Sergio Caggiano |
Discurso y construcción del sujeto.
Hacia una operacionalización analítica*
Hacia una operacionalización analítica*
Contenido
Advertencias preliminares
Un sujeto inasible
Una operacionalización de las modalidades enunciativas
1- La determinación de las personas
2-La filiación institucional
3- Las modalidades enunciativas
4- El “haz de relaciones”
Aclaraciones finales
Notas
Bibliografía
En los últimos años, la cuestión del Sujeto ha ido cobrando una importancia cada vez mayor en el campo de la investigación y la reflexión en ciencias sociales. La crítica contemporánea de la Modernidad, el Sujeto autocentrado y la Razón Universal, así como una transformación sociopolítica a escala mundial (con claros ejemplos que van de la caída del bloque soviético, a la modificación profunda de los modos de participación y reclamo políticos, y a la emergencia de lo que se conoce como Nuevos Movimientos Sociales), se encuentran entre las causas del despliegue teórico en torno del sujeto. Sujeto descentrado, fragmentado, muerte del Sujeto, muerte de la muerte del Sujeto, construcción y también deconstrucción del Sujeto (acompañadas de un conjunto de calificaciones similares para las Identidades Sociales) forman una parte insoslayable del léxico cotidiano, no solamente del ámbito académico sino también político y social más amplio. Sin querer entrar en discusiones respecto de modas académicas o fenómenos similares, sí interesa destacar una suerte de desfase cuantitativo (al menos) entre dicha profusión teórico especulativa, por un lado, y la escasez de propuestas enfocadas hacia un abordaje empírico del tema, por el otro.
En estas páginas se buscará proponer algunas operaciones o pasos metodológicos que puedan significar un aporte para las investigaciones que se aboquen a dar cuenta de una problemática que, por ahora, llamaremos genéricamente la construcción del Sujeto en el discurso.
Advertencias preliminares
Se pretende que estas operaciones puedan ser puestas a funcionar en trabajos que se desarrollen según alguna de las diferentes perspectivas del Análisis del Discurso, considerado como marco general. Puesto que no puede desconocerse que toda perspectiva particular (en cualquier disciplina o área de saber) supone tomas de decisión teóricas -y que estas a su vez actúan como puntos de partida que hacen posible la incorporación, uso o aplicación de técnicas, herramientas o pasos metodológicos determinados, así como imposible, consecuentemente, la incorporación de otros-, se explicitarán algunos de los presupuestos en los que se basa esta indagación y que permiten comprender mejor la presente propuesta. Se trata de posicionamientos conceptuales y metodológicos que es necesario aceptar para que los postulados de las páginas siguientes cobren algún sentido y/o brinden alguna utilidad.
En primer lugar, lo que podríamos denominar genéricamente como Constructivismo, que quiere decir aquí que los problemas y los fenómenos sociales en general son construcciones (Gorlier, 1998: 11-12) y que su conocimiento puede sernos accesible mediante el estudio de la significación que, en un determinado momento y sociedad, adquiere tal fenómeno como resultado de la competencia entre los discursos vigentes que lo enuncian (Magariños de Morentín, 1996). Esto es reconocer “la dimensión significante de los fenómenos sociales” (Verón, 1998: 125) y dirigir hacia allí nuestros interrogantes. Constructivismo significa entonces que las prácticas discursivas construyen el mundo que refieren. Y referir es, así, la actividad en proceso por la cual el referente ya no es sino que resulta ser a partir de las posibilidades constructivas de los discursos (con sus reglas y regularidades) disponibles.
En fin, “estudiar la producción discursiva asociada a un campo determinado de relaciones sociales es describir los mecanismos significantes sin cuya identificación la conceptualización de la acción social (...) es imposible” (Verón, 1986: 13). Si hablamos de “construcción del sujeto en el discurso” es porque consideramos que así como “una piedra existe independientemente de todo sistema de relaciones sociales, pero es, por ejemplo, o bien un proyectil, o bien un objeto de contemplación estética, sólo dentro de una configuración discursiva específica (también) es el discurso el que constituye la posición del sujeto como agente social y no, por el contrario, el agente social el que es el origen del discurso –el mismo sistema de reglas que hace de un objeto esférico una pelota de fútbol, hace de mí un jugador” (Laclau, 1993: 115). Del mismo modo, puede verse en las siguientes palabras de Verón y Sigal la dirección que se intenta tomar. En efecto, los autores señalan que “un actor social se construye -se dibuja, podría decirse- en el interior de un imaginario que estructura los lugares de los productores/receptores de discursos (...) El actor no es una entidad fantasmática: no es sino la red de relaciones enunciativas materializada en el inter-discurso” (Verón y Sigal, 1986: 239).
Hay que evitar confusiones que puedan estar provocadas por cierta ambigüedad del concepto de discurso. La propuesta metodológica aquí presentada afecta a un tipo particular de discurso (a un tipo particular de semiosis): a aquello que se entiende habitualmente como discurso en sentido estricto, el discurso verbal. En apreciaciones más generales, no obstante, como cuando referimos a la construcción discursiva de la realidad y, en consecuencia, del sujeto, usamos evidentemente una noción amplia de discurso o conjunto discursivo como “una configuración espacio-temporal de sentido” (Verón, 1998: 127), o como “la relación actual de integración entre las formas de un determinado universo según los valores correspondientes a las formas de otro determinado universo” (Magariños, 1996: 198).
Claro está que los alcances y las implicancias de la segunda acepción superan los de la primera. Es decir, que la propuesta metodológica afecte al discurso verbal no supone la negación de otras prácticas de significación y otras materialidades empleadas en ellas entre las que se cuentan desde los signos visuales, la gestualidad y la corporalidad, hasta la percepción del entorno y la disposición espacial (lo que con vaguedad se denomina lo no verbal). La segunda acepción, amplia, permite precisamente no perder de vista su importancia.
Tampoco se trata de negar otros espacios de la vida social por fuera de la significación, pero en todo caso sí de su pertinencia como dimensión propia de la investigación científica. El problema refiere a (el estatuto que como investigadores otorguemos a) lo extradiscursivo y las condiciones del discurso. Es decir, todo aquello que está por fuera del discurso y que mantiene con éste alguna relación.
No creemos que se trate de una cuestión menor (más bien al contrario) el estudio y análisis de lo que constituyera las condiciones -de producción y de reconocimiento- de un discurso. Pero lo que es necesario subrayar es que estas condiciones no pueden nunca convertirse en una forma de excusa por medio de la cual se recuperarían todos los presupuestos del investigador; un subterfugio teórico a través del cual volver a los más conocidos y más seguros puntos de partida. Y no puede funcionar tampoco, lo cual es muchas veces complementario de lo anterior, como un dato de la realidad que se conoce y del que se conoce también la relación que mantiene con lo discursivo (generalmente una derivación, una simulación -como mala copia-, de aquella realidad “dura”); en fin, como el último (primer) recurso explicativo.
En definitiva, es imprescindible recordar que “la distinción entre un discurso y sus condiciones productivas siempre se establece a partir de la identificación de tal o cual conjunto discursivo, del cual se propone hacer un análisis. No se trata de una distinción ‘ontológica’ entre realidades cualitativamente diversas, una que sería la ‘base’ material, objetiva (por consiguiente, no significante) y la otra que sería el sentido o la producción del sentido –‘representaciones’-, ligadas o no a instituciones ‘superestructurales’. En el marco de una teoría de la semiosis social, la distinción es puramente metodológica; se produce automáticamente a partir del momento en que elegimos un conjunto discursivo para analizar. La semiosis está a ambos lados de la distinción (...) entre las condiciones productivas de un discurso hay siempre otros discursos” (Verón, 1998: 128-129).
El último punto, íntimamente ligado con los precedentes, establece partir en la investigación de que se trate de un conjunto más o menos vasto de discursos (verbales) como material sobre el cual llevar a cabo las tareas analíticas. La situación de investigación que se ha tomado en consideración a la hora de elaborar las propuestas que se detallarán más adelante es una en la que los discursos son contemplados como la materia a partir de la cual adquiere determinada(s) significación(es) la realidad social, y lo que se intenta es reconocer y determinar la forma en que aquella materia se moldea y las regularidades que presenta ese proceso que es un proceso de producción de sentido. Para esto se parte de una “multiplicidad de acontecimientos en el espacio del discurso en general” (Foucault, 1970: 43).
Lo que se quiere subrayar en este punto no es sólo las dimensiones más o menos vastas del corpus sino, fundamentalmente, la necesidad de que no esté estructurado, indexado a priori (aun sabiendo que se trata de una meta imposible en términos absolutos puesto que el corpus necesariamente recibirá algún tipo de clasificación u ordenamiento). Partir, entonces, de un campo de discursos para ver en su juego, en sus relaciones, sus condensaciones y distensiones, qué se dibuja y define, y de qué manera lo hace. Y hay que destacar, además, que en ese conjunto de discursos se pierde de vista la instancia del individuo que enuncia como dato acabado en el que descansara alguna fuerza explicativa o que instruyera a priori acerca de cómo segmentar el corpus(1). Concretamente, y considerando el campo de las ciencias sociales como área de interés principal de planteos como el que presentaremos, se piensa en corpus formados con el material (en bruto) resultante de entrevistas abiertas o semiestructuradas, recolectado en prensa escrita u otros documentos de formato similar.
