Pablo Castillo* |
Manzaneras. Una mirada comunicacional
Puntos de partida
La gestión comunicacional de políticas públicas
Esta tesis propone analizar los procesos de implementación de las políticas sociales desde el punto de vista de la gestión comunicacional, estableciendo como eje articulador el Plan “Vida” de la provincia de Buenos Aires, en el período 1995-2001. A su vez, además de detenernos en la configuración de un nuevo acto social: las manzaneras, y de este énfasis puesto en la gestión, el estudio plantea un segundo objetivo que consiste en interpelar las nuevas vinculaciones que estos procesos de implementación de las políticas sociales producen entre el Estado y la sociedad civil.
Así, la comunicación será abordada simultáneamente por una doble vía:
1. En tanto gestión comunicacional, como productora de relaciones sociales (diagnósticos, estrategias, planificaciones, etc.).
2. En tanto mirada comunicacional, a partir de examinar el papel que ocupa en el estudio y la acción que el cambio histórico produce.
Hemos privilegiado el Plan “Vida” porque entendemos que cuenta con importantes ventajas adicionales respecto a otros programas o acciones estatales. Señalaremos aquellas que se consideran más relevantes:
a) Constituir el principal Plan de acción social de la provincia.
b) Poseer una sistematización que no tienen otros programas con objetivos similares.
c) Vincularse específicamente con actores y sectores sociales (económicos, religiosos, políticos, culturales, etc.)
d) Participar de un entramado institucional (provincia-municipios-organizaciones intermedias, etc.) cuyo grado de gestión comunicacional aún no ha sido estudiado con profundidad.
Con aproximadamente 13 millones de habitantes, la provincia de Buenos Aires comprende casi el 40% de la población total del país (Censo 2001). En ese escenario, las manzaneras se convirtieron en las encargadas de ejecutar un presupuesto de casi 138 millones de pesos destinado a cubrir las necesidades de una población que vio acentuado su deterioro social y económico como efecto del proceso globalizador; al mismo tiempo en que se fueron transformando en una aceitada maquinaria de recolección de información cotidiana.
Por lo tanto, interrogarnos sobre los efectos que en términos de gestión comunicacional produce la aplicación de las políticas sociales que se desarrollan a lo largo y a lo ancho del territorio bonaerense constituye un punto de referencia ineludible para aproximarnos tanto a los modos de interacción y expresión de los sectores populares como para dar cuenta de las herramientas y estrategias que éstos implementan para sobrellevar una situación social que, de por sí, les es adversa.
En lugares donde la segmentación social, la deficiencia o ausencia de servicios públicos esenciales (agua corriente, unidades sanitarias, medios de locomoción, etc.) o simplemente la inaccesibilidad geográfica, alteran y vuelven dificultosa la relación entre el adentro y el afuera, muchas veces las manzaneras son las únicas que saben quién tiene trabajo, quién no tiene documentos, quién manda a sus hijos a la escuela, quién es extranjero o cuántas mujeres, en cinco cuadras “a la redonda”, están embarazadas.
Estas 30.000 mujeres, que no cobran salario, y que están presentes en más de 2.000 barrios por medio de convenios entre el Consejo Provincial de la Familia y Desarrollo Humano y distintas municipalidades, pertenecen a un universo de casi nueve millones de personas que habitan bolsones de pobreza sobre una extensión cercana a los 5.500 kilómetros cuadrados.
Debemos preguntarnos, entonces, a través del análisis de políticas que tienen como agentes a sus propios beneficiarios, cómo la constitución de este nuevo actor social se relaciona con los modos de identidad en los sectores populares. Esto, a su vez, requerirá redefinir esos modos identitarios como lo popular en su especificidad histórica; especificidad que hoy se encuentra interpelada tanto por el asistencialismo y las políticas clientelares como por la solidaridad, la memoria y el sentido de justicia.
En este punto, como ya lo hemos mencionado, nuestros objetivos se centrarán, por un lado, en el análisis de los procesos de implementación de las políticas sociales desde el punto de vista de la gestión comunicacional y, por otro, en la lectura que se puede hacer de esos procesos de vinculación entre el Estado y la sociedad civil. Sin embargo, no se deberá perder de vista que esta modalidad elegida para aproximarnos al problema supone, simultáneamente, hacernos cargo de la reconfiguración que lo político sufre a partir de las nuevas condiciones que impone el proceso de globalización.
