Andrea Ximena Holgado




La perspectiva política en la construcción del imaginario integracionista



Contenido
Matrices de la integración en América Latina
El fracaso del modelo Bolivariano
Integración en el Mercosur: para qué y para quién
América Latina: integración posible
-1.Coherencia y Coordinación Externa
-2.Cooperación y Conflicto Intra-Subregional
-3.Percepción de la Identidad Internacional de América Latina
-4. La constitución del imaginario integracionista en nuestra región
Identidad, Mercosur y representaciones
Notas
Bibliografía

Matrices de la integración en América Latina

El período comprendido entre 1853 y 1883 corresponde en escala mundial a la 2da. Revolución industrial y la formación del capitalismo financiero, precursor del imperialismo. En esta etapa Inglaterra y Francia, fundamentalmente, entran en América Latina no sólo con mercancías sino también con capitales; bajo la forma de inversiones, créditos o prestamos, abriéndose lo que se denomina la etapa neo colonial o de desarrollo dependiente.

Hacia 1880 comienza la rivalidad entre las potencias imperiales por la captación de mercados de capital y fuentes de materia prima. Emergen nuevos centros de poder como Alemania, EE.UU., Japón e Italia que empiezan a competir por los mercados y los recursos. Esta etapa de expansión imperial desembocará, hacia 1914, en la primera guerra mundial.

En América latina esta época se caracteriza por la penetración de capital europeo. En EE.UU. los dos modelos de sociedad y desarrollo que convivían chocan y tras cuatro años de guerra, el norte burgués e industrial derroca al sur, a la sociedad aristocrática y agraria del sur. Se inicia entonces en los EE.UU. una etapa de rápido e intenso desarrollo capitalista, que comienza a desplazar a Inglaterra y Francia de América Latina. Esto configura una mirada hacia el mundo, por parte de los EE.UU imbuida de factores religiosos, políticos e ideológicos que se sintetizan en la Doctrina del Destino Manifiesto y la Doctrina Monroe. Por un lado la perspectiva religiosa exacerbada combinada con la conquista de la naturaleza por parte de los colonos, gesta una mirada mesiánica que plasma en el destino manifiesto, según el cual EE.UU estaba llamada a regir las naciones del mundo por su superioridad moral que había redundado en superioridad material. Por otro, la doctrina Monroe, surgida ante el temor de las intenciones de la santa alianza de recuperar espacios en América.

Podemos ya para 1820 vislumbrar dos modelos de integración latinoamericana: uno de subordinación y otro de solidaridad entre las naciones. El concepto de una organización multilateral de estados americanos fue acogido por los dirigentes políticos y empresariales norteamericanos como posible instrumento para su hegemonía en el hemisferio. Hacia 1880 EE.UU desarrolló el concepto de un sistema panamericano dirigido por Washington con la creación de una unión panamericana. Se buscaban dos objetivos:

1. En lo económico, la creación de una unión aduanera americana por la cual Gran Bretaña y los demás países europeos quedarían excluidos de sus posiciones comerciales y financieras en el hemisferio mientras que EE.UU asumiría el papel de abastecedor y financiador de América latina.

2. En lo político, se buscaba implantar un sistema de arbitraje obligatorio por el cual EE.UU asumiría el lugar de juez ante las controversias.

La primera conferencia internacional de Estados americanos se realizó en 1889. Ninguna de las dos propuestas fue aprobada en la cumbre. El único resultado concreto fue la creación de una unión internacional de las repúblicas americanas con sede en Washington. De todas maneras esto marcaría dos cosas, por un lado la iniciativa política de los EE.UU y la decisión de avanzar sobre Latinoamérica.

Frente a la perspectiva norteamericana había un antecedente integracionista de otro cuño, y que Washington no estaba dispuesto a permitir que prosperara: la concepción Bolivariana. Simón Bolívar había planteado el modelo de integración sobre la base de los principios de solidaridad de los países latinoamericanos en plano de igualdad y de la seguridad colectiva como fórmula de defensa común.

