Florencia Saintout




Jóvenes y familia: percepciones de continuidad
y ruptura del mundo social*



Contenido
La familia, un modo de ordenar el mundo
El escenario actual
El matrimonio problematizado
El matrimonio naturalizado
El embarazo adolescente
El amor, la sexualidad: varones y mujeres
Las familias ensambladas o reconstituidas
Familia y poder 
La protección frente al mundo: el refugio ante el desamparo
A manera de cierre: la familia no ha desaparecido, está cambiando.
Bibliografìa
Notas 


La familia, un modo de ordenar el mundo

La familia moderna, como formación social, se consolida en las sociedades capitalistas avanzadas a fines del siglo XVIII, durante el siglo XIX, y tiene que ver con los procesos de migración y urbanización que se dan junto al desarrollo del capitalismo industrializador que entre otras cuestiones separa el trabajo del mundo doméstico. Así, ya para principio de siglo la familia moderna aparece afianzada en el nuevo orden social garantizando la reproducción de la fuerza de trabajo y el mantenimiento de un orden establecido.

En Argentina, desde 1870, hasta 1930 aproximadamente, es la necesidad de reproducir la población a la vez que mantener control sobre ella con la menor inversión de recursos posibles por parte del Estado, lo que lleva a los sectores liberales gobernantes a una política de fortalecimiento de los lazos interpersonales y de la familia misma como espacio de contención. Esta época se caracteriza por el desembarco de millones de inmigrantes europeos que constituyen sus familias a través del casamiento por ley, con cada vez menos hijos, en acelerados procesos de secularización, a diferencia de la población campesina autóctona que vive en concubinato con numerosos hijos.

Para 1960, en una Argentina industrializada, que ha vivido una migración masiva del campo a la ciudad, los procesos se homogenizan, y los cambios socioculturales son tan profundos que afectan a toda la sociedad. Este tipo de familia, que crece y se normaliza a través de la acción de un Estado “filantrópico” hasta los años 30, y por el Estado de Bienestar luego, se define por elementos muy claros. Describe Susana Torrado (2003): “Desde el punto de vista de la organización familiar esta se caracterizó por los siguientes rasgos: la formación de la pareja dejó de fundarse en los intereses de linaje o de las alianzas y emergieron dominantes los principios del amor romántico; la vida interna de la familia estuvo centrada en las relaciones interpersonales de sus miembros; el matrimonio-institución se consideraba la vía regia para lograr relaciones maritales estables, ya que aseguraba la perennidad del vínculo; los hijos eran privilegiados en la atención, realización en inversión de los padres -de ahí su rápida disminución numérica-; en fin, existía una delimitación tajante en la división del trabajo entre el hombre -proveedor de los recursos del sustento grupal- y la mujer -reina del/confinada al- ámbito doméstico y a las tareas de reproducción y socialización de los niños. En esto consistió la emergencia y consolidación de la familia moderna”.

Esta familia es entonces una institución social conformada a partir de la alianza matrimonial entre sujetos de diferente sexo, legitimada en el amor romántico, donde los roles son claramente distinguibles y también son distinguibles las relaciones de autoridad, en este orden: padre, madre, hijo mayor, hijas menores. A la vez, la sexualidad, la procreación y la convivencia se erigen como espacio de la intimidad, del mundo privado, y claramente separada del espacio público -aunque claro está el ámbito privado o intimo nunca dejó de estar atravesado y regulado por las instituciones políticas-. En el modelo clásico, monogámico, existían además expectativas y roles diferenciados para la mujer, responsable de la organización doméstica, y de las tareas “reproductivas”: gestar y tener hijos, encargada de lo que Elisabeth Jelin (1997) llama la reproducción cotidiana, es decir, de las tareas que permitan el mantenimiento y las subsistencia de los miembros de la familia y de la reproducción social, o sea, de las tareas dirigidas al mantenimiento de un orden social a través de la educación y socialización temprana de los hijos, la transmisión de valores y patrones de conducta.

Por supuesto que la existencia de este modelo de familia no implicó que no hubiera siempre otras formas de la familia, pero estas eran definidas como desviaciones o incluso perversiones, en relación al modelo dominante que se imponía como natural, casi biológico, y patrón desde el cual se medía lo otro.

Pero a mediados de la década del sesenta, en los setenta -y aceleradamente con las crisis de crecimiento económico de los  ochenta en la región- hasta la actualidad esta naturalización de la familia “normal” comienza a cambiar. Son innumerables y de diversos ordenes las razones que podríamos situar para pensar este cambio: modificación de los modelos de producción económica; crisis de los Estados de Bienestar; revoluciones y cambios de los ordenes políticos vigentes hasta el momento; cambios en el mundo del trabajo que provocan la incorporación al mismo de las mujeres; cambios en el ámbito de la salud; aumento de la población, etcétera. Y fundamentalmente, para la década del 60, la llamada revolución sexual, que rompe, entre otras cosas, con el modelo de sexualidad normal agotado en la reproducción y que, legitimado por la iglesia cristiana durante siglos, había sido apropiado por la familia monogámica. Esta revolución gestada en la posguerra tiene un sustrato económico, social y cultural y entre sus consecuencias más importantes está el cuestionamiento a la regulación de la sexualidad a través de roles fijos entre hombre/mujer, donde ésta queda supeditada al poder del varón que tiene el patrimonio del goce. Lo que se discute es la confinación de la sexualidad a la reproducción, y el patrimonio del goce sexual adjudicado al mundo masculino.

Y en este sentido, el desarrollo cada vez más vertiginoso de los medios de comunicación, introyectándose en los ámbitos domésticos e íntimos, va a ir aportando hasta la actualidad imágenes y nuevos relatos para el cuestionamiento de esa familia normalizada rígidamente.

