Nancy Fernández y Adriana Frávega |
La investigación latinoamericana de la comunicación,
una reflexión epistemológica-metodológica*
una reflexión epistemológica-metodológica*
Contenido
¿Cómo operamos?
Objetivos de nuestro trabajo
La emergencia de la “Investigación latinoamericana en comunicación”
-Un poco de historia
El “objeto” de estudio latinoamericano
El análisisPensando “conceptos” y “métodos” en la comunicación
-El principio de la ruptura
La continuidad de la ruptura
-Proceso, discurso y sentido–Estudios culturales. Las mediaciones
Algunas permanencias
Pensando la comunicación “desde el poder”
El aporte latinoamericano visto desde afuera
A modo de síntesis
-Primero
-Segundo
¿Una matriz epistémica nos distingue?
Bibliografía
Notas
Desde nuestro trabajo en la cátedra de Metodología de Investigación Social, y como investigadoras de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social (UNLP), hace dos años nos planteamos la posibilidad de realizar una revisión metodológica de las investigaciones en el campo de la comunicación en Latinoamérica. Para esto optamos por analizar las investigaciones publicadas en las Revistas Chasqui (editada por CIESPAL) y Diá-logos (editada por FELAFACS), elegimos las mismas por tratarse de materiales que provienen de dos instituciones pioneras y rectoras en lo que hace al estudio de la comunicación en Latinoamérica.
Partimos de la segunda etapa de la Revista Chasqui (1981) y del inicio de Diá-logos (1987). Es decir que el corpus de análisis coincidió con la “explosión” del estudio de la comunicación en nuestra región.
En el inicio de nuestro trabajo sucedieron dos cosas: por un lado observamos que en ambas publicaciones, y principalmente en Chasqui, no abundaban los informes de investigaciones sino que el fuerte de las revistas estaba dado en artículos de fondo, de reflexión teórica y en entrevistas. Y muchos de estos artículos estaban basados en las experiencias de investigación de quienes los escribían, por lo que se trataba de reflexiones a partir de las prácticas.
Por otro, y a partir de la indagación del corpus, el objetivo de efectuar una revisión metodológica pasó a un segundo lugar, dado que no podíamos abocarnos a esta tarea sin antes ver cómo se construían los “objetos de estudio” de la comunicación en Latinoamérica. Construcción que está marcada por la conceptualización que se hace de lo que se va a estudiar; conceptualización que lógicamente depende de la teoría. Así la metodología es una resultante -desde el contexto interno de la ciencia- de cómo problematizamos el fenómeno en estudio.
En síntesis, nuestra pregunta sobre las transformaciones metodológicas se desplazó a la pregunta sobre las transformaciones epistemológicas.
¿Cómo operamos?
Nuestra aspiración reside en hacer una “reflexión epistemológica” en el sentido que le otorga Vasilachis de Gialdino (1993) quien, desde la sociología, aporta elementos potentes para el esclarecimiento de la actividad cotidiana de investigación. Epistemología que “no rondará los campos de la historia de la ciencia, ni los de la epistemología comparada, ni los de la filosofía de la ciencia” (Op. Cit.11) que dirige su atención hacia la ciencia misma, sino que otorga la dirección analítica hacia los desarrollos teóricos/problematizadores del campo de estudio y de su práctica investigativa como praxis. Vasilachis propone esta reflexión para la sociología en general, y en este trabajo la adoptamos para el campo de los estudios de la comunicación. La siguiente cita es más que ilustrativa para entender de qué estamos hablando:
“Entendemos que la reflexión epistemológica está presente en la actividad cotidiana de investigación, aunque el investigador la lleve a cabo sin darle este nombre al plantearse interrogantes acerca de las características del objeto o de los fenómenos que analiza, acerca de los métodos con que accederá a aquellos, acerca de las teorías que los comprenden o de las que será necesario crear para dar cuenta de determinados aspectos de la realidad que parecen rebelarse ante cualquier interpretación posible otorgada por las teorías existentes” (Idem.11) y “hablamos de reflexión epistemológica y no de epistemología porque esta aparece como una disciplina acabada, resultado del pensamiento de un filósofo que piensa desde un ahora y para siempre las reglas que rigen y han de regir todo tipo de conocimientos, condicionando su validez” (Op. Cit. 11).
En este sentido, lo que consideramos necesario es que al emprender esta reflexión epistemológica nos liberemos de los dogmatismos de las epistemologías que suponen que la naturaleza ontológica de lo conocido determina la existencia de una sola forma de conocer.
Objetivos de nuestro trabajo
Nuestro objetivo de trabajo nos llevó a la definición de tres ejes analíticos para operar en el estudio de las investigaciones aparecidas en Diá-Logos y en Chasqui. Por lo tanto, decidimos mirar en ellas:
1- Cómo se produce la construcción problemática de los fenómenos de estudio (desde la comunicación, la cultura, los sujetos de la comunicación, la sociedad, los contextos). A partir de aquí la intervención analítica nos sirve como estrategia para observar el marco epistemológico al que se adscriben o reformulan las investigaciones.
