales” globales y de los imaginarios de retribución y de justicia que ellos sostenían, lo que hace que proliferen diversos lazos sociales en espacios emergentes y nuevos conflictos. La segunda dimensión es la crisis de la adecuación de los imaginarios de movilidad y ascenso social con las condiciones materiales de vida, debido a las diversas formas del ajuste estructural; lo que ha generado novedosos aspectos de la pobreza. La tercera dimensión, finalmente, es la crisis y deslegitimación de las instituciones representativas y de las formadoras de los sujetos sociales y de los ciudadanos (cf. Huergo, 2002b).

La “crisis orgánica”, además de ser una zona de desconcierto, representa un desafío a la imaginación creadora. Es allí donde la crisis anima al pensamiento estratégico, pero construido colectivamente como modalidad de producción de conocimientos; y es allí donde la Universidad, en diálogo más que nunca con la sociedad (de la cual es parte), debe acompañar los procesos colectivos de construcción de lo nuevo, desde la producción de conocimientos y desde la acción transformadora. El camino iniciado en investigaciones anteriores adquiere, y encuentra, nuevos sentidos e interrogantes ante la pavorosa crisis que experimentamos en los últimos tiempos, que a su vez evidencia las formas cada vez más radicales de depredación social y, a la vez, la emergencia de nuevas modalidades micropolíticas culturales.

2- Las coordenadas conceptuales

Las referencias teóricas de la investigación parten de la perspectiva de los estudios culturales. Desde ella, situaremos algunas coordenadas teóricas fundamentales referidas a lo político, a la consideración de los espacios comunicacionales, a las formaciones hegemónicas y a las políticas culturales contrahegemónicas.

1. Estudios culturales. Como equipo de investigación nos situamos en la perspectiva de los estudios culturales, en cuanto pretendemos comprender el espesor de las transformaciones de las prácticas, las instituciones y las formas culturales, relacionándolas con los cambios sociopolíticos(1). El propósito general es articular lo cultural con lo político o, dicho de otro modo, capturar el sentido cultural de lo político y el sentido político de la cultura, comprendiendo entonces a la cultura como terreno de lucha por la hegemonía. Una cultura en situación de revoltura, que imposibilita trazar un mapa de un territorio cultural revuelto(2). Un territorio cultural revuelto no sólo imposibilita el trazado de un mapa sino que, además, hace espasmódicas y pone en suspenso a cualquiera de las estrategias que se plantearan. Por esto, el problema no es tanto de incorporación de aparatos e innovaciones, ni de capacitación tecnológica o pedagógico-didáctica, tampoco de “resolución” de conflictos por la vía de las estrategias; el problema es de transformaciones culturales y de su sentido político.

Sin embargo, la articulación entre lo cultural y lo político no es universal: los “estudios culturales” dependen y se refieren a un contexto, a diferentes lugares y momentos; están determinados geográfica e históricamente (cfr. Morley, 1996). Son modestos en cuanto producen formas locales de discurso que necesariamente deben respetar las fronteras culturales y políticas; en este sentido, no pueden instituirse como una ortodoxia o como un cuerpo fijo de doctrina (impropiamente universalizadora). Por otro lado, capturan el sentido de la cultura como práctica, forma e institución, manteniendo el compromiso por articular las cuestiones teóricas con las cuestiones políticas, y considerando dos dimensiones de los procesos comunicacionales: una macrodimensión y una microdimensión, sin que una anule a la otra. Es decir, en el estudio de las prácticas político-culturales en espacios comunicacionales emergentes lo que se procura es reconectar la dimensión de los macroprocesos históricos con los microprocesos biográficos (Murdock, 1989), así como percibir la articulación entre las grandes estrategias geopolíticas y las pequeñas tácticas del hábitat (cfr. Foucault, 1980; De Certeau, 1996).

Debido a estas características, los “estudios culturales” resultan apropiados para el abordaje de problemas producidos en el mismo proceso de transformación político-cultural en espacios comunicacionales emergentes, como lo es el que se presenta como objeto de la investigación.