A partir de 1821, Bolívar comienza a pensar la organización de un congreso de las repúblicas libres del continente. En 1823, ante las amenazas de la santa alianza convoca al congreso de Panamá para la creación de la Confederación Latinoamericana. 

Los puntos convocantes eran:

1- Alianza y confederación perpetua de los estados americanos

2- Delimitaciones territoriales

3- Respeto a la soberanía de las partes

4- No-intervención

En la convocatoria Bolívar excluía a los EE.UU a quien veía como una amenaza potencial más que como un aliado o amigo. Su intuición se asentaba fundamentalmente en el comportamiento de EE.UU frente a Cuba. En 1823 Adams temió que España cediera Cuba a Francia a cambio de la ayuda de esta en la reconquista en América. También temía que España entregara Cuba a los ingleses. Por esto el secretario de Estado norteamericano ayudó a mantener el statu quo en Cuba. Mientras estuviera en manos de España no había peligro y sí posibilidades a futuro de una penetración y anexión definitiva de la isla. Hacia 1825, México y Colombia planeaban una invasión a la isla para liberarla. Washington recurrió a Inglaterra para que disuadiera a estos estados.

Así y todo EE.UU fue invitado pero desistió de participar fundamentalmente por el poder de decisión de la oligarquía sureña que encontraba incompatible el congreso con la perspectiva de la doctrina Monroe. Otro factor era la cuestión de la esclavitud.

El tratado que se firma en Panamá tenía como objeto sostener y defender la soberanía de las partes, mantener la paz y auxiliarse mutuamente en caso de agresión. En caso de guerra común contra un agresor, cada signatario otorgaría libre tránsito por su territorio a las tropas aliadas ocupándose de los gastos, lo mismo por vía fluvial o marítima.. Ninguno de los confederantes firmaría la paz por separado sólo lo harían de común acuerdo con los demás. A su vez se colaboraría para desarrollar conjuntamente su comercio y bienestar.

El fracaso del modelo Bolivariano

El sueño bolivariano puede decirse que era adelantado para su época y para el contexto latinoamericano. Tanto la creación de gobiernos liberales y estables basados en la soberanía del pueblo, como la eventual unidad o confederación latinoamericana habrían requerido la existencia de capas medias y populares integradas. La idea bolivariana sólo hubiera podido ser puesta en práctica por una sociedad burguesa con infraestructuras capitalista y vínculos de comercio entre los países. Pero Latinoamérica era un continente donde convivían elementos precapitalistas. Los sectores económicos vinculados al comercio internacional (minería, ganadería y las grandes plantaciones) conservaban en su estructura interna rasgos feudales. La burguesía comercial tenía características parecidas a la aristocracia terrateniente. Las capas medias conformadas por artesanos, agricultores y pequeños comerciantes carecían de los medios para hacer valer sus derechos frente al poder dominante de la oligarquía terrateniente y mercantil. Los generales de los ejércitos de la independencia, reacios a entregar el poder se convertirían en árbitros de la política.

Por esto entre otras razones, era lógico que el modelo bolivariano sucumbiera ante el esquema de la doctrina Monroe, ya que se basaba en la hegemonía de un país burgués que había iniciado su desarrollo independiente, por sobre otros de sociedad tradicional y que se encaminarían en la vía dependiente alentada por las oligarquías locales herederas del poder colonial. Las clases subalternas en Latinoamérica habían peleado por emanciparse, las oligarquías locales por el poder, por eso una vez lograda la independencia, estas imponen un modelo directamente ligado a sus intereses y no a la construcción de naciones independientes. Después de la fase de la independencia, las elites locales asumieron el poder político como herederos de la autoridad colonial y no como instrumentos de transformación de las estructuras internas. Con la consolidación de su poder, las elites locales, en muchos casos, prescindieron de una valorización demagógica de las manifestaciones populares, como instrumento de la inclusión de los grupos sociales inferiores. Su dominio oligárquico, en la segunda mitad del siglo XIX, era tan absoluto que ese tipo de concesión no era necesario. Por lo contrario, ellas hacían de los valores europeos un atributo de su clase, un símbolo de status y distinción.

