Alfredo Alfonso y otros |
Procesos de autogestión de fábricas. Memoria, cultura y politicidad*
ALFREDO ALFONSO
DANIEL BADENES
MAGALÍ CATINO
“Había gente que no sabía qué hacer; gente que hasta ayer con un salario pensaba
que nunca iba a pasar nada en esta isla. Llegaron un día y encontraron la fábrica cerrada.
Algunos se desmoronaron. Otros se rebelaron. Y otros quedaron en medio de los dos.
Por suerte este proceso recuperó mucha gente”
“Lo acá parió, lo que le llamamos cooperativa, porque fue
la mejor forma de asociarnos. Pero no somos un conjunto de trabajadores
que tuvieron el sueño de la Rochdale...”
En nuestro país, la crisis prolongada ha generado una multiplicidad de iniciativas de la denominada economía social o solidaria, constituyendo un referente empírico profundo que nos permite comprender mejor los procesos incluidos en el marco de la investigación. Desde la perspectiva del estudio cultural, nos proponemos analizar los procesos emergentes de reterritorialización en los que se constituyen nuevos sujetos sociales que redefinen el estatuto de lo político. Trabajamos a partir del análisis de las representaciones y prácticas de organizaciones que agrupan a nuevos sujetos urbanos. Junto con el Movimiento Murguero y el Movimiento Piquetero, la investigación también había propuesto el abordaje de “nuevas formas asociativas comunitarias productivas”, apuntando a lo que usualmente se denomina como empresas recuperadas.
El tímido Estado Benefactor latinoamericano ha dado paso a un Estado Re-regulador que reconoce líneas directrices del poder económico concentrado y que, a su vez, se asegura y potencia tanto en los espacios de gestión ejecutiva como en las cámaras de representantes. En el orden sociopolítico, esto generó un proceso de fragmentación sociocultural que puso en crisis a ciertas instituciones modernas y sus prácticas culturales, creencias y certezas.
El sujeto mínimo (Zemelman, 1997) y sin autoría empieza a recuperar su identidad y a construir un futuro posible en el proceso de recuperación de las empresas, primero, y de autogestión, después, y permite, a su vez, pensar en una refiguración en los modos del saber. Esto reafirma que las crisis de las sociedades contemporáneas, que definen el carácter de la época, se viven y resignifican en el nivel de vida cotidiana y en el de la cultura, que son los lugares donde se constituyen las identificaciones. Es en ese marco que emergen agrupamientos sociales, creativas formas de lazo social, prácticas alternativas a la institucionalidad moderna y formas de gestión que escapan al ejercicio político tradicional. La recuperación de fuentes de trabajo a través de la autogestión democrática de fábricas se inscribe en ese proceso, donde se reconoce una multiplicidad de polos de identificación de los sujetos.
Aquí se presenta un primer acercamiento al fenómeno de las empresas y fábricas recuperadas-autogestionadas; rastreando sus antecedentes históricos, rediscutiendo la categoría que las incluye y proponiendo una perspectiva de análisis que capture el sentido cultural de lo político y el sentido político de la cultura. Proponemos analizar los procesos emergentes de reterritorialización (Ortiz, 1996), entendidos como la recuperación simbólica del espacio. Sostenemos que en esos procesos se constituyen nuevos sujetos sociales que redefinen el estatuto de lo político.
Por otro lado, la forma de vivir en sociedad ha cambiado radicalmente sin que ello signifique la desaparición de, sino que se imbrican procesos de rearticulación. Las estrategias del hábitat, las formas de socialidad, el isomorfismo entre el pueblo, la nación y la soberanía -que constituyó el estatuto normativo y organizador de la figura Estado-Nación moderno- están siendo transformados por las formas de circulación de los sujetos en el mundo actual. El desafío de construir vecindarios, es decir “mundos de vida constituidos por asociaciones relativamente estables y confiables, por historias relativamente conocidas y compartidas por todos, y por espacios y lugares colectivamente atravesados y legibles” (Appadurai, 2001).