2. Lo político. Partimos de la distinción general entre “la política” y “lo político”. Mientras que “la política” se restringe a los fenómenos relacionados con la representatividad y con la organización institucional, “lo político” designa una compleja configuración de distintas manifestaciones de poder (incluyendo “la política”), reflejando la condensación de distintas instancias del poder sociocultural; como tal, “lo político” reconoce la relativa autonomía en el desarrollo de distintas esferas de la vida sociocultural, y se rige según una lógica de cooperación o antagonismo entre voluntades colectivas (cf. Argumedo, 1996). Por un lado, “lo político” tiene su referenciamiento en lo comunitario y es aquello que se hunde en el suelo nutricio de un fondo de emociones, deseos, formas de querer y representaciones, que es el pueblo de carne y hueso (cf. Taborda, 1936). De allí que sea posible vincular y analizar “lo político” articulado a la vez con la memoria social, las organizaciones precarias emergentes, la literatura, la esteticidad, por ejemplo.

Las articulaciones entre los discursos políticos y los sujetos es un aspecto de interés para nuestro análisis. Laclau y Mouffe sostienen que la práctica política no reconoce, en primer término, intereses de clase a los que luego representa, sino que ella constituye los intereses que representa(3); de modo que los intereses e incluso los problemas sociales son, en definitiva, construidos o producidos por el discurso político, y en segunda instancia ese mismo discurso asume su representación. Lo que hace, en definitiva, el discurso político, es hegemonizar determinadas demandas e intereses que han sido producidos. Los sujetos, entonces, se constituyen discursivamente y, con referencia a esos discursos, lo hacen en la medida en que se reconocen en los intereses producidos. El discurso político construye/ produce los problemas a la vez que constituye sujetos de esos problemas.

A partir de estas consideraciones, es necesario evaluar las modalidades en que lo político y la política trabaja en las identificaciones y en los modos de subjetividad (y, en estos sentidos, cómo se articula con lo educativo). Analizar cómo se constituyen los sujetos, en qué ámbitos, por medio de qué prácticas, en relación con qué posiciones, implica analizar qué discursos(4) interpelan a los sujetos y en cuáles ellos se reconocen y cuáles son los referentes o los polos de identificación para los sujetos, polos que se ponen en juego en los espacios comunicacionales. En este sentido, hablamos de identificaciones en cuanto conjunto de articulaciones entre interpelaciones y reconocimientos subjetivos, con un alcance modificador de las prácticas sociales. Esas articulaciones se dan en torno a polos múltiples que operan en la configuración de identidades, en la medida en que ellos establecen tramas de relaciones vinculadas con una historia común, un sentido de pertenencia, una serie atributos comunes y de distinciones con otros y un proyecto común (cf. Giménez, 1997). Por otro lado, lo político también trabaja en la constitución de las subjetividades. Si las subjetividades son las zonas de mediación entre las experiencias y el lenguaje, debemos analizar cómo interpretamos y hacemos posibles las experiencias por la mediación del lenguaje, un lenguaje “colonizado” políticamente, pero a la vez susceptible de ser desnaturalizado (cf. McLaren, 1998a).

3. Los espacios comunicacionales. Pretendemos capturar los procesos sociales de producción de significados a partir de considerar las dimensiones propias del espacio. Para hacerlo en tanto espacios “emergentes”, debemos antes hacer una precisión teórica. No nos referimos a “emergentes” de acuerdo con la distinción formulada por R. Williams entre lo residual, lo arcaico y lo emergente en las formaciones y tradiciones culturales (cf. Williams, 1980). Sólo designamos con ese nombre aquellos espacios que, cargando muchas veces sentidos residuales, se articulan (emergen) en virtud de los impactos de la crisis orgánica y de múltiples conflictos sociales. Pero la articulación de los mismos se produce a partir de elementos socioculturales preexistentes; es decir, no emergen de la nada, aunque refiguren las prácticas y representaciones microsociales y micropolíticas.

Por “espacio” vamos a entender algo diferente al espacio geométrico, como res extensa. En cuanto social, el espacio en el caso de esta investigación se comprenderá desde tres dimensiones interrelacionadas (cf. Lefebvre, 1997). La primera es la del espacio diseñado, es decir, aquel que se percibe en su materialidad y que condiciona las prácticas y las representaciones sociales en el espacio. La segunda dimensión es el espacio recorrido y transitado en las prácticas de los sujetos, especialmente objeto de percepción a través de los cuerpos, las posiciones y los gestos, las relaciones corporales establecidas en él, etc. Finalmente, la dimensión del espacio representado, que articula el conjunto de significaciones y representaciones subjetivas otorgadas al espacio.

