Claudio Gómez




Otra transfiguración del gaucho Martín Fierro*



(...) “Lo que pinta este pincel
ni el tiempo lo ha de borrar;
ninguno se ha de animar
a corregirme la plana;
no pinta quien tiene gana
sino quien sabe pintar.(1)


A la discusión acerca del género literario al que corresponde el Martín Fierro, se puede adicionar una contemporánea y acaso falaz pretensión: El Gaucho Martín Fierro también puede pensarse como una obra relativa al género periodístico.

La indagación sobre los medios gráficos que se editan en el interior bonaerense abre diversas, genuinas e interesantes puertas a nuevos objetos de estudio: ramas que nacen y se extienden a medida que se recorre el referente inicial. Ese contexto, en el que aparecen debates metodológicos y preguntas sobre el problema eje del análisis -o su reformulación- a menudo permite transitar el plano de “la interesante discusión”. Disputa dialéctica sobre algún tema accesorio, es cierto, paralelo y hasta en algún sentido anecdótico, pero recurrente e impostergable para los contendientes.

Así, a propósito del proyecto de investigación denominado “Problemas y desafíos de los medios gráficos ante la capitalinofederalización de la información en Argentina. El caso de los periódicos del interior bonaerense durante el año 2000”, y desde una de las líneas de investigación que propone el programa “Comunicación, Medios y Periodismo”: la indagación y análisis de tipo histórico, admite el examen de los antecedentes de la prensa en el país. Y en este caso, acerca de Martín Fierro como obra periodística.

En la Carta a los editores de la octava edición de Martín Fierro, José Hernández, el autor, se jacta: “Algunos diarios de Buenos Aires y de la campaña, como La República, La Pampa, La Voz de Saladillo y otros, dieron cuenta al público de la aparición de aquel gaucho, que se exhibía cantando en su guitarra las desgracias y los dolores de su raza”.
En otra parte de su misiva, Hernández insiste en la enumeración de periódicos que reproducen enteros o en fragmentos los versos del gaucho. Hay, se ve, una intención de agradecer la repetición de Martín Fierro y también hay motivaciones de índole publicitaria en Hernández(2). Razones distintas inspiran este artículo.

Los lectores cultos en general apreciaron menos el carácter testimonial de la obra que sus deficiencias morfológicas. Por caso, Bartolomé Mitre en carta a su enemigo político, José Hernández, ha dicho “(...) creo que Ud. ha abusado un poco del naturalismo, y que ha exagerado el colorido local, en los versos sin medida que ha sembrado intencionalmente en sus páginas, así como con ciertos barbarismos que no eran indispensables para poner el libro al alcance de todo el mundo levantando la inteligencia vulgar al nivel del lenguaje en que se expresan las ideas y los sentimientos comunes del hombre”(3).

Fuera del descortés trato de Mitre a los versos octosílabos, el resto de sus consideraciones, sin intención de halago, delata uno de los objetivos de Hernández: hacer un relato para el entendimiento del criollo, del que sabía y del que no sabía leer. Es decir, destinar el texto a un público amplio y a la vez específico.

Sin embargo, esa deliberada misión no se propone, como ya se verá, “levantar” la inteligencia vulgar, en el sentido de elevar la sensibilidad intelectual del gaucho, sino que se contenta con que éste conozca lo que dicen los versos y tal vez con que los comparta. Igual que se invita a la sublevación o la rebelión desde la palabra en la tribuna pública, así procede Hernández.
Miguel de Unamuno y Marcelino Menéndez Pelayo hablaron de los valores estéticos de la obra y, en general, la crítica se resolvió en una palmada en la espalda de Hernández por el éxito comercial de su obra.

Sobre el género, Leopoldo Lugones opinó que Martín Fierro era un “poema épico”. Y similar consideración adoptó a Ricardo Rojas.

Borges retoma la idea de Lugones y aclara que “La palabra epopeya tiene, sin embargo, su utilidad en este debate. Nos permite definir la clase a agrado que la lectura del Martín Fierro nos da; ese agrado, en efecto, es más parecido al de la Odisea o al de las sagas que al de una estrofa de Verlaine o de Enrique Banchs. En tal sentido, es razonable afirmar que el Martín Fierro es épico, sin que ello nos autorice a confundirlo con las epopeyas genuinas”.

Borges entiende también que “La epopeya fue una preforma de la novela. Así, descontando el accidente del verso, cabría definir al Martín Fierro como una novela”(4).

Todos estos juicios, aún los que se refieren al género literario de Martín Fierro, son siempre apreciaciones de los “hombres de letras”, también el de Mitre, historiador y periodista. El análisis se resuelve en la recuperación del valor estético de la obra o en una calificación estilística dentro de las propias restricciones que envuelve a la materia Literatura. Literatura a secas.

Ahora, bien ¿puede el Periodismo plantear otro punto de vista?