La ruptura de esa línea de pensamiento se inició con algunos intelectuales que plantearon los primeros esbozos de miradas antiimperialistas(1). Si bien las ideas liberales de la integración continental de Simón Bolívar en 1820, no lograron resultados concretos, fueron la matriz de una formación simbólica de una identidad Latinoamericana.

Esta introducción nos permite comprender cómo permearon a lo largo de la historia de nuestro continente dos perspectivas políticas antagónicas sobre la integración. Estas dos matrices (la bolivariana y la de la doctrina Monroe)se configuraron de diferentes maneras según los momentos históricos(2)pero descansando sobre bases distintas: una unilateral y hegemónica y la otra multilateral y solidaria.

Integración en el Mercosur: para qué y para quién

En general, la integración se ha tomado como un “objetivo en sí mismo” y no como un instrumento para el logro de los verdaderos objetivos de los Estados de la región; esto es, la autonomía de desempeño, la búsqueda de mecanismos que permitan a la región salir de su estado de dependencia; la realización de proyectos conjuntos, la coordinación de políticas, etc.

Antes de avanzar, se torna fundamental responder a una pregunta básica: “para quién es la integración”. Si vemos a la integración como un objetivo en sí mismo, como un mero proceso desarrollista y comercialista -pero dentro de las mismas pautas establecidas por la división internacional de la economía-, es probable que aumentemos el intercambio comercial intrarregional, pero también estamos ampliando el mercado para aquellos que “controlan” a la región, sea en forma directa, o a través de subsidiarias de empresas multinacionales o transnacionales, o de la banca privada transnacionalizada que opera en la región.

Un sistema de integración como el vigente en América Latina, en el que las pautas y mecanismos establecidos están insertos dentro del esquema de la división internacional del trabajo y la economía, continúa manteniendo a la región en una relación de dependencia en vez de contribuir a la autonomía.

En la historia de los procesos de Integración en América Latina, El Pacto Andino, puede ser tomado como un ejemplo a tener en cuenta. Este pacto nace del Acuerdo de Cartagena, suscrito por Bolivia, Colombia, Chile, Ecuador y Perú en 1969. Posteriormente se incorporó Venezuela, país que había participado en las negociaciones iniciales.

El rasgo más distintivo del Grupo Andino era el compromiso de sus miembros de emprender una programación conjunta de su desarrollo industrial. Esta tenía por objetivo, entre otros, alcanzar una mejor expansión, especialización y diversificación de la producción y lograr una distribución equitativa de beneficios. Con este fin se reservaron sectores industriales para la programación conjunta y se asignaron productos por países Complementariamente, se estableció un régimen común de tratamiento a la inversión extranjera, mediante la Decisión 24 de la Comisión del Acuerdo. El objetivo de la Decisión era el fortalecimiento de la participación de las empresas nacionales en el mercado subregional y la formulación de los derechos y obligaciones de los inversionistas extranjeros. Mediante el régimen se podía reservar a empresas nacionales o “multinacionales andinas” sectores que se consideraran estratégicos o suficientemente atendidos por la inversión subregional.

En los aspectos institucionales, el Acuerdo de Cartagena estableció una Junta de tres miembros como máximo órgano ejecutivo, independiente de los gobiernos nacionales. Los elementos de supranacionalidad de la Junta constituyeron una innovación en el ámbito latinoamericano.

Con anterioridad a la firma del Acuerdo de Cartagena, sus países miembros -incluyendo a Venezuela- habían creado, como órgano financiero del Grupo Andino, la Corporación Andina de Fomento (CAF), uno de cuyos objetivos principales era el financiamiento de los programas conjuntos de desarrollo industrial, además de la infraestructura necesaria para acelerar la integración.

En el área monetaria, y para el financiamiento de problemas de balance de pagos, se creó en 1975 el Fondo Andino de Reserva (FAR), posteriormente abierto a miembros extrasubregionales bajo el nombre de Fondo Latinoamericano de Reserva (FLAR). Para la interpretación de la legislación andina y la solución de controversias se creó en 1979 el Tribunal Andino de Justicia.