El escenario actual

Hoy la familia aparece en discusión desde los diferentes sectores sociales y con marcas propias en cada uno de ellos, redefiniéndose aquellas verdades que la constituyeron durante años. Uno de los estudios sociológicos más importantes sobre las transformaciones estructurales de la familia argentina en los últimos años es el realizado por Susana Torrado y publicado con el nombre de Historia de la Familia en la Argentina Moderna, que toma el período 1870/2000. Como parte de este trabajo, y a partir del análisis de las estadísticas nacionales, Torrado describe las transformaciones en la composición del hogar en las últimas décadas. Dice que entre las tendencias del cambio es posible señalar la cohabitación como forma de entrada y permanencia en la unión; el incremento de los divorcios y de las separaciones de uniones consensuales; la profundización de la secuencia unión/separación/reincidencia. Dice además que el incremento de estas tendencias incide sobre la composición de las familias: el aumento del volumen de adultos que viven solos, sobre todo hombres; el incremento de las familias monoparentales, sobre todo, encabezadas por mujeres; la emergencia de familias ensambladas, con predominio de hijos anteriores a la unión actual aportados por mujeres; la difusión de las familias consensuales en detrimento de las legales. También habla de un menor tamaño de la familia, con menos hijos, y una disminución de la presencia de la familia extensa en el hogar. A esto sumamos el dato de que por diferentes razones, de orden económico pero también cultural, los jóvenes extienden cada vez más el tiempo de vida dentro del hogar de base.

En este artículo nos ocuparemos en principio de describir algunas de las claves de percepción y representación que construyen los jóvenes de los cambios en la familia, dando cuenta de las rupturas en los modelos tradicionales, pero también atendiendo a las continuidades o hibridaciones.

El matrimonio problematizado

En primer lugar, uno de los lugares donde se hace más evidente la ruptura con el modelo de familia moderna, tiene que ver con el sentido que los jóvenes le atribuyen al matrimonio. El matrimonio, como unión monogámica de una pareja heterosexual legitimada por la ley civil y/o religiosa, basada en el amor romántico, donde el vínculo fusiona a las personas en una sola con la consecuente pérdida del peso de la identidad personal, había sido una de las bases de la familia modera. En este modelo, además, los roles del varón como proveedor del sustento común y garante de la protección, y el de la mujer como madre, responsable del orden doméstico y dadora de goce, estaban claramente definidos.

Hoy, para estos jóvenes entrevistados, el matrimonio no es, en principio, un destino, una necesidad excluyente para acceder al mundo adulto: es, en todo caso, una posibilidad más entre otras. Tanto para las mujeres como para los varones, el matrimonio ha dejado de ser la salida inevitable de la familia de base, y la mayoría se plantea la convivencia con el otro sexo sin “papeles” como algo natural, a veces como una instancia previa a un matrimonio y otras como un fin en sí mismo.

En los sectores medios, y específicamente en aquellos que poseen un volumen más alto de capital cultural, el matrimonio como la institución central de la vida social va perdiendo lugar. Incluso algunos jóvenes, en un porcentaje menor, piensan su futuro sin la necesidad de la convivencia con el sujeto -femenino/masculino- de amor. Pero generalmente son las mujeres las que profundizan en una reflexión sobre la posibilidad de “no casarse”, o más comúnmente de “esperar todo lo que sea posible” antes de hacerlo, problematizando la idea de que el matrimonio podría ser un espacio de coacción, de limitación de sus desarrollos personales.

En estos sectores el matrimonio está lejos de ser visto sólo en su función reproductora, como lo fue tradicionalmente: es más, varios jóvenes platean la duda frente a la paternidad/maternidad mucho más fuertemente que con respecto a la convivencia. Esto no quiere decir, sobre todo en las mujeres, que tener hijos no sea un camino deseable o, incluso, esperable, pero a diferencia de otras generaciones, aparece problematizado. Para ellas la familia es vista también como un espacio de la maternidad, auque esta aparece “luego de” la carrera, la realización profesional, los estudios, “el probar otras cosas”, el “ver más del mundo”… Las jóvenes de sectores medios piensan en una pareja en la que su rol de mujer no sea únicamente el de esposa y madre, pero que sin descartarlo sume también el ser protagonistas a través del desarrollo de una vida profesional o simplemente laboral de la economía y manutención del hogar, un lugar durante años destinado a los hombres.

Podríamos pensar que estamos frente a un matrimonio que ha dejado, o está dejado de ser la institución social que fundamentalmente reguló y contuvo la procreación para ser además un espacio de desarrollo subjetivo.

El matrimonio, además, tiene para los jóvenes cada vez menos peso normativo, institucional para ser cada vez más un espacio de intimidad y subjetividad mayor, donde hay lugar para el goce, tanto de hombres como de mujeres. Casi sin excepciones el matrimonio en los sectores medios no es pensado por las mujeres sin el derecho al goce sexual, al deseo de la pareja, pero también de otros/as. Si antes el matrimonio llevaba implícito en su contrato la idea de la fidelidad, hoy este aparece reflexionado y tematizado, tanto por las chicas como por los chicos: no solo no se niega sino que se discute y se problematiza a partir de la apertura a buscar otras respuestas. No queremos decir que los jóvenes del sectores medios no se preocupan por el contrato de la fidelidad, sino que tratan de pensarlo pluridimensionalmente, de manera distinta a como lo hicieron las generaciones anteriores, de las cuales les molesta, según dicen, la hipocresía con respecto al tema: “Antes pasaba todo, también, pero nadie lo decía. Y si se sabía era el final, el desastre. Ahora yo no se que haría, no te voy a decir que me gusta la idea, pero si mi novio está con otra, no sé, ya lo charlamos y está la posibilidad”.

Frente a estas nuevas formas de mirar el matrimonio, también hemos notado como el los sectores medios, al menos, hay una aceptación mayor que en las generaciones anteriores de las parejas homosexuales. Una idea de que “si para ellos está bien, para mí también”, una capacidad mayor de incorporar la diferencia al paisaje de la vida cotidiana. Esto, cabe señalarlo, aparece entre otras cuestiones como una marca de época de la cual obviamente los jóvenes no están exentos, pero, como en otros temas, son los que con mayor claridad hacen visibles las rupturas. También podemos decir que si bien estamos aquí frente a la problematización de las estigmatización de la homosexualidad que dominó durante siglos, ésta no sólo no ha desaparecido absolutamente en los jóvenes sino además, a veces pareciera que más que frente a prácticas de inclusión de la diferencia estamos ante ejercicios de la indiferencia y la atomización.