Un sujeto inasible
En cuanto a la noción de sujeto, se asumen aquí ciertos puntos básicos de las críticas que muy vagamente podríamos llamar posmodernas y, con algo más de especificidad, posestructuralistas y posmarxistas. Pero, como se verá, con reservas importantes en cuanto a algunos de sus supuestos y de sus consecuencias teóricas.
Nuestro interés reside fundamentalmente en reconocer cómo se da la emergencia del sujeto en el discurso, y nuestra aproximación está guiada por los postulados que en relación con esto hiciera M. Foucault, principalmente en La Arqueología del Saber. En este sentido, hablar de la emergencia del sujeto es hacerlo de la construcción histórica, contingente del sujeto en el discurso y no de la aparición más o menos distorsionada de un núcleo esencial que estaría siempre más allá. Es decir, se trata de identificar en la proliferación de lo efectivamente dicho regularidades a partir de las cuales reconocer la constitución de diversas posiciones de sujeto (Foucault, 1970 [1969]).
La idea de posiciones de sujeto, sin embargo, puede llevar al error de considerar que, en lugar de estar frente a aquella figura del sujeto centrado sobre sí, trascendente, pleno, tendríamos ahora ante nosotros la figura de la plenitud colocada esta vez en la estructura social. Es decir, una totalidad cerrada que definiera de antemano los lugares posibles en los cuales el sujeto pudiera aparecer. No se trata de reconducir todo el análisis a las ataduras que harían al sujeto hablar un sentido cuya esencia estaría ya dada en otra parte. Se busca abandonar las concepciones esencialistas, tanto de uno como de otro polo, y ver en el sujeto la intervención discursiva que intenta saldar una indeterminación radical (desde luego, en condiciones históricamente determinadas) y en lo social las fijaciones siempre parciales del sentido.
Con esta idea de la construcción del sujeto se están dejando en suspenso algunas concepciones fuertes y durante mucho tiempo aceptadas del Sujeto y de la historia y la dinámica social. Interesa distinguir aquí dos de esas concepciones. En primer lugar, y aceptando aquella famosa formulación de Foucault según la cual “el hombre es sólo una invención reciente, una figura que no tiene ni dos siglos...” (Foucault, 1997 [1968]: 9), se acepta la historicidad del sujeto moderno. Esto quiere decir que se asume la crítica a la concepción antropomórfica que esta formulación supone. Crítica que apunta a la idea del sujeto autoconsciente y centrado sobre sí.
En segundo lugar, la noción de construcción cuestiona la forma predominante durante muchos años de comprender el devenir histórico y el juego de lo social; forma enteramente consecuente con la concepción del sujeto moderno que acaba de indicarse. Con más exactitud, lo que se cuestiona es la forma en que se entendió la representación que el Sujeto histórico haría de la dinámica propia de la sociedad. Según aquella mirada, existiría el sujeto capaz de encarnar el sentido de la Historia, un sujeto privilegiado de la Historia capaz de leer su sentido e indicarlo. Desde nuestra perspectiva, y habiendo perdido de vista ese tal sentido único de la Historia, el interrogante ronda en torno a la constitución de un sujeto que tiene como punto de partida y como superficie de apoyo, al menos en un comienzo, una multiplicidad de posibilidades dada por ese movimiento siempre abierto de significaciones que es la dinámica social.
Podría decirse, entonces, que la sociedad es a la vez imposible y necesaria (Laclau, 1993, 1996). Entre la entera determinación y la libre creación de los agentes sociales, lo que hallamos es un espacio de fijaciones parciales y contingentes de lo social. La estructura está dislocada en el sentido de que hay una inerradicable distancia de la estructura consigo misma, distancia que no puede predecirse quién, cómo ni con qué grado de efectividad podrá llenar. Planteadas así las cosas, no puede considerarse la existencia de un Sujeto Universal, actor histórico privilegiado que encarnase un fundamento universal, en tanto este fundamento “se ha perdido”. El sujeto aparecerá, pues, en aquella distancia que la estructura mantiene consigo, o sea, se dará en el intento (condenado, en última instancia, al fracaso) por ocupar y así eliminar esa distancia.
Puede verse que se ha ido estableciendo una distinción entre los conceptos de sujeto y de posiciones de sujeto. Cito largamente a Laclau, en un intento por arrojar más luz sobre aquella distinción: “1) toda posición de sujeto es el efecto de una determinación estructural (o de una regla, lo cual viene a ser lo mismo) -no tiene el status de una conciencia sustancial constituida fuera de la estructura-; 2) como una estructura es, no obstante, constitutivamente indecidible, se requieren decisiones que la estructura (ya sea un código legal, una configuración institucional, roles familiares, etc.) no predetermina -este es el momento de la emergencia del sujeto como algo diferente de las posiciones de sujeto-; 3) como la decisión que constituye al sujeto es tomada en condiciones de indecidibilidad insuperable, ella no expresa la identidad del sujeto (algo que el sujeto ya es) sino que requiere actos de identificación; 4) estos actos escinden la nueva identidad del sujeto: por un lado, es un contenido particular; por el otro, encarna la completud ausente del sujeto; 5) como esta completud ausente es un objeto imposible, no hay ningún contenido que esté a priori determinado para cumplir esta función de encarnación (...); 6) como la decisión es siempre tomada dentro de un contexto concreto, lo que es decidible no es enteramente libre...” (Laclau, 1998:119).
Las operaciones que se ofrecerán persiguen como objetivo dar cuenta de aquellas posiciones de sujeto y no, estrictamente hablando, del sujeto. Puesto que, siendo la intervención que provoca la emergencia del sujeto, como se acaba de exponer, contingente respecto de una estructura que es por definición indecidible, sería contradictorio pretender anticipar, predecir el resultado de dicha intervención articulatoria. Lo que se persigue es esbozar unos pasos que permitan especificar, precisar, qué espacios se presentan históricamente en una sociedad y un momento histórico particulares para que esa emergencia tenga lugar.
Una operacionalización de las modalidades enunciativas
Como se adelantó, este trabajo tiene como guía los postulados teórico-metodológicos desarrollados por Foucault en La Arqueología del Saber, que trabaja sobre la construcción del sujeto cuando aborda lo que él mismo llama “la formación de las modalidades enunciativas”. O sea que estudiar las reglas de formación de estas modalidades es indagar sobre la forma en que determinadas posiciones de sujeto son posibles y otras no en una sociedad, en un momento histórico preciso(2). Esta búsqueda, tiene un punto de contacto con algunas corrientes clásicas del análisis del discurso en tanto que se rechaza que el lenguaje sea una herramienta transparente de transmisión de los pensamientos y sentimientos del sujeto, y en tanto se rechaza, en última instancia, la concepción del habla libre de un sujeto autónomo (Maingueneau, 1989)(3).
Tomar como guía los interrogantes generales que planteara Foucault en torno a la “formación de las modalidades enunciativas” y la “emergencia del sujeto” no significa que vayamos a intentar dar una respuesta precisa y en sus propios términos a cada uno de ellos. Significa que dibujan un horizonte de interés, que constituyen puntos que consideramos necesarios (no obstante puedan complementarse) para intentar responder a nuestra inquietud.
Esos interrogantes generales son tres y pueden exponerse sintéticamente de la siguiente manera:
- La pregunta acerca de quién habla. Quién es aquel que toma la palabra, se procura o utiliza el status de enunciador; quién tiene el derecho, el deber, la responsabilidad de ejercer esa práctica, de ocupar ese lugar.
- De qué ámbitos institucionales adquiere la posibilidad de ocuparlo. Qué institución encuadra y legitima sus palabras, les otorga un espacio y les atribuye un peso propio, funciona como “su origen legítimo y su punto de aplicación”.
- Cuál es la situación que ocupa quien habla frente a diversos dominios o grupos de objetos. Cuál es o puede ser su colocación y disposición ante aquellos; cómo puede posicionarse allí.
Se ofrecerán a continuación esos pasos u operaciones que configuran la propuesta metodológica que se espera pueda servir para dar cuenta, en problemas de investigación diferentes (y según los arreglos de cada caso), de lo que hemos definido como la cuestión del sujeto. La presentación consta básicamente de tres apartados en los cuales se explica una operación por vez, se realizan algunas breves observaciones técnicas referidas a su concreción efectiva, y finalmente se brindan ejemplos (uno de los cuales presenta una continuidad temática a lo largo de los tres momentos) que buscan ilustrarla.