Hernández fue periodista y de no haber mediado Martín Fierro en su biografía, de su obra literaria los historiadores argentinos acaso sólo rescatarían algunos artículos publicados en los periódicos de la época y un recorte oscuro de sus escritos.

Sobre la vida de José Hernández baste decir que nació en la chacra de Pueyrredón, partido de San Martín, en la provincia de Buenos Aires, el 10 de noviembre de 1834. Sus padres fueron el hacendado don Rafael Hernández y doña Isabel Pueyrredón, perteneciente a la familia del general de la Independencia, del mismo apellido.

En época de Rosas, las opiniones en su familia estaban divididas en el afecto a los unitarios y los federales. Como hacendado, su padre viajaba frecuentemente en compañía de su esposa. En esas circunstancias, José quedaba al ciudado de una hermana de su madre, doña Victoria Pueyrredón de Pueyrredón, cuyo esposo era unitario. Una noche, perseguidos por La Mazorca el matrimonio huyó de la chacra y luego se radicó en Montevideo. El niño, entonces, fue a vivir con su abuelo paterno. Con él aprendió las primeras letras y el amor a los libros. Después Hernández volvió con su padre y allí reinició su vida en las estancias. En esa condición, Hernández tomó contacto con los gauchos y así con todas sus actividades y costumbres, entre ellas, los versos criollos en las ruedas de los fogones.

Hernández participó, junto a los gauchos en la defensa de su estancia contra el ataque de los malones. Y también como militar en Rincón de San Gregorio, Tala, Cepeda, Pavón, Cañada de Gómez, Sauce, Concepción, Santa Rosa y Ñaembé.
En efecto, los sucesos que unieron al autor de Martín Fierro con los gauchos, sin duda, impulsaron la obra. Hernández conoció el sufrimiento del gaucho, pero también se puso en sintonía con su forma de pensar, su manera de vivir y, claro está, con sus “estrategias de comunicación”. Ahí el verso criollo es a la comunicación del gaucho, lo que el ágora a los griegos.

Como periodista, Hernández publicó artículos en las redacciones de La Reforma Pacífica (1860-1861); El Nacional Argentino (1860), El Argentino (1863), El Eco de Corrientes (1867), La Capital de Rosario (1868), El Río de la Plata (1869-1870) y La Patria de Montevideo (1872).

No interesa definir ahora la filiación política de Hernández. Baste decir que los historiadores lo referencian como “federal, pero no rosista”.

“Discípulo de Moreno, de Echeverría, de Alberdi, federalista a lo Dorrego, mal podía coincidir con los métodos de opresión y terror del liberticida”, alega Yunque(5) y cita como ejemplo un artículo que Hernández publicó el 30 de octubre de 1874 en La Patria de Montevideo: “La severidad de la conciencia humana y el fallo de la historia han condenado a Rosas hace muchísimos años. Rosas dilató su funesto imperio hasta Caseros, Rosas quedó atrás en su época y cayó aferrado a su tenaz empeño de mantener el país encadenado a su voluntad de hierro”.

Un último dato, casi anecdótico, pero clave para averiguar la forma en que Hernández urdió el Martín Fierro: su prodigiosa memoria. Un capítulo del libro Pehuajó – Nomenclatura de las calles, que editó su hermano Rafael en 1869 da cuenta de esa virtud. “Se le dictaban hasta 100 palabras, arbitrarias, que se escribían fuera de su vista, e inmediatamente las repetía al revés, al derecho, salteadas y hasta improvisando versos y discursos, sobre temas propuestos, haciéndolas entrar en el orden que habían sido dictadas. Éste era uno de sus entretenimientos favoritos en sociedad”.

“Hernández es cuatro cosas, por la naturaleza de su ser, de su carácter: militar, periodista, político y poeta. (...) Es una misma necesidad de su temperamento, una liberación en el mismo sentido, combatir con las armas, escribir y actuar como político. Muy afín a esas actividades es la de poeta, en cuanto autor del Martín Fierro”, señaló Ezequiel Martínez Estrada.(6)

Terminada así una biografía intencionada de Hernández, se advierte, faltan detalles importantes acerca de su prolífica actividad política y acaso sobre su pensamiento y obra sobre cuestiones sociales y fundamentalmente educativas. No obstante, alcanzan las señas anteriores para justificar lo que sigue, que el Martín Fierro es un relato periodístico.

Al producto de la conjunción del oficio periodístico, la relación con el gaucho y una admirable memoria se le adeuda el Martín Fierro.