Los países miembros del Acuerdo de Cartagena firmaron varios acuerdos de cooperación, entre los cuales destacan los Convenios Andrés Bello, en educación; Hipólito Unánue, en salud y Simón Rodríguez, en asuntos sociales. Con carácter auxiliar se crearon consejos laborales y empresariales andinos. Posteriormente se estableció el Parlamento Andino, fundado en La Paz, Bolivia, en 1979 como foro de los parlamentos nacionales.

El factor internacional fue definitorio en la degradación de esta experiencia. Los EE.UU a través de sus multinacionales veían en este modelo de integración un freno a sus interés en la región y boicotearon el pacto. El retiro de Chile del Acuerdo de Cartagena en 1974 con Pinochet significó un trauma para el avance del Grupo Andino. Este hecho fue provocado por la vigencia del régimen común sobre inversiones extranjeras, el cual había encontrado fuertes resistencias en círculos internacionales.

Posteriormente, en la década de los ochenta, la crisis de la deuda y los problemas de balanza de pagos de los países miembros provocaron el incumplimiento generalizado de las obligaciones contraídas en el marco del Acuerdo de Cartagena, las cuales fueron flexibilizadas mediante el Protocolo de Quito de 1987, pero con lo que significó el fin del modelo autónomo, adaptándose a las nacientes políticas neoliberales que encontrarían su protocolo en el Consenso de Washington en 1990.

América Latina: integración posible

Hay cuatro aspectos básicos a tener en cuenta:

1. Grado de coherencia y coordinación existente entre las políticas exteriores de los países de la región y de cooperación, sobre las de conflicto.

2. Grado y signo de la interacción existente entre estos países, con énfasis en el predominio de las relaciones.

3. Grado y forma en que los países que integran la región perciben su identidad en el contexto internacional.

4. De qué manera y con qué orientación se constituye el imaginario integracionista o su contrapartida en los países de la región.

-1.Coherencia y Coordinación Externa

Partimos de la base de que coherencia y coordinación no son equivalentes, ya que es posible que el conjunto de países persiga el mismo objetivo a través de políticas similares, pero sin que medie una coordinación entre esas políticas. Sin embargo, una primera consideración que debemos hacernos antes de analizar el grado de coherencia en las políticas exteriores entre los Estados latinoamericanos es, en qué medida existe un determinado grado de coherencia en la política externa de cada Estado latinoamericano. Esto es, en qué medida un Estado latinoamericano tiene una política exterior coherente, teniendo en cuenta que en la historia se sucedieron, y se sucederán en el futuro, distintos gobiernos.

-2.Cooperación y Conflicto Intra-Subregional

Es probable que los países latinoamericanos hayan adoptado en forma creciente, una conciencia de su identidad frente al mundo, así como un cierto grado de coherencia y coordinación en sus políticas exteriores; pero sus relaciones recíprocas pueden ser mínimas, como consecuencia de que sus principales intereses se encuentran fuera de la región o porque los conflictos impiden un mayor acercamiento o cooperación en determinados temas importantes para el aumento del poder negociador de la región y por ende para una mayor autonomía de desempeño por la vía de la cooperación.

-3.Percepción de la Identidad Internacional de América Latina

Respecto de la primera variable, debemos apuntar, que los países que constituyen una agrupación regional, toman conciencia de su identidad internacional, cuando deben dar respuesta a un desafío externo. Sin embargo, como cuestión previa, debemos decir que tiene que analizarse si existe una percepción conjunta, o si se dan percepciones diferentes, acerca de cuál es ese desafío externo. En tal sentido debemos preguntarnos: cómo define cada país sus aspiraciones y necesidades; y qué forma utiliza para defender sus intereses y concretarlos en el plano internacional.

-4. La constitución del imaginario integracionista en nuestra región

La región o, más exactamente el concepto de integración, más allá de lo territorial, de la proximidad y de un sentido de origen común, tiene un alto componente político y de construcción imaginaria; es decir, la definición de región o de integración, no desde parámetros geográficos sino desde la constitución del imaginarios de quienes lo viven a partir de una pertenencia cultural, social y política. Desde un concepto de participación en la realidad de un espacio delimitado más o menos territorialmente o con límites difusos o móviles. Vinculados a la identidad, a la pertenencia construida por determinadas prácticas.

