Nancy Díaz Larrañaga, María Victoria Martín y Paz Echeverría




Notas sobre la voluntad de cambio en el espacio público:
la importancia de la intervención en comunicación*
Forma de citar
DÍAZ LARRAÑAGA, Nancy; MARTIN, María Victoria y ECHEVERRÍA, Paz : “Notas sobre la voluntad de cambio en el espacio público: la importancia de la intervención en comunicación”, en Anuario de investigaciones 2011, La Plata, Facultad de Periodismo y Comunicación Social, UNLP, 2012.








La perspectiva de comunicación/cultura indaga los modos sociales de producción de significados en relación con el marco más amplio de los procesos culturales, históricamente transitados, e imbricados a proyectos políticos. Esto supone pensar los procesos de significación no solo desde las matrices culturales que los modelan, sino desde los procesos de construcción de hegemonía, atravesadas por experiencias de comunicación, prácticas que en su dimensión simbólica, producen y recrean sentidos sociales. 
Las construcciones acerca del espacio público no escapan a esto: en la  ciudad se dirimen los asuntos públicos, se establecen los límites entre lo público y lo privado, y los ciudadanos expresan sus voluntades colectivas. Además, en ella se producen los intercambios, y se construyen socialmente los sentidos imperantes para cada comunidad. Así, la tarea de pensar las transformaciones sociales y culturales que se están operando en el espacio público, atraviesa la pregunta acerca de las fuerzas que actúan en las ciudades en relación con una visión del mundo, a un proyecto explícito o no, de lo pensable y lo prohibido, de lo deseable y lo intolerable, de los usos culturales y de las relaciones sociales y formas de socialidad.
Asimismo, el cambio social nos remite a la transformación entendida como aquella que surge de la voluntad, que nos permite promover la participación, el diálogo entre diferentes actores y contextos, generar procesos creativos, de toma de decisiones; construir confianza, reivindicar el conocimiento local, poner el cuerpo, respaldando un crecimiento y promoviendo políticas que surjan de los propios deseos, necesidades e intereses de una comunidad.
A partir de estas premisas, la investigación persigue como objetivo general “Indagar las relaciones que se establecen entre las intervenciones en el espacio público de la ciudad de La Plata, realizadas intencionalmente por grupos locales, y el cambio social (como modos de vincular las concepciones temporales del futuro con las instancias de socialidad)”. En otras palabras: nos preguntamos por la relación entre cambio social y las prácticas de intervención en el espacio público.

Entendemos que esta problemática tiene relevancia teórica al reflexionar sobre la construcción social del tiempo y particularmente sobre las relaciones con la socialidad, en tanto área de vacancia para la comunicación (si bien existen abordajes desde lo macro, intentamos presentar un nivel de análisis micro). En el mismo sentido, la particularidad del cambio social en correlación con una idea de futuro (desde la construcción social del tiempo), y la ocupación del espacio público como una instancia de socialidad, anclado en prácticas concretas de la ciudad de La Plata, también aportan relevancia empírica, al poner en diálogo las representaciones temporales, para indagar si es posible la constitución de una trama social a partir de ellas, y qué características posee. Finalmente, se espera que  el abordaje de este problema de investigación, y las interpretaciones y conclusiones que se puedan derivar de él, aporten información para desarrollar políticas públicas acorde a las expectativas de los sujetos que habitan la ciudad, generando modos de apropiación.

En este artículo, presentamos el avance sobre una primera etapa, analítico-conceptual, en la que recorremos las nociones centrales: representaciones, representaciones temporales, cambio social, intervención y espacio público. De todos modos, sabemos que estas categorías analíticas se irán (re)construyendo en relación con los observables durante la segunda etapa del proyecto, destinada a los cruces y análisis.

