Mariano Vázquez* |
Color federal. La política de prensa de Rosas
La relevancia que Juan Manuel de Rosas le otorgó a la opinión pública durante sus dos períodos como gobernador de la provincia de Buenos Aires marcaron un antes y un después en la historia argentina. Desde una visión modernista, implementó una política de prensa tendiente a consolidar su poder y el de su facción. Esta capacidad sólo puede entenderse en el carácter excepcional que le imprimió a su régimen –no sólo para el ámbito del Río de la Plata sino también para el latinoamericano– que tanta controversia causa aún hoy(1).
Juan Manuel de Rosas asumió por primera vez al frente de la gobernación de Buenos Aires el 6 de diciembre de 1829 con un considerable apoyo político y con el reclamo de poder absoluto para poder ordenar al territorio bonaerense. Se vivía un clima de incertidumbre y violencia –no sólo en la provincia, sino también en el resto del país– provocado por las guerras de la independencia y la cruel disputa civil entre unitarios y federales –que se apagó recién en 1831, con la captura del general José María Paz, comandante de las fuerzas unitarias de la Liga del Norte, aunque el unitarismo no dejó de ser nunca un peligro latente– que había afectado seriamente la política y la economía. Rosas encarnó mejor que nadie la necesidad social de respeto por la ley y el orden.
En 1828 la conspiración decembrista encabezada por el general Juan Lavalle terminó con el gobierno federal del coronel Manuel Dorrego y derivó en el período más cruento de la disputa facciosa entre unitarios y federales. Los seguidores de Dorrego “se reclutaban mayormente entre los sectores populares (…) en la campaña bonaerense se venía produciendo desde 1828, un levantamiento rural de vastos alcances que erosionaría el poder de Lavalle. Grupos de indígenas, gauchos seminómades y gauchos soldados protagonizaron este alzamiento, dirigido aparentemente por Rosas”(2). En abril de 1829, las fuerzas unitarias fueron derrotadas y Rosas continuó acrecentando su poder. La pelea facciosa marcó también el tinte de la prensa periódica: “El enfrentamiento entre unitarios y federales al calor de las luchas políticas internas que se generaron el país, originó una prensa brava, fuerte y violenta (…) con un marcado tinte panfletario”(3).
Los rumores de conspiraciones seguían a pesar de la caída de Lavalle, por lo que Rosas asumió la gobernación provincial con la decisión de la Sala de Representantes de otorgarle facultades extraordinarias. Las crisis institucionales provocaron que el régimen naciente fuera plenamente identificado con la defensa de las instituciones republicanas y la legalidad(4). Durante su primer mandato, Rosas intentó ordenar la situación mediante un hábil uso del poder y la vinculación con sectores poderosos: comenzó a ejercer un incipiente control estatal sobre la prensa y la educación, defendió los intereses rurales (de hecho él era un hombre de campo, compenetrado con la realidad rural, además de haber ejercido como comandante general de Milicias de campaña), complació a la Iglesia y fortaleció al Ejército.
En esta primera etapa comenzaría a edificar las características particulares de su régimen, que se consolidarían definitivamente durante su segundo mandato al frente de la provincia de Buenos Aires: “Maestro en la manipulación de los lenguajes y de los símbolos políticos, Rosas buscaría presentar su régimen simultáneamente como el representante de los intereses generales y de la voluntad general de todos los ciudadanos, y como aquel más específico de intereses parciales, sectoriales”(5).
Seguramente, el avasallante paso de Paz por el interior –consolidado con el triunfo de éste sobre Facundo Quiroga en Oncativo en 1830– determinó la intensificación de la persecución de los nostálgicos de los tiempos rivadavianos o decembristas y marcaron la tendencia al control oficial de la prensa de la época(6). También en este período comenzó la obligatoriedad para el uso de la divisa punzó(7).
Durante un breve interregno en su mandato, se desempeñaron en la gobernación bonaerense tres hombres de ideología federal. Este proceso determinó el fin de las líneas internas en la facción: o se estaba con Rosas o se estaba contra Rosas. Juan Ramón Balcarce, Juan José Viamonte, Manuel Vicente de Maza, se sucedieron al frente de la gobernación, entre 1832 y 1835.