El matrimonio naturalizado

Para los jóvenes de sectores bajos, el matrimonio “con papeles” tampoco es una meta o preocupación, sino que prima fundamentalmente la unión de hecho que generalmente se da a partir de la llegada de un hijo. Si la crítica negativa al matrimonio en los sectores medios es enunciada como una ganancia en autonomía y libertad con respecto a los mecanismos de regulación y control social, en estos jóvenes la reflexión adquiere otro carácter. El matrimonio, que muchas veces no es producto del desenlace de un noviazgo y una preparación previa, no tiene en los relatos un gran lugar, como rito de pasaje, sino generalmente más bien como consecuencia natural de un embarazo. Como sus condiciones de vida son precarias, la mayoría de las veces la convivencia de la pareja se da pero bajo el techo de otros familiares.

Como también adquiere otro carácter la mirada sobre la postergación de los hijos: se inician en la maternidad/ paternidad muy tempranamente y la mayoría de las veces esto no sucede como resultado de una planificación cuidadosa, sino que los embarazos son producto de relaciones ocasionales. En las chicas, el lugar de los hijos, y podríamos pensar de la familia, ocupa un lugar importante, positivo: “Es –el bebé- lo más lindo que tengo”. “Los cuido más que a mi vida”. “Antes no sabía lo importante que era un hijo”. En los relatos de los varones, no hemos escuchado esto.

Cuando la maternidad ocurre sin la presencia del varón, esta es vista por las jóvenes como fracaso, consecuencia no deseada de malas elecciones o simplemente del destino negativo, algo que no podía ser evitado. Lo cual no hace que dejen de pensar en la posibilidad de armar una nueva pareja, una nueva familia.

El aborto como opción siempre aparece en el relato a posteriori y el resultado final, la no interrupción del embarazo, se justifica por dos cuestiones. En primer lugar, las imposibilidades materiales -haber llegado demasiado tarde; no tener la plata- y en segundo, el destino y la “inocencia” del nuevo bebé frente a la culpa de la madre joven -“¿Qué culpa tienen el bebé de lo que yo hice? Ya está”[1]. Sin embargo, si el embarazo llega a término, la llegada de un hijo no es vista linealmente por las chicas como un impedimento, o una traba para la vida sino que a veces es todo lo contrario: “Ahora soy mujer y puedo decidir sobre mi vida”, “Mi papá no puede meterse en lo que decido, yo ahora tengo un hijo”. Esto muestra la permanencia de cierto orden jerárquico de ejercicio del poder de lo masculino a lo femenino, y de los adultos a los más jóvenes que en los sectores medios aparece más desdibujado -y que trabajaremos más delante- que hace que la maternidad posibilite “subir un escalón más” en la jerarquía.

Pero también, junto a esta ganancia en poder, las chicas manifiestan el perder la libertad de moverse por donde les plazca, de ir a bailar con las amigas, de la libertad sexual: ganan en responsabilidades, pierden en libertad. Relatos llenos de nostalgia por lo perdido son comunes y dan cuenta del poder regulatorio que sobre sus vidas tiene el nuevo estatuto de la maternidad, que las confina al hogar, tenga este las características que tenga, trabaje ella o no trabaje. También habla de una nueva dependencia, ahora, la que las liga al papá de sus hijos cuando este está. Y por supuesto, para las jóvenes madres, el hecho de tener hijos duplica su necesidad de trabajar ya que incluso muchas veces son ellas solas las que se hacen cargo del o los bebés.

Para los jóvenes varones la llegada de los hijos es diferente, aunque también ellos manifiestan un cambio en sus vidas al momento de hacerse padres. Ese cambio generalmente es definido a partir de dejar de ser “vago”, haciendo alusión tanto a la responsabilidad con respecto a su rol proveedor, como así también a lo que tiene que ver con el abandono de una vida con mayores libertades sexuales. Pero las chicas, cuando hablan del cambio en la vida de los varones frente a la llegada de los hijos, dicen no verlo como tal, no percibir diferencias entre lo que los varones hacían antes y hacen ahora, vislumbrando un corte más tajante entre el antes y el después para la mujer. Sin embrago, claramente los jóvenes que entrevistamos con hijos hablaron de su temor a no poder cumplir con las expectativas sobre ellos como proveedores. Y situaron este temor como un temor nuevo, que no conocían.

La paternidad en estos jóvenes se juega también en relación a la masculinidad mucho más explícitamente que en otros sectores sociales.

El embarazo adolescente

Frente al aumento de las cifras de embarazos adolescentes existe un diagnóstico a partir de la ausencia de educación sexual y de información para la prevención. Se dice que estos embarazos son producto de la falta de políticas de educación e información sexual. Seguramente esto está entre los elementos que provocan que cada día más jóvenes entren abruptamente a la adultez con embarazos tempranos. Sin embargo, desde los relatos de las mismas jóvenes con respecto a la maternidad, es posible analizar algunos elementos más que participan como causales. El primero de ellos es el que mencionábamos anteriormente y que tiene que ver con la necesidad de entrar a la adultez para liberarse de la opresión del mundo adulto: una manera de inscribirse en el mundo adulto cuando se cerraron la gran mayoría de las puertas.

