Juan Pablo Zangara* |
70 años de periodismo y comunicación: avatares de una historia por (re) escribir
- Cuando yo uso una palabra –dijo Humpty Dumpty, en tono algo despectivo- esa palabra significa exactamente lo que yo decido que signifique… ni más ni menos.
- El asunto es –dijo Alicia- si usted puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas distintas.
- El asunto es –replicó Humpty Dumpty- quién es el amo aquí… eso es todo.
Lewis Carroll, A través del espejo, y lo que Alicia encontró allí.
Contenido
Razones y excusas
Modelos teóricos
Fragmentos de dos fundaciones
Anexos-Crónología
Bibliografía
Notas
Notas
Razones y excusas
En los tiempos que corren, cuando tantos fines de la historia –entre otros tantos fines- y tantas diseminaciones posmodernas han devaluado o siguen trabajando por devaluar muchas de las categorías que aún forman parte ineludible de estas moradas latinoamericanas, hace falta defender y preservar ese sentido del término historia que muchos quisieran sacudirse como el polvo de un pasado sólo para nostálgicos. Porque plantearse de entrada el proyecto de (re)escribir la historia de un caso específico, el de una de las primeras escuelas de periodismo de América Latina como es la de La Plata, significa pensar la historia no como una mera cronología (los historiadores ya se han encargado de aclarar que una cronología no hace una historia: la historia es relato, es decir, encadenamiento causal de acontecimientos, no una mera sucesión de fechas) sino como una indagación –y una construcción- del pasado en función de los sentidos del presente. Hablar del pasado para comprender el presente, tal la tarea de la memoria –tal uno de los objetivos principales de esta investigación-. Contra cierto equívoco que favorecen además las cronologías, el de considerar asuntos del pasado como cuestiones ya superadas, el sentido de la historia que anima estas reflexiones iniciales sólo puede concebir la superación en términos hegelianos, como la negación que conserva y levanta el pasado.
Se trata, en otras palabras, de recuperar las “presencias reales” (cf. Steiner, 1991) detrás de los muchos términos que constituyen el lenguaje común del periodismo y la comunicación social, empezando por este mismo par de conceptos “ojivales”. Ahora bien, como en el epígrafe que abre este artículo, el haz de significados que se arremolinan en torno a estas palabras (y una extensa lista que incluye también verdaderas “palabras-valijas” [mots-valises] como medios de información o de comunicación, sociedad, tecnología, desarrollo, funcionalismo, difusión, opinión pública, etc.) no ha de buscarse en algún diccionario trascendental a priori de definiciones universales y transparentes, sino en las manos de aquellos agentes que las han utilizado como armas, en batallas (no sólo) por la legitimidad o autoridad culturales (académicas), o bien como sentidos sirviendo a sus respectivos amos.
Por lo demás, la hoy Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP no cuenta con una historia de este tipo, a pesar de su carácter pionero en el campo, tanto en Argentina como en Latinoamérica. En este sentido, una investigación sobre su historia puede resultar una excelente oportunidad para reflexionar a escala local o regional sobre las derivas del periodismo y la comunicación en estos países, en el cruce de las disputas –y convivencias- entre los modelos teóricos reivindicados, las formaciones y trayectorias profesionales en conflicto –o yuxtaposición, no necesariamente conflictiva- a través de los años, la compleja relación entre el campo académico y los procesos sociales en el siglo XX, las posiciones políticas asumidas por sus distintos actores, las dinámicas de la producción cultural o intelectual, las ideologías dominantes en diferentes periodos, las diferencias entre los proyectos institucionales.