Mientras estos hombres perdían prestigio y poder y la población los miraba con desconfianza ante el clima de intriga que se vivía en el país, Rosas aumentaba su prestigio al frente de la exitosa Campaña al Desierto ampliando las líneas de frontera. Ya en esos tiempos de conspiración y disputas, Rosas, desde su puesto de campaña, explicaba como debían ser los contenidos de los periódicos adictos a él para aumentar el impacto en la opinión pública: “…Les señalaba a sus interlocutores que a los soldados les gustaban los versos y que se incluyeran en la prensa cartas –reales o ficticias– de madres a hijos y de esposas a maridos que estuvieran participando de la expedición en el sur, al tiempo que recordaba que se lo nombrara permanentemente como Restaurador de las Leyes”(8). También los instruía para “el uso de giros coloquiales, de expresiones propias del medio campesino o popular urbano, de frases cortas y contundentes, y de consignas que, por su resonancia o rima, quedarían grabadas con facilidad en la memoria de individuos no adiestrados en los difíciles recursos de la lengua escrita”(9).
La consolidación del rosismo
Rosas fue restituido en su cargo por la Sala de Representantes el 7 de marzo de 1835 y juró el 8 de diciembre en un clima de júbilo popular: la crisis que produjo la noticia sobre el asesinato de Facundo Quiroga en Barrancas Yaco (Córdoba), fue la causa principal del fin del interinato de Maza. El hecho fue tomado como un acto de agresión unitaria, por lo que la facción federal (aunque sería conveniente ya referirse a esta como rosismo) pudo apelar a un gobierno fuerte(10).
Cuando la Legislatura lo volvió a elegir gobernador, le otorgó la Suma del Poder Público y todos los instrumentos legales necesarios para ejercer el poder sin la intromisión de ninguno de los otros poderes del Estado. Además, el clima de violencia y temor que vivía la población, producto de dos décadas de batallas casi ininterrumpidas, provocaron el apoyo decidido del pueblo a Rosas para que encauce el estado de situación vigente(11), aún a costa del cercenamiento de las libertades individuales, un costo que, aparentemente, los bonaerenses estaban dispuestos a pagar. Esto implicó poderes extraordinarios que le permitieron administrar a voluntad la Justicia, el Parlamento y las Relaciones Exteriores, lo que implicaba un dominio político y económico sobre el resto de las provincias. La provincia de Buenos Aires representaba entonces al poder central de la nación.
Este segundo período rosista, que se extendería hasta 1852, se iba a caracterizar por el fortalecimiento exponencial de su poder personal con el que logró subordinar aún más al Ejército y a la Iglesia. Asimismo, utilizó los recursos del Estado al servicio de la causa federal (como nunca antes en la historia de la región); además, puso en funcionamiento una aceitada maquinaria para crear su propio aparato de prensa (fundó medios adictos, cargó contra los opositores, utilizó la propaganda, amplificó la imagen de un gobierno fuerte -no sólo al interior del país sino al exterior, sobre todo Europa-, difuminó los límites entre la voz oficial y la voz de prensa); modificó profundamente el sistema educativo y dominó la economía de la nación mediante disposiciones tendientes a controlar las economías provinciales de acuerdo con las necesidades de Buenos Aires, gracias a que las provincias le otorgaron sin condiciones el manejo de la política exterior en 1835, lo que permitió consolidar la hegemonía provincial(12).
La represión, la censura de prensa y el avasallamiento de las libertades individuales no fueron una práctica exclusiva del rosismo. De hecho, el período posterior a la Revolución de Mayo se caracterizó por la utilización de este tipo de metodologías en todas las facciones. La diferencia sustancial reside en la efectiva puesta en marcha de los elementos coercitivos –originales y múltiples– que el Restaurador de las Leyes utilizó.