Esto nos permitirá reubicar a los sectores populares, y a los nuevos actores sociales, en una suerte de espacio transicional entre la cotidianeidad y los procesos sociopolíticos y culturales del Estado y de las instituciones. Así, nuestro planteo también implicará la interrogación acerca de las modalidades concretas de relación de los sujetos con sus condiciones de existencia, entendiendo que precisamente esas condiciones de existencia muchas veces adquieren visibilidad a partir del carácter dinámico y productivo de la comunicación.
Desde mediados de los ochenta, pero fundamentalmente a partir de los noventa, se consolida un proceso que tendrá profundas consecuencias, no sólo en las determinaciones macroeconómicas de cada país y región, sino en aspectos centrales de la vida social de nuestros pueblos.
En este sentido, hay tres ejes principales desde donde pensar esta nueva reconfiguración:
1. La revolución científico-técnica y sus derivaciones, tanto hacia el mundo de la producción como también hacia el plano de la gestión y la organización.
2. Las transformaciones que se han producido en el mundo del trabajo y su impacto en la sociedad, no sólo desde el punto de vista económico sino también cultural.
3. La globalización económica.
La política, como espacio de transformación, parece entonces resituarse, reformulando sus objetivos a la luz de los cambios producidos por el capitalismo. De hecho, esta construcción del Estado y los actores sociales es un proceso ideológico, y si nos ubicamos desde una visión macro de la escena todo parecería depender de cómo los diferentes actores garantizan su posición dentro de los estrechos límites que impone la agenda neoconservadora.
Entonces, la primacía del mercado sobre el Estado tiene consecuencias que se extienden por todo el tejido social, generando procesos de exclusión y desamparo que atraviesan, si bien en forma desigual y asimétrica, a una amplia mayoría de la población. Por lo tanto, la restricción de lo público, la disminución de la autoridad del Estado-nación, y la segmentación, incidirán de una manera casi inapelable sobre los modos de posicionarse de los actores principales y sus formas de gestión comunicacional. Y esto se aprecia a través de las percepciones y capitales simbólicos que despliegan y que les permiten interpelar su vinculación con lo heredado, y la capacidad que aún hoy mantienen para dotar de sentido estos nuevos tiempos.
Por otra parte, la lectura desde lo comunicacional, tiene un lugar de enunciación específico que se separa de las visiones de la sociología. Una mirada sociológica cuyo diagnóstico sobre la política social en los 90 en América Latina se centra principalmente en señalar las características compensatorias y subordinadas a las demandas de la modernización económica que ésta tiene. Llevando así a la política social, a través de la descripción de esos aspectos, a una suerte de callejón sin salida en donde queda sujeta a los fuertes condicionamientos que le imponen los organismos internacionales que son, en definitiva, quienes por otra parte le aportan las principales fuentes de financiamiento.
Pero también nuestra mirada comunicacional toma prudente distancia de la observación desde la ciencia política, cuya preocupación parece situarse en cómo categorizar el pasaje del modelo nacional-popular al estado post-social; en cómo se transforma una “idea” de democracia con fuertes contenidos inclusivos, participativos y universales a un nuevo estatuto donde prevalece el sentido de procedimiento, de representación y de individualismo.
En todo caso, lo que intentamos es dar visibilidad a esos intersticios que dejan las “otras” miradas, ya que entendemos que allí hay un espacio posible para que la comunicación gestione y conceptualice. Es ahí donde nos propusimos trabajar, en los modos en que el imaginario social procesa esos cambios y les otorga sentido; precisamente, en esa tensión entre creencias, discursos y prácticas.
Cuando las manzaneras participan en la gestión de las políticas que le están destinadas, lo que se genera a partir de su relación con otros actores (organizaciones sociales, instancias estatales, etc.) es un espacio de interacción y convivencia. Espacio que entendemos no debería leerse como una adscripción acrítica, en donde los sectores populares sucumben simple y funcionalmente a los designios de un otro hegemónico. Porque aún cuando se pretenda encuadrar ese proceso como parte de un proyecto de disciplinamiento de esos sectores, en el despliegue de esa trama desigual y asimétrica los propios implicados alcanzan metas de desarrollo personal, social y de ciudadanía que desbordan la mirada sociológica y los ubican como sujetos productores, en términos políticos y comunicacionales, de su propia historia.
En todo caso, el reconocimiento de las trabajadoras vecinales (precisamente en ese lugar de desconocimiento) constituye el punto de ruptura que opera facilitando la visibilidad de ese pasaje necesario que arranca a las manzaneras del lugar tanto de “beneficiarias” como de dato estadístico. Visibilidad que permite su inclusión en el proceso material de producción de sentido, donde el espacio de conflicto, por así decirlo, es también producto y efecto de la lucha por la hegemonía.