En segundo lugar, la desarticulación de las trayectorias familiares prefijables, donde los ciclos están claramente demarcados -primero se estudia, luego se trabaja, luego se tiene hijos- contribuye a la dificultad para la planificación y postergación del embarazo. La ausencia de caminos claros hacia el futuro, que es una de las condiciones estructurales para la planificación, nuevamente sitúa a los jóvenes en el tiempo del presente. Y si bien la oscuridad para vislumbrar horizontes es común a todos los sectores sociales, en los sectores populares las posibilidades materiales -de una carrera, de un trabajo vocacional, etcétera- son aún más chicas: “Se percibe la desarticulación de una cultura: no hay horizontes claros, ni futuro prometedor, el sentido del cuidado y la proyección en el tiempo pierden su valor en nombre de un inmediatismo que busca realizarse exclusivamente en el presente. Y tal vez por eso se registre el crecimiento del descuido y la apertura a las conductas de riesgo”. (Urresti, 2003) El “cuidarse” -la prevención del embarazo, del sida, de otras enfermedades venéreas- aparece para las chicas como algo alejado del amor, que es puro presente. No hay un sentido de las consecuencias, lo que implicaría pensar en el mañana del cual no se sabe nada, y lo verdadero, lo auténtico es hoy.

Finalmente, podríamos preguntarnos si ante la profunda desarticulación y fragmentación social, la dificultad de elaborar proyectos colectivos y horizontes deseables a la cual estos jóvenes están expuestos como marca epocal, el embarazo no constituye una forma de resistir a la dificultad por dar un sentido a la vida. Si no es que el anhelo de tener algo propio, de tomar decisiones propias, no significa una apuesta al anclaje en momentos de gran deriva.

El amor, la sexualidad: varones y mujeres

¿Y qué es el amor para estos jóvenes? ¿Qué dicen de la sexualidad? Si ha habido una relación histórica entre estos temas y la familia, en este apartado nos interesa ver cómo la plantean los jóvenes hoy.

El enamoramiento no es un elemento natural de la condición humana, sino que es producto de relaciones culturales construidas. Es así como el amor como sentimiento individualmente experimentado y culturalmente compartido, debe ser pensado dentro de matrices que involucren a los sujetos pero que vayan más allá de ellos mismos. A mediados del siglo XVIII aparece en Europa, reemplazando las relaciones de pareja establecidas por la conveniencia y el linaje, el amor romántico[2]. Este tipo de amor, anclado en un principio en la mujer, si bien le da un lugar que la fija en la maternidad como abnegación y sacrificio, y al matrimonio como meta, significa una ganancia en autonomía con respecto a los matrimonios por conveniencia ya que habla del derecho a la elección basada en el amor que se piensa a su vez como condición subjetiva[3]. Luego de la llamada revolución sexual y en franco avance hasta la actualidad este ideal de amor es severamente criticado planteando un nuevo lugar para la mujer y en consecuencia también para el hombre. El nuevo lugar tiene que ver con la libertad de manejar su cuerpo y de optar una sexualidad no restringida a la procreación, lo que le permite pensar el amor en su ligazón al goce propio y a un cuerpo autónomo. También podemos pensar, que hoy, con la llegada del sida y sus fantasmas, entre los cuales la asociación de la sexualidad a la muerte -como lo fue durante siglos, cuando el embarazo era una amenaza de muerte importante para las mujeres- traerá nuevos cambios para entender el amor.

Pero las transformaciones no se dan linealmente en la vida social, de manera absoluta, sino que lo nuevo y lo viejo negocian, se yuxtaponen. En así que en nuestras entrevistas hemos visto como las formas de entender la afectividad en la pareja se va dando con la convivencia de distintos modelos, donde a veces vemos como el ideal de amor romántico se conjuga con la libertad sexual o con las restricciones  más profundas. Generalmente, tanto en sectores medios como en sectores populares, son las chicas las que retoman el modelo de amor romántico para justificar la elección de una pareja.

Como se dijo anteriormente, en las mujeres de sectores medios los ideales de autonomía ligados a la postergación de la maternidad con el objeto del desarrollo personal y profesional está presente también. Pero como dijimos, aunque problematizada, la maternidad como consumación de la feminidad se suma, no es antagónica, a este modelo de la autonomía. Por otro lado, además, las chicas manifiestan su decisión de “probar”, de elegir, de “no casarse con el primero”. Si para la generación de sus abuelos que una chica tuviera antes de casarse muchos noviazgos o relaciones era visto negativamente, para estas generaciones lejos de ser un problema es visto con absoluta naturalidad. Incluso la virginidad de la mujer como condición de pureza generalmente es vista por las chicas de sectores medios como algo poco importante. Podríamos decir que hay una combinación de un modelo de ser mujer romántico con una visión pragmática de la sexualidad, donde el probar antes, conocer a más de uno, convivir antes de casarse, podría ayudar a no equivocarse después, a no fracasar a la hora de armar la pareja. Hay, finalmente, una aceptación -problematizada, a veces contradictoria- del derecho de la mujer a ser “propietaria” de su goce sexual y su cuerpo.

En las chicas de sectores populares, si bien vemos algún principio de alejamiento de patrones culturales patriarcales que restringen su lugar sólo al de la maternidad, las condiciones materiales de existencia provocan que la salida de estos modelos sea más dificultosa que en los sectores medios, como dijimos en párrafos anteriores. Aunque también, por otro lado, la libertad para elegir parejas, la “movilidad”, es vivida… ¿Sin culpa? ¿Con mayor libertad? Es que junto a un modelo que las restringe a la maternidad, esta no implica necesariamente la permanencia con la pareja, o la idea de la mujer inmaculada, lo que seguramente está relacionado a que finalmente las uniones de las parejas tengan precarios condicionamientos materiales.