Rosas comprendió mejor que ninguno de sus contemporáneos que la base de su poder estaba en la opinión pública y que debía consolidar las herramientas imprescindibles para sostener su sistema de gobierno. Pensó, por primera vez en la historia argentina, una política gubernamental de prensa como sostén fundamental de su legitimidad. Con una postura modernista, Rosas utilizó a la prensa para imponer una política de poder tendiente a consolidar a su facción. Ésta fue desarrollada a través del establecimiento de periódicos al servicio del Restaurador, de un aparato de propaganda y de un plan de censura para silenciar los mensajes contrarios al régimen.
Parte de la historiografía argentina ha encasillado a la figura de Rosas como la de un dictador, minimizando las riquezas y complejidades de su discurso y sus acciones. De hecho, fue un revolucionario en el uso que le dio a una herramienta de la Ilustración como la prensa gráfica. Rosas entendió la centralidad de la prensa en su proyecto político y actuó de manera moderna en su ejercicio. Tomó los conceptos centrales de Bernardino Rivadavia y Mariano Moreno y les dio una vuelta de tuerca: mediante un uso político de la prensa. La simbología rosista, los rituales facciosos, la estética federal, la difusión oral (a través del ejército, la iglesia, las aulas, la vía pública) y la producción escrita se convierten en un monumental vehículo de propaganda y difusión ideológica de la figura de Rosas, de su proyecto político y de la perpetuación de su gobierno. No sólo advierte la importancia de la prensa al interior de las Provincias Unidas, sino en el contexto internacional. Es relevante destacar que una nación que aún se estaba forjando, que no estaba incorporada en el sistema de intercambio de mercancías mundial, que era una región alejada del centro de decisión en época de barcos, haya logrado tener espacios relevantes en los medios más importantes de Francia, Gran Bretaña, los Estados Unidos y Brasil.
Otro aspecto excepcional en este proyecto comunicacional es la utilización de cuestiones atinentes al campo de lo privado. Ya que la correspondencia privada era publicada en la prensa, si esto convenía a los intereses del gobierno. Por ejemplo, la extensa carta que Rosas le envió a Facundo Quiroga, el 20 de diciembre de 1834, fue reproducida innumerables veces en los periódicos de la época. En esta misiva, Rosas esboza argumentos políticos de corte constitucionalista acerca del problema institucional que atravesaba el país y le expone al caudillo riojano los pasos a seguir para pacificar y encauzar el rumbo de la nación13.
Prensa punzó
En el siglo XIX la población argentina era escasa. Los censos de la época marcan un escaso número de habitantes(14) y, para colmo, revierten la tendencia de las primeras décadas y se observa una predisposición a establecerse en las ciudades.
La Argentina no experimentó en esa época una revolución industrial, ni siquiera estaban dadas las condiciones previas para alcanzar ese estadio. No existían evidencias de especialización ni división del trabajo ni adelantos tecnológicos. De hecho, las industrias locales no atraían inversiones extranjeras ya que el mercado interno carecía de desarrollo, la población era insuficiente y no había consumo. Por lo tanto, la industria revestía un carácter artesanal, limitado, disperso y doméstico. El balance muestra a la Argentina de aquellos años con un desarrollo primitivo, heredado del período colonial, y sin la estructura para un desarrollo industrial al nivel de los países más avanzados. Woodbine Parish, ministro plenipotenciario de Gran Bretaña en nuestro país, desalentó la posibilidad de una industria nacional(15).
Por los registros de la época, la prensa periódica tampoco parecía ser la excepción. Podemos considerar a esta actividad como de orfebre: un censo oficial de 1836 indicaba que, sobre la base de 121 empresas, sólo tres estaban registradas como imprentas(16). Sin embargo, este dato no es del todo ilustrativo de la visión que los contemporáneos tenían acerca de la circulación de publicaciones(17), y a pesar de que las consecuencias de la censura se empiezan a sentir en los promedios de periódicos publicados año a año, sobre todo a partir del segundo período del Restaurador(18).