2- Qué posición asume el investigador en la relación de conocimiento establecida con su objeto (sujeto) de estudio. Buscamos identificar si se explicitan, o no, posiciones (el rol asumido de los investigadores) que impliquen un grado de compromiso, consustanciación valorativa, cognoscitiva e ideológica con el objeto (sujetos) estudiado, o si existen ubicaciones concordantes con los presupuestos de neutralidad valorativa y objetividad en la ciencia.
3- Cuáles han sido las estrategias metodológicas por las que se optó en función de las problemáticas de investigación planteadas. Este interrogante se utiliza para detectar si existe adhesión a metodologías cerradas, esquemáticas (monometodológicas), o si aparecen opciones metodológicas más abiertas, plurimétodos (multimetodológicas).
Si bien estos tres ejes están interrelacionados, en esta exposición no agotaremos el análisis de los mismos sino que nos centraremos en el primer eje, es decir, en cómo y desde dónde se construyen los fenómenos en estudio.
La emergencia de la “Investigación latinoamericana en comunicación”
Un poco de historia
Como dijimos anteriormente nuestro análisis se enfocó en los años 80, pero la “explosión” de los estudios de comunicación latinoamericanos en esa década se venía gestando históricamente desde los 60 y 70. ¿Cuál era el panorama en los estudios de comunicación en esos años? En esos momentos convivían dos modos diferenciales de conceptualizar la comunicación que no pueden separarse de la situación política de la región. Por un lado, en esos años Estados Unidos “impuso” (como política) para América Latina “la Alianza para el progreso” (1962), como una estrategia para evitar la irrupción del “comunismo” en la zona que, por otra parte, ya había recalado en Cuba. Desde esa línea de trabajo los estudios de comunicación estuvieron signados por y para el “difusionismo”. Se trató más de un uso de la comunicación que de un estudio sobre el modo de darse los fenómenos comunicativos. Hablamos de uso en el sentido que la comunicación fue utilizada como un insumo más en la planificación de estrategias de “cambio”, fundamentalmente rural.
Este modelo corresponde a las teorías funcionalistas que imperaban en esos momentos en Estados Unidos. Dicho de modo simple, la comunicación era considerada como un componente más del “organismo” social, sobre el cual se puede actuar a fin de regular el funcionamiento del sistema para que el mismo se mantenga.
Como contraparte a este modo de entender y usar la comunicación social, se levantaron otras voces en Latinoamérica. Se destacan como alternativa, los pensamientos (entre otros) de Antonio Pasquali, Armand Mattelart y Paulo Freire. Estos pensadores estaban imbuidos fundamentalmente de aportes teóricos que provenían de Europa, principalmente el marxismo de la Escuela de Frankfurt, el marxismo francés, el estructuralismo y la semiología.
Uno de los puntos comunes entre los intelectuales latinoamericanos que se apartan de las teorías funcionalistas y mecanicistas de la comunicación, era considerar que la comunicación de masas puede ser tanto un instrumento de dominación como un instrumento de liberación. La diferencia radicaba en cómo pensaban teóricamente la comunicación y, por ende, la utilización diferencial que se podía hacer de la misma. Como ejemplo, cabe mencionar los aportes de fines de los sesenta y principios de los setenta de Mattelart, quien devela mecanismos ideológicos de dominación cultural en, por ejemplo, Para leer al Pato Donald o la alternativa al extensionismo que plantea Paulo Freire en ¿Comunicación o extensión? En este último el proceso de comunicación es considerado como un proceso interactivo entre sujetos y cuyo fin es servir a estos a la problematización de la realidad para su transformación.
La mayoría de los pensadores que constituían la alternativa a las corrientes norteamericanas en comunicación propugnaban una corriente marxista (en sus variados desarrollos), pero en un principio, y en muchos casos, lo que se hacía era cambiar un modelo teórico por otro, sin que esto constituyera una redefinición del marxismo desde una “cultura” latinoamericana. Entonces, lo latinoamericano estaba constituido por los objetos empíricos a los que se aplicaba el modelo. ¿Qué quiere decir esto? Que los modelos teóricos eran considerados “universales” y lo local estaba dado por la realidad empírica a la que se aplicaba, por ejemplo, los análisis semióticos de mensajes de los 60 (para nombrar un caso, los trabajos de Verón sobre la violencia política en la prensa).
Es decir que tanto las teorías como las metodologías no eran en sentido estricto latinoamericanas, sólo lo eran los objetos empíricos. En cierto sentido existía un dogmatismo teórico-metodológico: no se cuestionaba si Latinoamérica podía pensarse “desde fuera” o si era necesario -en función de las características propias y diferenciales de la región- repensar y producir teoría desde nuestras propias praxis.
Creemos que hay que destacar el papel precursor que tuvo Paulo Freire en no aceptar y aplicar ortodoxamente la teoría marxista, sino que a partir de su práctica repensó la teoría y, por ende, la metodología de aplicación a la realidad. En Freire, es el objeto empírico (la realidad latinoamericana) el que obliga a reelaborar teorías, a la vez que impone su modo de ser conocido.