Del vacío a lo eterno: configuraciones sobre un tiempo común entre sujetos 


Esta investigación construye una mirada comunicacional que sostiene que las representaciones sociales se configuran entre sujetos singulares; que tienen lugar en los modos de comunicarse entre sí, impregnados por los marcos de interpretación de valores, culturas, códigos e ideologías en  contextos concretos. En la misma línea, entendemos a las representaciones temporales como construcciones a partir del conjunto de informaciones, creencias, opiniones y actitudes a propósito de un objeto determinado. Las mismas constituyen una forma de conocimiento socialmente elaborado y compartido, con una intencionalidad práctica y favorecen la construcción de una realidad común a un conjunto social. De esta manera, la problematización de la temporalidad aparece ligada al modo de comprender la comunicación y al sujeto como actores desde sus dimensiones históricas, situados, y con capacidad de intervenir sobre su realidad.
Comencemos por precisar qué entendemos por representación para enfocarnos, luego, en las representaciones temporales. Al hablar de representaciones sociales, nos referimos no solo a productos mentales sino, más bien, a construcciones simbólicas que se (re)crean en la interacción social.  De esta idea, se desprenden dos cuestiones que resultan centrales. La primera, vinculada con entender al sujeto “como el lugar y el emplazamiento de sus representaciones”, como ser-sujeto “que puede o cree poder darse representaciones, disponerlas y disponer de ellas […] el re- marca la repetición en, para y por el sujeto, a parti subjecti, de una presencia que, de otro modo, se presentaría al sujeto sin depender de él o sin tener en él su lugar propio”, según plantea Derrida y recupera Domínguez Rubio (2001). La segunda observación, en relación con el desplazamiento de la concepción de la Modernidad acerca de un sujeto cognoscente individual por un sujeto cognoscente colectivo, hecho que implica la aceptación de que todo conocimiento es, necesariamente, conocimiento social, por lo que, necesariamente las representaciones que se dan en la mente individual tienen rigen en el grupo social. En definitiva, resultan necesariamente compartidas.

Aporta Moscovici “Mantengo, por lo tanto, que las representaciones sociales están encaminadas, primera y principalmente, a hacer la comunicación en un grupo relativamente no problemática y a reducir lo “vago” a través de un grado de consenso entre sus miembros” (1998; 237).
De esta manera, las representaciones sociales pueden describirse como estructuras ordenadas y jerarquizadas a partir de grupos sociales específicos que son compartidas por mentes individuales con ciertas variaciones.

En esta misma línea de pensamiento encontramos a Jodelet, quien señala que las representaciones sociales “condensan un conjunto de significados; sistemas de referencia que nos permiten interpretar lo que nos sucede, e incluso, da un sentido a lo inesperado; categorías que sirven para clasificar las circunstancias, los fenómenos y a los individuos con quienes tenemos algo que ver” (1986; 472). Entonces, son características de pensamientos prácticos, orientadas hacia la comunicación, la comprensión y el dominio del contexto social, material e ideal.

Retomando algunas ideas sobre las que el grupo de investigación ha avanzado incluso desde un proyecto de investigación anterior[1], partimos de concebir a la Modernidad como un momento constitutivo de prácticas sociales atravesadas por ámbitos e instituciones hegemónicas, en las cuales de manera central, regía una concepción lineal del tiempo, un tiempo de progreso, un tiempo que se proyectaba hacia un futuro “prometido” e incuestionablemente mejor, un tiempo “que no se puede perder”, un tiempo que “es dinero”. Estos modos de representar el tiempo, jerarquizan y configuran ciertas prácticas y, por ende, ciertos capitales y  modos de relación. 
La temporalidad de la Modernidad pretendía ser ordenadora, también en su clara separación entre tiempo y espacio. Anthony Giddens hace referencia a los marcadores espaciales que indican una particular conciencia de la localización y señala que en la premodernidad “el tiempo y el espacio se vinculaban mediante la situación de un lugar”, pero resalta que en la Modernidad se generó una dimensión de tiempo “vacía” que también apartó el espacio de la localización, al inventarse y difundirse el reloj mecánico, en tanto sistema normalizado para todo el planeta (1995:28). De manera análoga, funciona el mapamundi que, en tanto proyección uniforme, no privilegia ningún lugar. El hecho de desarmar configuraciones anteriores, posibilita su articulación a partir de las organizaciones y la organización moderna, hasta llegar a incluir sistemas universales.

Por el contrario, la descripción que hace Castells (2007) del proceso de reconstrucción de tiempo y espacio en nuestro milenio se refiere al “tiempo eterno” (sin secuencias fijas o comprimido por las interacciones en red) y el “espacio de los flujos” (que adquieren un nuevo significado como lugares de convergencia comunicacional en los que la gente recrea distintos propósitos y flujos). En la virtualidad, el tiempo aleatorio, no cíclico, permite la simultaneidad asociada a la instantaneidad y la atemporalidad, en la que conviven lo eterno y lo efímero.