La recuperación de fuentes de trabajo mediante la autogestión
“Con veinte años de antigüedad en una planta que fue muy taylorista, donde había mucho de mandar y mandar de mala manera, muchas veces nosotros mismos nos hemos acostumbrado a tener a alguien que nos mande para poder realizar las cosas. Más allá de eso, hay mucha gente que ha entendido que es una oportunidad única que tenemos de hacer la fábrica que nosotros pensemos hacer”.
“Hay mucha diferencia. Se vive distinto. Hay… hasta creo que más comunicación”.
Cada caso es único, porta una historia propia y tiene sus particularidades. Pero en términos generales, al hablar de “fábricas recuperadas-autogestionadas” nos referimos al fenómeno por el cual los trabajadores se hacen cargo de empresas quebradas, vaciadas, cerradas o abandonadas por sus dueños. En un contexto donde la desocupación es masiva, los ex empleados resisten dentro o fuera de la empresa defendiendo su fuente laboral, y se organizan para producir en forma autogestionaria.
En el terreno de la política tradicional, la institución de los trabajadores era el sindicato, y su acción de protesta, la huelga. Esas definiciones, propias de la institucionalidad en crisis, tenían como sujeto a los trabajadores ocupados. Las reformas neoliberales plantearon un escenario de incertidumbres al propiciar el surgimiento de nuevas realidades: el cierre de fábricas y la desocupación masiva. Esos problemas no podían ser afrontados con huelgas ni tratados por los sindicatos tradicionales, porque implicaban la pérdida de la condición de trabajador-ocupado. Pero de la cultura política de los trabajadores surgieron prácticas alternativas. Así, quienes padecen la situación de desocupación se organizaron, reconociéndose como un nuevo sujeto colectivo: piqueteros.
Por su parte, hubo trabajadores que enfrentaron el vaciamiento, la quiebra o el cierre de las empresas que los empleaban y recurrieron a la toma y posterior autogestión de la producción. En ese sentido, a propósito de la ocupación y puesta en producción de la fábrica textil Brukman, Naomi Klein (2003) señaló que se trataba de “una nueva forma de movimiento laboral, uno que no está basado en el poder de dejar de trabajar (táctica tradicional de los sindicatos), sino en la firme determinación de mantenerse trabajando sin importar lo que pase”.
Los términos más utilizados para denominar este fenómeno social son los de fábricas ocupadas y empresas recuperadas. Ambos tienen ciertas limitaciones:
- La noción de “fábrica” reduce el alcance del concepto al segundo sector de la economía, es decir, al de producción industrial o manufacturera. De esa forma, no resulta abarcativa de la totalidad del fenómeno, que incluye empresas de servicios (hotelería, transporte, salud). No obstante, esa restricción del término fábricas coincide con la delimitación de nuestro objeto, centrada en las experiencias productivas-industriales.
- La segunda expresión, “ocupadas”, remite al primer acto de resistencia (la toma, ocupación), que no se ha dado en todos los casos, ni es necesariamente la característica más significativa del proceso. En cambio, desde una mirada puesta en las prácticas socioculturales y comunicativas, lo que se intentará ver con centralidad en estas experiencias es la autogestión (el trabajar “sin patrones”), una experiencia que induce a profundas transformaciones al interior a la fábrica.
- La noción de empresas recuperadas tampoco resulta completamente acertada pues, en definitiva, lo que se recupera no es “la empresa” (con su objetivo de lucro, por ejemplo) sino las fuentes de trabajo y de producción. La empresa se re-construye: se crea otra empresa, con características distintivas (la ausencia institucional de empresarios capitalistas, la autogestión y las formas democráticas de organización), para recuperar o regenerar las fuentes de trabajo, que también resultan modificadas.