Podrían trazarse, de acuerdo con esto, dos ejes o líneas de fuerza principales. Por un lado las líneas conflictivas, que remiten a las disputas entre proyectos profesionales e institucionales impulsados por distintos agentes o sectores sociales; a diferentes concepciones sobre la práctica del periodismo; a las distintas maneras de entender y llevar adelante los procesos comunicacionales en su inserción dentro del espacio social más amplio; a las disputas entre proyectos políticos –económicos y culturales- diferentes, en los que juegan diversos –y sobre todo opuestos- papeles el periodismo y la comunicación (ya se entienda ésta última desde una perspectiva instrumental o desde una perspectiva sociocultural); a los cambios en las políticas universitarias, tanto de la propia institución como del estado; entre otros aspectos. Por otro lado las líneas consensuales, el otro polo de los procesos académicos y sociales en este campo, el de las convivencias –que no necesariamente llegan a conflictos irreductibles o excluyentes- o las cooperaciones entre diferentes concepciones y sentidos de la práctica profesional; al relativo equilibrio que pueden alcanzar trayectos de formación divergentes, de algún modo integrados a un mismo proyecto institucional (como ocurre, por ejemplo, con las tres Orientaciones actuales de la Licenciatura en Comunicación Social); a los sentidos comunes que pueden subyacer a posturas o planteos teóricos –y políticos- diferentes; a las posibles integraciones entre la formación académica y los requerimientos profesionales de las instituciones sociales (públicas y privadas).
Estas dos líneas son las que se traducen en los discursos y las prácticas a lo largo de la historia de la institución: planes de estudio y programas de las materias (con sus objetivos, sus contenidos, sus planteos pedagógicos y didácticos); cambios en la infraestructura técnica, educativa y productiva (por ejemplo, el paso de las máquinas de escribir y el taller de Mecanografía a las computadoras y el Taller de Informática; los cambios en los estudios de Radio y Audiovisual); prácticas pre-profesionales diferentes (a partir de qué momento y a causa de cuáles razones la institución comienza a producir sus propias publicaciones); diferentes modos de relacionar la institución con otras instituciones sociales, como la propia academia (de hecho, el reclamo inicial del Círculo de Periodistas a la UNLP se considera como el momento fundacional), el campo cultural (por ejemplo, las perspectivas profesionales dentro del espacio mediático, el más amplio espacio de la producción de bienes simbólicos, o bien el espacio público) y el espacio social más amplio.
Modelos teóricos
Dos estudios recientes pueden tomarse como modelos de la investigación histórica por desarrollar en este proyecto. El primero de ellos corresponde al campo de investigación de la comunicación en México, a cargo de Raúl Fuentes Navarro (Navarro, 1998). Combinando la teoría de la estructuración social de Anthony Giddens (que devuelve protagonismo a los agentes sociales, en contra de los planteos reproductivistas tradicionales), la sociología de los campos de Pierre Bourdieu (en especial su estudio sobre el campo académico en Francia) y la hermenéutica profunda de John B. Thompson (que otorga relevancia a las representaciones que los propios agentes realizan de sus prácticas, para luego interpretarlas en un segundo nivel), Fuentes Navarro diseña su investigación en base a tres dimensiones: una cognoscitiva, una sociocultural y una institucional. La primera se refiere a las características de la producción de conocimiento; la segunda remite a las estructuras y los procesos sociales –económicos, políticos, culturales- tanto en el contexto nacional como internacional; la tercera hace a la dinámica interna de la academia, y a su relación con el espacio social más amplio.
Por otra parte, esta revisión de la historia del campo en México se sostiene –y se balancea- sobre dos polos, uno objetivo y uno subjetivo, analizados teniendo en cuenta sus relaciones mutuas de imbricación, es decir, como dos instancias de un mismo proceso. Del lado objetivo entran a jugar las condiciones socioculturales generales (tales como la organización del sistema educativo, características del mercado laboral y ubicación en el contexto social más amplio) y específicas, en especial las características de los distintos subcampos de actividad (producción científica e investigación aplicada, formación universitaria o docencia y desarrollo profesional) con sus normas específicas –entre éstas se destaca el análisis de los planes de estudio-. Del lado subjetivo interesan las propias configuraciones de los agentes en sus prácticas cotidianas, en tanto sus representaciones y esquemas prácticos de acción hacen a los procesos de estructuración del campo académico; a nivel individual: origen social de los sujetos, trayectorias u opciones vocacionales, características del habitus, recorridos de profesionalización; a nivel institucional: planes y programas de estudio, de investigación, conformación de asociaciones, publicaciones, configuración de una matriz disciplinaria específica; a nivel sociocultural: procesos de autoreproducción del propio campo, legitimaciones frente al estado y la sociedad en pos del reconocimiento de la autoridad específica.