En definitiva, si Giddens señala que una dimensión de tiempo “vacía” resulta central  para su unificación en la Modernidad, entendemos que este principio está siendo socavado por los nuevos dispositivos. Hoy, gracias a los aparatos portátiles y las redes, tendríamos la posibilidad de contar con un tiempo ilimitado, explotable y aprovechable al máximo al romper los límites entre el tiempo de ocio y de trabajo establecidos por el reloj desde la Modernidad, perturbando la noción de secuencia y progreso lineal que se consolidaban. La politicidad del tiempo, en cuanto a los reordenamientos que configura, también guarda estrecha relación con los elementos para medirlo. Son varios los autores que avanzan en esta línea, en especial en cuanto a la configuración de lo cotidiano. Entre otros, Alicia Lindón y Norbert Elias, quienes descartan los enfoques que oponen lo cotidiano y lo estructural, porque entienden que  ambas dimensiones forman parte indisociable de la práctica humana y sus sentidos (Escolar y Minteguiaga, 2002).

Entonces, en esta investigación se habla de representaciones temporales, contemplando a las representaciones (siguiendo la propuesta de Serge Moscovici) como “construcciones sociocognitivas propias del pensamiento ingenuo o del sentido común, que pueden definirse como conjunto de informaciones, creencias, opiniones y actitudes a propósito de un objeto determinado. Constituyen, según Jodelet, una forma de conocimiento socialmente elaborado y compartido, que tiene una intencionalidad práctica y contribuye a la construcción de una realidad común a un conjunto social” (Giménez, 2009).

Del desarrollo al cambio social: las prácticas sociales como manifestaciones de la interacción


Vinculados con el cambio social, encontramos conceptos como desarrollo, progreso, evolución social y revolución. Pero, además, es posible asociar el concepto con otro grupo de nociones como insurgencia, alternatividad, alteratividad, procesos emancipatorios, entre otros.

En el primer grupo, desarrollo refiere a un incremento en la dimensión y en la complejidad de un fenómeno social o económico, usualmente en su aspecto cuantitativo; con progreso se alude a un proceso cualitativo tendiente al mejoramiento de las condiciones de vida de una sociedad (de esta manera, podría lograrse el  desarrollo y no solo el  progreso); la evolución social se vincula con un conjunto de transformaciones generalmente lentas de una sociedad durante un largo período de tiempo; por último, es posible asociar revolución con un cambio estructural radical de la situación establecida, de diversa índole: incruentas, científicas, técnicas, religiosas, etc.

En el otro grupo, lo alternativo intenta provocar modificaciones estructurales y súper estructurales en relación con lo establecido. La insurgencia puede entender como el “levantamiento contra la autoridad en un sentido muy amplio”; en tanto que alterativo y alternativizar aluden a generar modificaciones desde el punto de vista procesual orientado por la constitución de diversas  subjetividades que marcan protagónicamente el liderazgo de ese cambio. Al referirse a  procesos emancipatorios, se destaca el hecho de liberarse de cualquier clase de subordinación o dependencia.

Si bien podemos cuestionar el concepto de desarrollo ya que no implica la participación de los sectores directamente afectados (particularmente de los sectores más pobres y aislados), es posible identificar algunos actores que sí pueden dinamizar ese cambio, como las organizaciones sociales, organizaciones no gubernamentales para el desarrollo social; los centros culturales, organizaciones para el desarrollo cultural; los movimientos sociales y movimientos culturales; los medios de Comunicación; las  políticas públicas y la Universidad pública.

Entonces, en una primera aproximación es posible entender el cambio social como las transformaciones de las condiciones de vida de los grupos humanos, de su estructura y de su sistema de valores. Aún con distintos actores y en diferentes contextos, cambio social siempre tiene que ver con procesos de transformación y/o modificación y/o emancipación. Sin embargo, la noción condensa una espesa carga política subsidiaria de nociones emparentadas con el mismo, como desarrollo e intervención que debemos recorrer con mayor profundidad.

En el cruce singular de esta categoría con el campo de la comunicación, recuperando a Gumucio Dagrón, creemos que “el nuevo comunicador debe entender profundamente que la comunicación para el cambio social trabaja esencialmente con culturas y que se necesita una sensibilidad muy especial para apoyar el proceso de cambio social en el mundo en desarrollo, que no tiene nada más a que aferrarse que a su identidad cultural. Desarrollo y cambio social deben ser posibles dentro de un proceso de intercambios culturales horizontales y respetuosos” (Gumucio Dagron, 2001:4).