Más allá de esto, Rosas estaba satisfecho: Buenos Aires dictaba la economía de la nación, gracias al control y el uso de los puertos del Paraná y el Uruguay para la navegación y el encargo de las Relaciones Exteriores, como se indicó anteriormente. Es decir, el comercio dependía de las decisiones que tomara Buenos Aires. Ésta contaba con los medios para determinar la ruina o prosperidad de una provincia gracias a los controles de productos y precios que el dominio sobre el puerto le propiciaba(19) y a que las provincias se habían sometido a esto sin chistar. Un editorial publicado por The Times en Londres, el 20 de febrero de 1852, aseguraba que “el poder de Rosas” se edificó mediante “el sacrificio a Buenos Ayres de los Estados que bordeaban sobre el Río de la Plata y sus tributarias”(20).
Rosas manejó su gobierno de manera discrecional y personalista. Su capacidad y visión le permitieron trocar la antigua disputa entre federales y unitarios por la de rosistas vs. antirrosistas. Personalizó la política: o se estaba con él o se estaba contra él. Se hizo cargo –sin dudas ni vacilaciones– del aparato del Estado: burocracia, policía, ejército, justicia, fuerzas de choque ilegales(21). El control, la coerción, la propaganda y la prensa eran sus armas.
La aplicación de estos mecanismos por parte del régimen rosista no era constante y sistemática, sino que recrudecía o disminuía de acuerdo a los momentos neurálgicos de crisis políticas. Por ejemplo, durante el bloqueo anglofrancés al Río de la Plata la violencia contra los unitarios creció exponencialmente; en contraposición con los últimos cuatro años Rosas –tras la victoria en la batalla de Vences que consolidó a su facción– permitió el levantamiento del bloqueo y se vivió un período de relativa libertad y tolerancia(22).
Controló sin sobresaltos a la prensa: las publicaciones antirrosistas fueron acorraladas sin pausa, y ya en su primera gobernación, el ejecutor público quemó en las plazas muchos ejemplares de los periódicos que habían apoyado a Lavalle o atacado a miembros del partido federal. Las facultades extraordinarias, avaladas por los poderes del Estado de la época, le permitieron a Rosas restringir la libertad de expresión mediante acciones autócratas. A su vez, un decreto del 3 de octubre de 1831 prohibió la venta de libros e ilustraciones(23). Aunque fue la segunda etapa rosista la que marcó el inicio de la censura estatal a la prensa(24).
El 29 de enero de 1832, Rosas resolvió suspender dos periódicos, El Cometa y El Clasificador o El Nuevo Tribuno, por constituir una amenaza al orden y a la nación. Tres días después las imprentas sufrieron las duras decisiones del gobernador: se les impuso la obligación de obtener un permiso expreso del gobierno antes de establecer cualquier diario. Además, los dueños de los ya existentes tenían quince días para cumplirlo, y las penalidades eran muy severas: iban desde multas monetarias hasta prisión efectiva y la reincidencia equivalía al destierro de la profesión(25). Los periódicos debieron adaptar su discurso a los nuevos tiempos o dedicarse a temáticas que no eran rozadas por la censura, como la cultura, la literatura, incluso, la economía.
Era evidente que Rosas reconocía en el periodismo una herramienta útil para la acumulación de poder. En la política comunicacional para fortalecer su gobierno, además de silenciar la prensa opositora y potenciar la adicta, utilizó como política de difusión la propaganda, siempre ingeniosa y sutil. Similar a los eslóganes de campaña de estos tiempos: sencillos y claros, directos y contundentes; “Viva la Federación”, por ejemplo, al igual que la utilización de los emblemas colorados o la obligación de utilizar como encabezamiento de los documentos oficiales la frase “¡Mueran los salvajes unitarios!”. En las calles, en los púlpitos, en la campaña, en el mundo rural, se tronaba contra el enemigo y se ensalzaba la figura del Restaurador de la Leyes, quien era considerado como el recuperador de la institucionalidad, luego de los cruentos enfrentamientos pasados, “es que había restaurado, hacia 1835-40, no sólo el orden institucional, sino también la confianza de los ciudadanos en la justicia y su obediencia a la ley”(26).