Como vimos en la reseña histórica, los inicios de los estudios de comunicación en América Latina estuvieron signados, epistemológicamente, por construcciones diferenciales de la comunicación como objeto de estudio, pero se trataba de construcciones que dependían de pensamientos teóricos no latinoamericanos. No obstante, a partir de los 70, y principalmente desde los 80, se impuso cada vez más -o trató de imponerse como paradigma hegemónico- un pensamiento crítico sobre la comunicación. A su vez nuestra realidad mostraba los límites que las teorías tenían para poder estudiarla.
Es así como fue adquiriendo cada vez más fuerza un pensamiento latinoamericano sobre la comunicación social que ya no “trasladaba” modelos teóricos, sino que éstos eran repensados en función de la diferencialidad de los objetos empíricos, generando un pensamiento transteórico que en algunos casos dio lugar a teorías fundantes, como es el caso de Jesús Martín Barbero.
Los esfuerzos de los investigadores se encaminan hacia este modo de pensar la comunicación, pero ellos pueden resultar en una matriz latinoamericana de pensamiento comunicacional o pueden quedarse solamente en eso: en esfuerzo, sin lograr terminar de romper (y por ende construir algo nuevo) con los modelos teóricos y metodológicos que se cuestionan.
Por diferencia de fecha de aparición los primeros años de la década del 80 quedarán caracterizados desde la revista Chasqui, pero cabe aclarar que estas primeras líneas no pierden vigencia, sino que lo que va cambiando es la mirada, y las primeras líneas que señalaremos de los 80 aparecen también en la revista Diá-logos.
Como ya planteamos, nos interesaba ver cómo y desde dónde se problematizaban los fenómenos; del análisis del corpus surgen los modos de pensar la comunicación y estos modos constituyen una red de interrelaciones. Los cruces son permanentes, pero a los fines analíticos y expositivos diferenciamos ejes de construcción, como una forma de entender al pensamiento latinoamericano en comunicación como una tela de araña que permite distintos recorridos por sus hilos, pero sin perder de vista el cruce constante y la interdependencia de los hilos entre sí para constituir la totalidad de la trama. A modo de ejemplo, tomaremos sólo dos ejes analíticos desde donde se construye la comunicación y adelantándonos a la conclusión podemos decir que en realidad se trata de un único eje, aunque sobre esto volveremos más adelante.
Pensando “conceptos” y “métodos” en la comunicación
-El principio de la ruptura
En los inicios de los 80 nuestros pensadores tenían una clara intención: romper con el funcionalismo. Esta ruptura implicaba pensar otra manera de abordar la comunicación, y esa manera era “lo alternativo”. Es decir que al funcionalismo se le oponen las teorizaciones que puedan hacerse en torno a pensar y a investigar las formas alternativas de comunicación. Para pensarlo había que dejar los “otros” conceptos y pensar los propios. Así, la preocupación fundamental pasaba por la crítica de los conceptos funcionalistas.
Al respecto, María Cristina Mata tomaba palabras de Jesús Martín Barbero para expresar el estado de ruptura con el funcionalismo y decía que ésta había sido “más afectiva que efectiva”, que al funcionalismo “se lo descalifica desde la teoría pero se sigue trabajando desde él en la práctica”; de tal manera, no se ha roto con “la racionalidad que lo sustenta; la verticalidad y la unidireccionalidad no son efectos sino la matriz epistemológica y política del modelo mismo” (J. Martín Barbero).
Mata planteaba la necesidad de pensar nuevos “conceptos” (critica por ejemplo el concepto de retroalimentación). No sólo se trata de conceptos sino de pensar teóricamente y por ende metodológicamente el modo de investigar lo alternativo: “la construcción teórica que realicemos del objeto a investigar predetermina la adopción o construcción de un método para abordarlo. Y al afirmar ello estamos haciendo explícita una postura: los métodos no son simples instrumentos de análisis, son puntos de vista, cristalizaciones de enunciados teóricos que permitirán revelar o no los aspectos y relaciones fundamentales supuestas por el objeto estudiado, según su adecuación o no a dicho objeto” (Chasqui Nº 1, 1981).
Freire -al igual que Barbero y Mata- señalaba problemas teóricos y epistemológicos en la concepción de la comunicación en Latinoamérica, en la cual chocan los “objetivos transformadores” con el sustento teórico de las prácticas y de los estudios de comunicación. Al respecto decía Freire para Chasqui que “es interesante que todo el lenguaje usado en la teoría de la comunicación, en la cibernética, es un lenguaje puramente ideológico y castrante. Siento mucho asombro cuando un hombre o una mujer de izquierda recurre a expresiones como ‘transmisor’, ‘receptor’, ‘medio’, ‘contenido’ o ‘mensaje” (Chasqui Nº 2, 1982).