En términos generales, en una formulación inicial del plan de trabajo, las tres dimensiones antes mencionadas –cognoscitiva, sociocultural, institucional- y el vaivén entre los polos objetivo y subjetivo permiten enfocar con precisión los principales centros de interés para una investigación de este tipo. Siguiendo este modelo, habría que preguntarse, en cuanto a la historia de la actual Facultad de Periodismo y Comunicación Social de La Plata, cuáles han sido las matrices teóricas que se han disputado la legitimidad y la autoridad en distintos momentos –y sobre qué cuestiones han reivindicado autoridad-; de qué manera esos planteos han contribuido con la constitución y consolidación de un campo académico específico; qué tensiones pero también qué acuerdos –o qué yuxtaposiciones- se han desarrollado entre esas distintas concepciones; en qué medida han obedecido a modas académicas –a menudo subordinadas a la dinámica de campos académicos metropolitanos- o a continuidades y tradiciones de cierto pensamiento nacional o latinoamericano.
A su vez, estos planteos teóricos o reivindicaciones disciplinarias deberían ser puestas en estrecha relación con los intereses, las prácticas, las representaciones y los proyectos de cuáles agentes sociales, sea individuales, grupales o institucionales, que –como Humpty Dumpty- han defendido su derecho o su autoridad para asignar determinada definición a verdaderas “ojivas” conceptuales como periodismo y comunicación, lo que implica necesariamente la disputa con el derecho o la autoridad esgrimidos por los demás agentes que hacen a la historia de este campo. Por último, habría que indagar sobre las características de la institucionalización de la carrera, trazando las líneas de fuerza con el contexto institucional inmediato –asociaciones profesionales, universidad, empresas periodísticas o de comunicación, disciplinas académicas ya establecidas- y con el contexto social más amplio –procesos y conflictos económicos, políticos, culturales.
El segundo estudio corresponde al campo intelectual argentino –o mejor será decir rioplatense- durante la década del ‛60, realizado por Silvia Sigal (Sigal, 2002). A diferencia del trabajo de Fuentes Navarro, mucho más preocupado por la dinámica interna del campo académico, esta segunda investigación se plantea desde un punto de vista más amplio, ya que apunta a las relaciones entre el campo intelectual y el campo político. Las observaciones que Sigal hace sobre el modelo bourdesiano al ponerlo en juego en su propia investigación (ésta es una razón de peso para prestarle atención, en tanto sus herramientas de trabajo son comunes al estudio de Fuentes Navarro) pueden resultar de mucha utilidad para este proyecto sobre la institución platense.
Lejos de considerar al campo intelectual rioplatense como una versión degradada de un modelo ideal (el campo francés), en la medida en que el primero no satisface una de las condiciones fundamentales del segundo –la separación entre campo cultural y campo político, cuyos procesos de autonomización en Francia corren relativamente parejos desde fines del siglo XIX-, es posible y hasta más acertado considerar la relación inversa, es decir, la imbricación o la no separación entre lo cultural y lo político, característica sobresaliente de la historia intelectual de los países latinoamericanos. Mientras Bourdieu pone mucho más énfasis en la autonomía del campo intelectual, al punto de pensar las disputas que se producen en él casi exclusivamente como luchas por la legitimidad cultural (al menos en algunos de sus trabajos más destacados), Sigal propone contemplar la posibilidad de que las luchas en el campo cultural remitan a disputas políticas más amplias; cabe preguntarse, además, si ésta es sólo una característica de los campos intelectuales en países dependientes o si no lo es también de todo campo intelectual. En otras palabras, se debe partir del cruce entre lo cultural y lo político, no de su separación, y estudiar en todo caso la tensión inherente entre los factores que favorecen cierta autonomía de lo cultural y aquellos factores que tienden a disolverla. Al hacerlo de esta manera, no sólo se distancia a la investigación con respecto a la importación mecánica de planteos desarrollados para otros escenarios sociales, sino que además se abre la posibilidad de pensar que “una menor autonomía del campo cultural respecto del político puede ser signo del fortalecimiento del papel del intelectual” (Sigal, idem). (Cabe agregar que el ideario de la Reforma de 1918, leitmotiv de la institución universitaria argentina hasta hoy, defendía la reforma de la sociedad a partir de la reforma académica.)