Definiendo los parámetros político-sociales, en términos de participación de los habitantes en torno a problemáticas, anhelos y frustraciones. Esto es, a espacios de participación y encuentro. Lo que intentamos plantear es que si bien hay un sustrato que remite a la territorialidad, la historia pasada, determinadas prácticas culturales más o menos comunes, un idioma común, etc., el factor político es decisorio. Es decir, en la medida que exista un proyecto político y una decisión política de llevarlo adelante, un proceso de integración depende en una gran medida y casi diríamos, es definitorio, de las decisiones políticas de quienes rigen las naciones. De la misma manera la dirección que los estadistas le den a la integración la definirá hacia una perspectiva autonomista o de subordinación a los intereses de los grandes capitales.

Con esto queremos significar que la intervención del Estado en el diseño y gestión de proyectos integradores, y su capacidad para hacer frente a las presiones externas, es medular a la hora de pensar una integración posible en América Latina. Y volvemos al caso de la comunidad Andina, donde el proceso de integración se degrada hasta llegar a ser letra muerta a partir de la instauración de la dictadura militar en Chile, la Doctrina de la Seguridad Nacional y de Frontera Móvil, es decir, del fuerte intervensionismo norteamericano en la región a través de las dictaduras militares.

Con esto no estamos relegando el factor cultural y la cuestión identitaria, todo lo contrario. Nos estamos situando desde una perspectiva de la cual entender lo cultural, lo identitario como una construcción histórica. Entendiendo que la cultura es un producto colectivo y que se conforma y transfigura según el “espíritu de época”, según cuáles sean los discursos que circulan en determinadas coyunturas. Por eso la constitución de un imaginario integracionista estará atravesada por los discursos hegemónicos de un momento dado y por la materialidad concreta sobre la que se asientan. Es interesante cómo planteos que en otras décadas estaban acotados a sectores militantes o de grupos intelectuales, hoy a partir de una mayor “visibilidad”, de la agudización de las contradicciones del sistema capitalista mundial, se generalizan en el imaginario de nuestras sociedades. Dos ejemplos en esta dirección: frente al atentado a las torres gemelas y a la invasión de los EE.UU a la nación Iraquí. La reacción de rechazo y de percepción del sentido de imperialismo con todos sus matices se unificó frente a la percepción que se tiene de los EE.UU. Pero esto no debe confundirnos ya que determinadas coyunturas pueden abonar miradas integracionistas ante amenazas comunes, o desintegrantes. Por ejemplo, ante el deterioro social ver al otro como el enemigo o como un factor amenazante de nuestra seguridad física o económica. Así pivoteamos del “hermano latinoamericano” al “bolita”, es decir aceptación-rechazo.

Pero un proyecto político claro de integración que contenga e impulse políticas en esa dirección es el que zanja las diferencias y unifica en una dirección determinada. Esto es la diversidad respetada en pos de objetivos claros. Cuando una comunidad no vislumbra un horizonte claro que la involucra, tiende a la desintegración y pelea por lo inmediato. Entonces, la fractura se expresa en diferentes planos. Se pelea por lo inmediato propio. Es decir la reivindicación inmediata y acotada a intereses puntuales. Por ejemplo, una rama de la industria hace lobby para lograr mejores condiciones al sentirse perjudicada por medidas arancelarias. Esto siempre sucede en un marco de notoria fragilidad política: no hay proyecto político, no hay organización política y no hay conducción política.

Un proyecto de integración no puede agotarse en la articulación. Articular no implica avanzar en consensos mayores y abarcadores, es sólo eso, articular reivindicaciones y reclamos puntuales. Este es uno de los riesgos que corre un proceso de integración sin un proyecto claramente delineado, es decir: integración para qué y para quién.

Identidad, Mercosur y representaciones

En los discursos de los gobiernos que conforman el Mercado Común del Sur se reitera un supuesto: que la población empieza a reconocer paulatinamente el proceso integrador.