Ya desde lo estrictamente metodológico, Michel Thiollent planteaba una respuesta operativa: la investigación-acción, pensada desde los requisitos de las exigencias científicas. Thiollent, a partir de distintas experiencias de investigación participativa, reconoce principios comunes a todas. En primer lugar, que la investigación-acción “establece un contacto más profundo con los grupos implicados en el problema real, pero no se aplica a un universo mucho más amplio”, en segundo lugar que “la comunicación de masas engloba a millones de personas y por eso los métodos de menor profundidad y de mayor extensión permanecen indispensables”. Thiollent señalaba así la aplicación de métodos específicos a situaciones específicas y la aceptación de la convivencia de metodologías cuantitativas y cualitativas.
Juan Díaz Bordenave, analizando la comunicación para la educación, va a señalar también la necesidad de repensar teóricamente la comunicación:
“hubo un tiempo en que, toda vez que se hablaba de comunicación (...), se pensaba siempre en una fuente difundiendo mensajes a un conjunto de receptores (...). No otra cosa se podía esperar si recordamos que los llamados modelos de comunicación, como los de Shanon y Weaver, Laswell, Berlo, etc., siempre privilegiaban la fuente o emisor (....) relegando al receptor al mero papel de decodificar y reaccionar al impacto del mensaje. (...) En la práctica, esto significaba que la misión del comunicador era semejante a la del militar: vencer la resistencia del enemigo y conquistar posiciones. Lo primero lo hacían los medios de masa bombardeando al enemigo (...) con mensajes de corte motivador, para después enviar la infantería a dar el golpe de gracia. La infantería consistía en la comunicación interpersonal, manejada por agentes de extensión, líderes de opinión, amigos y vecinos” (Chasqui Nº 5, 1982).
Díaz Bordenave reconoció los aportes de Freire para romper con esa conceptualización de comunicación y educación, “Paulo Freire tuvo el mérito de despertar a los comunicadores de A. Latina mostrándoles hasta qué punto su supuesta acción educativa no difería significativamente de la acción de la publicidad o del marketing comercial. Pero mayor mérito todavía tuvo al demostrar que esta acción unilateral y vertical le hacía el juego a las clases dominantes” (Chasqui Nº 5, 1982).
-Proceso, discurso y sentido–Estudios culturales. Las mediaciones
Freire señalaba en 1982 su interés por estudiar el discurso popular, sus representaciones, su construcción de sentido, y su preocupación era compartida por otros pensadores. Con el avance de los 80, como alternativa posible a pensar teóricamente la comunicación en Latinoamérica, como alternativa a los viejos conceptos (tales como mensaje), se piensa en construcción, emergencia, circulación de sentidos sociales. Este enfoque corresponde a pensar la comunicación como proceso dinámico, en rompimiento con el modelo lineal funcionalista emisor-mensaje-receptor.
A su vez, los aportes de la Escuela de Birmingham, propugnan por abordar los procesos de producción, circulación y apropiación de los discursos mediáticos y su articulación con otras producciones culturales. Todas estas miradas confluyen en el trasfondo político que busca recuperar la idea de vitalidad de las clases populares en su resistencia a las fuerzas hegemónicas.
Pero cabe señalar que estos aportes, teniendo como fuentes a “teóricos” europeos, serán repensados en función de la adecuación a nuestra realidad aunque, como se mencionó al principio, se trataba de modelos que no surgen desde Latinoamérica.
El logro teórico, en relación a generar teoría fundante desde Latinoamérica se lo debemos a Jesús Martín Barbero, con el paradigma de las mediaciones. Es desde estos aportes que los trabajos de los investigadores toman definitivamente nuevos rumbos.
Es así que para interpretar la comunicación y nuestras culturas se empieza también a dejar atrás la tradición lingüístico-analítica-estructural del análisis de mensajes para situarse, ya no sólo desde la significación -en búsqueda de la ideología que encierran- sino más bien, en el sentido construido desde y en las relaciones de los mensajes con los públicos (Martins, Carlos Alberto, “Música popular como comunicación alternativa. Uruguay 1973-1982” , en Diá-logos 27, julio de 1990); de los discursos que se revelan como mapas y como palimsesto a la vez, facilitando rastrear en los mismos las matrices de recepción; como discursos que forman y revelan a la vez los hábitos de lectura, las resistencias y las visiones culturales particulares de las audiencias (Buenaventura, Juan G., “La programación radial: palimsesto y mapa de la cultura urbana contemporánea”, en Diá-logos 26, marzo 1990).