Esta revisión del planteo de Bourdieu ya había sido iniciada por Carlos Altamirano y Beatriz Sarlo en Literatura/ Sociedad, en términos similares a los comentarios de Sigal. Mientras en los países centrales los campos cultural y político se mantienen separados, junto a la continuidad institucional en el terreno político (que garantiza, entre otras cosas, la autonomía correspondiente de la cultura), en los países latinoamericanos es frecuente la intervención o la coerción políticas sobre la cultura, especialmente a manos de gobiernos militares; a esto debe agregarse el hecho de que el modelo bourdesiano se aplica a su espacio social nacional, mientras que en los países latinoamericanos los mecanismos de consagración o legitimación suelen depender de los modelos metropolitanos (Altamirano y Sarlo 1983). De todas formas, aún está por escribirse una interpretación sobre esa dependencia que no se limite a identificar de modo mecánico las reproducciones periféricas –y a menudo tardías- de las teorías generadas en los centros mundiales de poder, sino que intente considerar rigurosamente los modos de apropiación locales de esos modelos metropolitanos. Acaso la historia de esta Facultad contribuya con ese objetivo.
Fragmentos de dos fundaciones
La fecha de la primera fundación de esta historia ha de ubicarse el 27 de abril de 1934, cuando se dicta la primera clase de los Cursos de Formación Periodística organizados por el Círculo de Periodistas de la provincia de Buenos Aires (con sede en La Plata). “La aceleración del ritmo de vida contemporánea ha exigido al periodismo la mayor universalidad de la información noticiosa y de sus comentarios, y le ha impuesto la condición de la más estricta actualidad. La formación profesional del periodista exige un arduo aprendizaje previo, que desarrolle y cultive las aptitudes originarias; impone la adquisición de conocimientos variados, la vivacidad y el perfecto dominio técnico del complicado mecanismo del diario moderno”, justifica el entonces presidente del Círculo, doctor Manuel Eliçabe.
Es interesante detenerse en al menos dos aspectos de esta justificación. Por un lado, la mención a la formación profesional del periodista, que señala una de las principales transformaciones ocurridas en la práctica social de la escritura, el llamado pasaje de los “gentlemen-escritores” a los escritores profesionales –es decir, de la escritura como actividad secundaria, en agentes con otras ocupaciones principales, a la escritura como actividad principal o trabajo remunerado, en agentes especializados de producción cultural- (la denominación para el cambio en estas prácticas sociales corresponde a David Viñas, 1996). Por otro lado, la exigencia de un arduo aprendizaje previo, que sienta las bases para la enseñanza específica de un tipo de labor profesional, en términos relativamente autónomos. Esta fecha, pues, es doblemente fundacional para la historia de esta institución, y años más tarde ha de ser reconocida como su día de aniversario.
