Ángel Tello y Jorge Szeinfeld




Globalización y nuevos conflictos*


Contenido
El Imperio
Análisis político del terrorismo 

En el Informe final de la investigación anterior referido a la misma temática -producto del trabajo de un equipo de docentes-investigadores que concluyó en 1998-, se exponen datos concretos de los fuertes desequilibrios que se producen a partir de un sistema de poder en el mundo que determina una distribución del ingreso cada vez más regresiva e injusta. Como se sostuvo en aquella oportunidad, esto viene acompañado por un discurso ideológico, un pensamiento único, según el cual nada se puede hacer que no contemple la fórmula elaborada en los centros de poder. Como si se tratara de una maldición del Supremo: aquél que se aparte del camino prefijado sufrirá los peores males y condenas que se pueden imaginar.

La última doctrina del presidente de los Estados Unidos, George W. Bush -que será analizada más adelante a través de los “ataques preventivos”, los “terroristas” y “Estados delincuentes”-, confirma desde el punto de vista militar el comportamiento del Imperio y la necesidad de imponer el pensamiento único, cueste lo que cueste. Esta globalización, con su centro en el poder de los EE.UU, además de debilitar gravemente a los Estados y provocar un rediseño de la economía mundial, posee una ideología aún aceptada por intelectuales pseudoprogresistas según la cual no existen alternativas fuera de este sistema. Michael Hardt y Antonio Negri, por ejemplo, como versión de izquierda, fatalista, de la globalización, adoptan el discurso único y proponen variantes dentro del modelo sin cuestionar las bases del mismo.

A mediados de 2002 apareció publicado un trabajo de enorme importancia que combate la idea de que sólo un camino o salida, es posible. Este libro, que sin mencionarlo da por tierra con el discurso único y demuestra que otras alternativas son posibles, fue escrito por Joseph E. Stiglitz, Premio Nobel de Economía 2001, ex vicepresidente del Banco Mundial y ex jefe del gabinete de asesores económicos del presidente William Clinton de los EE.UU. Se trata de un académico que ha cumplido funciones importantes y sabe de qué habla. Se trata de alguien de adentro del sistema, del riñón mismo del poder.

Dice Stiglitz: “Escribo este libro porque en el Banco Mundial comprobé de primera mano el efecto devastador que la globalización puede tener sobre los países en desarrollo, y especialmente sobre los pobres en esos países(1) (...) La globalización no ha conseguido reducir la pobreza, pero tampoco garantizar la estabilidad”(2), observa el Nobel 2001. En Conflictos y comunicación en la globalización, habíamos señalado como base de la incertidumbre política el espacio que se abrió desde el derrumbe de la Unión Soviética para nuevas disputas de poder en el mundo y las desigualdades crecientes entre ricos y pobres. Esto nos lo confirma ahora Stiglitz.

Interesa aquí actualizar algunos comentarios al trabajo realizado en 1998 porque carece de interés reiterar cifras de la globalización, hoy ampliamente difundidas y conocidas. Proponemos en este Informe Final tomar preferentemente referencias de orden político o ideológico que ayuden a interpretar este proceso sin descuidar ocasionalmente lo económico.

Señala Stiglitz: “La globalización y la introducción de la economía de mercado no han producido los resultados en Rusia y en la mayoría de las demás economías en transición desde el comunismo hacia el mercado. Occidente aseguró a esos países que el nuevo sistema económico les brindaría una prosperidad sin precedentes. En vez de ello, generó una pobreza sin precedentes; en muchos aspectos, para el grueso de la población, la economía de mercado se ha revelado incluso peor de lo que habían predicho sus dirigentes comunistas. El contraste en la transición rusa, manejado por las instituciones económicas internacionales, y la china manejada por los propios chinos, no puede ser más acusado. En 1990 el PBI chino era el 60% del ruso, y a finales de la década la situación se había invertido: Rusia registró un aumento inédito de la pobreza y China un descenso inédito”.