Por otra parte, en la Diá-logos encontramos que a la par se produjeron otros trabajos -rotulados como “investigaciones”- cuyos discursos revisten más la forma de reflexiones sistemáticas teóricas, interpretaciones y revisiones históricas de pueblos, ciudades y experiencias culturales que de investigaciones empíricas. En ellos la historia –nuestra historia- no responde únicamente a enmarcar el presente para pensar el futuro y dominarlo eficientemente, de manera instrumental-eficientista o con espíritu mesiánico. Estos trabajos pretenden rescatar la idea de que nuestra historia rige necesariamente en la articulación problematizadora de una episteme politizada por su misma historia y la cultura de sus pueblos. Es un historicismo ni folklorista ni tradicionalista que sirve para explicarnos y re-apropiarnos de la matriz cultural en la cual se gestaron y se reactualizan los desafíos y obstáculos de los países de la región, sus instituciones y sus pueblos, lo que queda plasmado claramente en estos estudios de comunicación/cultura (Ortiz, Renato, “Notas históricas sobre el concepto de cultura popular”, Diá-logos 23, marzo de 1989)
Con todo, tampoco se da un abandono total de la tradición funcionalista. Aparecen estudios que indagan los factores que “inhiben o motivan” el compromiso y la comunicación en las organizaciones empresarias. La formulación de un “marco teórico” y la descripción de la investigación (con cuestionarios, análisis de contenido de entrevistas, fórmulas justificatorias de elección de muestras, codificación, etc.) reflejan sin impurezas la lógica administrativa inscripta en la epistemología positivista-deductiva.
Asimismo, persiste un espacio en la línea de investigación “para el desarrollo”, aquella que motivó e inspiró tantos estudios de comunicación en la era CIESPAL (Ramiro Beltrán, Luis, “TV para el desarrollo”, 1991).
Inscribimos en esta perspectiva a las experiencias de comunicación y educación, focalizadas en la recepción como consumo de medios, que exploran a través de experiencias empíricas cómo adaptar los productos mediáticos culturales (Ej.: el género telenovela) a la función educativa del medio (radial, televisivo). Se busca la efectividad de los mensajes en la aceptación de los contenidos, a través de identificarlos y explotarlos en función de las motivaciones, identificaciones y actitudes de los receptores.
Como podemos apreciar, la remoción intelectual que problematizara a la comunicación en los términos descriptos al inicio de este punto, cohabita con resabios de la teoría de los usos y gratificaciones de la escuela norteamericana de épocas anteriores.
Pensando la comunicación “desde el poder”
A principios de los 80, y en una Latinoamérica que venía de regímenes autoritarios y con incipientes democracias, una de las preocupaciones fundamentales de los estudiosos de la comunicación era las desigualdades que en términos políticos se daban en la misma. Con el correr de los ochenta, y a partir de las Mediaciones de Barbero, de Birmingham, de Foucault y de Gramsci, entre otros aportes, la discusión se profundizó en términos conceptuales y se hizo más fuerte pensar en el “poder”. Mostraremos como ejemplo de esta transformación algunos de los trabajos de las publicaciones mencionadas.
En los primeros años de los ochenta la preocupación y la concepción política de la comunicación se ve reflejada en la publicación del informe Mac Bride y en las discusiones a que dio lugar.
Desde nuestra región la “lucha” se da en marcar la necesidad y en tratar de lograr la “democratización de la información”. La misma es conceptualizada no sólo en términos de cantidad (mayor acceso a la información), sino fundamentalmente como participación de la población en la construcción y recepción de la información. Esto adquiere distintas formas, desde la participación en las políticas editoriales de los medios hasta la generación de modos alternativos de comunicación (por ejemplo, radios populares). Esto no es visto únicamente como procesos micros, sino que también se piensa lo macro y ambos aspectos vinculados entre sí.
En el caso del rol del estado, Juan Somavía señala que éste debe cumplir un importante papel en la democratización de la información, no en el orden de estatizar, sino alentando el debate en todas las organizaciones sociales sobre la comunicación para romper una concepción de la comunicación vertical y restrictiva, para que el receptor deje de ser un receptor pasivo para pasar a ser parte de un “proceso de auténtica participación en las comunicaciones” (Chasqui Nº 1, 1981).
Juan Díaz Bordenave también hace su aporte en la conceptualización de lo que es democratizar la información, entendiendo al proceso como aquel en que “el individuo pasa a ser un elemento activo, y no un simple objeto de la comunicación”, donde se “aumenta constantemente la variedad de mensajes intercambiados” y “aumenta también el grado y la calidad de la representación social en la comunicación” (Chasqui Nº 1, 1981).
Otra arista de la construcción política de la comunicación va a estar dada por la discusión en torno a las políticas nacionales de información (por ejemplo, agencias noticiosas nacionales) y el desigual flujo informativo norte-sur. Respecto a los sistemas nacionales de comunicación, estos eran pensados -como expresa Luis Ramiro Beltrán- como “un conjunto integrado, explícito y duradero de políticas parciales de comunicación armonizadas en un cuerpo coherente de principios y normas dirigidos a guiar la conducta de las instituciones especializadas en el manejo del proceso general de comunicación de un país”. Beltrán indica como una contribución propia latinoamericana al nuevo orden de la información la comunicación participatoria. Dice: “el movimiento de comunicación participatoria es otra de las creaciones de la justiciera imaginación latinoamericana” (Chasqui Nº 3, 1982).
En cuanto a la relación norte-sur, Mario Dujisin señala que a partir del informe Mac Bride hay un embate del centralismo informativo del norte hacia los nuevos sistemas informativos del “tercer mundo”, hecho que se traduce en la crítica estadounidense al mencionado informe (Chasqui Nº 2).