Sin embargo, si casi 70 años después esta historia merece una investigación académica, se debe en buena medida a que al año siguiente, en mayo de 1935, Eliçabe solicita a las autoridades de la Universidad Nacional de La Plata su colaboración (en un principio, solamente el reconocimiento institucional; por varios años los docentes de la Escuela cumplieron funciones ad honorem) para crear con carácter definitivo la Escuela Argentina de Periodismo. Si en el primer caso cabría preguntarse por las razones que llevaron al surgimiento de una de las primeras carreras de Periodismo, tanto en Argentina como en América Latina, justamente aquí en la ciudad de La Plata (habría que considerar no sólo que gran parte de la historia del periodismo nacional hasta entonces se había escrito en la provincia de Buenos Aires, al calor de los procesos políticos, sino que además la ciudad de La Plata contaba por aquellos años con una nutrida actividad cultural y con varios periódicos), en este segundo caso habría que preguntarse sobre las razones –y el significado- de esta búsqueda inicial de reconocimiento académico a manos de una de las principales instituciones de educación superior del país.
En esta etapa de conformación de la carrera, dicho reconocimiento reviste carácter exclusivamente simbólico, y también cabría indagar sobre las razones que llevaron a la Universidad platense a conferir su prestigio a la naciente carrera. (No es un dato menor el hecho de que la institución había instalado unos años antes su propia estación radiofónica, con el agregado curioso de que su manejo no estaría en manos de profesionales del periodismo y la comunicación o de la misma Escuela de Periodismo sino hasta mediados de la década de 1990).
El Plan de estudios, que se va a mantener sin mayores modificaciones hasta mediados de los ‛50, contempla una serie de materias específicas de formación profesional periodística (Reportaje y Redacción de Noticias, Historia General del Periodismo, Historia del Periodismo Argentino, Principios de Periodismo y Estudio de Originales, Arte Tipográfica aplicada al Periodismo, Ética Periodística, Legislación de Prensa, Idioma Inglés, Ilustración de Periódicos, Administración de Periódicos y Publicidad), a cursarse en el Círculo de Periodistas, y una serie de materias universitarias a cursarse en las cátedras respectivas que ya se encontraban establecidas en las Facultades de Humanidades (Introducción a las Letras, Geografía Política y Económica Argentina, Sociología, Historia Argentina Contemporánea) y de Derecho (Derecho Constitucional, Derecho Administrativo, Derecho Internacional Público). En cuanto a la formación periodística, este Plan de estudios se preocupa por desarrollar un aprendizaje previo sobre las características de la profesión en la prensa gráfica moderna; reconoce como modelos profesionales a diarios nacionales como La Nación y La Prensa, emula las iniciativas de formación llevadas a cabo por diarios europeos (París-Soir, Die Zeitung), y sobre todo la industria periodística norteamericana como horizonte ideal.
Esta fuerte impronta de pragmatismo profesional será uno de los ejes fundamentales a lo largo de los 70 años de historia de la institución, en especial según el modelo de la prensa burguesa, y sin dudas la perspectiva de la formación académica que más tiempo ha ostentado una posición dominante. De hecho, los docentes a cargo de las materias específicas serán por muchos años profesionales en actividad en las distintas ramas de la industria periodística local y nacional (periodistas, fotógrafos, gráficos). Ahora bien, este proyecto inicial se sostiene de manera explícita en una ideología liberal con respecto al papel del periodismo, con todos sus valores asociados (el Cuarto Poder, la búsqueda de la verdad, la importancia del rol informativo, la diferenciación entre información y opinión, el mito de la objetividad periodística, etc.), lejos de una mera preparación técnica; y este modelo liberal de la prensa también jugará un rol fundamental a lo largo de esta historia –vale la pena preguntarse si muchos componentes de esta ideología no continúan formando parte de las representaciones y prácticas cotidianas de estudiantes y docentes en la actualidad-.