“Los críticos de la globalización acusan a los países occidentales de hipócritas, con razón: forzaron a los pobres a eliminar las barreras comerciales, pero ellos mantuvieron las suyas e impidieron a los países subdesarrollados exportar productos agrícolas, privándolos de una angustiosamente necesaria renta vía exportaciones. Estados Unidos fue, por supuesto, uno de los grandes culpables, y el asunto me tocó muy de cerca, como presidente del Consejo de asesores económicos, batallé duramente contra esta hipocresía, que no sólo daña a las naciones en desarrollo sino que cuesta a los norteamericanos, como consumidores por los altos precios y como contribuyentes por los costosos subsidios que deben financiar, miles de millones de dólares”(3).

Con relación a la política de la globalización, observa Stiglitz: “Si los beneficios de la globalización han resultado en demasiadas ocasiones inferiores a los que sus defensores reivindican, el precio pagado ha sido superior, porque el medio ambiente fue destruido, los procesos políticos corrompidos y el veloz ritmo de los cambios no dejó a los países un tiempo suficiente para la adaptación cultural. Las crisis en un paro masivo fueron a su vez seguidas de problemas de disolución social a largo plazo –desde la violencia urbana en América Latina hasta conflictos étnicos en otros lugares, como Indonesia-”(4).

Estos elementos nos dan una base, nos dan la continuidad del otro trabajo de investigación mencionado. Estos elementos nos permiten detectar el trasfondo político y económico de este proceso mundial que hoy invade a todas las regiones y países modificando culturas, ideas, tradiciones, comportamientos, etc. No es posible plantear seriamente la reformulación de un pensamiento estratégico en la región y el rol consecuente de las Fuerzas Armadas sin tener en cuenta el contexto internacional y cómo éste genera incertidumbres, amenazas, y la proliferación de nuevos actores en el sistema que condicionan notablemente a cada actor particular.

Para concluir parcialmente con esta introducción, Stanley Hoffman(5), en una nota en la cual analiza la globalización, dice: “La globalización, lejos de propagar la paz, parece así alentar conflictos y resentimientos”.

El Imperio

Recordando aquella antigua, pero sumamente actual, frase de Carl von Clausewitz de que “la guerra es la política por otros medios”, interesa analizar aquí la estructura político-ideológica que hoy ordena e imparte directivas en el mundo. Hacer esto resulta imprescindible para enmarcar los conflictos y guerras, actuales y futuras, a partir de lo cual deberán pensarse las misiones de los soldados, tanto a nivel regional como nacional.

Consideramos que la terminología Imperio resulta apropiada para comprender la realidad del momento, porque se ha instalado una configuración unipolar del poder, con centro en los Estados Unidos, y porque la comparación con el Imperio romano en su época, quizás también con otras estructuras imperiales como los turcos o británicos, más el análisis de la teoría del equilibrio de David Hume, ayudan a entender comportamientos y actitudes y a prever, aunque sea de manera aproximada, el curso de los acontecimientos.

Michael Hardt y Antonio Negri han publicado en noviembre de 2000 un enjundioso trabajo en el cual se proponen estudiar esta nueva realidad que hoy vive el planeta. El libro en cuestión se denomina Imperio y es quizás hasta ahora el intento más serio para penetrar los meandros del mundo moderno desde un autoproclamado pensamiento progresista aunque, en nuestra opinión, insuficiente y parcial. La caída del Muro de Berlín y la desaparición de la Unión Soviética provocaron un cambio estructural del sistema internacional: éste dejó de ser bipolar desde el ángulo de la configuración de las relaciones de fuerzas y pasó a ser unipolar, tomando como referencia estas mismas relaciones. Desde el punto de vista económico, y también político, el sistema actual tiende hacia la multipolaridad con la emergencia de nuevos centros de poder en los tiempos futuros. Esta novedosa configuración del sistema mundial da lugar a la relación, al menos teórica, con otros imperios en otras épocas y de aquí surge la idea de pensar el planeta del siglo XXI desde una óptica imperial.

Según Hardt y Negri, el Imperio moderno se fundamenta en la construcción de un poder de nuevo tipo, basado en una superestructura jurídica similar a la pensada por el eminente jurista Kelsen en otros tiempos. Estructura conformada a partir del consentimiento general y en la cual la ley antecede a las relaciones de fuerzas. El derecho aparecería de esta manera como “implícitamente normativo” y estaría aceptado, internalizado previamente en cada unidad política y por cada individuo. Este Imperio, a diferencia de otros, se apoyaría en una nueva política y en un nuevo basamento jurídico.