La constitución en el imaginario de una mirada o una perspectiva sobre el MERCOSUR anclada en el sentido común, en términos Gramscianos, nos debe hacer tener muy presente el factor político al momento de pensar en la construcción imaginaria del objeto MERCOSUR. Entendiendo el sentido común como “una forma histórica, no natural ni universal ni espontánea de pensamiento popular, necesariamente fragmentario, incompleto y episódico. El tema del sentido común está compuesto por formaciones ideológicas muy contradictorias: contiene elementos de la edad de piedra y principios de la ciencia más avanzada, prejuicios de todas las fases de la historia a nivel local (...) y más aún porque esta red de trazos preexistentes y elementos de sentido común es el terreno en que se produce con más frecuencia la lucha ideológica. En última instancia la relación entre el sentido común y el nivel más alto de la filosofía está asegurada por la política”.3

Entonces, es la lucha por la imposición de sentido la que articula concepciones tornando algunas impensables y legitimando otras. En lo que se refiere a MERCOSUR, la lucha por la imposición de sentido, donde se introducen ciertos significados y representaciones de lo real con el fin de naturalizarlos y neutralizar otros, se ha orientado a consolidar una perspectiva mercantilista y además orientada hacia las grandes corporaciones transnacionales. Esto, atendible fundamentalmente por los objetivos fundacionales: “El MERCOSUR está diseñado para Brasil. Es una integración de fronteras donde el pez grande se come al chico. El único que termina desarrollando su mercado, comiéndose todas las empresas que estaban instaladas en los países del MERCOSUR como somos la Argentina, Paraguay, Uruguay, es Brasil. Aparentemente en alguna parte el sistema decidió que era mucho más peligrosos una masa de 34 millones de desocupados en Brasil, que una masa de dos millones de desocupados en Argentina. El objetivo real del MERCOSUR no se difunde, es inconfesable, si hubieran dicho todas las grandes empresas que están instaladas, que lo que buscaban era unificar sus factores de escala porque su productividad hacía que tuvieran capacidad ociosa y la producción era antieconómica fundamentalmente en la Argentina y en Brasil, que por eso necesitaban chuparse el mercado Uruguayo y el mercado paraguayo y destruir el mercado argentino para proveer todo desde Brasil, no resultaba muy simpática la postura, ahora se va conociendo la verdad, pero el discurso nunca fue ese” (Ángel Cadelli, Secretario Gremial de la Asociación de Trabajadores del Estado. Regional Provincia de Buenos Aires).

Por esto, la pobreza o debilidad o acotamiento de la construcción imaginaria en torno al MERCOSUR de los miembros de las comunidades involucradas en nuestra región, no es producto necesariamente, de la fragilidad del objeto MERCOSUR, sino producto de una realidad político-histórica construida.

Las miradas acotadas o “frágiles” sobre el MERCOSUR son producto, en gran medida, de las políticas de los Estados parte. En nuestro país, los cambios producidos a partir del Consenso de Washington, con la destrucción de las instituciones públicas y una mutación del rol del Estado, orientado hacia los intereses de los grandes grupos transnacionales, no conformaron una intencionalidad política hacia el sostenimiento de la constitución de un imaginario integracionista. En gran medida por la dirección hegemónica que se daba a esta integración, centrada en los mercados y no en al comunidad, sus miembros y su cotidiano. “Las ideas se convierten en efectivas sólo cuando, al final, conectan una particular constelación de fuerzas sociales. La lucha ideológica es parte de la lucha social general por el liderazgo y la conducción; en otras palabras, por la hegemonía (...) proceso por el cual un bloque histórico de fuerzas sociales es construido y el ascenso de ese bloque garantizado”.(4)

De todas maneras desechar el terreno construido en torno al MERCOSUR por la matriz con la que fue pensado sería tirar el bebé con el agua de la pileta. Negar el MERCOSUR, implica desconocer el carácter histórico y contradictorio de los procesos políticos. Implica desconocer las luchas por el sentido que se dan en los discursos que circulan en un medio social determinado Y es en definitiva desconocer la tensión entre lo deseado y lo materialmente existente, entre lo real y lo del orden proyectual. “La articulación regional de las diferencias culturales no es necesariamente armoniosa, ya que frecuentemente incluye contrastes y contradicciones entre los diversos sectores sociales, sin que esto impida considerar que todos participan del mismo patrón cultural. Tales conflictos son un factor esencial en la dinámica regional y deben ser tomados en cuenta para su definición”.(5)

