Adela Ruiz |
El adormecimiento informativo*
“Informar no es lo mismo que comunicar”. Esto es algo que sin duda se sabe; ya se ha dicho y mucho se ha teorizado al respecto. Pero si es así, ¿Por qué fue lo primero que puntualizó Dominique Wolton, en su reciente visita a la Argentina, cuando aludió a las principales dificultades que enfrentan los medios gráficos en la actualidad?[1] Podríamos pensar, al menos, en dos razones: o la frontera entre ambas actividades no es tan clara, o, de tan demarcada, perdió su correlato con la práctica profesional cotidiana.
Pero remitámonos a un ejemplo. Tal vez no muy ortodoxo, pero no por eso menos verificable.
Imaginemos que un aficionado lector de medios gráficos decide un día elegir un tema, que ha descubierto como recurrente en diversos diarios y revistas, y tomarse el trabajo de indagar, de manera sistemática, qué tipo de tratamiento se le otorga durante un prudencial período de tiempo. Supongamos que la temática elegida son los jóvenes y que su tarea de seguimiento comprende el registro cotidiano de las informaciones que al respecto publican tres diarios y dos revistas de información general; todos ellos de alcance nacional[2].
Pero una vez finalizada su empresa, nuestro lector no podrá menos que sentirse desconcertado: necesita más tiempo para deshacerse del material impreso que ha recabado que para sistematizar los hallazgos de tan heroica iniciativa. Porque aunque se resista, no deja de constatar que para los medios los jóvenes oscilan entre ser referentes casi excluyentes del Delito o constituir la encarnación misma del Éxito.
Claro que, ante tan sugerente binomio, no puede más que sentirse en la obligación de hacer un nuevo repaso de sus propias anotaciones. Y comienza por el cuerpo central de los diarios, pero, como ya sabe a qué atenerse, se dirige sin escalas a la sección en la que se incluyen las informaciones policiales[3]. Asaltos que culminan en tiroteos con la policía, o incluyen toma de rehenes; asesinatos de familias completas, con frustrados intentos de suicidio; acusaciones de violencia escolar o condenas por abuso sexual; engaños o adulterios que motivan crímenes pasionales; innumerables robos menores o bandas que son desbaratadas por operativos policiales… los jóvenes parecen ser los protagonistas incansables de las más variadas acciones delictivas.
Aunque también a veces las padecen. Denuncias por violación; presentaciones por maltrato policial; golpizas o ataques de arma blanca, especialmente en boliches; parejas asaltadas o incluso asesinadas; rehenes en asaltos, blanco de secuestros o víctimas de la mayor tragedia nacional. No hay dudas, la ecuación se mantiene. Sean víctimas o victimarios, para la sección que concentra las problemáticas que resultan más cercanas al individuo común, los jóvenes son noticia por su exclusiva asociación al criterio de Conflicto.
Pero antes de caer en trilladas reflexiones sobre la juventud, nuestro infatigable lector busca el remanso que le ofrecen las noticias de los suplementos que, diaria o semanalmente, integran las ediciones de estos mismos diarios. Porque no caben dudas de que en estas páginas los jóvenes son otros. Gracias a sus capacidades y conocimientos, compiten fuera de las fronteras nacionales, producen películas, dirigen documentales, escriben novelas, idean espectáculos no convencionales o se consagran en el séptimo arte. Perfiles que, con cierta dosis de rareza, también se reproducen en las revistas dominicales, muchas veces dentro de espacios fijos: a esta altura nuestro obsesivo consumidor de medios gráficos está casi convencido de que si quiere disfrutar de una buena comida exótica sólo tiene que asegurarse que los chef no superen los 30 años.