La visión de los enviados plenipotenciarios era una muestra latente de la propaganda rosista: Hamilton, enviado de la Corona inglesa en Buenos Aires da cuenta en un mensaje enviado a las islas el 26 de abril de 1835 de la estética impuesta desde el poder: “Una cinta punzó es usada en el ojal de la solapa por todos lo partidarios del nuevo gobernador y, por temor, por muchos otros nativos que no aprueban ni del hombre ni de los principios de su partido”(27).
Escritores y lectores
Rosas no dejaba detalle al azar y, aunque sin cargo real, Pedro de Angelis, considerado un sabio, un hombre de extremada cultura, formado en Europa(28), se convirtió para el gobernador, en alguien que cumplía la función que en la actualidad sería el secretario de Medios y Comunicación de un gobierno. Tres presidentes argentinos han tenido dignos seguidores de De Angelis. Raúl Alejandro Apold para el líder peronista Juan Domingo Perón (1946-1952); José Ignacio López para el radical Raúl Alfonsín (1983-1989); Raúl Delgado para el justicialista Carlos Menem (1989-1999, dos períodos). Obviamente estos hombres no recorrieron la totalidad de los mandatos presidenciales pero sí fueron los más representativos y ejercieron una profunda influencia en la política de comunicación de las administraciones en las cuales participaron.
Consciente de la necesidad de fortalecer su política de prensa, Rosas puso en marcha una maquinaria de escritores y periodistas a su servicio, entre los que se destacan Pedro Cavia, Francisco Wright, Bernardo de Irigoyen y José Rivera Indarte, entre otros. Además, supo cómo fusionar el discurso partidario y el institucional(29).
De Angelis editó varios periódicos para Rosas: El Lucero (1829-1833), La Gaceta Mercantil (1823-1852, aunque De Angelis se unió con el ascenso de Rosas al poder en 1829), El Archivo Americano (1843-1851) y El Espíritu de la Prensa del Mundo (1842-1847). La Gaceta era una edición que intentaba extender la propaganda del régimen hacia al exterior para acallar las críticas sobre el discrecionalismo y autoritarismo con el que actuaba, según las acusaciones de la oposición. Se publicaba semanalmente en español, francés e inglés y la tirada ascendía a 1.500 ejemplares, de los cuales 400 se enviaban al exterior(30). Aquí la paradoja era total: estos ejemplares que iban al exterior eran utilizados como fuente de información de los sucesos argentinos por diarios europeos, los que luego eran reproducidos por diarios nacionales. En resumen, información surgida desde el seno de poder en la Argentina retornaba al país como novedosa: la imagen de Rosas en el mundo era elogiada.
Una muestra de la importancia que Rosas le otorgaba a la opinión pública se encuentra en una carta de Henry Southern, ministro plenipotenciario de Inglaterra en la Argentina entre 1848 y 1852. En una de las misivas, dirigida al vizconde Palmerston, le informaba que “las autoridades de los distritos leen todo los días, en todos los rincones del país, la ‘Gaceta Mercantil’, que se encuentra directamente a su cuidado; los jueces de paz la leen a los civiles y el comandante militar a las personas relacionadas con el ejército. La Gaceta es, en realidad, parte de un simulacrum de gobierno, que se mantiene con una perfección de la que solo es capaz un hombre de la fuerza y el carácter y de la naturaleza inflexible e incansable del general Rosas”(31).
Rosas nunca dejó de entender la política de prensa como un instrumento dirigido a más de un público. Por eso proveyó de una escritura a aquellos sectores que le eran más fieles: los soldados, los peones, las sirvientas, los esclavos, los comerciantes. Por eso, como lo indica Jorge Myers, “la aparición de una escritura pública dirigida primordialmente a un público de precaria formación intelectual, cuando no enteramente iletrado, constituyó uno de los rasgos más llamativos del periodismo patrocinado por los sectores de Rosas”(32). Estos estaban escritos en verso o prosa y “en un lenguaje directo y fácil de recordar para un público semiletrado, tanto urbano como rural”(33).