1- La determinación de las personas
Este primer apartado hace referencia a la identificación y análisis del uso de los pronombres personales en los discursos verbales analizados. Ciertamente, el interés por estos elementos no es nuevo. Desde que Benveniste (1988 [1966]) señalara, en sus clásicos trabajos acerca “De la subjetividad en el lenguaje” y “La naturaleza de los pronombres”, la especificidad deíctica de los pronombres personales y su funcionamiento lingüístico, los mismos han recibido una considerable atención continuando los lineamientos trazados por aquel, y problematizándolos más o menos, según los casos.
La búsqueda que proponemos centrada en torno a estos pronombres consiste en la identificación, reconocimiento y puesta en relación de las personas que aparezcan utilizadas en un discurso. Con identificación referimos a un primer registro de los pronombres de este tipo efectivamente aparecidos en este discurso o conjunto de discursos. Las personas posibles de ser halladas sin dudas variarán según el tipo de material con el que se trabaje, por un lado, y según el tipo de discurso (Verón, 1988) de que se trate, por otro(4). Lo que de todas formas constituye el punto clave aquí es estar atentos a la posibilidad de delimitar un juego de personas que no necesariamente se adecue al menú de seis componentes (yo, tú, él...) que el estudio de la lengua nos ha enseñado. Podemos pensar, como ejemplo de esa no adecuación, en la distinción hecha entre un nosotros inclusivo y uno exclusivo como caso muy conocido que ha resultado de gran utilidad y que puede verse en trabajos clásicos (Benveniste, 1988 [1966]; Verón, 1987; Kerbrat-Orecchioni, 1997; Pottier, 1977; etc.).
El rastreo de las personas nos permite desplegar un primer reparto de los lugares sociales que organiza la distribución de propios y extraños en el discurso particular que se está analizando. Claro está que no se trata sólo de confeccionar un inventario sino de acceder a la descripción que caracteriza a esas personas en ese discurso. A esto nos referíamos con reconocimiento. Cuáles personas aparezcan, y la caracterización que de ellas se haga, puede mostrarnos los recortes que se realizan; qué colectivo(s) de identificación define el enunciador, qué grupo(s) de pertenencia, la distancia que establece/mantiene con ellos, quiénes son los que quedan fuera, las características que los definen, los criterios de inclusión-exclusión.
En lo que hace a la realización de este punto, es una tarea relativamente sencilla que no requiere mayores explicaciones. Sólo hay que llamar la atención sobre dos aspectos que conciernen al trabajo concreto sobre el material. Uno es el de la contextualización, que implica que la “caracterización de las personas” surge precisamente de considerar cada pronombre en el contexto específico en que es utilizado, y que lo valora de una manera particular(5)5. El otro punto tiene que ver con que en el idioma castellano (a diferencia de otros como el francés o el inglés) la presencia del pronombre sujeto no es obligatoria (ni necesaria la mayoría de las veces); se vuelve indispensable, entonces, para su identificación, atender a las desinencias verbales. Una medida que puede facilitar el trabajo de búsqueda consiste en someter el texto a una mínima normalización en la que se recuperen y hagan visibles los pronombres elididos. (Queda claro así que cuando se habló anteriormente de los pronombres “efectivamente aparecidos” no referíamos a los efectivamente dichos o escritos sino a los utilizados).
Pasemos ahora a los ejemplos con los que se intenta ilustrar algunos de los puntos planteados hasta aquí:
a) El primero de nuestros ejemplos es producto del trabajo sobre los textos transcriptos de una serie de entrevistas mantenidas con inmigrantes bolivianos en la ciudad de La Plata entre los años 1998 y 2000. En relación a esta primera operación, es relevante destacar el reparto de personas que se pudo observar y el juego de interrelaciones en que entraban en torno a un problema específico (su integración a la sociedad local, así como la respuesta percibida de parte de sus miembros) sobre el que se realizó esa primera indagación.
Pudieron identificarse, en primera instancia, tres personas (primera del singular, primera del plural y tercera del plural) aunque en una aproximación más atenta se hizo necesario subdividir las dos últimas (el nosotros y el ellos) en dos personas a su vez. Así, pudo diferenciarse un nosotros inclusivo de uno exclusivo(6) y un ellos particular de uno genérico (que, la mayoría de las veces, no se diferenciaba en el uso de la tercera persona del singular). Aparecieron, entonces, un yo (el entrevistado), un nosotros inclusivo (que involucraba al entrevistado y a la totalidad de los inmigrantes llegados de Bolivia, extendiéndose a veces al conjunto total de los habitantes de aquel país), un nosotros exclusivo (que designaba siempre un grupo de referencia más inmediato que el anterior y que podía ser: el formado junto a algún pariente, la familia, estudiantes bolivianos, miembros de organizaciones de la colectividad, etc.), un ellos genérico (que era, en realidad, la referencia hecha en tercera persona al mismo grupo implicado en el nosotros inclusivo) y, por último, un ellos particular (que incluía grupos o individuos precisos de los cuales se diferenciaba el entrevistado) que es, de los dos últimos, el que interesa aquí.
Resultaría excesivo detallar los contenidos referenciales que los pronombres recibían cada vez. Lo que interesa destacar es que este análisis permitió, por un lado, reconocer la presencia de un ellos interior al nosotros inclusivo, que contrastaba claramente con el nosotros exclusivo, cuestión que luego se mostró sumamente sugerente (se trata, en pocas palabras, de la separación efectuada por el enunciador de determinados inmigrantes que, siendo bolivianos, no serían parte de su/s propio/s grupo/s de referencia). Por otro, permitió diseñar una suerte de vector entre cuyos extremos, conformados por dos pares de conceptos opuestos (“integración/aceptación”, “aislamiento/discriminación”), se distribuían las distintas personas, según la caracterización que se hacía de ellas. Estos dos puntos permiten ver de qué manera esta primera operación posibilita el acceso, en el discurso analizado, a un recorte general del terreno de lo social. Recorte que exhibe sobre ese terreno unas áreas específicas, representadas fundamentalmente por grupos sociales, que pueden estar actuando como colectivos de identificación para el enunciador, y entre las cuales éste manifiesta una movilidad particular.
b) El análisis de las personas, tal como venimos exponiéndolo, puede ser útil para analizar ciertos aspectos de la dinámica del juego político. En efecto, frente a un eventual conflicto social resultará productivo observar el modo en que se da la desagregación de personas (que se manifiesta en las distinciones que fragmentan el interior de un nosotros o un ellos, como vimos en el ejemplo anterior, o multiplican la segunda de estas figuras en una multiplicidad de ellos irreductibles) así como el movimiento inverso de agregación de las mismas. Estos movimientos de dirección opuesta coincidirán respectivamente con periodos de relajación o distensión de los conflictos, que tienden a diluir, por ejemplo, la imagen unificada del antagonista, por un lado, y con momentos de acrecentamiento de la tensión, que se inclinan a organizar ese territorio político según un enfrentamiento bipolar: nosotros/ellos, por otro. Análisis comparativos efectuados en base a este punto pueden ayudarnos, como dijimos, a estudiar ciertos aspectos de la dinámica del juego político en el sentido en que pueden mostrarnos, por ejemplo, las diferencias que distintas sociedades presenten en cuanto al modo de ordenar el territorio de lo político, según el reparto de los actores en torno a muchos, varios, o un único eje de enfrentamiento; o también la diversidad que puede darse a este respecto entre distintos momentos históricos de una misma sociedad y, lo que es quizá más importante, la forma en que tiene lugar la transformación que conduce de un momento a otro.
2-La filiación institucional
El segundo de los pasos que se propone se desprende claramente de la segunda de las preguntas de Foucault, que apuntaba a los ámbitos institucionales. Se trata de averiguar en qué instancias institucionales el individuo puede encontrarse amparado, cuáles son los ámbitos a los que puede recurrir para legitimarse, a través de qué instituciones habla y cuáles deja hablar a través suyo. Indagar en este terreno, circunscribir áreas allí, conduce también a perfilar el estatuto del sujeto.
Con ámbitos institucionales aludimos a una concepción amplia de institución. Esta noción, en su sentido ampliado, autoriza ir más allá de algunas concepciones estrechas que vinculan la institución a un edificio, un cuerpo de doctrina y un conjunto de normas y reglamentos escritos. En este sentido, pueden tomarse como instituciones entidades en otros aspectos heterogéneas, que van desde la amistad hasta una Organización No Gubernamental(7).
Precisamente, en razón de esta definición amplia de institución, será menester que el analista defina niveles institucionales diferenciados, puesto que se ve fácilmente que no es lo mismo reconocerse como padre de familia que como militante de un partido político. No se trata de elaborar a priori una escala jerárquica de pertenencia institucional posible. Una escala semejante no puede ser definida sino a partir de los enunciados con los que efectivamente se cuente (y de su procesamiento analítico) y, por supuesto, los valores de distintas inscripciones institucionales no pueden establecerse hasta tanto no esté definida aquella escala, y sólo en función de ella. En todo caso se podría intuir (y en consecuencia hipotetizar) mayor generalidad o especificidad en uno u otros de estos diferentes tipos posibles de ámbitos (organizaciones de distinto tipo, familia, credo religioso, etc.), pero esto no quiere decir que sean más relevantes unos u otros, o más efectivos a la hora de brindar puntos de anclaje identificatorios. Después de todo, la idea es que recién luego del análisis se pueda definir aquella escala y la relación (de inclusión, de competencia, etc.) entre esas diversas inscripciones institucionales.