Para finalizar su recuento, y habiendo previsto el agotamiento que le produciría tamaña tarea, se dispone a verificar lo que en este mismo período publicaron los principales semanarios nacionales de información general. Y ahora sí siente que la distensión es completa. Modelos transgresoras, modelos-artistas, modelos-madres y esposas, deportistas olímpicas que parecen modelos, deportistas premiados, bailarines estresados, cantantes despechadas. Es cierto, a esta altura experimenta cierto aturdimiento, pero sabe que el objetivo de su indagación está cumplido. Y se abandona a la lectura, después de todo, ya nada le impide interiorizarse sobre lo que estos jóvenes exitosos piensan del amor, la fidelidad, el programa de Maradona y las vacaciones de Bush.
Transmitir mensajes no es lo mismo que establecer relaciones; generar noticias y lanzarlas al escenario mediático, involucra mucho más que la mera mediación tecnológica; construir agendas públicas supone un ejercicio de reflexión que excede el acierto de brindar al público lo que este parece estar esperando. El problema es que aunque esto pueda considerarse un acuerdo generalizado, el llamado de atención sigue resonando: “En los medios hay más mensajes que comunicaciones”, y su eco nos conduce a un debate que parecía saldado.
Hagamos una breve recapitulación. Hace tiempo hemos aceptado que los medios no son máquinas de representación de la realidad sino que, junto a otros actores, contribuyen a crearla; y con esto, que los hechos no preexisten al proceso de producción que se lleva a cabo en las organizaciones informativas, sino que existen en la medida en que los medios los producen institucionalmente. Todo esto en un pasaje que, groseramente sintetizado, significó abandonar la idea de reflejo por el concepto de construcción y, en consecuencia, dejar de asociar las noticias a los hechos para pasar a concebirlas como relatos, como representaciones posibles de la realidad social (Martínez Albertos, 1977).
Claro que, desarrollos tecnológicos y procesos de globalización mediante determinaron que tales representaciones pasaran de ser conceptualmente posibles a constituirse en la principal -y muchas veces única- vía de acceso a un mundo con el que no tenemos contacto directo. No fue de otro modo que los medios, convertidos ya en proveedores indiscutidos del caudal de informaciones que remiten al acontecer cotidiano, pasaron a constituirse en el principal ámbito de visibilidad de lo social. Y esto sucedió por varias razones: porque permiten ordenar y clasificar la realidad en esferas preestablecidas y, tal vez con mayor incidencia, porque aseguran continuidad y homogeneidad a la visión del mundo presentado (Wolf, 1991).
Ahora bien, ¿Qué sucede cuando esta capacidad de naturalizar el discurso socialmente establecido no deja resquicio para el registro de la diversidad?, ¿Cuando la posibilidad de construcción del lazo social que generan los medios es acallada por un periodismo de monólogo donde sólo hay espacio para una agobiante rutina productiva?
Sin duda este interrogante no tiene un destinatario excluyente, pero tal vez cobre particular relevancia en el caso de los medios gráficos. No sólo porque en ellos el camino de la noticiabilidad hace tiempo se ha alejado de la tradicional carrera en pos de la primicia y la novedad -dando paso a una práctica periodística más vinculada a la interpretación y al análisis- sino, también, por el peso que sus esquemas de ordenamiento de la realidad ejercen frente a clasificaciones mediáticas más flexibles, donde los modos de producción y consumo sí se estructuran en torno al ritmo que impone el “último momento”.
Porque incluso si por un tiempo decidiéramos hacer lo mismo que nuestro metódico lector, no podríamos mantener eternamente un sistema de alerta que nos permitiera detectar aquellos momentos en los que la organización de los productos periodísticos se formaliza y las noticias, que diariamente nos aportan un marco de referencia desde donde pensar el mundo, no son más que productos envasados cuya única distinción reside en el modo en que son presentadas.
Naturalmente, esto no implica desconocer que en tanto sistemas productivos los medios adoptan rutinas estandarizadas que les permiten resolver a diario su trabajo con la información, pero tampoco supone olvidar que las agendas temáticas -que instalan en este mismo accionar- necesitan de la introducción constante de las nuevas problemáticas y tendencias que aparecen en la sociedad (Martini, 2000). De lo contrario, lo que se obtiene es una construcción sesgada, un auténtico monólogo informativo a través del cual los medios, en lugar de dar cuenta de la diversidad de elementos que intervienen en el devenir social, y de las relaciones que entre ellos se establecen, “encorsetan” la realidad en esquemas de clasificación que resultan funcionales a sus propios supuestos noticiables.