Partiendo desde una nueva visión del derecho, el Imperio procura una nueva inscripción de la autoridad, un proyecto nuevo de producción de normas universales y nuevas herramientas legales de coerción que garanticen los contratos y apunten a resolver los conflictos que puedan aparecer. Según H&N, el Imperio lleva al extremo la coincidencia y la universalidad de lo ético y lo jurídico para todos los pueblos sin distinción. El concepto de Imperio, de esta manera, resulta asimilado a una gran orquesta mundial que ejecuta las melodías bajo la batuta de un director. Aparece así un poder unitario que mantiene la paz social y produce verdades éticas y que, al mismo tiempo, posee la fuerza necesaria para conducir “guerras justas”, en las fronteras, contra los bárbaros y hacia adentro, contra los sediciosos. El diplomático británico Robert Cooper constata con el realismo típico que caracteriza a los ingleses: “Entre nosotros observamos las leyes, cuando operamos en la jungla, debemos echar mano a las leyes de la jungla”.

La guerra se asimila a una suerte de acción policial llevada a cabo por un nuevo poder imperial que puede ejercer legítimamente funciones éticas a través de ella; poder imperial que, en alguna medida, aparece sacralizado. La “guerra justa” no aparece ligada ya a la legítima defensa tal como se reconoce en la Carta de las Naciones Unidas, de más en más constituye una actividad que se justifica en sí misma.

“Estados Unidos podrá lanzar acciones preventivas contra Estados y organizaciones terroristas que amenacen su seguridad. Su fuerza militar seguirá siendo lo suficientemente fuerte como para disuadir a cualquier país de intentar equiparar o superar su supremacía como ocurrió durante la Guerra Fría. Siempre se buscará el apoyo internacional, pero no vacilará en actuar solo, si fuera necesario, en defensa de sus intereses”(6).

Estos son los ejes centrales de la política exterior y de la nueva doctrina de la seguridad nacional que el gobierno de George W. Bush anunció en septiembre de 2002, en el giro más agresivo que se conoce desde la gestión de Ronald Reagan y que, seguramente, provocará tensiones con el concepto de acción preventiva, concepto que cambia la tradición que ha guiado las relaciones entre los Estados en los últimos tres siglos y medio. En efecto, en el Tratado de Westfalia de 1648, que puso fin a tres décadas de guerras religiosas en Europa, asegurando la libertad religiosa a cambio de la lealtad al Príncipe, se consagró un principio según el cual los Estados sólo tienen derecho al uso de la fuerza en defensa propia y ante una agresión. Un principio establecido es que no puede emplearse la fuerza armada para cambiar el sistema de gobierno de otro país.

H&N sostienen que emerge un poder establecido, sobredeterminado en relación con los Estados soberanos, el reconocimiento de este hecho provoca un verdadero cambio de paradigma pues este poder actuaría de manera relativamente independiente del poder de los Estados, funcionando como centro del orden mundial y ejerciendo una regulación efectiva sobre todo el sistema. Desde este punto de vista el Imperio no se constituye a partir de la fuerza por la fuerza misma, sino a partir de la capacidad de emplear la fuerza al servicio del derecho y de la paz. Estas apreciaciones se dan de cabeza con la realidad del mundo, en particular con los anuncios realizados por el presidente de los Estados Unidos que están bastante alejados de las elucubraciones teóricas de estos dos autores: pensando un Imperio justiciero, afable y sin un rostro determinado.