Así como la comunicación es central en el cambio social, es en las prácticas en donde se evidencia, y no solo a nivel de los discursos macro sostenidos por los lineamientos de ciertas políticas públicas.  En este sentido, sostenemos que en las prácticas se ponen en juego valores,  por lo que tienen un grado de conflictividad propia de los procesos en los que existe la interacción y que demandan decisiones éticas y políticas. Así dibujada, es imposible uniformar y homogeneizar su diversidad constitutiva, y sólo es posible describir las particulares circunstancias que a las distintas prácticas elegidas para esta investigación, en su situación singular. 

Sometida a tensiones, toda práctica implica un sujeto que ha internalizado pautas muchas veces generadoras de representaciones ilusorias acerca de su propio hacer, de los otros, de los proyectos y de los anhelos. Pero es precisamente en el sentido práctico desde el cual los sujetos resuelven la diversidad de particularidades que deben enfrentar que se presenta cierto nivel de estabilidad. Eso implica que las significaciones no ‘son’ sino que ‘devienen’ en las interacciones, en el intercambio, entre las cosas y no en ellas, en un proceso siempre en tensión, al igual que ocurre con las representaciones.

Por último, debemos reflexionar sobre el hecho que las prácticas sociales,  son fuente de producción de sentidos, y son una arena de lucha, asimismo, por el sentido: “entendidas como manifestaciones de la interacción histórica de los individuos, pueden ser leídas también como enunciaciones que surgen de las experiencias de vida de los hombres y mujeres convertidos en sujetos sociales” (Uranga, 2007).

Desde esta premisa se desprende que la “situación de comunicación” se constituye como material para analizar las prácticas sociales, por eso gran parte de la investigación se sostiene a partir de entrevistas a los sujetos singulares involucrados con esas prácticas, directa o indirectamente, que dan cuenta ya que lo “comunicacional está necesariamente integrado a la complejidad misma de lo social y de lo políti­co y, a la vez que ayuda a su constitución, forma parte de toda situación” (Uranga, 2007).

Ya sea desde un abordaje sociológico o comunicacional, la comunicación inscripta en el espacio de la cultura, asume un espesor que no puede reducirse a la mirada lineal, instrumental, tecnologicista; no puede ser entendida solo desde modelos rígidos que busquen las marcas de la dominación, de la mercantilización, de la alienación. Y al corrernos de esa concepción vertical del poder, la intervención comienza a ser posible.

 

Intervención social, participación y transformación


De modo general, podemos señalar que intervenir tiene que ver con tomar parte en un asunto, decisión o conflicto, en resumen se retoma como “formas de vincularidad” y por lo tanto como producción social de sentidos y/o construcción material. Entre sus versiones más clásicas, el concepto aparece  “volcado hacia una noción de acción práctica, enfatizando la dimensión espacial (el terreno, el lugar, el campo) donde se ejerce el quehacer profesional, intentando dar un buen servicio a la gente. De allí que incluso se llegue a decir, que este saber se desarrolla cara a cara, variando el número de personas involucradas según se trate de una atención de caso, de grupos o de comunidades” (Matus, 2004: 34).

Sin embargo, cuando nos referimos a intervención social, no podemos perder de vista al menos cuatro dimensiones: los cambios existentes en el contexto, las diversas perspectivas de teorías sociales, los enfoques epistemológicos y los marcos ético/valóricos. Intervención es tanto participación como transformación/alteración, es un conglomerado de conceptos que articula múltiples relaciones entre y con la sociedad de la que es parte. Y la alteración, claro está, muy próxima a la idea de cambio social.

El concepto de interpelación puede ser útil para observar la dirección de la  intervención en lo social, las políticas sociales, como también en la investigación. Interpelar todo aquello que se presenta en forma afortunada o es develado a partir de una intervención. Interpelar, en ese contexto, implica hacer visible aquello que está oculto –que no ha sido visto por la comunidad o la agenda pública-, de allí que genera preguntas y, por ende, necesidad de respuestas. Para esto, es necesario considerar que “el espacio de aparición, el ámbito público, no preexiste a la acción sino que se gesta en ella y se desvanece con su ausencia” (Hilb, 2004: 11). En este sentido, la intervención configura un espacio público que no preexiste a la situación singular, ya que conjuga las diversas perspectivas de teorías sociales, los enfoques epistemológicos y los marcos ético/valóricos, como quedó dicho.