La construcción política de la comunicación se da en términos de relaciones de poder. Poder que con el avance de los 80 se piensa también desde lo cultural como hegemonía. Como queda reflejado en la revista Diá-logos, el debate de fondo consiste en revelar el papel que le cabe a los medios, las corporaciones y a los ámbitos de poder como las fuerzas que compiten y construyen la “hegemonía”.
Pero no sólo a estos ámbitos y sus dispositivos se los encara para estudiarlos. El interés avanza “por el hombre de todos los días”. En cuanto la recepción activa de unos sujetos que entran en contacto con la estructura dominante y de poder, pero a la que resistirán, destrozarán, con la que negociarán o apropiarán para otros usos. Esta es la que reemplaza la visión de recepción pasiva (con o sin grupos o líderes de referencia) predominante en los planteos anteriores a los ochenta.
De las investigaciones publicadas, Jesús Martín Barbero aparece como pionero de este planteo en la Diá-Logos Nº 17 (junio 1987) y de allí en más otros estudiosos latinoamericanos instalan esta concepción de recepción para sus trabajos. Tales como: Mata, María Cristina, “Radios y consumos populares”, en Diá-logos Nº 19; Alfaro, María Rosa en las investigaciones publicadas a título “La pugna por la hegemonía cultural en la radio peruana” en Diá-logos Nº 18; también Jorge Arabito toma de Orozco Gómez el uso del concepto de “mediaciones” en “Memorias de un Televidente, o “El país que no miramos”, en Diá-logos Nº 33.
Asimismo, ya a fines de los 80, la dinámica del proceso comunicativo se revela en las prácticas (de los medios, de las culturas y públicos populares) sin abandonar los productos (mensajes), sino más bien invistiéndolos en su dinámica. Los interrogantes se focalizan hacia los usos, las percepciones, las apropiaciones y resemantizaciones en todos los espacios y sujetos intervinientes. De tal forma se complejizan los trabajos interesados en captar el proceso comunicativo y su constitución en la construcción-deconstrucción de la hegemonía.
De todos estos replanteos y nuevas miradas extraemos que en el fondo lo importante es el tema del poder, ya no unívoco de los medios y los ámbitos político-económicos de afuera, sino como lucha de fuerzas que no van ya en una sola dirección. Los esquemas planteados no diluyen ni dejan fuera el conflicto, las contradicciones y resistencias de cualquier proceso comunicativo (mediático, intergrupal, cultural, e internacional), aunque sí se van alejando de la lectura marxista ortodoxa de la “lucha de clases”. A la pregunta sobre ¿cómo se apropian los sujetos de los mensajes, la ciudad, su entorno? La respuesta predominante es ahora: no tanto por la lucha económica, sino en el terreno inmediato de lo cotidiano (el barrio, la familia, la ciudad) articuladas con las restantes mediaciones del intercambio simbólico y material (otros medios, otras instituciones). Quiroz, Teresa, “La comunicación urbana en la ciudad de Lima”, en Diá-logos Nº 26, marzo 1990.
Por otra parte, algunos de los trabajos de divulgación de corte más ensayístico revelan inspiración en influyentes pensadores europeos de la segunda mitad del siglo veinte. De tal forma, Foucault, Ecco, Rossi Landi son referencias teóricas de cierta reflexión semiológica. Y son usados estratégicamente para pensarnos como sujeto/s social/es en el sistema simbólico y de poder que constituimos históricamente los latinoamericanos (Antezana, Mauricio, “La comunicación por su envés”, en Diá-logos Nº 24).
Tales referentes teóricos, como sabemos, no se subsumen en la corriente marxista tradicional, sino más bien en la lectura semiológica y política europea de un marxismo actualizado y reinterpretado en la segunda mitad del siglo XX. Y los estudiosos latinoamericanos los abordaron con el fin estratégico de instalar el desafío por re-pensarnos desde la comunicación como “intercambio simbólico sometido a la permanente inercia de la relación de fuerzas la cual, en su propia materialidad, supone por parte de los protagonistas de la comunicación, el ejercicio sistemático, continuo del poder” (Antezana, idem). En todos estos ensayos e investigaciones la lucha es cultural-comunicativa y contienen al sentido construido, la cultura popular, las mediaciones en juego, las prácticas, etc. Como conceptos teórico-metodológicos claves para revitalizar y revalorizar la mirada hacia la problemática Latinoamericana.
El aporte latinoamericano visto desde afuera
Algunos intelectuales europeos como Philip Schlesinger y Robert White han calificado de “considerablemente original” y como de notable “madurez en sus enfoques teóricos” a la contribución que las investigaciones latinoamericanas efectuaron en materia de estudios de la comunicación. Consideran la tarea como una verdadera “empresa continental de investigación” que se autonomiza y cobra jerarquía, sobre todo en la relación entablada entre investigación con la formulación de la política de medios y su transformación, en especial con los movimientos populares. Rescatan haber dado cuenta que las propuestas teóricas deben ser probadas y reformuladas continuamente “en la dura escuela de la realidad sociopolítica y cultural” de nuestros pueblos como así también por la preocupación por el cambio político y social (por ejemplo, el papel que les cabe a los medios en el proceso político, económico y cultural).