Conviene citar aquí a Samuel Huntington que habla desde el corazón ideológico de este Imperio “sin rostro” que nos describen H&N. En relación con las iniciativas impulsadas en los últimos tiempos por Washington: “...presionar a otros países para adoptar valores y prácticas norteamericanas en temas tales como derechos humanos y democracia; impedir que terceros países adquieran capacidades militares susceptibles de interferir con la superioridad militar norteamericana; hacer que la legislación norteamericana sea aplicada en otras sociedades; calificar a terceros países en función de su adhesión a los estándares norteamericanos en materia de derechos humanos, drogas, terrorismo, proliferación nuclear y de misiles y, ahora, libertad religiosa; aplicar sanciones contra los países que no conformen a los estándares norteamericanos en estas materias: promover los intereses empresariales norteamericanos bajo los slogans de comercio libre y mercados abiertos y modelar la política del Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial para servir a esos mismos intereses (...) forzar a otros países a adoptar políticas sociales y económicas que beneficien a los intereses económicos norteamericanos; promover la venta de armas norteamericanas e impedir que otros países hagan lo mismo (...) categorizar a ciertos países como ‘estados parias’, o delincuentes, y excluirlos de las instituciones globales porque rehúsan a postrarse ante los deseos norteamericanos”(7). Esto demuestra una vez más, en el reconocimiento que hace una de las figuras más lúcidas del pensamiento estadounidense, que no existe tal poder “magnánimo” y desinteresado como ya se observó en otra parte de este trabajo.

En opinión de H&N, el Imperio está llamado a constituirse por su capacidad para resolver conflictos y los ejércitos imperiales intervienen ante la solicitud de una o ambas partes enfrentadas. El Imperio posee el poder jurídico de gobernar sobre lo excepcional y la capacidad de desplegar la fuerza policial, siendo estos dos elementos fundamentales para la definición de un modelo imperial de autoridad. Así, el derecho de intervención y la Corte Penal Internacional legitiman la acción policial a través de un conjunto de valores universales. Nada más alejado de la realidad cuando la potencia central del Imperio, los EE.UU, se convierte en un generador mayor de conflictos en función de su exclusivo interés nacional –la cuestión de Irak así lo demuestra- y este país del Norte no acepta la jurisdicción de la Corte Penal Internacional. Al respecto, el presidente de los EE.UU, George W. Bush, dice en su presentación sobre “Seguridad nacional: la estrategia de los Estados Unidos”: “Tomaremos todas las medidas que sean necesarias para asegurar nuestro compromiso a favor de la seguridad en el mundo, y la protección de los norteamericanos no se verá entorpecida por el poder de investigación, de averiguación y de persecución del Tribunal Penal Internacional, cuya jurisdicción no abarca a los estadounidenses y al cual rechazamos. Trabajaremos en colaboración con otras naciones para evitar complicaciones durante nuestras operaciones militares, en el marco de acuerdos bilaterales o multilaterales que protegerán a nuestros ciudadanos”(8).

En relación con este punto, Robert Kagan, considerado como el “gurú” de los neoconservadores estadounidenses, dice en un reportaje publicado por la revista L’Express: “Los norteamericanos piensan que, puesto que ellos asumen la inmensa tarea de mantener la seguridad internacional, no pueden hacerlo si son tratados de la misma manera que Costa Rica o Bolivia, ni si sus soldados son arrastrados ante la Corte Penal Internacional”. Excelente definición de lo que se considera doble standard sin calificar la soberbia repugnante en la referencia a dos naciones americanas.

El Imperio aparecería entonces como el centro que sostiene la globalización de las redes de producción y teje la telaraña que encierra todas las relaciones de poder en su orden mundial. También desarrolla una poderosa función policial contra los nuevos bárbaros y contra los esclavos rebeldes. “El oro no hace tener buenas tropas, pero buenas tropas sirven para tener oro”, escribía Maquiavelo en su Primera década de Tito Livio.

Cuando H&N se refieren a los que ellos han bautizado como “biopoder”, lo hacen para significar lo que ellos consideran como extremo final de la modernidad que se abre sobre lo posmoderno, de tal manera que emergen mecanismos de “manejo” más democráticos y más difundidos o interiorizados en el cerebro de los individuos a través de los medios de comunicación y las redes de información. Esto permite pasar de lo que era una sociedad disciplinaria a una sociedad de control. Dicho de otra manera, la ideología imperial produciría un efecto tal que cada sujeto en este planeta no sólo acepta, sino que está conforme con lo que le ha tocado en suerte. Esto nos lleva a pensar en la felicidad que experimentan los miles de millones de seres humanos que están por debajo de la línea de pobreza, según cifras difundidas por respetables organismos internacionales, en fin, en aquellos que no conocen otro destino que el hambre y la postergación.