Habría eventualmente dos caminos para poder llevar a cabo este paso. Uno consiste en determinar previamente y de manera hipotética la pertenencia institucional del enunciador y analizar el discurso correspondiente según esa delimitación. Tanto las ventajas como las desventajas de este camino dependen del hecho de que la determinación de esa pertenencia no responde al trabajo empírico sobre el discurso. La factibilidad queda garantizada, pero a costa de resultados potencialmente equívocos (que se desprendan de los prejuicios del investigador), si bien es cierto que podrían instrumentarse mecanismos de control que pudieran detectar incongruencias o bifurcaciones entre los enunciados de un mismo discurso.
La segunda alternativa presenta algunas dificultades de realización pero garantiza mayor rigor y eficacia interpretativa. Se procurará por esta vía localizar las apariciones explícitas de la inscripción institucional en el discurso. Fragmentos del tipo “como miembros del partido ‘x’ creemos...”, o “en tanto que parte de esta empresa...”, etc., dan la clave de esta localización. El problema estriba en que ciertamente no hallaremos a cada paso explicitaciones de este tenor. La forma más atinada de salvar esta dificultad parece ser establecer la correspondencia entre los fragmentos en que tal inscripción ha sido explícita y aquellos en los que está actuando implícitamente. Esto se puede lograr mediante intervenciones más o menos sencillas como la recuperación anafórica o catafórica, o la captación de la isotopía generada en el texto en cuestión(8)8. De esta forma, siguiendo nuestros casos hipotéticos, un fragmento como “nuestra empresa siempre ha querido...” corresponderá al segundo de los citados antes, y otro como “los partidarios de ‘x’ sabemos...”, se vinculará al primero (también será una exigencia aquí procurar la vigilancia pertinente para identificar posibles desajustes como el que resultaría de una referencia al ámbito institucional en cuestión pero hecha para marcar una distancia entre éste y la propia participación en él). Por otra parte, se puede también intentar establecer homologías entre distintas partes de un discurso, que nos permitan reconocer préstamos enunciativos, los cuales a su vez podrán indicar adscripciones institucionales comunes.
La segunda de estas dos alternativas parece ser la más recomendable en tanto que con la primera corremos el peligro de ir a contramano del constructivismo que vimos como uno de nuestros supuestos epistemológicos y metodológicos. Quizá podría considerarse la posibilidad de un paso intermedio entre la atribución apriorística de la pertenencia institucional y su construcción a posteriori. Consistiría en contar, al momento de iniciar el análisis, con una serie de ámbitos institucionales ya definidos por el investigador, los cuales tendrían la posibilidad, eso es lo que habría que comprobar, de ser actualizados en el discurso a analizar. Ejemplos:
a) Retornemos a nuestra investigación citada en el ejemplo “a” del apartado anterior. En el discurso de los inmigrantes procedentes de Bolivia aparece explicitada una serie de estos ámbitos institucionales entre los que se pueden enumerar los siguientes:
- El espacio de la Universidad, como lugar de pertenencia. Se toma la palabra, en este caso, “como estudiante”, o simplemente “como miembro” de dicha institución, o de un sector que la compone (una Unidad Académica determinada, por ejemplo).
- Un ámbito delimitado de acuerdo con criterios geopolíticos (nacionales, departamentales, etc.). Se habla, entonces, “en tanto que cochabambino”, por ejemplo.
- La dimensión genérica de la Humanidad. Se enuncia, en esta oportunidad, “como ser humano”, o “en tanto que persona”.
Por último, las dos instituciones más relevantes (por la cantidad absoluta y relativa de sus evocaciones, tanto como por la diversidad de temas y modos de posicionamiento a los que se las asocia) son:
- El espacio de la familia. La enunciación se apoya en este caso, principalmente, en el carácter de “padre” o “madre” del/a entrevistado/a.
- La participación en algún organismo que se postula representativo de la colectividad. Se habla, pues, “en tanto que miembro” de un Centro de Residentes o de Estudiantes bolivianos.
Además de lo que pueda sugerir la sola identificación de estas instancias, se llevó a cabo una contrastación entre el modo de aparecer y funcionar que tienen dichas instancias al interior de esos discursos para apreciar diferencias y semejanzas entre ellas, y lograr entonces una caracterización de estas instancias (un acercamiento rápido muestra cómo, por ejemplo, ese que llamamos ámbito universal es fuente de derechos, mientras que otros pueden aparecer como origen de deberes y responsabilidades).
Para avanzar más allá del mero inventario de las distintas instituciones que emergen en el discurso, se pueden definir y describir las funciones generales que estas diversas inscripciones institucionales desempeñen. Al realizarlo sobre nuestro corpus, las funciones más relevantes que aparecieron fueron: -Reclamar y establecer derechos (y obligaciones) considerados propios; - Explicar y justificar la estancia y permanencia (exitosa) en la Argentina; - Exponer el asentamiento en el país de destino y argumentar la imposibilidad o inconveniencia de abandonarlo; - Asumir la diferencia e imponerse y fundamentar tareas y empresas ligadas a la nueva situación que provoca el proceso migratorio; - Ejercer la representación de Bolivia o de los compatriotas inmigrantes en Argentina. La vinculación de una institución a un conjunto de problemas o de fenómenos (y no a otros) define tareas y posicionamientos específicos. La palabra propia se legitima en una institución determinada para referir a determinada cuestión y de un modo determinado. Por esto el paso siguiente puede consistir en establecer dichas vinculaciones entre un ámbito institucional y una(s) función(es) determinadas.
Luego de esto se podrá elaborar una escala jerárquica del tipo de la mencionada antes (en la que ser boliviano pudiera estar por sobre ser humano, así como sobre ambos pudiera estar ser padre de familia) y también establecer las relaciones, que podrán ser de tipos e intensidades muy variados, que se den entre ellas (como es el caso de la relación conflictiva que se da entre pertenecer a una organización de la colectividad y como tal querer transmitir los valores y tradiciones propios a los más jóvenes, y el ser miembro de una familia -o, más precisamente, ser madre- y aceptar que un hijo rechace aquello; o como es el caso también, de la diferencia que aparece entre la instancia que está en el extremo de la singularidad -o de la universalidad- que es la del “yo, como individuo, como persona...” y otra que es la de la pertenencia a algún grupo –casi siempre de dimensiones reducidas-, diferencia que tiene que ver con que aquella primera evoca imágenes de cierto estado ya realizado, finalizado, y esta última, al contrario, de búsqueda y proyección).
En otro orden de cosas, y para ejemplificar lo que antes esbozamos como esa posibilidad de paso intermedio entre las dos opciones prácticas presentadas para este paso (la atribución apriorística de la pertenencia institucional, por un lado, su construcción a posteriori, por otro), podemos ver cómo, contando ya con esa serie definida de instituciones posibles, puede rastrearse su actualización en el discurso. Así, enfrentados a unos fragmentos discursivos como: “... Yo siempre voy a ser boliviana, siempre. Y me doy cuenta de que con mis hijos no pasa eso. Al hijo mayor mío siempre le digo que yo soy..., siempre le digo ‘tus padres son bolivianos... ”, podría atribuirse la pertenencia a un ámbito institucional específico (en este caso a la institución familiar, y particularmente al lugar de madre).
b) En el marco de una investigación colectiva(9), se relevó al interior del discurso actual del Partido Justicialista (y de algunos dirigentes en particular) una referencia insistente a la Iglesia y la formación y militancia religiosa como inscripción institucional al hablar del (con, para, al, etc.) pueblo o colectivos similares. La pregunta que se presentó allí giraba alrededor de la posibilidad y la riqueza de una búsqueda de otras inscripciones institucionales (y su comparación con aquellas) en alguna otra de las formas que pudiera adquirir hoy el discurso del PJ, o en alguna de las manifestaciones del pasado consideradas pertenecientes a ese discurso.