La lucha por el sentido en la constitución del imaginario integracionista, está fuertemente atravesada por las disputas de poder. “Es precisamente la tensión (si, en principio, indecible y por consiguiente sometida a las contingencias sobredeterminadas de la hegemonía) entre esas materialidades y las abstracciones ideológico-discursivas la que constituye la escena de la lucha por el sentido y las identidades. Para Bajtin, por ejemplo, la trama social no es simplemente discursiva. El discurso no es un registro totalmente autónomo: es un aspecto emergente -si bien con frecuencia decisivo- de un complejo multifacético de relaciones sociales y de poder, que tienen un efecto poderoso sobre el lenguaje y los discursos” (...) el discurso está, por lo tanto, fuertemente condicionado por los modos en que distintos grupos sociales intentan acentuar sus “palabras” de manera que expresen su experiencia y sus aspiraciones colectivas.(6)

La construcción de un imaginario integracionista se viabiliza, entonces, no a partir de cierta imagen posmoderna de una coexistencia pacífica de los fragmentos culturales no reenviables a ninguna noción de totalidad. Sí en la tensión de las partes con sus contradicciones que emergen según la coyuntura con mayor o menor virulencia, y sí remitiéndose a algún tipo de mirada totalizante que dé sentido a determinadas prácticas y construcciones integracionistas. Esto es proyectos políticos, referencias y conducción política de ese proyecto. En definitiva volvemos a poner en escena la cuestión del poder. La invasión de EE.UU a Irak, revitalizando las prácticas imperiales de viejo cuño -ocupación territorial para garantizar intereses económicos-, nos habla del fin de la ilusión posmoderna.

El poder es real, tangible y está concentrado. Detrás de los “pequeños relatos” hay una lógica política, económica y militar. Es decir, la ilusión del fin de los grandes relatos, se desvanece como un castillo de naipes. “A uno le dan ganas de amonestar, de decir: señores, entérense de que la guerra del golfo si ha tenido lugar, y parece ser incluso que allí (o en Ruanda, o en Bosnia Herzegovina, o aquí cerca en la calle) sí se ha matado gente. Entérense que la lucha de clases y el inconsciente sí existen fuera del texto: casualmente son ellos los que constituyen esa otra escena que permite que el texto sea, que se erija en toda su irreductible especificidad y autonomía como síntoma de lo indecible y de lo impensable”.(7)

Sin duda en nuestra historia reciente hay un antes y un después marcado el 20 de diciembre de 2001. Nuestro país ingresó al nuevo siglo signado por el desasosiego de un fin de fiesta. Casi un 60% de pobres, alrededor de un 25% de desocupación. Emergencia y crecimiento sostenido de la indigencia, como síntomas de aspectos que van a signar nuestra realidad, al menos por un largo período. En medio de realidades dramáticas intenta cristalizar un nuevo discurso, alimentado al calor de las movilizaciones anti globalitarias surgidas en los países centrales. Otra vez América mira fuera de sus fronteras.

Rubén Drí al hacer una crítica interesante a ciertas perspectivas de los movimientos anti globalitarios y sus defensores, y en particular a Toni Negri, dice que uno de los aspectos más nefastos de la concepción de Negri -si la leemos desde nuestras luchas por la liberación-, es el de la manera de resistir que nos propone y lo cita cuando plantea: “En la modernidad la resistencia es acumulación de fuerza contra el despojo, que se subjetiviza a través de la toma de conciencia. En la posmodernidad, nada de esto. La resistencia se da como difusión de comportamientos resistentes singulares (...) multitudes que resisten difusamente, escapan de los grilletes cada vez más estrechos de la miseria y del comando. No hay necesidad de toma de conciencia colectiva: el sentido de la rebelión es endémico, atraviesa toda conciencia y la hace rebelde”.