En relación a Southern, Andrew Graham-Yool indica que en 1847 escribió una carta sobre la comunidad británica en The British Packet. Esto daba señales de que su opinión acerca de Rosas era positiva; de lo contrario, le hubiese resultado imposible haber publicado nada en ese semanario inglés que “respaldaba vehementemente a Rosas”(34). La carta fue reproducida posteriormente en La Gaceta Mercantil y en el Archivo Americano.
Fuera del grupo de diarios de De Angelis y otros favorables a Rosas, el resto debía ser muy cuidadoso de sus expresiones y de las informaciones que publicaba. Fuera del país y junto con los diarios opositores que circulaban en algunas provincias de la nación o bien en Montevideo (cuna de los movimientos políticos más críticos a Rosas) y Chile, uno de los medios más críticos del régimen fue The Times, que “refunfuñaba con frecuencia contra Rosas”(35), en editoriales y crónicas.
Rosas tenía numerosos enemigos externos e internos: en Bolivia y Uruguay; en Inglaterra y Francia; y sus aliados en la Confederación, Entre Ríos y Corrientes, comenzaban a sublevarse. Si embargo, pudo extender las acciones de su gobierno hasta 1852 con el apoyo de los sectores más desprotegidos de la población y con todos los métodos que supo utilizar durante su larga estadía en el poder.
El 3 de febrero de 1852, en los campos de Caseros, resulta victorioso el ejército del general Urquiza, dando fin a uno de los períodos más excepcionales y ricos de la historia argentina. Como señala Jorge Myers: “Habiendo asumido el poder de la provincia de Buenos Aires en medio de una crisis institucional y política de extrema gravedad, Rosas no sólo lograría completar su primer mandato, sino que, a pesar de la tenaz resistencia que la clase política porteña oponía a su deseo de perpetuar los poderes dictatoriales que brevi spatio tempore le habían sido concedidos, realizaría la hazaña de volver dos años y medio más tarde al poder –investido ahora de la Suma del Poder Público– y mantenerse en él durante dieciocho largos años”(36). Logró extender su facción a todas las provincias y también consiguió desarrollar un sistema de poder omnipresente y con características peculiares para la época, no sólo en el ámbito local, sino también en el plano internacional. A pesar de ese éxito, esa maquinaria de poder se extinguió, producto quizá de los esfuerzos cotidianos que implicaba su sostenimiento. Rosas marchó al exilio, a su suerte quedaron librados los sectores populares que aún conservaban intacta su veneración por el Restaurador de las Leyes.
Notas
* El autor es periodista, egresado de la Escuela de Periodismo TEA y se desempeña como periodista en la Agencia de Noticias de la Central de los Trabajadores Argentinos (ACTA) y del periódico de la CTA. Es además, integrante del Grupo APPeAL (Alternativas Pedagógicas y Prospectiva en América Latina), que conduce la pedagoga Adriana Puiggrós. Actualmente es maestrando en la carrera de posgrado “Maestría en Periodismo y Medios de Comunicación” que dicta la F.PyC.S de la UNLP, de manera conjunta con la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires (UTPBA). Este trabajo se encuadra en su Tesis de Maestría: “Juan Manuel de Rosas y su política de prensa” que dirige el Dr. Oscar Muiño.
2 PAGANI, Rosana; SOUTO, Nora; WASSERMAN, Fabio en GOLDMAN, Noemí (dirección). Revolución, República, Confederación (1806-1852), Cap. VIII, Tomo III, Nueva Historia Argentina, Bs. As., Sudamericana, 1998, pp. 291-294.
3 MALHARRO, Martín; LÓPEZ GIJSBERTS, Diana. El periodismo de denuncia y de investigación en la Argentina. De La Gazeta a Operación Masacre (1810-1957), La Plata., Ediciones de Periodismo y Comunicación, 1999, p. 28.