En los varones, por otro lado, se percibe un cierto movimiento del modelo clásico para pensar su lugar a la hora de formar una pareja, fundamentalmente en los sectores medios. Los varones jóvenes, y más pronunciadamente cuanto más capital cultural poseen, aceptan generalmente la idea de que la mujer pueda trabajar, tener sus proyectos. Es más, en los sectores medios universitarios manifiestan que no elegirían una mujer que sólo fuera ama de casa, que sus novias piensan en una carrera, no solo en el matrimonio, y que eso les gusta. Aquellos varones que ya tienen hijos, comparten el cuidado de los mismos con la mujer y reparten tareas domésticas, reflexionando sobre una ruptura o problematización entre el antes de sus padres y el ahora. Con respecto a las relaciones sexuales previas de las mujeres, si bien es cierto que la gran mayoría de ellos dice ver con naturalidad no “ser los primeros” en la vida de sus parejas -incluso algunos valoran positivamente esta condición de la experiencia previa de la mujer- también una parte importante manifiesta que les hubiera gustado, o que desean que la mujer con la que formen una familia no haya tenido antes ninguna relación de pareja.

En los sectores medios, los y las jóvenes dicen que los padres no tienen problemas con que ellos desarrollen una sexualidad previa al matrimonio, aunque las chicas dicen sentir el control de los padres, las sugerencias de cuidado, etcétera.

En los sectores populares, si bien existe una preeminencia de las dominación masculina, posible de ser vista en los relatos entre varones que se ubican como conquistadores y en los relatos de mujeres que los ubican como centro de sus movimientos, la experiencia histórica de la movilidad de roles tradicionales está al menos permeando las discursos. Es así como en algunas entrevistas escuchamos que los varones valoran el trabajo fuera de la casa de la mujer –generalmente no como desarrollo de autonomía, sino por su aporte a la economía del hogar-, que dicen acompañar la “tarea” de la mujer con los hijos, etcétera. A pesar de esto, es necesario decir que si bien se están dando algunos cambios, estos son mucho menos marcados que en los sectores medios. Concluimos que existe entre los varones, -y por supuesto entre las mujeres, aunque en menor grado- una permanencia de viejos roles que entran en tensión con los requerimientos y posibilidades del presente.

Las familias ensambladas o reconstituidas

En las entrevistas, los jóvenes de sectores medios, dan cuenta de una aceptación muy fuerte, casi natural, a la idea de familia más allá del modelo clásico de “mamá, papá e hijos”. Es más bien la pluralidad de modelos, la convivencia de modelos familiares, lo que caracteriza sus visiones de lo que es y lo que es posible que sea una familia. Así, es pensada también a partir de hogares constituidos por los hijos y la madre, donde ella es la que trabaja; por los hijos y el padre; por la esposa del padre y sus hijos; por un abuelo, los primos y el padre; por dos hombres que se plantean la posibilidad de adopción, etcétera. Los jóvenes incluso generalmente ponen límites muy laxos a lo que definen como integrantes de la familia, aunque claramente entran los lazos sanguíneos y todos aquellos con los que se puede contar desde su función de afecto y provisión.

En este esquema, la presencia de la familia extensa -los abuelos, los tíos, los primos- si bien ha disminuido con respecto a otras generaciones, no ha desaparecido. La disminución de la familia extensa puede ser pensada en relación a la tendencia en aumento de los procesos de individualización de la sociedad, aunque volvemos a remarcar, en los jóvenes entrevistados no ha desaparecido.

En los jóvenes de sectores subalternos que entrevistamos el modelo mononuclear como único casi no está. Más bien lo que prima es la existencia de familias constituidas por hijos de diferentes parejas, al frente de un adulto mujer u hombre solo, familias ensambladas de tíos, primos, etcétera. La presencia de la familia extensa es mayor que en los sectores medios, ya que los lazos de parentesco continúan siendo una necesidad pragmática clara a la hora de resolver las carencias de la vida cotidiana.

Este modo de familias ensambladas o familias “reconstituidas”, no es nuevo, aunque va en aumento. Si bien nuestra investigación trabajó con chicos de la ciudad de La Plata, el análisis que arrojó una investigación de la década del noventa para todo el país puede contextualizar lo que decimos. Plantea Rosa Geldstein (1996) que: “Señalada -la familia reconstituida- como un modo de funcionamiento habitual en nuestras clases bajas desde hace mucho tiempo, en la Argentina su incremento viene siendo observado por los terapeutas familiares, cuya experiencia clínica más frecuentemente proviene de sectores medios. En una muestra no probabilística de 363 jóvenes solteros, mujeres y varones entre 15 y 18 años, se encontraron proporciones importantes de jóvenes -de sectores socio económicos bajos como de medios- que vivían en familias que no se ajustaban al modelo esperado de familia nuclear completa”[4].

Estamos entonces frente a una mayor posibilidad de opciones para la definición de la familia, que no se restringe al modelo mononuclear. Esto seguramente se debe en los últimos años a cambios culturales profundos que ya hemos señalado -autonomía, individualización, cambios de roles, etcétera- pero también, a transformaciones de orden estructural en relación a la precarización cada vez mayor de las condiciones materiales de existencia para amplios sectores.

Pero más allá de estas consideraciones macro, lo que nos interesa señalar aquí es la percepción de la pluralidad de modelos que estos jóvenes aceptan y crean, incluso llegando en los sectores medios a manifestar una apertura hacia la idea de familia formada por gente del mismo sexo, lo cual en generaciones anteriores era visto como desvío. Es decir, que estos jóvenes, en líneas generales, no viven la ruptura con el modelo de familia mononuclear como anormalidad o vergüenza, sino que por lo contrario lo han naturalizado, ejerciendo una mayor libertad para vivir en familia.

En la actualidad existe una enorme constelación de opciones para definir qué es una familia, que hace unas décadas hubiera sido impensable de manera aproblemática. Esto nos permite imaginar que no estamos sólo frente a una mayor cantidad de variaciones posibles, sino también de una probable capacidad de aceptación de la diferencia mayor por parte de los propios jóvenes y de un proceso complejo de democratización de la vida cotidiana que va de la mano, en un doble movimiento y tensión, de otros procesos de individualización creciente en nuestras sociedades.