Esta situación es que intentó plasmar el ejemplo inicial. Para los medios impresos, los jóvenes se tornan noticiables desde dos lugares centrales: por su relación con el conflicto o por su vínculo con el éxito. La producción de las informaciones que los involucran se desenvuelve de manera reiterada y sistemática, y prueba de esto es que no hay zonas grises, ni instancias intermedias. Es evidente que las noticias varían en la singularidad de cada caso, pero esto no significa que haya diversidad; si los hechos siempre son los mismos, lo que sugiere el cambio de protagonistas, más que una búsqueda cotidiana de acontecimientos, es un rutinario proceso de copy-paste. Y lo que se pierde en este camino no es otra cosa que la capacidad de construir sentidos comunes. Porque a través de discursos adormecidos que sólo portan identidades fragmentadas y ambiguas, es posible que se informe, pero no que se comunique.
Claro que hay hechos que no están en discusión. Hoy se hace periodismo en tiempo real, y los medios -en especial los diarios- enfrentan el desafío de redefinir su lugar de cara a las aceleradas modificaciones que introducen las nuevas tecnologías; hoy los medios conviven con crecientes cuestionamientos de legitimidad, y a esto los diarios añaden su crisis de circulación y ventas. Pero aún en este escenario, la labor periodística no sólo necesita dialogar con la política -y esgrimir que es el poder, en sus diferentes manifiestaciones, el origen de todos los males-, también necesita dialogar con la sociedad. En otras palabras, si la retroalimentación que exigen los procesos de comunicación no se produce, si no hay lugar para los matices, lo que termina sucediendo es lo que constató nuestro perseverante, pero resignado, lector: la vida real desaparece de los diarios. Y, con ella, la legitimación que el público otorga a través de la identificación.
Bibliografía
MARTÍNEZ ALBERTOS, José. Curso General de Redacción Periodística, Mitre, Barcelona, 1983.
MARTINI, Stella. Periodismo, noticia y noticiabilidad, Buenos Aires, Norma, 2000.
RODRIGO ALSINA, Miquel. La construcción de la noticia, Paidós, Buenos Aires, 1989.
WOLF, Mauro. La investigación de la comunicación de masas. Crítica y perspectivas, Paidós, México, 1991.
Notas
* El presente trabajo se inscribe en el Proyecto de Investigación: “Medios de comunicación gráficos. Construcción y circulación de discursos sociales”, que es llevado a cabo por la Lic. Adela Ruiz, en el período 2004-2006, bajo la dirección del Lic. Jorge Luis Bernetti y la codirección de la Mg. Florencia Saintout, en el programa de Becas de Perfeccionamiento en la Investigación Científica y Tecnológica de la Universidad Nacional de La Plata.
[1] Observación realizada en el marco de la conferencia “La comunicación de cara a la democracia” con la que fue inaugurado el Seminario Internacional “Desafíos del periodismo real: los diarios en la encrucijada del siglo XXI”, que organizó el diario Clarín del 6 al 7 de julio de 2005 en el Museo de Arte Latinoamericano (Malba), Buenos Aires, Argentina.
[2] El universo de análisis de esta investigación está integrado por los diarios La Nación, Página 12 y El Día, las revistas dominicales La Nación Revista y Nueva (que se edita con el diario platense) y los semanarios de información general Noticias y Veintitrés.
[3] No decimos sección “Policiales” porque, salvo en el caso del diario El Día que sigue denominando a este espacio como “Información Policial”, tanto Página 12 como La Nación incluyen este tipo de noticias en las secciones de “Sociedad” e “Información General”, respectivamente.