Por otra parte, hemos visto que desde distintas perspectivas, e inclusive desde diferentes posturas ideológicas, se ha venido sosteniendo la capacidad que tiene el Estado -aún en medio de la segmentación y la transformación de los capitales simbólicos anteriores- de seguir presentándose como portador de los intereses colectivos. Continuar conceptualizando esta modalidad desde la linealidad que suponen figuras como la de cooptación hace correr el riesgo cierto de estar dejando por fuera una serie de dispositivos que la mirada positivista se empeña en obturar; ya sea a través de la descalificación o simplemente desde la negación de acciones, percepciones y capitales simbólicos.
En este sentido, que el Estado (en este caso, el Estado provincial) actúe propositivamente no necesariamente nos debe llevar a concluir que el diseño y los modos de gestionar las acciones van a ser unilateralmente administrados desde el poder. Aún cuando sostengamos que el neoconservadurismo rearticula la capacidad de dominio alrededor de la ecuación competencia-individualismo. Es decir, antes que la búsqueda de una estigmatización desde la teoría, habría que preguntarse qué es lo que permite que en determinadas condiciones específicas, el Estado -sin la capacidad de otros tiempos para liderar un proyecto político-cultural más amplio- haya podido articular las distintas expectativas e intereses (muchas veces inclusive con puntos fuertes de diferenciación) que preexisten entre trabajadoras vecinales, organizaciones sociales, municipios, otras dependencias provinciales, medios de comunicación, etc.
Inclusive, podemos situar aquí una de las principales preocupaciones que tiene este trabajo: visualizar cómo se orienta esta capacidad articuladora desde los modos de gestión e implementación de políticas. Esto supone desechar un estudio aislado de hechos diferentes, ya que lo que está en juego no es la correspondencia unívoca entre datos por un lado y conceptos por el otro, sino el modo de desentrañar el lugar que ocupan determinadas acciones en una trama específica de significaciones sociales.
Acorde a esto, cuando las manzaneras nos hablan de su trabajo, de cómo se organizan, de los cursos de capacitación, de las dificultades que atraviesan, lo que hacen es establecer una forma de mediación y de construcción de la realidad y no simplemente su representación como efecto social. De este modo, analizar cómo las manzaneras se legitiman en ese espacio transicional entre la cotidianeidad y los procesos sociopolíticos y culturales del Estado y de las instituciones es también detenernos en los modos y en las formas en que importantes sectores populares problematizan hoy, ante el nuevo escenario de la globalización y la segmentación, los sentidos, procesos y relaciones de poder implícitos en esas construcciones. Es por eso que no aparece en este trabajo una teoría general sobre la sociedad y la cultura; por el contrario, de lo que se trata es de investigar los procesos ideológicos concretos involucrados en la planificación de las relaciones sociales. Es allí, precisamente, donde se encuentra el problema, en desenmascarar el vínculo entre normativas y posibilidades de cambio.
Es desde este punto de vista que la investigación sobre la planificación y la gestión comunicacional desecha trabajar sobre las concepciones generales y se detiene en la relación entre economía y política privilegiando, fundamentalmente, cómo producir su especificidad a través de los modos y las formas que adquiere la circulación de los conflictos desde la conceptualización de esa tríada que constituyen: el Estado, las manzaneras y las organizaciones sociales. Entendemos que es allí donde las manzaneras hacen sentido con ciertos íconos disparados desde el poder institucional: “El Plan Vida, presentado como un espacio preliminar mientras llega el tiempo de la Justicia Social” (extracto del periódico del Consejo); la permanente evocación a la figura de Eva Perón como la abanderada de los humildes; la apelación a la organización y a la solidaridad que constituyen, de una u otra manera, parte de la interpelación a nuestro trabajo.
Es cierto que se podría decir que desde esa supuesta “legitimidad”, mezcla de historia y código genético, es desde donde habitualmente el peronismo busca gestionar comunicacionalmente, y establecer su relación con los sectores populares. Sin embargo, esa sería una visión demasiado esquemática, ya que la transformación de los capitales simbólicos previos hace que la sola mención de referencias no alcance para articular a aquellos sectores con quienes alguna vez supo desplegar proyectos políticos, sociales y culturales más amplios. En un paisaje de fuerte desterritorialización, los modos de gestionar y mirar comunicacionalmente de los sectores populares se debaten en circuitos en donde el discurso, la imagen y el olvido se articulan en una lucha constante por el sentido y la historia. “Pues se trata de una historia que continuamente se descompone y recompone en el cruce entre aquello que hemos heredado y el lugar donde nos encontramos” (Chambers, 1995).