Familia y poder

Explica Jelin que “la unidad familiar no es un conjunto indiferenciado de individuos. Es una organización social, un microcosmos de relaciones de producción, reproducción y distribución, con una estructura de poder y con fuertes componentes ideológicos y afectivos que cementan esa organización y ayudan a su persistencia y reproducción, pero donde también hay bases estructurales de lucha y conflicto. Al mismo tiempo que existen tareas e intereses colectivos, los miembros tienen intereses propios, anclados en su propia ubicación dentro de la estructura social”. Durantes años la organización de la familia se sostuvo sobre una estructura patriarcal, donde el jefe de familia varón tenía poder de control y decisión sobre el resto de los miembros.

Si bien la permanencia del modelo de jerarquía patriarcal sigue estando presente en los sectores populares y también aunque con menos fuerza en los sectores medios, pareciera ser que en el seno de la familia las relaciones de autoridad están siendo discutidas, o al menos, lo que podemos mencionar, es que los jóvenes perciben una circulación de la autoridad que no está solo detenida en la figura masculina paterna.

Estos procesos tienen que ver claramente con los nuevos roles que las mujeres vienen incorporando y que obviamente modifica también este lugar paterno de “jefe del hogar”. Debido a demandas de autonomía de la mujer y también a situaciones de aumento de la precarización y rupturas en el mundo del trabajo que obligaron a las mujeres a hacerse cargo de la economía familiar como productoras, la autoridad anclada en la figura paterna está siendo cuestionada. Por otro lado, la visibilización social creciente de los niños y los jóvenes -a través de lógicas tan distintas como las de la protección jurídica de los “menores” o el mercado creando consumidores- van haciendo de ellos actores con palabra y decisión dentro de la familia. Las familias ensambladas o reconstituidas son otro elemento a tener en cuenta en este proceso, ya que en ellas las nuevas estructuras presentan relaciones donde la circulación de autoridad no es clara: los hijos de un cónyuge no siempre aceptan la autoridad del otro; los adultos del nuevo matrimonio no siempre aceptan hacerse cargo del ejercicio de la autoridad sobre los hijos no biológicos, etcétera. Además, la permanencia por más tiempo de los jóvenes en el hogar por razones casi siempre económicas, provoca que vayan incorporándose al mundo del trabajo dificultosa y lentamente, aunque con efectos de autonomía dentro del seno familiar. Finalmente, es importante recordar que el aceleramiento de los procesos de individualización encuentra en los jóvenes a uno de los principales sujetos de demanda, que se erigen frente a  sus padres cuestionando la autoridad del control.

Ahora bien, por supuesto que esto no es una realidad absoluta, ni siquiera una tendencia homogénea, y no solamente presenta diferencias entre los sectores sociales que trabajamos sino dentro de cada uno de ellos. Las denuncias por casos de violencia familiar, generalmente ejercida de varón a mujer, de adulto a niño, habla de la persistencia de un modelo patriarcal jerarquizado de ejercicio del poder. Sin embargo, como decíamos, nos interesa también señalar aquí que este modelo está en discusión, y que los jóvenes dan cuenta en sus relatos del movimiento.

Cuando decimos movimiento, no nos referimos sólo a los casos donde la ausencia del varón padre, o la incapacidad de este por ejercer su rol tradicional, se desplaza intacto al de la mujer. Sino que hablamos de la incorporación de otras voces, de otras demandas a ser escuchadas, negociadas. Los jóvenes de sectores medios hoy participan de la decisión de las vacaciones familiares, de las inversiones, por supuesto de sus elecciones subjetivas, y tienen conciencia de eso. Cuando los jóvenes hablan de los conflictos con sus padres, estos relatos dan cuenta del cuestionamiento de los hijos con respecto a su autoridad, al modo de ejercerla: “Mi viejo es una autoritario, yo le traté de explicar que así no eran las cosas, que yo necesitaba mis tiempos para adaptarme a la universidad y que ahora es imposible conseguir trabajo. Así que nos peleamos todo el día, al final no lo va a entender”. “A mí mamá no le gusta que salga de noche, le da miedo, pero igual se las tiene que bancar, sabe que no puede hacer nada”.

Los jóvenes cuestionan la intención de control que sobre sus vida quieren ejercer sus padres -y que su vez son sujetos de un reclamo y una exigencia social de controlarlos- justificándose en un derecho a la autonomía: “Es mi vida, yo puedo hacer con ella lo que quiera, no quiero que se meten en eso, yo tengo derecho a elegir qué hacer con mis amigos, donde ir, si trabajar o estudiar”. En la ciudad de La Plata, además, se da una característica particular que es la preeminencia de una población juvenil conformada por chicos que llegan a estudiar de diferentes lugares del país, y que alejados de sus hogares viven solos o con amigos. Esto abona seguramente la idea de independencia y autonomía para tomar decisiones, aunque paradójicamente en la mayoría de los casos estos chicos resuelven sus economías a través del aporte exclusivo de la familia paterna/materna.

Con los jóvenes de sectores populares el proceso, como dijimos en varias ocasiones, es distinto, y la autoridad adulta masculina sigue siendo muy fuerte, pero igualmente podemos señalar que el aumento de las jefas de hogar y la incorporación de los jóvenes al mundo del trabajo, junto a los procesos señalados, podría estar marcando lentamente algunos cambios. Sin embargo, sin menospreciar la dimensión de género, creemos que la dimensión de la desigualdad material es todavía mucho más fuerte y que en ocasiones obtura las transformaciones de género. El poder masculino es generalmente inamovible para las jóvenes que no tienen oportunidades materiales de modificar sus lugares.

Todavía está por verse cómo estas percepciones pueden ser relacionadas con otros datos que permitan profundizar en la cuestión, y que habiliten problematizar, por ejemplo, la pregunta de si estamos frente a la emergencia de múltiples voces que negocian y acuerdan el sentido de la vida en condiciones relativamente simétricas, o es sólo el licuamiento del poder paterno sin un correlato en formas plurales de acción común.