Aún no se ha encontrado, y probablemente nunca se halle, una denominación acertada que exprese lo singular y lo complejo de este movimiento social sin contradecir o dejar afuera a ciertas experiencias. Creemos que la noción de fábricas recuperadas-autogestionadas condensa las principales características del proceso. No obstante, y más allá de las limitaciones señaladas, también es importante reconocer y rescatar la forma en que se nombran los propios sujetos estudiados.
Antecedentes históricos y casos del trabajo de campo
“Yo doy la vida por la empresa. Aunque me tenga que jubilar... No creo. Yo no me voy más de acá. Me van a sacar con los pies para adelante”.
“Es la vida de uno... Y yo qué se: esta fábrica es como un vicio”.
“Mi trabajo es el porvenir de mis hijos. Y estoy trabajando por una comunidad, no solamente por mi familia... Mi trabajo es todo”.
Si bien retomó del repertorio de acciones colectivas formas de protesta y organización, que tenían antecedentes en experiencias anteriores (la toma de fábricas, la autogestión), el movimiento de las fábricas recuperadas-autogestionadas las articuló de un modo novedoso, otorgándole nuevos sentidos en la resistencia a la pérdida efectiva de las fuentes de trabajo.
El término “cooperativismo” encierra múltiples experiencias, de características muy disímiles. Con más de un siglo y medio de existencia, ha sido “sometido a diversos tipos de presiones, a intentos de instrumentalizarlo en distintas direcciones, e influido por diferentes orientaciones intelectuales y doctrinarias” (Razeto, 2002). Esa coexistencia de tendencias y experiencias diversas ha cargado al cooperativismo de sentidos contradictorios. Es por ello que en el caso de las “fábricas recuperadas”, donde los trabajadores suelen recurrir a esta opción desconociendo los debates doctrinarios, preferimos hablar de autogestión. De todos modos, lo cierto es que la forma jurídica que adoptan para llevarla a cabo es la de cooperativa de trabajo (Argentina) o de producción (Uruguay).
La primera experiencia de cooperativismo de trabajo en La Plata se remonta a 1954, cuando apareció la Cooperativa Industrial Textil Argentina de Producción y Consumo Ldta. (CITA), y su origen tiene que ver, justamente, con la crisis de una empresa capitalista, lo que hace de CITA un exponente “adelantado” en el tiempo de las llamadas empresas recuperadas. Ante la quiebra de la textil SAISA, los obreros formaron una cooperativa para mantener su fuente de trabajo. Otra de las primeras cooperativas de trabajo del país, la Cooperativa Obrera Gráfica de Trabajo Talleres Argentinos Limitada (COGTAL), también tuvo un origen vinculado a la recuperación de una empresa. Había sido una empresa pública creada por el peronismo en 1948. Cuando en 1955 la denominada Revolución Libertadora decidió cerrar todas las empresas gráficas del Estado, sus trabajadores -en ese momento 280 personas- formaron una cooperativa y acordaron con el gobierno quedarse con la fábrica en lugar de cobrar las indemnizaciones.
Durante el gobierno de Frondizi se crearon varias cooperativas en el marco de un proceso privatizador. Una de ellas es la Industria Metalúrgica Plástica Argentina (IMPA), ubicada en Caballito (Capital Federal), una de las empresas expropiadas a propietarios alemanes al final de la segunda guerra mundial, entregada a los trabajadores en 1961, y que sufriría más tarde importantes vaivenes institucionales hasta re-democratizarse y convertirse, entrados los años noventa, en una de las promotoras de la recuperación de empresas.
Desde 1983, finalizada la última dictadura en nuestro país, las cooperativas de trabajo tuvieron un nuevo impulso por parte de militantes de distintos orígenes que habían sido presos políticos o volvían del exilio. Y en la actualidad, el avance del cooperativismo de trabajo está estrechamente vinculado a la crisis de empresas productivas de dirección capitalista, que ante su quiebra o decisión de cierre son “tomadas” por los trabajadores hasta que se les permite poner en marcha la producción autogestionada.