La creatividad y su consecuente aporte, pasarían entonces por la interrogación básica sobre la clase de sociedad y cultura que está emergiendo en la región, y cuál es el papel que los medios deberían jugar en ese proceso” (Robert White, La Teoría de la Comunicación en América latina, 1999).
A su vez, Tomás Villasante, refiriéndose al cientista social latinoamericano, expresa que “el latinoamericano dice que hay que aceptar el juego de hacer ciencia, pero teniendo en cuenta las limitaciones paradójicas que tiene este quehacer, y las necesidades prácticas a las que tiene que responder, y que estos son los ejes centrales que han de guiar su actuación. Su realismo mágico exige partir de la realidad vivida, de las demandas de los movimientos de educación popular, de autoconstrucción de viviendas, o de los sincretismos afro-americanos para cambiar las lógicas de dominación. Más que un pluralismo o un politeísmo, esto es un sincretismo o panteísmo, donde el “dios” de la ciencia está en los “cacharros”, en las necesidades materiales. No es un relativismo paralizante o académico, sino una praxis a partir de la implicación con lo popular. Y no por una simplificación populista, como darle la razón al pueblo, sino para encontrar las paradojas mágicas (grotescas y rizomáticas) que se esconden en sus prácticas, y que se pueden abrir nuevas posiciones más creativas y potenciadoras de alternativas a los problemas actuales” (Tomás Villasante, 1995).
A modo de síntesis
-Primero
La descripción de las perspectivas e intereses que hemos mostrado, tal y como aparecen en las publicaciones analizadas, nos permitió aproximarnos a la identidad que aparece en las publicaciones analizadas; nos permitió aproximarnos a la identidad que se construye en las investigaciones de nuestro campo. Propuestas, objetos e intervenciones que no excluyen niveles de problematización más amplios en su dimensión histórica y en el plano internacional (económico, tecnológico, político y cultural), en los que se insertan los contextos más acotados de los países de Latinoamérica, reconocidos por sus crisis estructurales y sus esfuerzos por superar situaciones que los afectan.
Con lo visto hasta aquí podemos afirmar que los estudios que problematizan e intentan producir conocimiento acerca de la comunicación y la cultura regional no conforman únicamente microinvestigaciones sobre los medios y sus públicos, la recepción de programas y/o proyectos particulares. Todo lo contrario, se generaron investigaciones en términos de abordar la formación y transformación histórica de los temas y problemas que como latinoamericanos nos interesa examinar. Todo ello sin dejar de lado el contexto estructural que para nuestros pueblos sigue siendo el capitalismo dependiente. Es decir, la historia –nuestra historia- y las condiciones de posibilidad contextuales no quedan excluidas de nuestros trabajos.
A mediados de los noventa, sobre todo con Martín Barbero y Renato Ortiz encabezando los aportes, Diá-Logos publica reflexiones que imprimen un pensamiento autónomo de toma de posición frente a la exacerbación posmoderna de la fragmentación. La propuesta consiste en pensarnos en términos de comunicación plural, en el continuo esfuerzo por “recrear las formas de convivencia y deliberación ciudadana” y en dirección a “rehacer las identidades y los modos de simbolizar los conflictos y los pactos desde la opacidad y la complejidad de las hibridaciones y las reapropiaciones” (Martín Barbero, Diá-logos, Nº 40, 1994).
-Segundo
Más arriba decíamos que trabajaríamos sobre dos ejes, pero que en realidad constituían uno solo. Y esto es así porque de nuestra indagación concluimos que ya sea que estudiáramos cómo se construía la comunicación desde la teoría, desde su relación con la política, desde su relación con la educación, como formas alternativas de comunicación, la comunicación y lo popular, las nuevas tecnologías, en todos los casos lo que emergía era el “poder”. Es decir que estudiar la comunicación o estudiar cómo se estudió la comunicación, era estudiar el poder, era estudiar cómo se construyó y cómo se construye el poder (en términos de relaciones) en Latinoamérica.
Nuestra conclusión: todo estudio de comunicación es un estudio sobre el poder. Y en relación a esto nos preguntamos: ¿en nuestra práctica investigativa tenemos siempre presente (a modo de vigilancia epistemológica) que estamos estudiando el “poder”?
¿Una matriz epistémica nos distingue?
Con lo señalado hasta aquí estaríamos en condiciones de sostener que hacia los años 80 y hasta mediados de los 90 la investigación en comunicación de América Latina puso su esfuerzo en recuperar como punto de partida la presencia contundente de las visiones de mundo, de los saberes, valores, memorias y experiencias de las capas populares del continente, donde el contexto cultural de los distintos estratos y espacios regionales no podía ser eludido de la sistematización teórica (con un gran peso del llamado contexto externo de la ciencia) frente a la episteme científica del pensamiento europeo y sajón (la incuestionada supremacía de sus reglas en tanto las únicas formas válidas de conocimiento). Los investigadores latinoamericanos se esfuerzan por re-constituir la otra episteme, en comunión con la lucha de sus pueblos luego de la conquista. Y ésta se desarrolla a partir de esas otras ideas de América Latina ignoradas o despreciadas por las vertientes hegemónicas en los ámbitos académicos del norte desarrollado (Argumedo, 1992).