La protección frente al mundo: el refugio ante el desamparo

Como uno de los últimos puntos que hemos observado, nos interesa destacar que de la mano de la diversidad de formas de vivir la familia por parte de los jóvenes, nos ha llamado especialmente la atención la centralidad que tiene la familia como institución en sus vidas. Sea ésta lo que sea, esté conformada con estructuras más tradicionales o más novedosas, sea más o menos democrática, sea la real o la ideal, la familia ocupa un lugar de valoración positiva en los jóvenes. Muchas veces incluso criticando la familia y sus roles rígidos, los jóvenes de diferentes sectores acuerdan en considerarla como una institución central para sus vidas; como un lugar positivo. En términos generales la familia es percibida como importante y necesaria, y cuando no lo es en el presente, para ellos deberá serlo en el futuro, o al menos así lo desean. Hay una expectativa fuerte en la familia como institución de amparo, de proyección hacia algo mejor. En sectores medios, hay una nostalgia por la familia del pasado -el relato de la familia “Campagnelli” de sus padres, cuando todos estaban unidos y tenían objetivos comunes y solidarios- y a la que se plantea la necesidad de volver. Pero incluso en los sectores populares, aún cuando muchos de los relatos sobre la familia actual estén hablando de la desarticulación, de abandonos, odios y rencores, podemos ver una nostalgia por algo que parecía unido en algún momento y que se rompió; algo que deberá armarse otra vez.

Los jóvenes manifiestan encontrar en la familia, o en lo que debería ser la familia, “lo auténtico”, “las raíces”, parte de lo bueno en un mundo cada vez más difícil. La familia es, como dice una de las entrevistadas, el “lugar donde sé que está lo verdadero, donde no hay engaño, donde no me puede pasar nada malo”.

Es posible pensar que la ubicación de la familia como espacio de protección podría deberse a dos cuestiones que corren paralelas. Por un lado, a la permanencia residual de un discurso -la familia como el “nido” de los afectos por oposición al espacio racional, impersonal, de lo público- que durante muchos años ha sido absolutamente hegemónico, y hoy, aunque socavado desde dentro, no ha desaparecido del todo. Pero por otro lado, no debería dejarse de tener en cuenta el contexto histórico de inestabilidad y desamparo social en que hoy están, en distintos grados, las grandes mayorías de jóvenes. Porque al mismo tiempo que se profundizan los procesos de autonomización e individualización de los sujetos, el mundo se les vuelve más efímero y precario. Si bien la desarticulación es más fuerte en los sectores de jóvenes más pobres donde en ocasiones es discutible sus condiciones mismas de ciudadanía, los jóvenes de clase media que en la actualidad tienen garantizado el acceso a algunos de los derechos básicos, no solamente se encuentran recortados en otros, sino que también perciben el mundo del nos/otros como un mundo de la vulnerabilidad. Entonces, pensar que hay algún lugar seguro desde el cual protegerse de la deriva calma la desazón del desconcierto.

A manera de cierre: la familia no ha desaparecido, está cambiando.

Desde hace unas décadas circula una pregunta: la familia ¿Se transforma o se extingue? (Jelin, 1996). En este capítulo hemos dado cuenta de la persistencia de la familia como institución social a través de la experiencia que de ella tienen los jóvenes. Pero también hemos hablado de sus profundas transformaciones y rupturas con un moldeo tradicional que tuvo larga vida y que aunque no ha desaparecido se ha mezclado, yuxtapuesto y perdido en la actualidad. Estamos viviendo permanencias, hibridaciones y también cambios.

Pero cuando hablamos de cambios no podemos pensarlos en una sola dirección. No vemos con claridad si estos cambios profundizan el carácter inclusivo y plural de la vida cotidiana, o no. Como vimos, ni siquiera es posible pensar que estos cambios se den para todos los sectores sociales de la misma manera o bajo el mismo signo.

Entre los puntos más visible desde la percepción de los jóvenes hemos visto:

- La puesta en discusión del matrimonio como regulador de la sexualidad y de la vida social acompañada de la apertura hacia otras opciones. Junto a esto la aceptación de los jóvenes de una mayor diversidad de modos de vivir en familia.

- La convivencia, a la hora de elegir parejas, de modelos tradicionales del amor romántico con modelos críticos ligados a la revolución sexual y a sus consecuencias hasta la actualidad. En este punto, como en otros, hemos visto una cierta plasticidad de los jóvenes para “tomar y dejar”, para mezclar de alguna manera pragmáticamente, diferentes modelos.

- La redefiniciones de roles de género dentro de la familia, donde las mayores transformaciones son visibilizadas por las mujeres. Pero también hemos analizado cómo es que estas redefiniciones o no se dan, o se dan más lentamente en los sectores populares, donde las cuestiones no sólo culturales sino materiales dificultan la ruptura con modelos tradicionales.

- La búsqueda de mayor autonomía por los jóvenes y la defensa de su propia subjetividad en el seno de la familia, rediscutiendo las estructuras de poder tradicionales. En este sentido, la circulación y redefinición de la autoridad y sus modos de ejercicio patriarcales. Nuevamente, como en el punto anterior, la dificultad de estos cambios para los sectores subalternos, específicamente para las jóvenes.


- Las dificultades entre requerimientos y expectativas actuales y posibilidades materiales. Esto sucede, alrededor de distinta problemáticas, para varones y mujeres, para sectores medios y populares.

- La presencia fuerte que la familia tiene como institución social en la vida de los jóvenes.

- Una postura clara de los jóvenes en la tensión entre la búsqueda de puntos de vista fijos, que permitan anclar la incertidumbre, y el entregarse a la navegar la deriva. En esta tensión, es que los jóvenes le están dando nuevos y viejos sentidos a la familia.

Finalmente, podemos decir que la familia desde su crisis, sigue vigente como institución capaz de integrar a la vida común -cada vez menos común- y reproducir un orden social -cada vez más desordenado-.

Como vemos, hay cuestiones que se están modificando desde las prácticas de los jóvenes, como otras que permanecen más allá de haberse anunciado el final de la familia. Pero la familia no ha desaparecido, está en “desorden” (Roudinesco, 2003).