Ya en los años ochenta había habido casos de “ocupación” de empresas que culminaron en su funcionamiento definitivo con gestión de los trabajadores: entre ellos se encuentran los casos de las cooperativas General Mosconi, Adabor, General Savio, Velez Sársfield y CIAM (ex SIAM). Todos esos “casos pioneros” fueron impulsados desde la Unión Obrera Metalúrgica (UOM) de Quilmes, salvo la recuperación de la ex SIAM que fue promovida por la seccional Avellaneda de esa misma organización. Pero se constituyeron como experiencias de gestión sindical, más que de autogestión. Eso implicó el nombramiento de gerentes, la recurrencia a consultoras y la presencia implícita del sindicato como instancia final de toma de decisiones. En ese sentido, si bien son antecedentes de recuperación o conservación de las fuentes de trabajo tras la quiebra, cierre o abandono de empresas, difieren a las experiencias propias del fenómeno que analizamos, que en general han procurado establecer modos de gestión más autónomos, con la participación exclusiva de los trabajadores de la fábrica recuperada.
Es hacia 1998 que comienza el fenómeno reciente de las fábricas recuperadas-autogestionadas. Ese año se producen las luchas de los trabajadores del frigorífico Yaguané y la metalúrgica IMPA, que finalmente pudieron conservar sus puestos de trabajo. Por último, la tercera experiencia pionera se produjo en 2000, con la Cooperativa Unión y Fuerza (ex Gip Metal S.A.), la primera en la que se concretó la metodología de la expropiación de bienes muebles e inmuebles. La visibilidad pública de este proceso emergente, no obstante, se lograría recién entre diciembre de 2001 y mediados de 2003.
Hoy por hoy, existen alrededor de 30 empresas en Uruguay y 200 en Argentina que han sido “recuperadas” o están en proceso de recuperación y autogestión; más allá de la persistencia de conflictos internos y externos. En general se trata de empresas de actividades productivas que se caracterizan por ser de mano de obra intensiva y entre ellas destacan las industrias metal-mecánicas y textiles.
El equipo de investigación ha encarado un trabajo de campo, basado en la observación participante y entrevistas en profundidad, que con mayor o menor densidad ha abordado las experiencias de la cooperativa 25 de Mayo (metalúrgica, Quilmes), el Taller Naval (reparaciones industriales, Berisso), la Unión Papelera Platense (papelera, La Plata) y la cooperativa 11 de Noviembre (metalúrgica, San Antonio de Areco).
Reconociendo las sincronías de los procesos latinoamericanos (Argumedo, 1996) en el proceso de la recuperación y autogestión de fábricas, también se ha indagado sobre tres experiencias uruguayas: el Molino Harinero de Santa Rosa, la Fábrica de Neumáticos de Uruguay (FUNSA) y la textil Coopdy (Ex Dymac) de Montevideo.
Las prácticas de investigación en campo, cuyos resultados se analizarán a la luz de nuestro marco teórico, se guiaron por los interrogantes básicos planteados en el proyecto de investigación, observando las novedosas formas que adquiere la politicidad en estos procesos, la emergencia de nuevas prácticas socioculturales formativas de sujetos y las construcciones de sentido en torno al propio trabajo, la vida y la identidad.
Desde la memoria y la cultura: el sentido de la politicidad
“Si mañana pasara cualquier cosa y acá va a volver un patrón, yo posiblemente me vaya de la empresa. Te lo digo directamente porque lo he dicho en otras oportunidades. En esta empresa no me bancaría volver a tener alguien que… a recibir… porque se vivió mucho, ¿no? Fue muy fuerte todo.
Entonces quedarme creo que sería, no sé, un fracaso”.
Los complejos procesos socioculturales a los que asistimos presentan en general la desarticulación y procesos de ruptura con la memoria común. La multitemporalidad estallada por la destrucción del tiempo de lo colectivo genera desapego a proyectos colectivos de dimensión política y de la constitución de procesos de identificación colectiva, de conformación del nos como plural provocando, por ende, fuertes estados de desafiliación. Pensar la angustia del tiempo presente, es asumir cómo producimos la preparación a lo desconocido. El proceso que surge de estas nuevas formas de lazo social, de la politicidad emergente en las formas o agrupamientos urbanos, permite dar visibilidad a un escenario en el que se renueva la memoria del encuentro como “don”, que circula en el intercambio, que produce formas de reconocimiento entre quien otorga y quien recibe.