Tal intento de abandono y la reacción latinoamericana a los supuestos que regían desde el occidente del Primer Mundo se habían instalado ya en los setenta. Es decir, la no aceptación del modelo de investigación administrativa y de la episteme que concebía a los medios de comunicación como “fuerzas modernizantes” para publicitar y manejar a la opinión pública desde esta concepción. El esfuerzo de ruptura dio paso a otras entradas, como Mattelart (en Chile), el semiólogo Eliseo Verón y Héctor Schmucler (en Argentina), con actuación en los análisis de desvelamiento de la ideología vinculados a la economía política marxista. El viraje de enfoques e inspiraciones no fue la adopción lisa y llana por el otro modelo. Esto sería convalidar haber realizado otra importación: la europea.
Por lo visto, las reformulaciones operadas desde los ochenta para abordar la comunicación, el concepto de ideología dominante reemplazado por el de lucha por la hegemonía, la revalorización e inclusión de las propias prácticas comunicativo-culturales, el debate por y acerca de lo popular, las identidades, nuestro lugar y nuestras acciones posibles frente a la transnacionalización y las nuevas tecnologías, no fueron traducciones al pie de la letra del “otro modelo”.
Lo que demuestra la mayor parte de los trabajos revisados, es que más que réplicas de modelos canonizados, son esfuerzos reflexivos para el abordaje de nuestras propias realidades, inscriptos en la necesidad de hallar respuestas a situaciones críticas y conflictivas, y cuyo telón de fondo es la lucha frente al coloniaje mental, tanto de los mismos intelectuales como del “hombre de todos los días”.
Así, el ímpetu puesto al servicio por des-hacernos de la importación ingenua de teorías, conceptos, temas y problemas inviste más bien la forma de una matriz epistémica propia en construcción. Por eso en los ochenta, como expresara Mattelart: “el desafío de los estudios latinoamericanos fue utilizar el ámbito de la cultura como terreno para llevar a cabo una emancipación política” (citado por R. White, Op. Cit.),
Una salvedad. El esfuerzo por reconocer en el análisis de los trabajos publicados si una episteme nos diferencia, no se equivale con la pretensión de descubrir una especie de armonía preestablecida con conexiones internas invariantes, como tampoco ver si reflejan el momento de resolución dialéctica de etapas anteriores. Lo interesante ha sido observar la emergencia tanto de las rupturas, como de la co-ocurrencia de propuestas e intervenciones vinculadas a supuestos que conviven y se entrelazan en lugares disímiles; las discontinuidades, las re-interpretaciones y sus dispersiones, en tanto conformadores del campo de investigaciones en el cual actúan, se instalan y conocen los estudiosos latinoamericanos.
La nota distintiva es la referencialidad a nuestros sentidos y realizaciones culturales, lo popular y sus productos, nuestra historia, las fuerzas hegemónicas. En la revisión de las publicaciones emerge que en el fondo los investigadores y estudiosos adhieren a la comprensión exhaustiva de las transformaciones cotidianas como precondición a un programa democrático de comunicación y cultura, fundamentalmente articulado con lo político y económico.
En síntesis, nuestras miradas y focos de atención reflejan nuestras preocupaciones. Si como dice Schlesinger la contribución latinoamericana es “considerablemente original” lo es porque no hemos perdido de vista nuestro lugar y las necesidades de reformular constantemente nuestro papel en el marco de los condicionantes políticos y económicos de nuestros países.
Este estudio prevé avanzar sobre la construcción de los objetos de estudio hacia fines de los noventa (donde los enfoques teóricos y las problemáticas se complejizan aún más) y en reconocernos en los modos de operar para su conocimiento. Es decir, las decisiones tomadas en la praxis misma de las investigaciones.
¿Tendremos también un estilo propio? El trabajo de investigación no se agota en proponer miradas e interpretaciones de los fenómenos estudiados, sino que contiene a su vez la referencialidad de sus operaciones y decisiones metodológicas. Y éstas, vistas no desde la lógica de la justificación deductivista sino en vinculación con el cómo y qué hemos efectivamente realizado para llevar a cabo los estudios de la comunicación. Pero ello requiere de un desarrollo aparte.
Bibliografía
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Notas
* El presente trabajo pertenece al Proyecto de Investigación: “Investigación, Comunicación y Gestión: una mirada epistemológica a la investigación” dirigido por la Lic. Nancy Fernández e iniciado el 01/01/01. Forman parte del equipo de investigación: Adriana Frávega, Ma. Eugenia Rosboch, Juan Esteves, Eleonora Pintado, Andrea González, Jorge Troisi Melean, Adriana Clavijo, Marta Melean, Sandra López Diezt, Giorgina Fiori, Patricia Dómine y Dardo Fernández.