Consideramos al espacio como “comunicacional” no sólo en cuanto lugar de la puesta en común, sino como condición de posibilidad de la producción social de sentidos. Leer el espacio como comunicacional significa hacerlo entendiendo al espacio como una estructura compleja de relaciones producida por momentos que es posible distinguir (los momentos de producción, circulación, distribución, consumo y reproducción), atendiendo a que en cada una de estas prácticas hay un proceso de “producción de significados” (cf. Hall, 1980). Leerlo como espacio comunicacional, también significa evaluar las hipótesis de lectura del espacio: dominante, negociada y oposicional.

4. Formación hegemónica. Consideraremos la “formación hegemónica” en cuanto formación discursiva, lo que permite observar la articulación entre discurso y hegemonía en la producción de condiciones sociales y la constitución de sujetos. En este sentido, una noción clave es la de estatuto, que alude a las formas de naturalización de significados. Un estatuto soslaya la variabilidad y conflictividad de las condiciones materiales de una realidad sociocultural, estableciendo fijaciones y estabilidades. Algo es instituido, naturalizado o congelado, donde había (y hay) variabilidad y procesualidad, estableciéndose un equilibrio precario o momentáneo (que se pretende permanente y estable) de algo que es dinámico y variable.

Lo que E. Laclau y Ch. Mouffe denominan “formación social”, en cuanto referente empírico, va transformándose y constituyéndose, por la mediación del discurso y de un mundo de significaciones, en una “formación hegemónica”, un orden total que articula diferencias propias del referente empírico (cf. Laclau y Mouffe, 1987) y que va produciendo estatutos (que van conformando un orden de discurso hegemónico). La consecuencia directa de una formación hegemónica, es el establecimiento de verdaderas fronteras que a la vez le permiten significarse a sí misma, al constituir cadenas de equivalencias que construye aquello que está más allá de sus propios límites como algo que esa formación hegemónica no es. De modo que si bien existen diferencias en la formación social, en tanto referencia empírica, esas diferencias no están designadas sino como algo que está más allá de los límites de la formación hegemónica. Esto quiere decir que donde hay límites (considerando una formación social) la formación hegemónica establece fronteras.

Para Laclau, las fronteras de las formaciones hegemónicas se producen en la medida en que se establecen cadenas de significados, donde la posibilidad (determinados significados posibles) deviene necesidad (esos significados se hacen necesarios, excluyendo otros). Esos significados están articulados entre sí en la formación hegemónica. El término “articulación” no alude a un acoplamiento (a la manera de los vagones de un tren) sino que alude a la interinfluencia y la intermodificación entre determinados elementos. Sostienen Laclau y Mouffe que la articulación establece una relación tal entre elementos, que la identidad de estos resulta modificada como resultado de ella; y que el discurso, precisamente, es la totalidad estructurada resultante de la práctica articulatoria(5).

Lo que queda fuera del orden de discurso hegemónico, es decir (en términos de Laclau) los elementos diferentes que no se articulan discursivamente, pero que constituyen una referencia empírica, muchas veces es producido como objeto de “pánico moral”. El pánico moral es uno de los efectos más inmediatos de la totalización discursiva hegemónica, que hace que el soslayo del “otro” sea a la vez productivo: es la producción de un imaginario de amenaza, y por tanto de rechazo, de una condición sociocultural, de acontecimientos o episodios, de grupos o personas, frente a los cuales la ideología pretende sensibilizar moralmente a toda la sociedad(6). Pero otros tantos elementos terminan siendo no pensados, no dichos, como si no existieran. De modo que las cadenas de equivalencias en la producción de una determinada formación hegemónica, terminan por sobrepasar e incluso perder la referencia empírica, contribuyendo a la producción de condiciones y de problemas sociales determinados (cf. Huergo, 2002c).

Una importante aportación sobre esta problemática la realiza Slavoj Zizek, de la escuela lacaniana eslovena, cuya reflexión es esencialmente filosófica y política(7). El sujeto se constituye por medio de un reconocimiento (falso): el proceso de interpelación ideológica por medio del cual el sujeto se “reconoce” como el destinatario de un llamamiento. De esta manera, aparece en Zizek un nuevo elemento a tener en cuenta en el análisis político de las formaciones discursivas hegemónicas: la articulación entre interpelaciones y reconocimientos. De modo que el discurso hegemónico va produciéndose al interpelar a los sujetos (constituyendo sus intereses, sus problemas), y los sujetos se “reconocen” como tales en esa interpelación (aunque este sea un reconocimiento falso)(8).