La segunda fundación de la institución puede ubicarse a mediados de los años ‛60, período en el que confluyen varios procesos de modernización cultural (de la mano de la recuperación del capitalismo multinacional, sobre todo estadounidense, que con la Guerra Fría decide volverse sobre su propio continente, y que representa para las clases medias latinoamericanas una época de ampliación del consumo) y rupturas continuas de la política institucional. Entre las características que hacen a la transformación del espacio académico específico, un lugar destacado lo ocupa la creación y el rápido despliegue del Centro Internacional de Estudios Superiores de Periodismo para América Latina (CIESPAL), organismo regional de la UNESCO que además recibe financiamiento por parte de la Fundación Ford norteamericana. Tras un relevamiento del estado de las carreras de periodismo en el continente, el CIESPAL (con sede en Quito, Ecuador) comienza a formar becarios en base a las teorías entonces dominantes en Estados Unidos (sociología empírica, teoría de la información), establece un nuevo circuito de publicaciones especializadas (traduciendo a los autores norteamericanos en boga, que pronto pasan a renovar las referencias bibliográficas de las carreras latinoamericanas), organiza encuentros y seminarios regionales sobre periodismo y medios de información; todas estas líneas de acción se traducen en cambios decisivos para la historia de la (entonces) Escuela.
Entre las recomendaciones recogidas en el Informe final de los Seminarios Regionales de 1965 (CIESPAL 1965) –realizados en Medellín (con la participación de Colombia, Ecuador, Panamá y Venezuela), México (Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Haití, Honduras, México, Nicaragua y República Dominicana), Buenos Aires (Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay) y Río de Janeiro (sólo Brasil)- aparecen varios elementos interesantes. Se decide a favor de que la enseñanza del periodismo tenga necesariamente carácter universitario y que estas carreras accedan al estatuto de Facultades de Ciencias de la Información Colectiva; se asigna al CIESPAL la tarea de unificar los contenidos y las fuentes bibliográficas de los planes de estudio, como también la tarea de organizar un cuerpo latinoamericano de profesores visitantes que hagan las veces de consultores expertos para las carreras del continente.
De acuerdo con la convocatoria integradora de estos seminarios –que reúne a representantes de escuelas y centros de formación profesional, representantes de los medios (mayoritariamente prensa gráfica, en menor medida radio) y representantes de las asociaciones profesionales-, se propugna la articulación de las necesidades de estos tres agentes o factores involucrados directamente en la evolución del campo; aspecto que no deja de generar discusiones y suspicacias, como puede advertirse en los comentarios del representante de una Escuela de Chile: “Nuestro humanismo fue muy mal recibido en los medios informativos. En todas partes se comentaba que la Escuela no formaba reporteros sino unos extraños individuos que caminaban mucho más por las nubes de un intelectualismo que por la tierra firme, prosaica y rutinaria, que debe pisar el periodista en sus correrías tras la noticia. Vino entonces la segunda etapa. Se logró agilizar a los estudiantes en el desempeño del periodismo concreto. Bajó su preparación humanística. Y de nuevo surgieron las críticas. En diarios y revistas se empezó a decir que los egresados de la Escuela sólo servían para las tareas más simples y no tenían preparación adecuada para emprender tareas periodísticas de mayor envergadura. ¿Era esa actitud producto de un resentimiento causado por el hecho de que los críticos no tuvieron la oportunidad de concurrir a la universidad, como sus jóvenes colegas?
Es claro que, con el progresivo avance de la institucionalización académica de las carreras, la formación se distancia –en grados diversos- de aquel pragmatismo profesional inicial y se abre la polémica aún vigente entre profesionalismo y academicismo. Distanciamiento y hasta ruptura que se acentúa por la recomendación cespaliana de otorgar un lugar fundamental en la formación a la investigación científica, a tono con la hegemonía que por estos años posee el discurso –y la práctica de ciertos sectores sociales- de la ciencia y la tecnología. (Éste es un punto que merece especial atención. El diagnóstico del CIESPAL, de manera similar a otros diagnósticos institucionales de la época, anota el escaso desarrollo que la ciencia posee en América Latina. Sin embargo, desde fines de los ‛50, Argentina se actualiza aceleradamente en términos de investigación y desarrollo científico, como lo indican la creación de la carrera de Sociología por obra de Gino Germani, la creación del CONICET y otros organismos estatales, las investigaciones de docentes universitarios en el campo de la física y la medicina, etc. Este crecimiento acelerado va de la mano, por cierto, con el proyecto desarrollista.)