En definitiva, “los procesos de intervención social no pueden ser vistos como simples formas de operacionalizar políticas, sino como los gestores de un espacio público peculiar. En este mismo sentido, el potencial de intervenciones sociales innovadoras es su posibilidad de construir y transformar dicha esfera. Consecuentemente, si se presta atención a las formas de intervención, se está desplegando un foco que permite analizar el contenido, las características, las luces y sombras del resplandor de lo público” (Matus, 2004: 53).

Asimismo, desde el campo de los estudios culturales, se evidencia una voluntad política desde la noción de intervención, que aparece como central y rasgo distintivo. Ya el simple hecho de reflexionar cuestionando el poder configura una serie de prácticas de intervención posibles desde las unidades académicas que, como señalamos antes, son uno de los actores que pueden impulsar el cambio. Asimismo, implica en un nivel más profundo, realizar un análisis crítico sobre la cultura: “esa toma de posición no implica mirar imparcialmente las prácticas culturales, sino considerarlas como encrucijadas en el modo de hacer y en la forma de actuar, es decir, en la práctica que interviene teórica, práctica y discursivamente”, puntualiza Etcheto (Richard, 2010: 90).

El espacio público negociado, lugar de inclusión y exclusión


Si una primera distinción entre lo público y lo privado se origina en tanto su “disponibilidad de llegar abiertamente a todos”, otra distinción de la dicotomía tiene que ver con la relación entre “el dominio del poder político institucionalizado, que fue in crescendo en manos de un Estado soberano y, por otra, los dominios de la actividad económica y las relaciones personales que quedaban fuera del control político directo” (Thompson, 1998:106). En consecuencia, surge la idea de asociar a lo público con las actividades del Estado, relegándose lo “privado” a aquello que quedaba excluido de él. En las últimas décadas del siglo XX, entre ambos dominios, han surgido y prosperado varias organizaciones intermedias, que no son ni propiedad del Estado ni son del todo privadas (como caridad, partidos políticos y grupos de presión que tratan de articular puntos de vista específicos, empresa de propiedad cooperativa, etc.).

En este sentido, distintos autores señalaron la necesidad de privilegiar el estudio de la conformación de espacios de negociación, cooperación y conflicto entre actores provenientes de diversos niveles del Estado y de las multifacéticas expresiones de la “sociedad civil”. De esta manera, Acuña, Jelin y Kessler postulan el concepto de interfaz y sostienen que la misma “no articula piezas forjadas independientemente; no es una bisagra sino un conjunto de relaciones de mutua determinación e influencia sobre la propia naturaleza de cada polo” (Acuña, 2006: 15-16).

Retomando a  Delgado (s/f), vemos que “…es a través de la formación de lugar que el espacio, cómo espacio público, pasa a ser apropiado por las personas, quienes lo llenan con significados a través de sus vivencias, memorias, de sus prácticas sociales y urbanas. El lugar, entonces, involucra el dónde se está, el cómo se está y con quiénes se interactúa”. En esta línea, la historia del concepto comunidad deriva de una figura formalizada por Ferdinand Tönnies, a fines del siglo XIX. Para el autor, comunidad refería  a un tipo de organización social inspirada en el modelo de los lazos familiares, fundamentada en posiciones sociales heredadas y objetivables y en relaciones personales de intimidad y confianza, vínculos corporativos, relaciones de intercambio, sistema divino de sanciones, etc. En oposición, asociación supone un tipo ideal de sociedad fundada en relaciones impersonales entre desconocidos, vínculos independientes, relaciones contractuales, sistema de sanciones seculares, etc. 

La comunidad es sociedad imaginada como natural, y se caracteriza por el papel central que en ella juega el parentesco y la vecindad, sus miembros se conocen y confían mutuamente entre sí, comparten vida cotidiana y trabajo. En este territorio, sus habitantes “naturales” ordenan sus experiencias a partir de valores divinamente inspirados y/o legitimados por la tradición y la historia; cohesionados por una experiencia común del pasado. Por otra parte, la asociación se funda en la voluntad arbitraria de sus miembros, quienes comparten más el futuro que el pasado, subordinan los sentimientos a la razón, calculan medios y fines y actúan en función de ellos. Lo colectivo, inversamente, se asocia con la idea de reunión de individuos que toman consciencia de lo conveniente de su copresencia y la asumen como medio para obtener un fin, que puede ser simplemente el de sobrevivir.  Si la comunidad exige coherencia, lo que necesita y configura toda colectividad es cohesión.