Así, aparecen procesos en los que se ponen en juego formas de imaginación de lo real de manera tal que lo que se imagina traiciona lo narrado y crea otro mundo. Las formas emergentes provocan en el sujeto una dislocación con respecto a su tiempo y lugar, generan un espacio/tiempo, un sitio donde lo distinto cabe, donde torna más fuerte aquello por decir.
Si la transmisión implica asumir y rozar la propia historia, y por ende la dimensión de finitud, esta deviene transformada en fuerza organizadora de la densidad del legado. Este es el lugar del encuentro intergeneracional del legado y la memoria. Pero este legado hoy porta dolor, muerte, desocupación, exclusión y silencio. Estas formas de politicidad y procesos de reterritorialización condensan la fuerza simbólica que pone en escena la recuperación de un territorio de significación, de espesor simbólico.
Si no hay rito ni monumento, no hay espacio para que eso que las palabras no pueden decir quede inscripto. El problema es cuando, de una generación a otra, eso no puede ser señalado.
Consideraciones finales
Este escenario, donde la acción se orienta a reconocer un nuevo tipo de políticas públicas y las más diversas experiencias y modelos de empresas -empresas sociales, solidarias, emprendimientos económicos populares, cooperativas de trabajo, de autogestión de servicios, de consumo, etc.- representa el paisaje que nutre e induce nuestra mirada.
Las estrategias públicas que se requieren en la conjunción Estado-Sociedad, y que promuevan directamente nuevas formas asociadas de producción y reproducción -centradas en el trabajo y en otras modalidades de gestión de recursos y necesidades-, empiezan a visualizar en la experiencia autogestionaria de empresas un relato realista.
Debido a su insuficiencia dinámica, es posible que el Estado y su hegemonía consolidada desde el mercado no puedan reintegrar a los excluidos del empleo e ingreso dignos, y los programas de asistencia alternativos se demuestran como una mera resolución de coyuntura.
Con este campo material, imprescindible y seductor, y la posibilidad de desarrollar estrategias donde pensar y articular las reterritorializaciones emergentes, el caso de las empresas recuperadas-autogestionadas, desde su proceso, nos desafía en el final de nuestra investigación a producir sentido y relato.
Bibliografía
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BADENES, Daniel. “Identidad y nuevas formas de policitidad: el caso de las fábricas recuperadas en el Gran La Plata”, en VIII Jornadas Nacionales de Investigadores en Comunicación, La Plata, septiembre de 2004.
CATINO, Magalí y Alfonso, Alfredo. “Los procesos de constitución de los sujetos urbanos”, en Cornejo Portugal, I. (coord). Texturas urbanas: Comunicación y cultura, Fundación Manuel Buendía, México, 2003.
LUCITA, Eduardo. “Fábricas ocupadas y gestión obrera en Argentina. Ocupar, resistir, producir”, en Cuadernos del Sur, noviembre de 2002.
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RAZETO, Luis. Las empresas alternativas, Nordan Comunidad, Montevideo, 2002.
ZEMELMAN, Hugo. Sujeto, existencia y potencia, Fondo de Cultura Económica, México, 1997.
* El presente trabajo se inscribe en el Proyecto de Investigación: “Reterritorializaciones emergentes. Nuevas formas de politicidad e identificaciones constitutivas de sujetos”, dirigido por Alfredo Alfonso e iniciado el 01/01/03 en el marco del Programa de Incentivos a Docentes e Investigadores. Forman parte del equipo de investigación: Magalí Catino, Daniel Badenes, Guillermo Quinteros, Cristian Jure, Néstor Daniel González, Susana Martins y Laura Gómez.