4 MYERS, Jorge. Op. Cit., p. 349.
5 Idem, p. 350.
6 “… En enero de 1832 El Cometa y El Clasificador fueron suspendidos por haber abogado en pro de una organización constitucional para la República, y de allí en más, la demanda de un permiso oficial para la publicación de un periódico fue exigida como condición indispensable”. PAGANI, Rosana; SOUTO, Nora; WASSERMAN, Fabio. Op. Cit., p. 307.
7 Idem, p. 307.
8 Idem, p. 313.
9 MYERS, Jorge. Op. Cit., p. 376.
10 IRAZUSTA, Julio. Vida política de Juan Manuel de Rosas a través de su correspondencia. El advenimiento de Rosas, Buenos Aires, Albatros, Tomo I, pp. 237-247.
11 IRAZUSTA, Julio. Ensayos históricos, Buenos Aires, Eudeba, 1973, pp. 50-84.
12 Idem, p. 66.
13 IRAZUSTA, Julio. Op. Cit.
14 “En el 1800 la población argentina era de 300 mil habitantes; en 1816 de 507.951; en 1825 de 570 mil; en 1857 de 1.180.000; y en 1869 de 1.736.923”. MAEDER, Ernesto. Evolución demográfica argentina de 1810 a 1869, Buenos Aires, 1969 en LYNCH, John. Juan Manuel de Rosas, Buenos Aires, Emecé, 1984, p. 101.
15 GRAHAM-YOOL, Andrew. Rosas visto por los ingleses, Buenos Aires, Editorial Belgrano, 1997, pp. 17-35.
16 Idem, pp. 135-163.
17 “La Ley de Prensa de 1821 (…) otorgó efectivamente un muy amplio margen de libertad al periodismo local, y tuvo como consecuencia una virtual explosión en la cantidad de publicaciones que llamó la atención de contemporáneos, tanto extranjeros como argentinos: que en un país de escasa población y menos lectores se imprimieran no menos de una treintena de periódicos de diversa índole era sin duda un dato digno de ser remarcado”, en MYERS, Jorge. Orden y virtud, Universidad de Quilmes, 1995, p. 27.
18 Myers, Jorge. El “Nuevo hombre Americano”..., Op. Cit., pp. 359-360.
19 LYNCH, John. Op. Cit., pp. 146-158.
20 GRAHAM-YOOL, Andrew. Op. Cit., p. 151.
21 “Durante años, desde la asunción (…) de Rosas, ha existido en esta ciudad un Club que lleva por nombre ‘Sociedad Popular’ pero que es más conocida con el término de ‘Mazorca’ que significa la cabeza del maíz o cereal indio, pero que al pronunciarse suena igual que ‘más horca’. Esta Sociedad, al igual que los tribunales secretos de la Alemania de la Edad Media, emite sus decretos e inmola a sus víctimas”, relata el ministro plenipotenciario inglés en Buenos Aires, J. H. Mandeville, en octubre de 1840, en GRAHAM-YOOL, Andrew. Op. Cit., p. 76.
22 PAGANI, Rosana; SOUTO, Nora; WASSERMAN, Fabio. Op. Cit., pp. 327-333.
23 LYNCH, John. Op. Cit., p. 167.
24 MYERS, Jorge. Op. Cit., pp. 26-34.
25 LYNCH, John. Op. Cit., p. 168.
26 PAGANI, Rosana; SOUTO, Nora; WASSERMAN, Fabio. Op. Cit., p. 341.
27 GRAHAM-YOOL, Andrew. Op. Cit., p. 47.
28 MYERS, Oscar. Op. Cit., pp. 34-41 y 165-208.
29 Idem, pp. 35-37.
30 LYNCH, John. Op. Cit., pp. 190-191. WEINBERG, Félix. El periodismo en la época de Rosas, revista de Historia, Nº 2, Buenos Aires, 1957.
31 Idem, p. 191.
32 MYERS, Oscar. Op. Cit., p. 41.
33 Idem, p. 42.
34 GRAHAM-YOOL, Andrew. Op. Cit., p. 122.
35 Idem, p. 122.
36 MYERS, Jorge. El “Nuevo hombre Americano”... Op. Cit., p. 328.