El “biopoder”, según esta versión, reglamenta la vida desde el interior de cada individuo, moldeando las conciencias a través de interpretaciones asimiladas y reformuladas permanentemente.

H&N citan a Foucault en sus estudios sobre la posmodernidad cuando dice: “La vida se transforma ahora en un objeto de poder”. Es decir, el poder actúa sobre cada conciencia individual para convencerla que por una suerte de mandato divino debe aceptar un orden preestablecido: el orden del poder globalizado. El poder se expresa como un control que invade lo más profundo de las conciencias y cuerpos de los seres humanos extendiéndose hasta la totalidad de las relaciones sociales. Desde este punto de vista, la sociedad civil se absorbe en el Estado produciéndose el estallido de elementos que antes se encontraban coordinados y mediatizados en la sociedad civil. Para ello se parte del análisis de las transformaciones operadas en el trabajo productivo que tiende cada vez más a devenir inmaterial. El antiguo rol de los obreros en la producción de plusvalía aparecería hoy asumido por la fuerza de trabajo intelectual e inmaterial basada en la comunicación. Y aquí surgen dos problemas que es necesario considerar: por un lado pensar una sociedad civil que absorbe o es absorbida por el Estado concluye en el debilitamiento de éste y en la desaparición de los mecanismos reguladores de un sistema capitalista que no derrama riquezas espontáneamente si no se ejerce sobre el mismo una acción política particular. El otro asunto está relacionado con la deslocalización de las empresas que obtienen plusvalía y excedentes extraordinarios explotando a trabajadores del tercer mundo y aún a sus propios trabajadores en los países centrales, como recientes estudios lo demuestran.

Este trabajo de H&N deja pensar que hoy estamos tratando con una suerte de etapa superior del imperialismo, el Imperio, la cual se caracteriza por un cambio radical en las relaciones de producción capitalistas. John K.Galbraith sostuvo: “La globalización no es un concepto serio. Nosotros, los norteamericanos, lo inventamos para ocultar nuestra política de penetración económica en el exterior”(9).

En relación con la obra Imperio, observa Atilio Borón: “Nuestros autores parecen no tener la menor conciencia de la continuidad fundamental que existe entre la supuestamente ‘nueva’ lógica global del imperio, sus actores fundamentales, sus instituciones, normas, reglas y procedimientos, y la que existía en la fase presuntamente difunta del imperialismo. H&N parecen no haberse percatado de que los actores estratégicos son los mismos: las grandes empresas transnacionales, pero de base nacional y los gobiernos de los países industrializados; que las instituciones decisivas siguen siendo aquellas que signaron ominosamente la fase imperialista que ellos ya dan por terminada, como el FMI, el Banco Mundial, la OMC y otras por el estilo; y que las reglas del juego del sistema internacional siguen siendo las que dictan principalmente los Estados Unidos y el neoliberalismo global, y que fueron impuestas coercitivamente durante el apogeo de la contrarrevolución neoliberal de los años ochenta y comienzos de los noventa”(10).

Análisis político del terrorismo

Los atentados terroristas de los últimos años evidencian una mutación de su naturaleza y finalidad. Todo indica que el terrorismo no es más que el síntoma más cruento de un fenómeno de creciente incidencia del mundo posmoderno: el fenómeno mafioso. Las mafias pretenden eliminar al poder formal o al menos sustituirlo para que no obstaculice sus fines y para ello despliegan un abanico de actividades que van desde las más filantrópicas y lícitas hasta las más brutales e ilícitas, incluyendo la totalidad de las “nuevas amenazas”: narcotráfico; lavado de dinero; tráfico de personas y migrantes; transferencia y contrabando de materiales y tecnologías sensibles; criminalidad organizada; tomas agresivas; robo de identidad y fraude bancario; criminalidad transfronteriza; cibercriminalidad; y –obviamente- el terrorismo. Poco importa la legitimidad, aunque, de ser necesario, activan el nacionalismo, el regionalismo, el fundamentalismo, la etnicidad e incluso la globalofobia para su reclutamiento o apoyos de base. Lo importante son los resultados en términos de poder y no de lucro. Pretender combatir su base económica puede resolver cierto nivel superficial del problema pero no su base o cimientos. El Estado con su actual compartimentalizada arquitectura institucional, debilitada por restricciones presupuestarias, no está en condiciones de enfrentar este fenómeno ni su síntoma más brutal: el terrorismo. Se hace imprescindible comprender la naturaleza de este fenómeno, único elemento verdaderamente nuevo entre las actuales amenazas, para enfrentarlas y diseñar una arquitectura institucional que se presente como eficaz para tal fin.