La diferencia es bastante evidente entre “me siento parte constitutiva de esa Iglesia preocupada por el destino del hombre...” (Hilda González de Duhalde), que puede resumir la parte analizada del discurso vigente, y algunas alocuciones históricas como “entiendo esa causa y esa defensa, tal como la entienden los soldados...” o “por eso les pido, como un hermano mayor, que retornen tranquilos a su trabajo” (J. D. Perón); “yo era un miembro de la Iglesia y ellos (los pobres) le atribuían a la Iglesia parte de la responsabilidad de la caída de Perón” (C. Mujica); “diré mis cosas como se dicen en el hogar, en el café o en el trabajo” (A. Jauretche); “lo cierto es que el pueblo nos adjudicó la autoría del hecho jubilosamente. El pueblo peronista vio entonces en nosotros a los ejecutores...” o “General (...) sabemos que sobre nosotros, su juventud peronista, recae...” (Montoneros). Estos fragmentos muestran al menos la potencialidad de estudiar en un complejo conjunto de discursos como éste las diferentes filiaciones institucionales, las instancias diversas en que la palabra busca y adquiere (o no) legitimidad, la transformación del mismo (¿el mismo?) ámbito institucional según la especificidad de su aparición y su contexto, las variadas formas de darse esos ámbitos, más “literales” (“miembro de la Iglesia”), más metafórico (“hermano mayor”) y las consecuencias que estas variaciones traen, etc.
3- Las modalidades enunciativas
Este tercer apartado, que denominamos con el nombre con que Foucault englobara al conjunto de sus tres interrogantes, gira en torno a una problemática compleja: la modalización. Y puesto que se trata de una cuestión compleja y a la que se han dedicado cantidad de trabajos y múltiples interpretaciones, no estará de más un breve acuerdo terminológico y conceptual.
Para comenzar, se podría definir la modalización, en términos muy generales que se irán precisando, como la acción por la cual se manifiestan variaciones que expresan apreciaciones “subjetivas” que recaen sobre el valor de verdad de los discursos así como sobre los aspectos afectivos. Por consiguiente, modalizadores o modalizantes serán los elementos que provoquen y/o den cuenta de aquellas apreciaciones.
En segundo lugar quisiéramos recordar la distinción que Maingueneau recupera de Meunier entre modalidades de enunciación y modalidades de enunciado (junto a las modalidades de mensaje, que no interesan aquí). Analizar las modalidades de enunciación exige tener en cuenta distintos protagonistas de una situación de comunicación ya que esas modalidades corresponden a las relaciones interpersonales, sociales. Esta modalidad puede ser declarativa, interrogativa, imperativa, exclamativa. Por su parte, las modalidades de enunciado, “no se apoyan en la relación hablante/oyente, sino que caracterizan la manera en que el hablante sitúa el enunciado en relación con la verdad, la falsedad, la probabilidad, la certidumbre, la verosimilitud, etc. (modalidades lógicas), o en relación con juicios apreciativos: lo feliz, lo triste, lo útil, etc.” (modalidades apreciativas) (Maingueneau, 1989: 127).
Este último ordenamiento, y los tipos de modalidad que define, comprenden el mismo espacio y los mismos recortes que la clasificación que Kerbrat-Orecchioni establece, sobre el eje que llama “naturaleza del juicio evaluativo”, entre los juicios en términos de “bueno/malo”, y aquellos en términos de verdadero/falso/incierto, para los que reserva las denominaciones respectivas de dominio de lo axiológico y dominio de la modalización(10).(11) El objetivo último de la práctica de esta tercera operación es responder cuál es o cuáles son “la(s) situación(es) que es posible ocupar en cuanto a los diversos dominios o grupos de objetos” (Foucault, 1970 [1969]: 85). Lo que quiere decir que el estudio de la modalización permitirá reconocer las posiciones posibles que podrán adoptarse ante tales dominios; la disposición y estado vigentes de los diferentes agentes (de aquellas personas, tal como dijimos en el apartado 1) involucrados en un determinado campo discursivo; podríamos decir, las diversas actitudes o comportamientos asumidas/asumibles ante un cierto espacio de hechos o fenómenos específicos.
Proponemos trabajar a partir de lo que vimos antes como las modalidades de enunciado (aunque sin descartar las de enunciación, sobre las que volveremos). La cuestión, pues, será identificar y ordenar esas modalidades, tanto las lógicas como las apreciativas, según algún criterio.
Podemos ofrecer ahora una definición operativa de modalizadores, que orienten el trabajo empírico de búsqueda. Consideraremos modalizadores a los elementos textuales que, en un conjunto discursivo determinado, afecten contextualmente a los objetos/fenómenos/sucesos aparecidos en dicho conjunto, de manera tal que definan/postulen posiciones vigentes o posibles de ser ocupadas por los agentes involucrados ante aquellos objetos/fenómenos/sucesos, es decir, ciertas actitudes, posturas y comportamientos, tanto en cuanto a apreciaciones axiológicas (bueno/malo) como a apreciaciones lógicas (verdadero/falso). La tarea consistirá en rastrear a lo largo de todo el conjunto discursivo la presencia de elementos que puedan incluirse en esta definición(12) para luego ponerlos en relación, en procura de poder establecer regularidades.
No obstante, puede suceder que las dimensiones del corpus impidan un rastreo exhaustivo del tipo del que acabamos de postular. En consecuencia, podrá definirse con anterioridad a la búsqueda un listado o menú (abierto y sujeto a las modificaciones que el acercamiento empírico requiera) de los elementos que el analista considere pertinentes para su trabajo. El caracter previo de la construcción de este listado se justifica por una razón de factibilidad tan simple como inapelable. De hecho, en corpus de grandes dimensiones puede volverse imposible cualquier búsqueda si no se parte de un recorte de este tipo. Este problema tiene que ver con que el límite de lo que puede tomarse y lo que no como elemento modalizador es móvil y difuso, y su establecimiento depende de una decisión del analista, y de su revisión contextualizada del material en cuestión. Quienes han reflexionado más rigurosamente acerca de este problema están más o menos de acuerdo en que, en última instancia, casi cualquier signo puede prestar servicio como modalizador, según se den las condiciones adecuadas.
Así las cosas, lo más atinado para estos casos será asumir la necesidad de ese recorte previo y realizarlo según las necesidades que los interrogantes de cada investigación particular planteen. El analista deberá, consecuentemente, dar cuenta de los criterios contemplados en la elaboración del listado así como de la fiabilidad de esta selección. Y deberá ser, eventualmente, quien efectúe las revisiones y modificaciones oportunas.
Llegados a este punto, resta ejecutar la búsqueda de los elementos elegidos sobre el corpus, siempre atentos a la provisionalidad y consecuente sujeción al cambio de nuestro listado. Teniendo en cuenta las características generales de composición del corpus mencionadas al principio de este trabajo, será recomendable contar con algún programa informático que permita agilizar dicha búsqueda a la vez que verificar un recorrido por todo el material(13).
Antes de pasar a los ejemplos, quisiera volver brevemente a las modalidades de enunciación, que dijimos no descartar si bien privilegiamos el trabajo sobre las de enunciado. Una forma de trabajar las modalidades de enunciación puede ser la siguiente -que presento de manera muy apretada y sencilla-. Pensemos que estamos, por ejemplo, frente a dos o tres conjuntos discursivos, correspondientes cada uno a practicantes de diversos credos religiosos. Hay tres puntos principales que se deberían tener en cuenta: 1) esas modalidades que pueden ser, como se anticipó, declarativas, interrogativas, imperativas, exclamativas (con algunas variantes y precisiones: una declarativa puede ser más o menos o nada dubitativa, etc.) suponen la existencia de un interlocutor (que, en nuestro ejemplo, será el entrevistador) y marcan la relación con él; 2) el tipo de corpus de los análisis para los que se proponen estas operaciones; y 3) los objetivos generales que se perseguiría en esos análisis (puntos, estos dos últimos, que ya fueron explicados). El objetivo estaría puesto en relevar las diferentes modalidades de enunciación por medio de la identificación de ciertos verbos, pero especialmente de la mayoría de los adverbios (“indudablemente”, “quizá”, “francamente”, etc.) que establecerían el carácter declarativo, interrogativo, imperativo, exclamativo de las alocuciones. Luego se evaluaría su presencia en cada uno de los conjuntos discursivos (de una religión y de otra) tomados como unidad, y se observarían allí predominancias de una modalidad u otra(14). Si las modalidades de enunciación nos permiten conocer algo acerca de tipos particulares de relación social (es claro que ordenar, afirmar, dudar, etc. suponen y/o instauran diferentes posiciones frente al otro), las regularidades que podamos definir nos estarán diciendo algo acerca de los grupos que las utilizan(15). Ejemplos:
a) Volvemos a nuestro primer ejemplo para ver la manera en que puede activarse esta tercera operación. Se presentarán algunas líneas de reflexión en torno a las modalidades de enunciado. Un relevamiento de varios de los verbos mencionados anteriormente (nota 13) en el que se tenía presente la diferenciación interna allí señalada, mostró algunos puntos sugestivos.
Los verbos modalizadores, según la agrupación a que referimos, se dividen entre lógicos y axiológicos (apreciativos). Al interior de los primeros pudieron hallarse verbos de sentimiento (como, gustar, sentir[se], costar, sufrir, etc.), un segundo grupo que llamamos del hacer, conformado por aquellos modalizadores que imponen un cariz particular (de obligación, de potencialidad, de intencionalidad) precisamente sobre una zona general del hacer (sus formas básicas vienen dadas por el deber o tener que, el poder y el tratar de), y un tercero, formado por verbos de decir (menospreciar, rebajar, etc.). Entre los modalizadores lógicos se distinguieron también dos tipos: los verbos de opinión (que van desde creer o pensar que hasta saber, conocer o tener conciencia, entre otros), y los verbos de decir (mentir, justificar, generalizar, etc.).
Para ensayar un análisis había al menos dos alternativas posibles para correlacionar las modalizaciones con los dominios de objetos (fenómenos, sucesos, etc.). Mirar desde los modalizadores hacia los dominios de objetos o, a la inversa, mirar desde estos hacia aquellos. Podíamos preguntarnos cuáles de estos verbos se asociaban a unas personas determinadas(16) y para indicar una posición respecto de cuáles objetos; o, podíamos preguntarnos frente a los diversos dominios de objetos cuáles actitudes o posiciones eran posibles (o sea, cuáles verbos modales podrían aparecer y por cuáles personas estarían actualizados).
Ejemplificaremos muy sucintamente estos dos caminos posibles. Comenzando por la primera de las dos alternativas, se vio una diferencia marcada en cuanto a la vinculación de los verbos de sentimiento con las diversas personas. Existía una correspondencia entre el “yo” y el “nosotros” (exclusivo) y los verbos de sentimiento valorados positivamente (o la negación de los valorados negativamente) y otra correspondencia, a su vez, entre el “ellos” y aquellos verbos que establecen una posición que puede considerarse por lo menos como no deseable. Los primeros aparecen ligados reiteradamente a verbos como gustar, sentir(se) (bien), estar (bien), agradecer o (no) arrepentir(se), (no) tener (problemas) o (no) sufrir, etc. El “ellos” está vinculado, inversamente, a extrañar, sentir(se) (mal), costar, sufrir, etc.
También hay que señalar una diferencia muy significativa que se muestra en el uso contrastativo hecho entre el saber/conocer, de un lado, y el sentir, del otro. (Ese “sentir” no pertenece a la línea del sentimiento, sino a un lugar enfrentado con el saber/conocer/estar seguro, y que vendría a sustituir a posibles verbos como creer o estimar, como un lugar “menos valuado” en la misma línea del saber(17)). Por otro lado, esta distinción se corresponde claramente con una atribución diferencial de posicionamientos a los agentes involucrados. Así, acciones positivas del orden del saber, el conocer, o el ver (en el sentido de constatar una evidencia) son ligadas en estos discursos a una de las primeras personas (singular o plural), o al impersonal en “se sabe” o “se ve”, mientras que el sentir, en la acepción antes indicada (o los verbos de saber pero marcados negativamente), se reservan a la tercera persona; uno mismo o el propio grupo sabe, el otro o el grupo ajeno siente.
Ejemplificaremos el segundo camino, la mirada desde los dominios de objetos que interroga cuáles actitudes o posiciones son posibles ante ellos, diciendo que frente a uno de esos dominios, que definimos como ámbito laboral se postulaba una posición largamente privilegiada como la posible de ser asumida. Se trata de una posición que puede caracterizarse en la línea de un deber ser. Frente al trabajo, entonces, el “deber”, el “tener que” marcan las actitudes predominantes. Es cierto, por otra parte, que esta línea del deber no es exclusiva del ámbito laboral. Aparece también involucrada recurrentemente en torno a (las actividades necesarias para) la inserción en la sociedad receptora (tanto para “lograr” esta inserción como para “agradecerla”). Sólo que, a diferencia del anterior, este espacio de la inserción en la sociedad receptora da lugar también a otros posicionamientos posibles. Estos ejemplos, apenas ilustrativos, pueden desarrollarse y profundizarse en procura de atender su mayor complejidad.
b) El estudio de lo que venimos llamando modalidades enunciativas también puede ser sin dudas revelador si se quiere establecer una tipología de discursos. En algunos trabajos clásicos de Verón en los que ocupa un lugar de importancia la instancia de reconocimiento del discurso y, entonces, la relación con el interlocutor, se puede observar la riqueza de un análisis de lo que llamáramos modalidades de enunciación, diferenciándolas de las modalidades de enunciado. En este sentido puede leerse, sobre uno de los “niveles fundamentales” de su análisis, la distinción que Verón hace entre cuatro componentes: descriptivo, didáctico, prescriptivo y programático, que ayudan a establecer las diferencias entre, por ejemplo, el discurso político y el publicitario. Estos cuatro componentes parecen funcionar en un nivel similar al de aquel ordenamiento que vimos como modalidades de enunciación: declarativa, interrogativa, imperativa, exclamativa(18). En relación con el tema que interesa aquí, la productividad de esta segunda opción reside en la posibilidad de caracterizar distintos conjuntos discursivos sometidos a análisis. De esta forma, en la investigación citada en el ejemplo b) del punto “2” (nota 10), podrían caracterizarse los discursos de un tipo u otro de asistentes (pertenecientes a una determinada organización religiosa, organismo del Estado, partido político, etc.) en su relación con los asistidos según se diera el predominio de una u otra modalidad de enunciación (interrogativa, imperativa, etc.). Dicha caracterización podría estar señalando uno de los modos en que la pertenencia institucional pone límites a las formas posibles de subjetivación.
4- El “haz de relaciones”
Este último y breve apartado no propone una nueva operación sino que viene a advertir acerca de la necesidad de poner en relación las que han sido presentadas anteriormente. Como se veía en los ejemplos de las modalidades, el análisis se enriquece sustancialmente si se ponen a jugar los resultados arrojados por ese análisis y los obtenidos de las operaciones anteriores (la determinación de las personas, en ese caso puntual). Eso sucede considerando cualquiera de las operaciones propuestas. Es decir que lo que nos pueda decir cada uno de los análisis en su singularidad será poco, indudablemente, en relación con lo que pueda permitirnos elaborar un trabajo comparativo y articulatorio de las tres instancias. Solamente estaremos en condiciones de definir las posiciones de sujeto vigentes en una sociedad y un momento histórico determinados (como espacio indecidible para la emergencia de un[os] sujeto[s] específico[s]) una vez establecidos, sobre un cierto conjunto de discursos: a) las personas involucradas y el juego de relaciones que organiza su dinámica, b) las filiaciones institucionales que atribuyen un valor a los actores, y sus posicionamientos, c) las actitudes y situaciones a ocupar frente a objetos, hechos, procesos según sus modalidades particulares. Y también, una vez establecidos luego de esto, los cruces posibles entre las dimensiones anteriores; las posibilidades e imposibilidades de poner unos al lado de otros, o por encima, o cubriéndose, potenciándose o enfrentándose, unas personas, unos ámbitos institucionales, unos posicionamientos. Una vez señalados, pues, sus distanciamientos, sus afinidades, sus contradicciones.
Aclaraciones finales
Quizá finalizar con “aclaraciones” sea el destino natural reservado a los textos que comienzan con “advertencias”. Con las dos primeras aclaraciones se busca insistir brevemente en la anticipación de posibles malentendidos. Estos malentendidos podrían sintetizarse en una observación crítica que indicara que en nuestra propuesta ‘el sujeto es lo que el enunciador dice ser’. Debe quedar claro, entonces, que no se acepta aquí que “el sujeto es lo que el ‘enunciador’ dice ser” y además, que tampoco aceptamos que “el sujeto es lo que el enunciador ‘dice’ ser”.
En relación con el primero de estos puntos, está claro que no hacemos análisis de contenido y que nuestra propuesta es incompatible con una alternativa semejante. Y se ha insistido lo suficiente en que partimos de problematizar las ideas de una supuesta autocontemplación y autocomprensión de la conciencia individual, al tiempo que dejamos en suspenso la otra noción, complementaria de la anterior, de la unicidad del Sujeto.
En cuanto a la segunda cuestión, no acordamos con que “el sujeto es lo que el enunciador ‘dice’ ser” porque no consideramos que sea suficiente indagar en el campo del discurso ‘verbal’ para responder a un problema tan arduo como es el de la construcción del sujeto, hacia el que nuestros interrogantes se han dirigido. Pero parece posible que pueda tomarse este tipo particular de discurso (el verbal) como la semiosis que juega el rol primordial en los procesos de producción de sentido en nuestras sociedades en este momento histórico. No obstante, y puesto que no hay nada seguro al respecto (lo único indudable es que se trata del tipo de semiosis que ha recibido mayor atención científica y filosófica), lo más atinado parece ser considerar este posible predominio de lo verbal como contingente y, desde luego, vinculado interdependientemente a otras semiosis u otros juegos de discursos.
Con la tercera y última aclaración quisiera comenzar a definir cuáles son los alcances (y las limitaciones) que una propuesta como la nuestra pueda tener. Para hacerlo debemos recordar y desarrollar nuestra perspectiva acerca de qué tomamos en términos positivos como sujeto, ¿qué es lo que nombra esa figura?
Como se dijo, considerando lo social como una estructura significativa (Laclau, 1993, 1996) constituida como un espacio de fijaciones parciales y contingentes de sentido, y considerando que esta estructura (dislocada) presenta una inerradicable distancia consigo misma, el sujeto aparecerá precisamente en aquella distancia que la estructura mantiene consigo, o sea, se dará en el intento (condenado a fracasar) de ocupar esa distancia.
Dicho en el idioma ‘hegeles’ de Žižek el sujeto es, por un lado, la dimensión que rechaza toda determinación particular, aquello que no se deja determinar completamente por ninguna de ellas, sino que aparece como la instancia mayor que puede acogerlas y, por otro, es (“ha entrado a la existencia”) por obra de esas determinaciones. Es, en fin, “un punto de fuga (...) que elude cualquier determinación” (Žižek, 1998: 69). Podría decirse también que la historia se muestra a sus agentes como abierta, incierta, como espacio indecidible en el cual actuar sin el apoyo de las leyes que determinen su dirección. Pues bien, “sujeto es un nombre de esa X insondable a la que se llama, a la que de pronto se pide cuentas, arrojada a una posición de responsabilidad, a la urgencia de decidir en esos momentos de indecidibilidad” (Idem: 248).
Ahora bien, ¿cuál es la dimensión de esa apertura del espacio de lo social?, ¿cuál la amplitud indecidible de ese espacio?, ¿qué límites hay para la variabilidad e indeterminación del movimiento de subjetivación? Son dos las formas en que es posible apreciar los límites de esa indeterminación. En primer lugar, aquella emergencia no tiene lugar de y sobre ‘la nada’. Por el contrario, esa intervención eventual sucede en condiciones históricas de posibilidad precisas y específicas. En segundo lugar, “el acto irreductiblemente contingente del sujeto establece una nueva necesidad”; es decir, la decisión/intervención azarosa que supone la emergencia del sujeto coagula en necesidad histórica, que surge así como positivación. Podría decirse que estamos ante una suerte de invención retroactiva de la determinación. La ‘puesta de presupuestos’, dice Žižek leyendo a Hegel, “es precisamente el modo en que la necesidad surge de la contingencia. El momento en que el sujeto ‘pone sus presupuestos’ es el mismo momento de su borradura como sujeto” (Idem: 249).
¿De qué puede dar cuenta, en rigor, una investigación que siguiera nuestra propuesta? Evidentemente no del sujeto, de acuerdo con las últimas palabras de Žižek, quien agrega que “la incompletud de la cadena causal y lineal es una condición positiva para que se produzca el ‘efecto sujeto’: si pudiéramos explicar sin resto el advenimiento del sujeto a partir de la positividad de algún proceso natural (o espiritual), si pudiéramos reconstruir la cadena causal completa que lleva a su emergencia, el sujeto mismo quedaría cancelado” (Idem: 259). Por lo demás, como anunciáramos en las primeras páginas, no puede predecirse quién, cómo ni con qué grado de efectividad podrá llenar la distancia que la estructura mantiene consigo. De lo que se trata, dijimos, es de intentar dar cuenta de la constitución de diversas ‘posiciones de sujeto’.
Dar cuenta de estas posiciones (y de las identidades sociales) consiste en reconocer, interpretar y exhibir una suerte de proceso escalonado de acercamiento a la intervención, al evento, que supone la emergencia del sujeto que, en cuanto tal, pertenece al campo de la política y, consecuentemente, no es predecible, y se muestra irreductible a cualquier inferencia deductiva.
En términos de Badiou, mi propuesta metodológica (podría decirse cualquier propuesta metodológica) se juega en el campo del saber, diferente del campo de la verdad. Al apuntar, como lo hace, a las posiciones de sujeto, la propuesta quedaría entonces limitada a la dimensión del “saber positivo”, del “estado de situación”. El sujeto queda reservado al espacio de la intervención, y esa intervención pertenece al campo de la “verdad”, si se entiende por intervención “todo procedimiento por medio del cual se reconoce un múltiple como acontecimiento” (Badiou, 1999: 224). El sujeto pertenece al orden del acontecimiento y “la indecidibilidad del acontecimiento significa (...) que este no tiene ninguna garantía ontológica: no puede ser reducido a una situación (previa) ni deducido de ella” (Žižek, 2001: 147).
Aquí reaparece, pues, la pregunta acerca de los alcances y limitaciones de nuestra propuesta. ¿Cuál es el valor de intentar dar cuenta de aquel estado de situación que vendría dado por las posiciones de sujeto?, ¿no constituye esto una limitación intrínseca a nuestra propuesta, una limitación consistente en aceptar el orden positivo del saber y renunciar al orden posible de la verdad? Hay que apuntar que, “(h)asta cierto punto, se puede también decir que el saber es verificativo, mientras que la verdad es performativa” (Idem: 147). Si fuera el caso, esta limitación definiría a nuestra propuesta metodológica como conservadora en sentido estricto (e insisto, quizá definiría de este modo a cualquier metodología en ciencias sociales).
Debo aceptar aquella limitación intrínseca de la propuesta. En efecto, procurar dar cuenta de las posiciones de sujeto vigentes en una sociedad o grupo social se detiene justo ante la preocupación capital de muchos de los autores que hemos seguido, movidos ellos precisamente por la inquietud acerca del salto que va más allá de aquellas posiciones(19). Pero esta limitación intrínseca no tiene al conservadurismo como su consecuencia política necesaria. Aquí hay que distinguir diferentes empresas intelectuales y sus potencialidades.
Considero que una propuesta metodológica carga con la limitación señalada porque las ciencias sociales cargan con aquella limitación. Lo cual no significa de ninguna manera que toda actividad intelectual lo haga, ni tampoco que la separación de áreas que subyace a mis palabras suponga una incomunicación entre ellas. ¿Lo que subyace es, entre otras cosas, una separación entre ciencias sociales y política? Sí, siempre que se entienda que no se trata en absoluto de negar las consecuencias ni las condiciones específicas que hacen que la ciencia esté intrínsecamente ligada a lo político. Desde luego, las ciencias sociales se practican en condiciones específicas y arrastran en ellas estas condiciones y los valores asociados. Nadie puede discutir ya en términos de una supuesta neutralidad de las ciencias (sociales). En términos genéricos, su propia emergencia como tales y su historia responden a modos precisos de ejercicio del poder. Lo que se busca, en cambio, con aquella separación de áreas es evitar una tentación quizá tan peligrosa como la que ha querido sostener la neutralidad ahistórica de la ciencia, y que viene dada por la pretensión de una fundamentación científica de la política (de la propia posición política). Es decir, el intento por dar con un constructo epistemológico que pudiera fundar una práctica política. En consecuencia, con esa distinción lo que se busca es apenas deslindar especificidades y, principalmente, capacidades y competencias propias a cada uno de los campos y, en última instancia, asumir los alcances y las limitaciones de la investigación científica y de la actividad académica.
Notas
* El presente trabajo pertenece al Proyecto de Investigación: “Inmigración Boliviana: discurso, identidad social y construcción del sujeto” llevado a cabo por el Lic. Sergio Caggiano, en el periodo 2000-2002 y dirigido por Juan A. Magariños de Morentín y Adriana Archenti, en el programa de Becas de Perfeccionamiento de Investigación Científica de la Universidad Nacional de La Plata.
1 “Esta tarea supone -decía Foucault- que el campo de los enunciados no se describa como una ‘traducción’ de operaciones o de procesos que se desarrollen en otro lugar (en el pensamiento de los hombres, en su conciencia o inconsciente, en la esfera de las constituciones trascendentales), sino que se acepte, en su modestia empírica, como el lugar de acontecimientos, de regularidades, de entradas en relación, de modificaciones determinadas, de transformaciones sistemáticas; en suma, que se le trate no como resultado o rastro de otra cosa, sino como un dominio práctico que es autónomo (aunque dependiente) y que se puede describir a su propio nivel (aunque haya que articularlo con otra cosa fuera de él). Supone que ese dominio enunciativo no esté referido ni a un sujeto individual, ni a algo así como una conciencia colectiva, ni a una subjetividad trascendental, sino que se le describa como un campo anónimo cuya configuración define el lugar posible de los sujetos parlantes” (Foucault, 1970: 206-207).
2 Los párrafos con los que hasta aquí se ha intentado explicitar algunos posicionamientos teóricos generales intentan dar precisión a nuestra búsqueda y a la vez distinguirla de otras que han abordado la problemática interrelacionada del sujeto y la enunciación, pero desde enfoques diferentes. Como ejemplo, podemos citar a Kerbrat-Orecchioni, quien declara que “el fin último de (su) inventario de las unidades enunciativas, tras haberlas provisto de un índice de subjetividad, es la elaboración de un método de cálculo del porcentaje de subjetividad presente en un enunciado dado” (Kerbrat-Orecchioni, 1997: 95). Con este señalamiento sólo se busca mostrar los fines de nuestra propuesta, en lo que de singular pueda tener. No rechazamos los avances y aportes sustanciales de aquellos otros trabajos; por el contrario, en la medida en que lo consideremos pertinente, echaremos mano de ellos ajustándolos a las necesidades de nuestra problemática. Queda aclarado entonces que, en esos casos, cuando trabajemos sobre conceptos y herramientas lingüísticas de esta autora u otros, lo haremos guiados únicamente por criterios instrumentales y con el fin de operacionalizar algunos de sus desarrollos de manera acorde a nuestra búsqueda. En ningún caso se tratará de intento alguno por realizar críticas o profundizaciones conceptuales, cuestión que escapa a la competencia de este artículo.