Y frente a esta transformación están conviviendo dos posturas con su correlato en las propuestas performativas. Por un lado, aquellas que ven en el cambio el deterioro y malestar de lo social. La crisis de los modelos tradicionales de la familia ocuparía el doble lugar de síntoma y causa de los grandes males que acontecen en nuestros días: violencia, inseguridad, pérdida de normatividad y exceso. En este discurso, la demonización de los jóvenes como actores sociales del deterioro cobra un lugar de absoluta relevancia: los jóvenes son peligrosos porque no los contiene la familia.

El otro discurso ante las transformaciones de la familia se sitúa en la celebración de la ruptura de la familia tradicional como ruptura con la normatividad del control y la opresión que representaba. La muerte de la familia es la muerte de los poderes masculinos, autoritarios que durante décadas orientaron la vida privada en acuerdo con el espacio público. Así, se celebra la democratización de los poderes, la circulación de la autoridad que sucede en la familia como metáfora también de lo que podría suceder en la sociedad toda.

Sin dejar de ninguna manera de lado la idea de que la familia está cambiado, y plateando la necesidad de una distancia crítica frente a ambos discursos -en el primero se propone volver hacia los modelos tradicionales; en el segundo, asumir la desaparición de la familia-, tal vez sea necesario colocarse en el borde entre ellos, y pensar que no es posible abordar estas transformaciones si no se lo hace desde asumir no sólo las rupturas sino también las continuidades. La familia está transformándose, pero su lugar -junto a otras instituciones- como espacio de la socialidad, de la incorporación de las reglas de juego social no ha desaparecido aún: hoy los jóvenes siguen pensado a la familia como un lugar de intersubjetividad de enorme importancia para sus vidas sociales. A la vez, no es tan obvio asumir que las transformaciones impliquen necesariamente una democratización de la vida cotidiana, que en todo caso estará por verse en los próximos años. Sin tomar necesariamente el carácter contundente de la afirmación, lo que señala Ulrich Beck (1997) al respecto puede ayudarnos a problematizar el tema: “En un punto central, pues, no puede hablarse precisamente de una democratización de la familia. Es posible que las viejas estructuras de autoridad estén deterioradas; su barniz en todo caso ha desaparecido; la negociación se convierte en el modelo dominante. Todo tiene que ser producido, improvisado, justificado. Los principios del diálogo, del cambio eventual de roles, del escuchar, del hacerse responsable por el otro siguen incumplidos”.

Bibliografía
Delich, F. La crisis en la crisis. Estado, nación sociedad y mercados en la Argentina Contemporánea, Eudeba, Buenos Aires, 2003.
Beck, U. Hijos de la Libertad, FCE, Buenos Aires, 1999.
Isla Lacarrieu, M. y Selby, H. Parando la olla. Transformaciones familiares, representaciones y valores e los tiempos de Menem, Norma-FLACSO, Buenos Aires, 1999.
Geldstein, R. “Familias con liderazgo femenino en sectores populares de Buenos Aires”, en Wainerman, Catalina (comp.). Vivir en Familia, UNICEF Losada, Buenos Aires, 1996.
Jelin, E. “Familia: crisis y después…”, en Wainerman, C. (comp.), Op. cit.
________ Pan y afectos. La transformación de la familia, FCE, Buenos Aires, 1997.
Margulis, M. La juventud es más que una palabra. Ensayos sobre cultura y juventud, Biblos, Buenos Aires, 1996.
________ y otros. Juventud, cultura, sexualidad, Biblos, Buenos Aires, 2003.
Mead, M. Cultura y compromiso, Granica, Buenos Aires, 1971.
Roudinesco, E. La familia en desorden, FCE, Buenos Aires, 2003.
Torrado, S. Historia de la familia en la Argentina Modera, Ediciones de la Flor, Buenos Aires, 2003.
Urresti, M. “La dimensión cultural del embarazo y la maternidad adolescente”, en Margulis, M. y otros, Op. cit.
Wainerman, C. (comp.). Vivir en familia, UNICEF, Losada, Buenos Aires, 1996.

Notas
* El presente trabajo se inscribe en el Proyecto de Investigación: “Jóvenes y futuro: modos de comunicar un mundo nuevo”, dirigido por Florencia Saintout e iniciado el 01/01/04 en el marco del Programa de Incentivos a Docentes e Investigadores. Forman parte del equipo de investigación: Andrea Varela, Adela Ruiz, Victoria Martin, Natalia Ferrante y Valeria Zalloco.
[1] En cada uno de los relatos, hay también la referencia a la intervención de los adultos en la toma de decisiones, no siempre como decidores finales sino que en la mayoría de los casos aparecen tarde, culpando, dueños de la capacidad de juzgar la decisión y que finalmente, podría ser, son burlados.
[2] Escribe Mario Margulis (2003) que “el amor romántico puso énfasis en ciertas virtudes de la feminidad, destacó el papel de la mujer en el hogar -al que debía dirigir con suavidad y persuasión- e idealizó la maternidad. Su irrupción contribuyó a contrarrestar el predominio de los matrimonios arreglados por las familias, se opuso al matrimonio como contrato que velaba por el patrimonio y la conveniencia y consecuentemente tendió a valorizar la posibilidad de elección basada en el amor. También, abonó un terreno de fantasías, sueños y esperanzas que encontró gran eco en el público femenino”.
[3] Beatriz Sarlo, en El imperio de los sentimientos -un trabajo de investigación que indaga sobre la formación de lectores a principio de siglo en la Argentina -, da cuenta de este tipo de amor a partir del análisis de la literatura en las revistas femeninas. Allí podemos ver cómo es que estos “sueños de amor romántico” liberan a las mujeres de las vidas grises a las que parecían estar condenadas.
[4] Datos de la investigación de Edith Pantelides y Rosa Geldstein sobre Imágenes de género y conductas reproductivas de los adolescentes, CENEP, Buenos Aires, 1993, en Geldstein, R. (Cfr. Bibliografía).