Es importante resaltar que un componente importante en esta investigación fue el análisis y descripción del fenómeno terrorista, comenzado a trabajar en el anterior proyecto y continuando como dato de suma importancia en los conflictos actuales. En el mismo se trató de definir al terrorismo desde diversas ópticas pero el elemento político fue de real interés e importancia.

El terrorismo es ante todo desviación con relación a un motivo de significado, separación del portador de las armas y del movimiento al que se refiere, su emergencia y desarrollo se ven favorecidos por condiciones que operan a otros niveles. Los fenómenos terroristas contemporáneos más complejos siguen una espiral ascendente en la que, partiendo de referencias a símbolos sociales o comunitarios -proletariado obrero, campesinos, colectividad nacional-, el protagonista de una violencia política ataca al Estado, se convierte propiamente en terrorista, para entrar más tarde en el juego internacional donde se convierte en el agente heterónomo de un poder con el que su lucha inicial tiene poco que ver.

Sistema Político, Estado, Sistema internacional son tres niveles que operan los agentes terroristas. Todas las actividades humanas y sociales pueden ser teatro de conflictos. Sin embargo, señala Freund(11) que: “en particular se vuelven políticos aquellos conflictos que ponen a los grupos frente a frente”. Se infiere de este concepto que la política disfruta sociológicamente de un estatuto especial en la conflictualidad que, por otra parte, corresponde a esta finalidad. Esta consiste en la protección de los miembros de una comunidad, en el sentido que se debe preservar a unos de una eventual violencia de otros, interna o externa, garantizando la seguridad contra toda amenaza.

Es importante precisar conceptos fundamentales como terrorismo y narcoterrorismo. El terror en general, también denominado terror masivo, es un acto basado en la violencia: el sujeto es una organización de personas que se corporizan en una entidad física y espiritual y que persigue objetivos políticos definidos. El terror recae sobre el pueblo en su totalidad, sin distinguir clases, niveles o grupos. El arma y el medio de acción privilegiado es la violencia que, para alcanzar los fines propuestos, se ejerce de una manera racional y calculada en tiempo, fuerza y formas adecuadas.

El terrorismo político, de cualquier tipo, presenta características comunes:

1- El uso sistemático del homicidio, lesiones y destrucción, con una finalidad política.

2- Procuran crear una atmósfera de terror, desesperación o abatimiento entre el grupo que ha tomado como enemigo, con el fin de intimidación o chantaje.

3- El accionar terrorista no es discriminatorio en sus efectos, utiliza medios diversos, teniendo como propósito propagar el terror.

4- Los terroristas no reconocen distinciones entre combatientes y no combatientes. Cualquier persona puede ser eliminable en función de la causa. Respecto del terrorismo no se puede ser neutral, o se estás con ellos o contra ellos.

5- El terrorismo utiliza métodos especialmente bárbaros, la ciencia y tecnología, han aumentado el repertorio de tortura, muerte y destrucción utilizados.

6- Las motivaciones políticas del terrorismo hacen que cualquier medio justifique sus fines, apelando a fines trascendentales, apelando al argumento de que él es el único medio eficaz parar conseguir el fin propuesto. También con argumentos morales de justa venganza, o la teoría del mal menor.

Resulta importante destacar que el terrorismo en la actualidad posee un carácter internacional, vale decir, “que su acción no se limita a las fronteras de un país, sino que posee una modalidad transnacional”, según Levene(12) podemos sostener que este es otro epifenómeno producto de la globalización y de la universalidad que aparecen los conflictos en la actualidad. En este siglo, la guerra ha sido, la expresión más descarnada de la soberanía absoluta del Estado-Nación, en la guerra se enfrentaban ejércitos por el control de espacios territoriales, marítimos o aéreos. La guerra era pues un choque de voluntades que tenía lugar en terreno abierto.