Por lo tanto, desde nuestra perspectiva, que resitúa al psicoanálisis en la mirada comunicacional, es que desechamos trabajar con la certeza de un sujeto omnipotente; ya que trabajar con un lenguaje que no ofrezca lapsus, ni fallidos, ni se deslice peligrosamente hacia las sugerencias y los misterios de la economía libidinal del inconsciente, y proceda a “abolir el postulado del sujeto-supuesto saber” lacaniano, nos conduce inexorablemente a un vacío.
En realidad este vacío está representado por el espacio de una imposibilidad, la de mostrar cómo fueron las cosas en realidad. Ese vacío es, en definitiva, el que nos permite considerar la fractura del tiempo y la disolución del continuum homogéneo, de sostener la existencia de una sola y única Historia. La disolución entre razón y realidad, entre conocimiento y sujeto, después de Nietzsche, después de Freud, después inclusive de las autocríticas del feminismo, nos obliga a considerar una “rápida sucesión de horizontes” -tal como lo señala Iain Chambers- que desafía toda pretensión de la transparencia racional de nuestros lenguajes y comunicación. Así es como entendemos que tampoco es posible analizar las crisis de representación y las crisis de legitimidad, que son también parte de nuestra preocupación y reflexión a lo largo de esta tesis, sin dar cuenta previamente de las condiciones históricas en que importantes sectores populares crecen y se desenvuelven.
En todo caso, nuestra búsqueda estará signada por dilucidar cómo estos procesos comunicacionales se inscriben en una cadena de significaciones sociales concreta, facilitando, obturando, o directamente impidiendo, el accionar de los distintos actores. “Lo popular no es una colección de objetos, ni la ideología subalterna un sistema de ideas, ni las costumbres repertorios fijos de prácticas: todos son dramatizaciones dinámicas de la experiencia cultural” (García Canclini, 1990).
Es cierto que las manzaneras median el conflicto. Pero, a su vez, es a partir de ese accionar que se vuelven sujetos; incluyéndose dentro de categorías más amplias (sectores populares, pueblo, etc.) que les permiten construir, en un campo simbólico en creciente transformación, una identificación imaginaria con los otros. Es ese vínculo el que les permite hacer sentido con la historia, con la matriz colectiva. Porque, como señala Maristella Svampa, “la concepción de pueblo recreada desde el peronismo se sostiene precisamente en la ambigüedad de esa noción, ya que hace referencia a un ‘sujeto histórico’ -cualquiera sea la manera de construirlo- pero, asimismo, designa la experiencia de la marginalidad y de la privación”.
Por lo tanto, seguimos sosteniendo que, a pesar de que los grupos de referencia se encuentren debilitados, de la fuerte crisis de los metarrelatos, de la ausencia de un proyecto nacional convocante y aglutinador, existen posibilidades de que ciertas prácticas que involucran al Estado, a los actores sociales y a las organizaciones intermedias se desenvuelvan en una lógica conflictiva, que hace sentido precisamente en su dimensión simbólica a través de la reactualización de una memoria y una afirmación identitaria. Inclusive, no habría que pasar por alto que el mismo término manzaneras, nos remite al delegado de manzana, de fuerte resonancia simbólica, concretamente por sus connotaciones políticas y sociales dentro del diseño y la gestión comunicacional del primer peronismo.
Estos argumentos determinan que para nosotros las manzaneras, en tanto sujeto social, no puedan ser encasilladas en la lógica de la descripción fenomenológica, ni como simples beneficiarias de los programas, ni traducir su accionar como portadoras del mandato dominante. No actúan simplemente interpretando el papel que el neoliberalismo les tiene asignado a los pobres estructurales como auto-promotores de las políticas sociales focalizadas, sobre todo en estas épocas de restricción del gasto y de ajustes. Porque es precisamente ese “hacer sentido” con la memoria histórica lo que las posiciona en un lugar específico en la construcción de la trama social, con relación tanto a las distintas ONGs como al resto de las instituciones y al lugar de interpelación a las figuras de autoridad y de poder. Pero esta dificultad estructural -que ya puntualizamos- de inscribir esa significación de las prácticas sociales en una matriz totalizante es lo que permite que, muchas veces, ese proceso sea leído desde la academia, casi peyorativamente, como meramente autorreferencial.