La otra cara de estos cambios está definida por las continuidades con la ideología liberal sobre la prensa, en la que se integra la preceptiva del desarrollo y la investigación científica. En palabras de Jorge Fernández, director del CIESPAL: “El periodismo, que en el fondo contribuye a hacer la diagnosis del hecho nacional y del hecho universal, no debe ser entregado en adelante en manos de quienes no puedan percatarse de las complejidades del alma individual y del alma colectiva a través de la psicología de la información, de la sociología de la información, de la investigación científica”; esta nueva definición del periodista como experto en medios y procesos de información forma parte de esa modernización cultural de las clases medias que no se limita a la formación académica, sino que llevará entre otras cosas al nuevo periodismo de publicaciones como Primera Plana.
No debe subestimarse el peso de la etapa dominada por este organismo regional, puesto que muchas de sus marcas siguen presentes en las discusiones contemporáneas sobre los tópicos habituales del campo. El estudio de su hegemonía, además, es fundamental para comprender las rupturas que algunos investigadores y algunas instituciones llevan a cabo contra los modelos cespalianos en los años ‛70 y ‛80. Esta etapa permite realizar un nuevo corte en la periodización del estudio, pues han de cambiar con ella los modelos teóricos, las características de la formación profesional, van a aparecer nuevas disputas en torno a los proyectos institucionales, y la politización de vastos sectores de las clases medias –una de las claves de este momento histórico- le imprimirán un giro interesante (utópico, para algunos) a la evolución del campo.
Anexo- Cronología
1934. El Círculo de Periodistas inicia el 27 de abril sus cursos de formación profesional. Con el antecedente de la convocatoria alcanzada, se solicita a la Universidad Nacional de La Plata que reconozca oficialmente el Plan de estudios y auspicie la continuidad de los cursos; resolución favorable de esta institución en mayo de
1935. Escuela Argentina de Periodismo.
1943. Reforma del Plan de estudios. Por ley, la carrera recibe una subvención nacional para gastos de infraestructura.
1949. Manuel Eliçabe (director de la Escuela desde sus comienzos) solicita a la UNLP que incorpore la Escuela a su estructura institucional; la decisión se toma en abril de 1954. Una Comisión Especial, compuesta por los decanos de Humanidades y Derecho y por el director del Círculo de Periodistas, reorganiza la carrera. Escuela de Periodismo de la UNLP. Se le adjudica el edificio del Comedor Universitario (Avenida 53 entre 9 y 10).
1955. Reforma del Plan de estudios, antes del golpe. El gobierno militar nombra interventor al Dr. Pascual Cafasso; nuevo Plan de estudios, título de Licenciado en Periodismo.
1961. Se publica “Noticias Universitarias”, órgano informativo de la UNLP, a cargo de estudiantes y docentes de la Escuela de Periodismo.
1964. El Consejo Superior de la UNLP aprueba un nuevo Plan de estudios y confirma como director a Cafasso; pasa a ser Escuela Superior. Delegación de la institución al seminario regional de CIESPAL en mayo de 1965.
1977. Reforma del Plan de estudios (título de Periodista en 3 años, 2 años más para la Licenciatura en Comunicación Social).
1981. La Escuela Superior de Periodismo y Ciencias de la Comunicación Social se establece en la hasta entonces sede de Odontología (Avenida 44 entre 8 y 9).
1984. El gobierno democrático designa como Director Normalizador a Carlos Bustamante. Se conmemoran los 50 años de la institución.
1989. Nuevo Plan de estudios, con el diseño curricular de dos Orientaciones para la Licenciatura en Comunicación Social: Periodismo, Planificación Institucional y Comunitaria.
1994. La UNLP confiere a la institución el rango de Facultad de Periodismo y Comunicación Social.
1998. Nuevo Plan de estudios.
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Notas
* El Lic. Juan Pablo Zangara es docente en la materia Comunicación y Teorías. Cátedra I, de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP.