Angel Tello y Jorge Szeinfeld





Mercosur. Conflictos y comunicación en la región


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En el trabajo de investigación presentado en 1998, y que diera lugar a la publicación del libro Conflictos y comunicación en la globalización, se realizó un detallado análisis del proceso de globalización que hoy abarca al mundo con sus ventajas e inconvenientes; también, en este nuevo trabajo de investigación, y enlazado con aquel, se exponen las consecuencias de dicho proceso y las disputas y conflictos que la misma genera.

En el citado estudio se observaron algunas de las características centrales de la globalización que, como resulta obvio, marcan el contexto en el cual deben pensarse y considerarse las políticas nacionales o regionales que constituyen el motivo principal de este trabajo.

Se estableció entonces algo que resulta evidente pero que no siempre es admitido: la globalización plantea nuevos escenarios en la lucha por el reparto del poder en el mundo. Afirmamos entonces que lo que se hallaba en juego era el poder y para ello nos remitimos a la conocida frase de Raymond Aron cuando decía: “La gloria se comparte, el poder no”.

Desde Thucídides, pasando por Tito Livio, Maquiavelo, Hobbes, Hegel y otros, el poder y su posesión han estado en el centro del debate como uno de los aspectos principales de la condición humana. Cuando el desaparecido líder chino Mao Tse Tung afirmaba que “el poder nace del fusil”, no hacía otra cosa que constatar algo que resulta evidente y que, intencionalmente, muchos tratan de ocultar: el rol de la violencia, más allá de cualquier expresión de la condición humana, en la disputa del poder.

Esto nos brinda un marco adecuado para comprender, siempre desde el ángulo de la lucha por el poder, los problemas que este proceso de globalización acarrea con sus manifestaciones en la distribución global de la riqueza; el debilitamiento de lo político y del Estado, en fin, de lo comunitario; las nuevas amenazas y la incertidumbre estratégica que las mismas plantean; las respuestas posibles y necesarias desde lo nacional y regional.

Una de las características estudiadas de la globalización es el desarrollo impetuoso de los mercados financieros, la deslocalización de las empresas y la concentración de la riqueza en pocas manos, así como la emergencia de una cantidad cada vez más importante de excluidos y marginales de este modelo. Desde 1998, año en el cual fue presentado el primer informe, hasta hoy, el cuadro descripto no hizo más que agravarse, sin que puedan visualizarse por el momento acciones voluntarias desde los países centrales para corregir este estado de cosas. Por el contrario, éstos reaccionan ante las presiones, cada vez más fuertes, que pueda llegar a ejercer la opinión pública internacional.

Esto tiene consecuencias importantes sobre el debilitamiento de lo comunitario y lo político que se reflejan en una pérdida de presencia de la Nación como espacio donde se realiza la identidad, ámbito en el cual se expresan solidaridades y su correlato político en la estructura del Estado.

Sin duda, el proceso de globalización, que no es nuevo en el mundo, refuerza el hecho individual por sobre lo colectivo. El “sálvese quien pueda” es el leitmotiv de una corriente que va más allá de los individuos tomados de a uno y que beneficia a determinados sectores perjudicando a otros. A ello debe agregarse la imposición de teorías neoliberales que han hecho del mercado una suerte de verdad revelada como si se tratara de un mandato divino. Sin embargo, lejos de resolver situaciones de postergación, que en muchos casos adoptan un carácter dramático, estas recetas agravan día a día la vida de miles de millones de seres humanos que ven cómo sus condiciones empeoran sin perspectivas de cambio.

Como consecuencia de ello, el Estado pierde su majestad, sobre todo en los países en vías de desarrollo, y no se avizoran en un futuro cercano soluciones de recambio, de reemplazo, que den una respuesta apropiada a la necesidad que tienen los seres humanos de consolidar una comunidad como instancia fundamental de la confianza, el crecimiento y el progreso.

Si bien hoy puede observarse un fortalecimiento del Estado en los países centrales, por lo menos en lo que al ejercicio de la violencia organizada se refiere, es verdad que esto no ocurre en las naciones periféricas.

Resulta interesante citar a Klaus Schawb y Claude Smaja, respectivamente fundador y director del Foro económico mundial de Davos: “La mundialización económica entró en una fase crítica. Sus efectos, particularmente en las democracias industriales, provocan reacciones que podrían llegar a tener consecuencias disruptivas sobre la estabilidad económica y la estabilidad social de numerosos países. En éstos, la opinión está morosa y ansiosa, es lo que explica la aparición de una nueva generación de políticos populistas. Este ambiente deletéreo fácilmente podría dar lugar a importantes revueltas”.

La modernización provocada por la globalización creó un mundo más sano y más rico en el cual las condiciones para una mayor igualdad se encuentran presentes. El capitalismo, gran vencedor en este proceso, genera en la actualidad riquezas como no se conocen en otros períodos de la historia. ¿Es el capitalismo el problema? El problema es el capitalismo sin control, sin el contrapeso de un sistema de valores cuya ausencia pone en riesgo a la propia democracia y se transforma en una fuente generadora de conflictos de todo tipo.

Esta realidad, entonces, va conformando un mundo en el que impera la incertidumbre, con una miríada de nuevas amenazas que despuntan en el horizonte y escenarios de la lucha por el poder marcados por reivindicaciones nacionales, étnicas, económicas, culturales y religiosas.

Antes, el totalitarismo político, fascista o comunista, intentó subordinar a toda la actividad económica, social o cultural -con un costado humano abominable-, a las exigencias de un Estado absoluto. Hoy, el totalitarismo económico de los mercados sin control, pretende subordinar la política, la sociedad y la cultura a las exigencias del mercado planteado como referente último y absoluto.

El terrorismo, que tanto preocupa al mundo luego del atentado del 11 de septiembre contra las Torres Gemelas en Nueva York, constituye el ensayo de una respuesta, completamente inadecuada y demencial, a un poder omnipresente y aplastante. El terrorismo, en este contexto particular, puede encuadrarse en la historia de la guerra como la reacción del débil contra alguien mucho más fuerte. Método que emplearon en otras épocas los griegos, los españoles contra Napoleón, los partisanos en la Segunda Guerra Mundial, etc., y que Clausewitz describe de una manera brillante cuando analiza lo que él denomina las “pequeñas guerras”.

Es interesante señalar aquí que si la religión o la economía arrancan al Estado la soberanía, se corre el riesgo de que se establezca en el mundo un control totalitario, asimilable al teocrático de la Edad Media, o al económico en la era de la globalización. Y la gran derrotada resultaría ser, lamentablemente, la democracia.

Mafias organizadas, narcotráfico, terrorismo, etc., configuran elementos desestabilizadores en este nuevo panorama internacional signado por nuevas amenazas y cuya característica principal es la incertidumbre. Incertidumbre que en lo político está signada por la lucha por espacios de poder, por un lado, y la desigualdad creciente entre ricos y pobres, por el otro. En lo estratégico, por la emergencia de nuevas amenazas y dificultades crecientes para identificar al enemigo.

Como puede inferirse del estudio realizado, el mundo globalizado genera reacciones de todo tipo -el terrorismo es una de ellas- que, en alguna medida, encuentran su razón de ser en una brutal pérdida de valores e identidades que interactúan con la fragmentación y las inequidades. Reconociendo que lo económico juega un papel central en los asuntos internacionales, es importante señalar que lo político y lo cultural, en menor medida lo religioso, comienzan a ocupar un espacio no desdeñable en la vida de las naciones y los pueblos. Resulta a todas luces impactante el hecho de que diecinueve individuos, con cuchillos de plástico y decididos a morir por una creencia, hayan producido un daño irreparable en el corazón financiero del planeta, y puesto en ridículo, reduciendo a la impotencia los mecanismos defensivos de la primera potencia del mundo.

Decíamos que uno de los datos mayores del mundo actual es el creciente debilitamiento del Estado. Por arriba, como resultado del accionar de grupos de poder económico concentrados, el desarrollo sin límites de las comunicaciones y el monopolio de la violencia ejercida por los países centrales en su propio beneficio. A esto debemos agregar la configuración de nuevos escenarios de integración regional que debilitan la sustancia del Estado-nación constituyendo, por otra parte, nuevos agrupamientos para la disputa de espacios de poder en el mundo. Por abajo, como consecuencia de la ruptura de los lazos comunitarios ya observados, y la tendencia creciente a una mayor presencia del individuo aislado como consumidor. Individuo que, por otro lado, cada vez es más objeto y menos sujeto de su propia historia.

La violencia física, desde los escritos de Sun Tzu, Clausewitz, Liddel Hart, Beaufre y otros, constituyó uno de los fundamentos de la estrategia militar. La guerra, actividad humana que exige previamente una conceptualización y racionalización, es la expresión de una realidad brutal que debe encararse, más allá de los estudios de estrategia, con el auxilio de la sociología, la antropología y la sicología. Además, desde tiempos inmemoriales la violencia física ha sido un método usual para resolver conflictos de existencia con Otros.

Occidente triunfó frente al bloque soviético sin guerra, y sin que esto signifique que tal etapa esté al momento concluida, debemos constatar esta realidad. El triunfo occidental en la guerra fría combinó principalmente estrategias económicas y culturales relativizando, por otro lado, el rol de la estrategia militar y produciendo en buena medida la aparición de una racionalización moderadora de la violencia armada.
Este hecho marca una ruptura, no definitiva, en la relación tradicional entre política y estrategia militar; relación que pudo observarse en épocas de grandes guerras nacionales y totales.

De este modo se ha ido configurando un escenario en el cual la estrategia militar perdió importancia en un contexto en el cual las sociedades –las desarrolladas al menos- toleran menos la guerra y los individuos toleran menos la muerte. El Estado, entonces, debe conservar una pluralidad de hipótesis establecidas a partir de la identidad probable de los futuros adversarios y para ello debe inventariar los riesgos, considerando situaciones conflictivas múltiples, con tal o cual Otro, hoy desconocido. La amenaza es omnidireccional y pensar estratégicamente, sin enemigo designado, constituye en sí misma una verdadera revolución mental.

En este contexto, el pensamiento estratégico puede trabajar y ser operativo absteniéndose de una doctrina fijada a partir de un Otro único como ocurrió hasta la caída del Muro de Berlín. La ausencia de enemigo se transforma así en elemento de doctrina, más allá de la pretensión de algunos de ubicar hoy al terrorismo como gran peligro para toda la humanidad y para las naciones.

La ausencia de enemigo designado crea un futuro abierto a todas las hipótesis de conflicto y reduce la doctrina, por un tiempo imposible de medir en la actualidad, a sus dimensiones táctico-técnicas y operacionales. Aparece entonces la postura de vigilia estratégica como la respuesta más adecuada para este estado de cosas.

Las denominadas nuevas amenazas constituyen en todos los casos el producto de la voluntad agresiva de una entidad definida. Estas nuevas amenazas obligan en buena medida a la desterritorialización de la estrategia. Por ejemplo, tanto a los narcotraficantes, como a las mafias o a los terroristas, resulta difícil combatirlos con medios clásicos desarrollados para otras circunstancias y desde una estrategia tradicional de control del territorio. La inseguridad no es exclusivamente exógena o endógena, tiene algo de las dos.

El doble proceso de integración y diferenciación, ya analizado, atenta contra la competencia de los Estados. A la multipolaridad de actores estaduales se suma el policentrismo anárquico de actores exóticos y anómicos. Esto complica el estudio y provoca el estallido del cuadro tradicional de competencia y cooperación en los campos económico y cultural, lo que marcó la coexistencia secular y conflictiva de entidades sociopolíticas históricamente fundadas.

Emerge en este contexto un conjunto saturado pero desestructurado de actores heterogéneos y heteromorfos donde cada centro de concepción y decisión, tanto antiguo como nuevo, aparece, implicado por sus fines y medios específicos, en un doble proceso de descomposición y recomposición del universo político-estratégico.