5. Políticas culturales contrahegemónicas. Las “políticas culturales contrahegemónicas” se producen atendiendo al sentido de lo político y de las formaciones hegemónicas. En este sentido, estas políticas culturales contrahegemónicas trabajan a partir del reconocimiento de luchas democráticas (cf. Laclau y Mouffe, 1987), las cuales excediendo las series de oposiciones binarias construidas por la “ideología política formal”, reconoce y subraya la multiplicidad de espacios políticos que a la vez conforman culturalmente una serie de prácticas y una modalidad de formación de subjetividades y de producción de sentidos.

En cuanto “política cultural”, una perspectiva contrahegemónica comprende los recursos empleados por los sujetos tanto para oponerse a las significaciones dominantes, para defender formas contrahegemónicas existentes o emergentes, como para inscribirse en intentos cada vez más colectivos para denominar el mundo de formas diferentes a las contenidas en los estatutos. Una política cultural contrahegemónica que no se centre ya en la noción tradicional del antagonismo social (bipolar), sino en cualquiera de los antagonismos que, a la luz del pensamiento crítico clásico, parecen secundarios y que, sin embargo, pueden adueñarse del papel mediador de todos los demás (cf. Zizek, 1992). En este sentido, la impugnación a la hegemonía pasa por la interrogación de los espacios comunicacionales como mediadores de lo cultural y lo político.

Finalmente, una política cultural contrahegemónica se centra en la lucha por las maneras de nombrar, interpretar y transformar la experiencia, la vida y el mundo, más allá de los alcances constrictivos de la formación hegemónica. Por eso se interesa por desarrollar modos de alfabetización crítica, en cuanto posibilitan esas luchas por la «lectura y escritura» más autónoma de la experiencia, de la vida y del mundo. Lo que implica desarrollar nuevos modos de subjetividad y nuevas formas de identificación ante interpelaciones y polos que se inscriban en esos procesos.

3- Conclusión: El propósito estratégico

El horizonte de nuestro trabajo tiene como propósito articular la producción de conocimientos con las prácticas y procesos sociales de transformación y con los actores involucrados en ellos. Porque tenemos la certeza de que si nuestras investigaciones y nuestras conceptualizaciones no fueran una zona de mediación de la producción social de conocimiento con la construcción del protagonismo popular, acaso no servirían para nada (cf. Huergo, 2002a).