Donde hay una necesidad, ya no hay un derecho. En el mejor de los casos, existe un paliativo que actúa clausurando el circuito, en tanto forma parte del discurso que el modelo neoliberal despliega, o ubicándose en ese lugar de transición, de espera, “hasta que llegue la Justicia Social”, como sostiene el Plan “Vida” desde su periódico mensual. Pero es precisamente esta escena la que nos obliga a prestar mayor atención a las “formas” a través de las cuales los actores articulan los signos y la acción. A no descuidar los modos en que las significaciones sociales se inscriben y a su vez son inscriptas en las subjetividades.
El reconocimiento como sujetos a los sectores populares, esa distinción de las manzaneras, es lo que permite que aparezca la posibilidad de transgredir el mandato hegemónico: “...esto es lo que somos, esta es nuestra historia, esto es lo que queremos, no sólo lo que ustedes pretenden que seamos, o lo que deciden que debemos ser...” Y es, en definitiva, desde esta posición que las manzaneras son responsables de su accionar, aun en un “dibujo de escenario” asimétrico, desigual y fundamentalmente injusto; pues, la modalidad de sus elecciones estará siempre más cerca -como también ya lo hemos señalado- del malestar de la cultura antes que de las terribles marcas que deja la indigencia.
Como uno de los últimos puntos nos interesa señalar que, a pesar de que nuestra investigación comprende desde el comienzo del Programa Vida hasta noviembre de 1999, en estos últimos tres años (y aún después del 19 y 20 de diciembre de 2001) el Plan permaneció funcionando y las trabajadoras vecinales continuaron ocupando espacio en la escena mediática. Si bien mencionadas en forma indistinta como manzaneras o como trabajadoras vecinales, se puede decir que esta situación no les ha hecho perder densidad en tanto actor social. Inclusive esta doble acepción (manzaneras/trabajadoras vecinales) les fue funcional para sobreponerse de las determinaciones en que, de alguna manera, habían quedado prisioneras, sobre todo por la coyuntura político-electoral del último trimestre del 99; lo cual de alguna forma, aunque sin tener todavía demasiadas precisiones, permite aventurar -aun como un indicador indirecto- que su despliegue en tanto actor social logró una densidad tal que alcanzó para seguir tensionando a través del conflicto los vínculos de ruptura y suturación entre lo normativo y los procesos ideológicos.
Sin embargo, esto no nos debe llevar a ubicarnos en un campo a priori optimista. En todo caso preferimos considerar, como si fuera el análisis de una partida de ajedrez, que estamos ante la presencia de un final abierto. Por otra parte, mientras desde el Estado no se plantee ni se tenga la vocación para liderar nuevamente un proyecto político, social, cultural, económico y comunicacional de cara a las mayorías, las posibilidades de las manzaneras o de cualquier otro actor, que eventualmente pueda surgir en esa zona gris, en ese espacio transicional que señalábamos en un principio, y articular situaciones específicas con otros sectores concretos, seguirá siendo una tarea compleja y apasionada pero con pronóstico reservado.
Y en todo caso nosotros, en tanto investigadores, tampoco somos inocentes ni neutros en cuanto a nuestras elecciones, omisiones u olvidos con respecto a la distinción de las problemáticas que priorizamos en los campos en los cuales decidimos incursionar. Porque es aquí, precisamente, donde se ponen en juego las lógicas del deseo y la responsabilidad; porque aun en este mundo ajeno y globalizado es posible plantearse la necesidad de seguir sosteniendo un punto de vista diferente; de seguir eligiendo hablar y ser hablado por las orillas de la periferia. Si hay algún punto estratégico en que intenta sostenerse esta tesis es precisamente en concebir la gestión comunicacional y los procesos culturales como efectos de las ilusiones y de las percepciones colectivas y populares.
En definitiva, seguir creyendo nada más ni nada menos en un barrio para vivir o morir, manteniendo la convicción íntima de que, a pesar de sus desórdenes topográficos actuales, sigue siendo nuestro. Porque, parafraseando a Daniel Prieto Castillo, “no sólo tenemos derecho a soñar, sino también a despertarnos dentro de nuestros propios sueños”.
Bibliografía
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* El autor es Magister en Comunicación y el presente trabajo constituye un fragmento de la tesis “Estado, políticas sociales y sectores populares Manzaneras Una mirada comunicacional” que, bajo la dirección de la Lic. Silvia Delfino, se encuentra desarrollando en la Maestría en Planificación y Gestión de Procesos Comunicacionales (PLANGESCO) que dictan, de manera conjunta, la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP y el Centro de Comunicación Educativa La Crujía