La complejidad de este universo no es hoy mayor que en otros tiempos de multipolaridad, es de un orden superior y no nos equivocaremos si la calificamos de hipercomplejidad. El universo estructurado de otros tiempos estalló en una nebulosa de entidades más heterogéneas y heteromorfas como se describió más arriba. Antes, la noción de estado de naturaleza, tan bien expuesta por Hobbes, se aplicaba a Estados; hoy se extiende al conjunto de los actores. Se registra entonces una suerte de continuum de escenarios conflictivos generados por un modo permanente de turbulencias y una dinámica del sistema-mundo (término éste que refleja con más precisión la realidad que el de sistema internacional) no lineal, para el cual no existe pensamiento único ni receta preestablecida y que, desde un punto de vista teórico, se inscribe en el desarrollo de la teoría del caos y en la dialéctica hegeliana.

El sistema de Estados, sin embargo, y aquí sí puede hablarse de sistema internacional, percibe esta agitación novedosa como un peligro para sus prerrogativas estaduales, como un peligro para su integridad estructural y los modos ordinarios de su funcionamiento. La existencia de actores exóticos cuestiona objetivamente la competencia de los Estados pero, valor de lo negativo, esto contribuye al desarrollo de una conciencia unitaria del sistema y a instalar una lectura e interpretación comunes del estado caótico del universo político-estratégico. Esto puede actuar como generador de una voluntad colectiva para reducir riesgos y moderar la agitación que introducen los nuevos actores del sistema.

El sistema de Estados, de esta manera, conserva hoy su consistencia y preeminencia en buena medida por instinto de conservación tratando, por todos los medios a su alcance, de ubicarse como regulador de la dinámica desordenada del sistema mundial. Un ejemplo de ello es el apoyo que han logrado los Estados Unidos en su combate contra el terrorismo a partir de los atentados del 11 de septiembre en Washington y Nueva York; apoyo que comienza a debilitarse cuando se trata de intervenir en Irak, Georgia o Colombia. Por ello no ha desaparecido la dialéctica de la confrontación de intereses entre los Estados y la postura de vigilia estratégica es la que mejor se adapta a esta nueva realidad, compleja e imprevisible.

La incertidumbre estratégica ya analizada es consecuencia, entre otras razones, de una gran fragmentación de los objetivos estratégicos. Esto obliga a repensar y responder a demandas políticas y militares hoy desconocidas, en función de lo cual debe avanzarse a la estructuración de Fuerzas Armadas con estructuras flexibles y combinables. El término de moda es la interoperatividad, entre ejércitos de diversos países o regiones. Pero más allá de ello, los nuevos desafíos que la hora impone, por lo menos para el caso de países como la República Argentina, exige una reconsideración de fondo y de forma.

Reconsideración que, sucintamente, podríamos decir que comienza con la ley 24.948 de Reestructuración de las Fuerzas Armadas y con un marco global y regional en plena evolución y que avanza en la dirección de potenciar y modernizar la tarea del Ministerio de Defensa, así como la importancia del Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Armadas: avanzar en el redespliegue territorial, concentrar medios, eliminar duplicaciones y contar con un instrumento militar bien equipado, con alta movilidad y con profesionales de excelencia para cumplir con las misiones que el poder político indique.

Todo ello se da en el contexto que ofrece un avanzado proceso de integración regional, por lo menos en lo que a los asuntos de Defensa se refiere. Nadie duda que una región consolidada es una garantía para la paz y estabilidad de sus miembros y para el conjunto de la comunidad internacional. También constituye un estímulo para la inversión y para el desarrollo económico.

Históricamente, en el mundo las alianzas se constituyeron sobre la base de intereses comunes dictados por el estado del sistema internacional. Hoy, como ya ha sido señalado, se ha desencadenado una lucha implacable por los espacios de poder en el planeta. La construcción de regiones es una respuesta frente a este nuevo escenario. Pero la consolidación de la región, para llegar a disputar espacios en buenas condiciones, debe no solamente apoyarse en la definición más o menos clara de los problemas comunes sino que debe, imperiosamente, avanzar en la definición de un proyecto común.