Negri plantea la idea o el concepto de multitud y rechaza el de pueblo, a lo cual Dri responde: “Una de las categorías sociológicas creada desde América Latina es la de ‘pueblo’. Cuando nos referimos al pueblo estamos significando que no se trata de la masa, de una simple multitud de simples grupos fragmentados, sino de un sujeto, de una totalidad que no implica la anulación de individuos y grupos, sino su articulación en un proyecto común (...) Afirmarse como pueblo desde la periferia significa afirmarse como sujeto, significa no aceptar ser tratado como un objeto (...) Lo que ha hecho el Terrorismo de Estado es precisamente destruir los sujetos políticos y sociales cuya articulación nos constituía como pueblo capaz de resistir los embates neoliberales y de avanzar en proyectos liberadores y pulverizar al pueblo en multitud (...) Cuando, mediante el Terrorismo primero, la impunidad luego y la hiperinflación al final quebraron al sujeto popular y lo redujeron a multitud, el neoliberalismo globalizador menemista pasó como un huracán no dejando nada a su paso”.

Comprender esto es, en definitiva, constituirnos como sujetos latinoamericanos, como pueblos sometidos y dependientes del primer mundo. Es no tener miedo a volver a nominar “políticamente” la realidad, al margen de modas o corrientes intelectuales. “La historia nunca se repite, pero nos permite saber que, en su enigmático desarrollo, aquello de lo terrenal que se consideraba eterno -por fundamentos teológicos o por “leyes naturales”- puede desintegrarse ante los ojos de los elegidos y crear nuevos horizontes. Los vertiginosos cambios del campo internacional nos muestran esas desintegraciones; y nosotros, los pueblos del sur, debemos definir nuestros propios horizontes”.(8)

Notas
* Este trabajo forma parte del Proyecto de Investigación: “Políticas de Comunicación. MERCOSUR: Identidades y representaciones mediáticas regionales”, dirigido por el Lic. Alfredo Alfonso, codirigido por Ileana Matiasich y Oscar Lutczak e iniciado el 01/05/00 en el Programa de Incentivos a Docentes e Investigadores. Forman parte del equipo de investigación: Andrea Ximena Holgado, Néstor Daniel González, Carlos Castro, Mercedes Torres, Gastón Rodríguez y Cora Gornitzky.
1 Ver ARGUMEDO, Alcira. Los Silencios y la Voces en América Latina, Ediciones del Pensamiento Nacional, 1993.
2 Ver BOESNER, Demetrio. Relaciones Internacionales en América Latina, Nueva Sociedad, 1996.
3 HALL, Stuart. El problema de la ideología, DOXA, Cuaderno de Ciencias Sociales, año IX, Nº 18, 1998.
4 GRUNER, Eduardo. El fin de las pequeñas historias, Paidós, 2002.
5 JIMÉNEZ, Gilberto. Apuntes para una teoría de la región y de la identidad regional, en revista Culturas Contemporáneas, Vol. 6, Nº 18, 1994.
6 GRUNER, Eduardo. Op. Cit.
7 ARGUMEDO Alcira. Op. Cit.
8 Idem.

Bibliografía

AMIN, Samir. El capitalismo en la era de la globalización, Paidós, 1997.
ARGUMEDO Alcira. Los Silencios y la Voces en América Latina, Ediciones del Pensamiento Nacional, 1993.
BOESNER, Demetrio. Relaciones Internacionales en América, Nueva Sociedad, 1996.
BOURDIEU, Pierre. Intelectuales, política y poder, Eudeba, 1999.
GRAMSCI, Antonio. Los intelectuales y la organización de la cultura, Nueva Visión, 1997.
GRUNER, Eduardo. EL fin de las pequeñas Historias, Paidós, 2002.
HALPERIN DONGHI, Tulio. Historia Contemporánea de América Latina, Alianza Editorial, 1998.
HOBSBAWM, Eric. Las Revoluciones Burguesas, tomos I y II, Guadarrama, sexta edición, 1979.
RECONDO, Gregorio (comp.). MERCOSUR: La dimensión Cultural de la Integración, Ciccus, 1997.