Se ha dado ya cuenta de la experiencia periodística de Hernández en diversos periódicos. Como era común, en su redacción exaltaba o rechazaba las ideas de sus contemporáneos nacionales, y también difundía con pericia sus propias convicciones.
Silvina Marsimian, en la Guía Docente, Los Hermanos sean Unidos, recuerda que “En El Río de la Plata, Hernández publica una serie de artículos cuyo contenido desarrollaría literariamente en Martín Fierro: el problema de las fronteras con el indio y su defensa; las desdichas del fortín para el gaucho, que lo alejan de su familia y de su trabajo, y lo castiga con al arbitrariedad de las autoridades militares y civiles. Es el gobierno, afirma Hernández, el que convierte al gaucho en matrero, en delincuente, en asesino. De esta manera, se coloca en la vereda opuesta a la lección del Facundo: la ‘civilización’ de Sarmiento tiene aspectos bárbaros, y lo que el sanjuanino llama ‘barbarie’ posee, para Hernández, su ciencia”.

Tan exacta parece ser la síntesis de Marsimian que la suerte de El Río de la Plata -fundado por el propio Hernández- se puede suponer. En 1870 (otros opinan que en 1872), el presidente Domingo Faustino Sarmiento decretó el cierre del periódico, a causa de “la campaña violenta que en el periódico se hacía contra el gobierno”, según se indica en una edición de la obra a cargo de Ana Liarás y Marisa Tonezzer.

La misma edición de Martín Fierro refiere que enterado de la clausura del medio, Hernández agarró a golpes puertas y paredes ante la presencia atónita de su mujer, doña Carolina González del Solar y de sus siete hijos.
“De ahí el asombro que, un día del año 1872, experimentó aquélla al ver que su marido se paseaba por la casa dando puñetazos sobre la mesa y en los muebles, al tiempo que refunfuñaba. Llena de preocupaciones, le preguntó ella qué le sucedía, y Hernández, sin dejar de golpear los muebles, le respondió con esa exclamación:

-¡Qué salvaré al gaucho! ¿Me oyes? ¡Que yo salvaré al gaucho!”, habría bramado.

Un tanto escolar, la reconstrucción de la escena permite suponer la ira de Hernández y presuponer su plan. Entonces, sin periódico propio, órgano fundamental para la difusión de ideas en la época, Hernández pergeña una alternativa para informar la desdicha del gaucho. Usa para eso su espada más filosa, la palabra escrita: en 1872 aparece la primera edición de Martín Fierro.

En 1872, Hernández regresa de su exilio en Santa Anna do Livramento (Rio Grande do Sul), en Brasil. En Buenos Aires, se aloja en el Hotel Argentino. Allí ejecuta el gaucho Martín Fierro.

Perseguido. La soledad del Hotel le permite elaborar la obra en unos cuantos días. Sabe que su voz está censurada. Elige otra: la de un gaucho (que lo continuará). El gaucho es la fuente y su voz es el texto; es, de alguna manera, el entrevistado. 

O la suma de entrevistados y testimonios recogidos.

Su experiencia en la prensa lo ayuda a elegir un soporte para llegar a una importante dimensión de lectores. Edita, no un libro, sino un folleto de setenta y ocho páginas, de acabado sencillo y módico, que garantizará su venta a bajo costo. Hernández no busca, en principio, la sola comercialización de su obra, sino una llegada directa al lector elegido: el gaucho.

En la primera publicación de Martín Fierro, José Hernández incluye fragmentos de los discursos pronunciados en la Legislatura y de notas periodísticas publicadas en los diarios en defensa de la situación del gaucho. De tal forma, el texto se completa en fórmula de documentación, testimonio y denuncia.

El verso es una excusa. Es nada más que una forma narrativa, no un estilo literario. El texto tiene la forma de la crónica periodística en la extensión del relato; es un reflejo de la actualidad y tiene interés público. Hernández escoge el verso para que sea el mismo gaucho el que difunda la obra en forma de canto a quienes no sabían leer.

Hernández buscó desde sus notas la defensa del gaucho, intentó que el gobierno se ocupara de los intereses de la campaña igual que lo hacía con los intereses de la ciudad. Buscó la justicia. Y busco un lenguaje para hacerla efectiva. Trascendió su época, trascendió a sus protagonistas. Perdura como letra y como información.

Notas
* El presente trabajo se inscribe en el Proyecto de Investigación: “Problemas y desafíos de los  medios gráficos locales ante la capitalinofederalización de la información en Argentina. El caso de los periódicos del interior bonaerense durante el año 2000” dirigido por Reynaldo Claudio Gómez e iniciado el 01/05/00. Forman parte del equipo de investigación.
1 De La vuelta de Martín Fierro.
2 La primera edición de El gaucho Martín Fierro constaba de setenta páginas y fue impresa en forma de folleto. Hernández señalaba que de este folleto, que se vendía en las pulperías junto con la yerba y el tabaco, se habían vendido 20.000 ejemplares.
3 Bartolomé Mitre, 14 de abril de 1879.
4 Jorge Luis Borges, El Martín Fierro. Emecé Editores. 1979.
5 Alvaro Yunque (1890 –1982), de “La Literatura social en la Argentina”.
6 Ezequiel Martínez Estrada, “Muerte y Transfiguración de Martín Fierrro”.