Pero gráfica Botana(13) que: “el terrorismo es en cambio un fenómeno inverso: oculta, “privatiza”, y rechaza el ejercicio clásico de la violencia. Actúa dentro y fuera de las fronteras de un Estado y siempre recurre a un secreto. Es una sorpresa que emerge del subsuelo. Los atentados a las embajadas norteamericanas en Kenya y en Tanzania y la reciente agresión en Ciudad del Cabo son un ejemplo de esta metodología y reprodujeron en nuestras pantallas de televisión, casi como un calco, las masacres de Buenos Aires en la Embajada de Israel y en la sede de la AMIA: las mismas ruinas, los mismos despojos, una idéntica desesperación”.

Hoy el terrorismo ha adquirido características que no tenía en el pasado; afirmamos con Botana(14) que el terrorismo se ha globalizado y, al irradiar sobre el planeta entero, ha mostrado una capacidad desmedida con respecto a los instrumentos de que se vale, para poner incluso en aprietos a los Estados Unidos, única superpotencia hoy presente en el mundo”. Nos demuestran los Estados Democráticos que al terrorismo hay que vencerlo con la ley (ejemplo: Italia) pero ¿qué ocurre cuando no existe una ley internacional que contemple el procesamiento y castigo de los terroristas?

No escapa a cualquier observador el hecho que con el narcotráfico opera conjuntamente la guerrilla. Si bien este es un problema poco conocido por su escasa difusión, se denomina a este fenómeno narco-guerrilla. De esta manera la guerrilla ofrece sus servicios de protección a los narcotraficantes a cambio de cargamentos de droga que permutan por armas eficaces para el combate. Otra forma de paga es a través de armas directamente. Es importante la información brindada en la Conferencia Ministerial Mundial sobre Delincuencia Transnacional Organizada(15).

Resulta de importancia destacar que el terrorismo en la actualidad posee un carácter internacional, vale decir no se limita su acción a las fronteras de un país, sino que posee una modalidad transnacional. Podemos decir que el terrorismo político se convierte en internacional cuando se dirige contra extranjeros, cuando se plantea por los gobiernos o facciones de más de un Estado, cuando se propone influir sobre las líneas de conducta de un gobierno extranjero o de una comunidad internacional, tal la afirmación de Wilkinson(16). Un sistema político puede perfectamente, a causa de su crisis, crear las condiciones favorables para el surgimiento de conductas violentas susceptibles de degenerar en simple terrorismo, ya sea por su total sumisión a un régimen o todo lo contrario, por la descomposición de un pluralismo caótico.

No hay consenso respecto de lo que el terrorismo supone, al punto de que dentro de un mismo Estado coexisten distintas definiciones del término en diferentes agencias. Así, por ejemplo, destacan las diferentes definiciones que manejan agencias tales como el Departamento de Estado, el Departamento de Defensa, la CIA, el FBI, e incluso la DEA, en el caso de los Estado Unidos. Analizando estas diferentes definiciones es fácil deducir que ellas llevan implícita la voluntad de las agencias de hacer suyo este fenómeno, lo cual las lleva a acceder a presupuestos importantes para una amenaza impredecible o, por el contrario, alejarse de quedar involucradas en la lucha contra el terrorismo cuando ello representa algún peligro extremo o conlleva situaciones delicadas en términos de herencia histórica e institucional de las agencias en cuestión o memoria colectiva de la sociedad civil.

Fácil es deducir que este problema de la divergencia entre las definiciones del concepto terrorismo se eleva exponencialmente cuando intentamos buscar una definición común en el plano internacional. En muchos casos esta divergencia se debe a la historia reciente de estos países y son precisamente las características de esa herencia histórica las que llevan a definir de manera tan divergente la definición del fenómeno porque, en la mayoría de los casos, conlleva implícita la manera de enfrentarlo. Demás está decir que la asimetría de estas definiciones hace prácticamente imposible la cooperación internacional en el nivel global sino incluso en los niveles inter-regional, intra-regional y sencillamente bilateral. Así, dos países vecinos pueden asignar a agencias no simétricas la competencia en la lucha contra el terrorismo, a lo que se puede sumar el hecho de que sus legislaciones lo consideran de manera diferente y de este modo lo que es delito a un lado de la frontera, puede no serlo al otro.

Todo intento de enfrentar con políticas unilaterales o incluso bilaterales a este flagelo que -adoptando todas las virtudes de la innovación tecnológica y de la globalización- se ha convertido en un desafío a la seguridad global, está condenado al fracaso. El problema de la definición está en el corazón del problema y está explícitamente plasmada en la diferencia de las listas de grupos que fueron catalogados como terroristas por la Unión Europea y los Estados Unidos. Ello deriva de las interferencias en la valoración política del terrorismo: lo que para unos es un mero acto terrorista para otros puede ser un delito común o, peor aun, un acto heroico en el marco de una percepción falsa de romanticismo que logran desarrollar en la opinión pública algunos grupos que apelan a prácticas terroristas. Otro tipo de interferencia política con este tipo de definiciones se da por las oportunidades y por asuntos endógenos que hacen que se condene o no las prácticas terroristas de algunos grupos (se los considera aliados para... o actores relevantes a los que no conviene irritar para... o, peor aun, siguen siendo terroristas por proclamarse de ideologías que en el pasado combatimos aunque desde hace ya muchos años no practiquen el terrorismo) y Estados de manera caprichosa y no objetiva. En este mismo sentido, aparece como resultado de una arbitrariedad política inútil e inconducente la separación absurda entre terrorismo interno o doméstico e internacional. Lo inadmisible es la práctica y no el carácter de diferente nacionalidad de los victimarios y las víctimas o sus bienes.

Finalmente, cabe agregar que en el ámbito académico tampoco hay consenso sobre la definición y los alcances del fenómeno. Lo que para los legistas es un problema legal, para los sociólogos es un fenómeno social, para los economistas una cuestión de oportunidad de mercado, y así sucesivamente.

Notas
* El presente trabajo se inscribe en el Proyecto de Investigación: “Conflictos y comunicación en la región. Alternativas posibles en la reformulación de un pensamiento estratégico y al rol de las fuerzas armadas en el Mercosur” dirigido por el Lic. Ángel Tello, codirigido por el Lic. Jorge Szeinfeld e iniciado el 01/05/98 en el marco del Programa de Incentivos a Docentes e Investigadores.
1 STIGLITZ, Joseph. El malestar en la globalización, Buenos Aires, Editorial Taurus, 2002, p. 11.
2 Idem, p. 32.
3 Idem, p. 33.
4 Idem, p. 35.
5 HOFFMAN, Stanley. “Choque de globalizaciones”, publicado en Archivos del Presente, Nº 28, Bs. As., Editorial Foro del Sur, cuarto trimestre 2002, p. 55.
6 ROSALES, Jorge. “Bush lanzó la doctrina de los ataques preventivos”, La Nación. Bs. As., 21/09/02, p. 1.
7 HUNTINGTON, Samuel. “The lonely superpower”, Foreign affairs, Vol. 78, Nº 2. p. 48.
8 BUSH, George W. “Seguridad nacional: la estrategia de los Estados Unidos”, Washington, 2002, p. 36.
9 GALBRAITH, John K. “Entrevista a John K. Galbraith”, Folha de Sao Paulo, Brasil, 2000, p. 2-13.
10 BORON, Atilio. Imperio & Imperialismo, Bs. As., CLACSO, Cap. 8, p. 135.
11 FREUND, Julien. Sociología del conflicto, Bs. As., Edit. Fundación Cerión, 1987, p. 323.
12 LEVENE, Ricardo. “Narcoterrorismo. Fundamentos de un proyecto para el Poder Ejecutivo Nacional”, revista La Ley, Bs. As, 5/9/96, p. 1.
13 BOTANA, Natalio. “El Terror y la guerra”, Diario La Nación, Bs. As., 30/08/98, p. 4.
14 Idem.
15 Conferencia Ministerial Mundial sobre Delincuencia Trasnacional Organizada, Nápoles, 1994.
16 WILKINSON, citado por LEVENE, Ricardo, Op. Cit., p. 2.