A partir de esto, se entiende por qué el pensamiento moderno puso en circulación el concepto de espacio público como lo conocemos, en concordancia con la idea de lo colectivo, como resultante de la reunión entre seres humanos en función de sus intereses comunes, sin ninguno que supere en importancia e intensidad al de convivir. Es así que el espacio público es uno de los pilares del proyecto cultural de la Modernidad por su capacidad de reunir lo social y no tanto por su territorialidad. La posibilidad misma de un mundo común –en el sentido de compartido– no puede asentarse en la naturaleza común de los seres humanos que lo conforman, sino “por el hecho de que, a pesar de las diferencias de posición y  la resultante variedad de perspectivas, todos están interesados en el mismo objeto” (Delgado, s/f). En ese sentido, el espacio público moderno se configura en y para el intercambio comunicacional, con vistas a hegemonizar sentidos que alienten el convivir, formando colectividad y se vuelve lugar central para le mediación entre sociedad y Estado; entre sociabilidad y ciudadanía.

Estas sedimentaciones que restringen y modelan las posibilidades de participación en el espacio público van definiendo, entre otras cuestiones, lo que Néstor García Canclini (1997) denominó “dispositivos de inclusión/exclusión” y que Rosana Reguillo (2000), refiere desde la constitución de los aparatos institucionales que restringieron a las élites dominantes las posibilidades de participar del debate común. Sin embargo, esta estrategia de exclusión de las mayorías poblacionales fue dando lugar a otros mecanismos de inclusión que, a pesar de redefinir los límites del espacio público, de ampliarlos, incorporaron lo que permanecía marginado a condición de aceptar unas reglas y unos modos de enunciación.  En síntesis, la negación del acceso al espacio público de numerosos actores sociales, en tanto éste se conformó con los valores de un proyecto dominante, trajo como primera consecuencia, la separación entre el mundo de lo público y el mundo de lo privado, lo exterior y lo interior. Y al operarse y afianzarse esta disociación de mundos, el espacio público negó su sentido como foro para expresar distintas opiniones, para elaborar programas, para rectificar y ratificar opiniones, para tomar posición, al excluir de la palabra a los habitantes de lo interior: las mujeres, los niños, los enfermos, más tarde, los ancianos; todos ellos seres transparentes y marginales (Reguillo, 2000).

Llegada: el cambio social y las prácticas sociales desde la comunicación 


Y es desde situar al conflicto como central en el devenir histórico y desde la dimensión de socialidad, entendida como aquello que excede el orden de la razón institucional, que abordamos las prácticas sociales. Para esto, es necesario considerar que “el espacio de aparición, el ámbito público, no preexiste a la acción sino que se gesta en ella y se desvanece con su ausencia” (Hib, 1994: 11). De esta manera, la intervención configura un espacio público que no preexiste a la situación singular, ya que conjuga las diversas perspectivas de teorías sociales, los enfoques epistemológicos, los marcos éticos y circunscribe las prácticas. Para comprender las tensiones inherentes a la complejidad de las prácticas, creemos que es posible analizarlas desde el cambio social, como transformaciones de las condiciones de vida de los grupos humanos, de su estructura y de su sistema de valores. Para lograr el cambio social, es necesario intervenir. Con la voluntad política como rasgo distintivo, la intervención necesita articular múltiples relaciones entre y con la sociedad de la que es parte. La comunicación puede contribuir al abordar culturas diversas y propiciar intercambios horizontales y respetuoso de las diferencias. 

La comunicación como disciplina, entonces, pretende enfocar el espacio de las prácticas sociales, de las interacciones en cuya experiencia los sujetos se constituyen, se reconocen, asumen y, a la vez, construyen su lugar en el mundo, como enunciaciones que dan cuenta de la experiencia de grupos sociales.

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[1] “Representaciones temporales y prácticas sociales: invariancia o cambio”. Director: Díaz Larrañaga, Nancy. FPyCS- Universidad Nacional de La Plata. 2007-2010.

* “Representaciones temporales y prácticas sociales: el cambio social a partir de la intervención en el espacio público”. Director: Díaz Larrañaga, Nancy Elizabeth; codirector: María Victoria Martin. Programa Nacional de Incentivos 1/01/2011 al 31/12/2014. Integrantes: Paz Echeverría, Luciano Grassi, María Antonieta Teodosio, María del Pilar Ramírez de Castilla Robello, María Cecilia Mainini, Tomás Viviani, Federico Rodrigo, Pablo Bilyk, Manuel Protto Baglione, Mariana Speroni, María Sofía Bernat, María Verónica Haudemand.