3 En este punto, y en otros a lo largo de este trabajo, podrá verse que algunos de nuestros interrogantes se corresponden con varias de las inquietudes abordadas en algunos libros por Michel Pecheux (aún siendo evidente y explícito en este autor un sesgo marcadamente althusseriano que no asumimos aquí). Sin ir más lejos, compartimos su crítica a la concepción del “‘sujeto’ ideológico como ‘toujours-déjà donné’” y su propuesta de un análisis del discurso que contemple “una teoría no-subjetivista de la subjetividad” (Pecheux, 1975: 119 y 121).
4 Se trata de dos criterios de diferenciación que son distintos cualitativamente entre sí. En el primer caso estamos ante una diferencia que probablemente sería deseable al menos controlar si no anular directamente (podemos poner como ejemplo, la diferencia entre la casi segura inexistencia o muy baja presencia de la segunda persona en un texto producto de una entrevista y su altamente probable presencia en documentación de archivo de tipo epistolar). En cambio, en el caso en que estemos ya no ante materiales distintos sino ante diversos tipos de discurso, se hará recomendable justamente tener en cuenta las eventuales diferencias y sus efectos para nuestro análisis (por seguir con el caso de la segunda persona, pensemos la variación en la frecuencia de su aparición en un discurso publicitario y en uno científico).
5 Con esto no se hace más que trasladar a un ámbito reducido lo que constituye una exigencia general de la semiótica y el análisis del discurso: la contextualización. Los límites de este contexto vendrán dados operativamente por los límites propios del segmento textual en que el pronombre se halle inserto. (Los límites de este segmento dependerán, a su vez, del enfoque analítico particular que asuma el análisis que se lleva adelante). Como se aclaró al principio, se da por supuesta la existencia de un método de análisis del discurso general en el marco del cual pudieran utilizarse las propuestas que aquí se presentan. Se da por sentado también que todo método de análisis del discurso contempla alguna forma de segmentación textual.
6 La definición de estos conceptos no es exactamente la misma en los trabajos clásicos al respecto citados hace unos párrafos. Me parecieron, no obstante, los términos más adecuados.
7 Entre las definiciones más conocidas de institución en sentido amplio acordamos en términos generales con la ofrecida por R. Lourau, quien la toma como “forma que adopta la reproducción y la producción de relaciones sociales en un modo de producción dado” (Lourau, 1977: 61).
8 Por otra parte, cuando se trate de investigaciones que forman su corpus con el resultado de entrevistas, y siempre que se haya decidido de antemano efectuar una indagación como la que se está proponiendo, esta declaración de pertenencia institucional puede buscar provocarse con las preguntas que realice el entrevistador.
9 El Proyecto “La construcción del concepto ‘pobreza’ en la relación asistente-asistido. Estudio de su intertextualidad”, dirigido por la Prof. Virginia Ceirano, Esc. de Trabajo Social, UNLP.
10 Se ve rápidamente una diferencia con los conceptos de Maingueneau en tanto que los juicios apreciativos no entrarían para Kerbrat-Orecchioni en el campo de la modalización (cfr. Kerbrat-Orecchioni, 1997: 154). Nosotros consideraremos, con Maingueneau, ambos tipos de juicios (lógicos y apreciativos) como dos formas de modalidad.
11 Es útil una breve digresión en torno de la respuesta que da esta autora a la pregunta “¿Quién hace el juicio evaluativo?”. Este interrogante tiene dos respuestas posibles: o el locutor, o un actante, casi siempre, el agente del proceso. En principio parece clara la distancia entre 1: “yo deseo...” y 2: “Juan desea...”, en tanto que 1, a diferencia de 2, afecta al locutor. El problema es, sin embargo, más complejo. Por un lado, porque existen casos en que la modalización recae sobre ambos, como en “Juan pretende que ha sucedido ‘x’”, en que se observa, además de la pretensión de Juan (un actante), la presuposición de falsedad de ‘x’ por parte del locutor. Por otro, el “yo deseo...” de 1 plantea otra dificultad. Como apunta Kerbrat, “si digo ‘yo estoy triste’, ese enunciado presupone un yo2, que toma a su cargo el yo1 y significa: ‘(yo2 digo que) yo estoy triste’; pero si quiero dar existencia lingüística a ese yo2, que se me escapa, por más que enuncie ‘yo digo que yo estoy triste’, esta oración significará igual ‘(yo digo que) yo2 dice que yo1 estoy triste’. Y así hasta el infinito: cualquiera sea el número n de los ‘yo’ que verbalizara, el número de niveles enunciativos será siempre n + 1, y siempre existirá un ‘yo’ extratextual, inasible, irreductible...” (Kerbrat-Orecchioni, 1997: 288-289). Estos problemas pueden recibir al menos dos soluciones, que comparten el hecho de no creer que el sujeto textual sea el sujeto. La primera consiste en reconducir esta segunda figura a un más allá que es el locutor. Se trata, entonces, de ontologizar al locutor, aun cuando éste aparezca siempre como inaccesible. Esta es, aproximadamente, la dirección tomada por nuestra autora. La segunda, que es la orientación que se sigue aquí, busca precisamente no reconducir el sujeto al enunciador o locutor, pero no para regresar al sujeto textual sino para identificar, sobre un discurso o conjunto de discursos, los puntos que se presentan como la posibilidad de articular un sujeto, los espacios en los cuales pueden tener lugar intervenciones que construyan un sujeto.
12 Como ejemplo podemos mencionar, dentro de las modalidades lógicas, verbos modales clasificables como “verbos de opinión” (sospechar, creer, opinar, saber, etc.), “verbos de juzgar” (criticar, acusar, etc.), y “verbos de decir” (afirmar, declarar, pretender, reconocer, confesar, etc.); y entre las modalidades apreciativas, en una clasificación similar a la anterior, pueden contarse “verbos de sentimiento” (desear, querer, ansiar, detestar, lamentar, etc.), y “verbos de decir” (pedir, alabar, felicitar, deplorar, etc.). Sin duda este listado es incompleto, arbitrario y demasiado general pero su función no es otra que ilustrar someramente una idea. Hay cantidad de muy buenos trabajos lingüísticos sobre la enunciación (como los citados de Maingueneau; 1989: 125-132 y Kerbrat-Orecchioni, 1997: 131-156) que abordan estos y otros casos más exhaustivamente, reflexionan acerca de complicaciones que aquí se eludieron adrede y que pueden servir como orientación al investigador al llevar a la práctica este tercer paso.
13 Acerca de la disponibilidad y potencialidades de algunos programas (por ejemplo, el NUD*IST 4) para efectuar estas tareas pueden consultarse los trabajos de Rodríguez (1997/ 98).
14 Evidentemente estaremos hipostasiando al grupo en cuestión como Sujeto Colectivo ya definido. Pero siempre que se tenga conciencia de eso, no será más que una hipótesis de trabajo.
15 Acaso este punto sobre modalidades de enunciación nos conduzca a una problemática que pertenece más bien al campo de la sociolingüística que al del análisis semiótico del discurso, pero no quería dejar de registrar las posibilidades de su análisis.
16 Al momento de efectuar este acercamiento analítico se contaba con el resultado de la puesta en práctica sobre el mismo material de la primera de las operaciones prouestas aquí. Por eso es que se habla de personas determinadas, en el sentido en que lo apuntáramos entonces.
17 Esta observación nos recuerda una vez más el peso de la contextualización en el análisis del discurso, apareciendo como la única posibilidad de apreciar la diferencia (y especificidad) entre sentir y sentir: entre sentir amor, sentir un malestar estomacal o sentir el timbre; y, en nuestro corpus, por ejemplo, entre “me sentía mal estando lejos de mi gente” y “tratamos de hacer algo por ellos, que sienten que se los margina”.
18 Para la profundización de estos aspectos remito al trabajo aludido (Verón, 1987) así como a otro del mismo autor junto a Sophie Fisher (Verón y Fisher, 1986) en el que aborda las estrategias enunciativas en el caso de la prensa escrita.
19 En efecto, tanto Laclau como Badiou (y otros como Balibar) y Žižek, a pesar de las diferencias que este último marca con aquellos, comparten dicha inquietud. De lo cual surge una solicitación interna a mi trabajo: ¿cómo es posible, o hasta qué punto lo es, apoyar mi propuesta metodológica sobre aquellas bases conceptuales?
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