Notas
* El Mg. Jorge Huergo es Profesor Titular de la materia Comunicación y Educación y Director del Centro de Comunicación/ Educación de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP. Asimismo, es director de la Investigación “Lo político-cultural en espacios comunicacionales emergentes”. La Codirectora de esta investigación es la Profesora Alejandra Valentino, y los investigadores: Lic. Pedro Roldán (Becario), Lic. Florencia Cremona (Becaria), Prof. Susana Felli, Lic. Eleonora Spinelli, Prof. Clara Busso (Tesista), Kevin Morawicki (Tesista) y Diego Jaimes (Tesista).
1 Tal como lo expresara el programa fundacional del Centre of Contemporary Cultural Studies, de la Universidad de Birmingham, en 1964, dirigido por entonces por Richard Hoggart.
2 Cf. Laclau y Mouffe, 1987: 139.
3 En América Latina han resultado de interés respecto a esta problemática, las significativas investigaciones del hispano-colombiano Jesús Martín-Barbero (cf. Martín-Barbero, 1987; 1989). Partiendo de estudios semiológicos, el autor procura comprender las articulaciones entre cultura, comunicación y política en las formaciones hegemónicas, donde el proceso comunicacional, lejos de quedar reducido a un problema de medios de comunicación, es entendido como un proceso de producción social de sentidos. En esta línea, Martín-Barbero provoca un desplazamiento en los estudios culturales de la comunicación, al abandonar una perspectiva que pone énfasis en la comunicación como proceso de dominación y rastrear de qué modos la dominación (antes que nada) se conforma en un proceso de comunicación, que hace que existan elementos en los dominados que trabajan a favor del dominador y de la dominación (cf. Martín-Barbero, 1998). En este sentido, el autor introduce el concepto de “mediaciones”, según el significado que a él le atribuye Raymond Williams, crítico de la Escuela de Birmingham. Williams explica que mediación no significa (como algunos autores sostienen) un acto de intercesión, como algo que está o se coloca en el medio entre dos elementos, reconciliando esos elementos extraños u opuestos; esta es una noción idealista de mediación. Antes bien, para Williams (asumiendo ideas de T. Adorno), mediación es algo intrínseco a un proceso o a determinadas propiedades, no separable, que se halla en el propio objeto (cf. Williams, 1980: 115-120). En términos de Martín-Barbero, mediación es la zona de articulación entre la producción de sentidos de los sectores dominantes y la producción de sentidos de los sectores dominados. El campo de las mediaciones se halla constituido por los dispositivos a través de los cuales la hegemonía transforma desde dentro el sentido del mundo y de la vida cotidiana (Martín-Barbero, 1987: 207).
4 Como veremos más adelante, consideramos “discurso” a toda práctica, espacio o configuración social significativa, a las cuales los sujetos otorgan significados (cf. Buenfil Burgos, 1993; Torfing, 1998).
5 Además sostienen los autores que los momentos son posiciones diferenciales, en tanto aparecen articuladas en el interior de un discurso; y, por el contrario, los elementos son todas las diferencias que no se articulan discursivamente (cf. Laclau y Mouffe, 1987: 119).
6 Sobre la noción de “pánico moral”, véase Cohen, S. [1972]. El concepto es sumamente importante en los estudios culturales. En este marco, se ha sostenido que determinados discursos son capaces de movilizar un pánico moral alrededor de determinadas cuestiones o grupos, a los que se los hace depositarios de un síntoma de conflicto social; en definitiva, la producción de pánico moral opera como reforzamiento de la ideología, en la medida en que naturaliza determinadas situaciones o condiciones que aparecen en procesos, sectores o personas (cf. Curran, J., 1998 y Hall, S. y otros, 1978).
7 S. Zizek, con Laclau, pertenece a la corriente antidescriptivista en el análisis político. Para esta corriente, los nombres no implican rasgos descriptivos ni se refieren a objetos del mundo real que exhiben esos rasgos. Por el contrario, el nombre se refiere al objeto sólo mediante lo que llaman “bautismo primigenio”, de modo que los nombres siguen refiriéndose a ese objeto aunque todos los rasgos descriptivos del objeto en el momento del “bautismo” hayan desaparecido. De allí que lo central en esta corriente sea determinar qué es lo que en el objeto, más allá de sus rasgos descriptivos, constituye su identidad, es decir, lo que constituye el correlativo objetivo del “designante rígido”, teniendo en cuenta que el objeto, entonces, se construye discursivamente (Cf. Laclau, E., “Prefacio”, en S. Zizek, 1992).
8 Si consideramos las políticas hegemónicas en su carácter de formaciones discursivas, como interpelaciones, como constituyente y productora de determinados intereses y problemas (soslayando, dejando fuera o ignorando otros problemas de una formación social), nos encontramos que esas «políticas» son establecidas bajo la forma de regulaciones (también reglas o prescripciones) para la vida social y para su ordenamiento. El análisis de las “regulaciones” ha sido objeto de diversos trabajos en el campo de los cultural studies. En esta perspectiva, las regulaciones pueden ser explícitas o implícitas. Las regulaciones explícitas tienen un alcance y unas consecuencias directas sobre nuestros actos sociales, nuestros discursos particulares y nuestras representaciones simbólicas. En cambio, las implícitas son reglas fundamentales o básicas, que constituyen los marcos y los límites (también los transformados en fronteras, según Laclau y Mouffe) más amplios de las interacciones sociales. En este último caso, su naturaleza es predominantemente tácita y no está regularmente sometida a examen; por lo que contribuyen significativamente a concebir al mundo como algo que “se da por descontado”, como algo naturalizado o congelado, posible de acceder e interpretar de acuerdo a los estatutos producidos. Estas son el tipo de regulaciones que construyen y transmiten con mayor capilaridad tanto el sentido colectivo como el sentido individual de “normalidad” y “regularidad”, ordenando y enmarcando nuestras expectativas e imaginarios acerca del mundo y de la vida.

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