Marcelo Fonticelli




La prensa comunista y el peronismo:
el diario La Hora (de octubre de 1945 a octubre de 1946)*


“...los conceptos de democracia y de fascismo deben justificarse
a la luz de la política exterior, comprobando si esta política
aniquila o estimula al fascismo”.
(Victorio Codovilla,
Orientación, 24/10/45)


I

Durante el primer lustro de la década del cuarenta la Argentina va a experimentar quiebres políticos de suma relevancia. Quiebres que son tributarios de cambios que previamente se han operado en la estructura social durante la década precedente.

El proceso de industrialización con bajo nivel de inversión de capital, pero alto nivel de explotación de mano de obra, trajo como consecuencia lógica modificaciones en la clase obrera, no sólo desde el punto de vista cuantitativo, sino -y a la postre lo que hace más interesante su estudio- modificaciones en el plano de lo cualitativo. Para dar algunos ejemplos, se observan variaciones en los paradigmas ideológicos, como así también fuertes transformaciones en la relación Estado-Sindicatos y cambios en el interior de la clase trabajadora que el surgimiento de una nueva fuerza política vino a sintetizar.

El proyecto de investigación que nos ocupa se basa en los enfoques que surgen de la prensa partidaria de la izquierda, particularmente, la prensa comunista y su relación con Juan Domingo Perón y el movimiento peronista. Y la intención es trabajar desde el punto de vista cronológico, a lo largo de un año, desde octubre de 1945 hasta octubre de 1946, cuando se produce el XI Congreso del Partido Comunista.

II

En el plano de la política interna, el problema que más afligió al Partido Comunista estuvo ligado a los cambios operados en el seno de la clase obrera a raíz de la política social enunciada y llevada a cabo por el Coronel Perón desde la secretaría de Trabajo y Previsión Social. El Partido Comunista, que había logrado, a pesar del ambiente fuertemente represivo de la década del treinta, obtener cierto prestigio e influencia en los principales sindicatos, observa con suma preocupación cómo el gobierno -y principalmente Perón- va ganando el apoyo, no sólo de numerosos líderes sindicales, sino también de amplios sectores de la clase obrera.

La primera respuesta que esgrime la autodenominada “vanguardia de la clase obrera”, para explicar este fenómeno político, es ampliamente conocida. Por un lado, acusa de traidores a los dirigentes sindicales con el mote de colaboracionista del gobierno fascista y, por otro, sostiene que aquellas personas que se pasaban de un sindicato a otro y que, además, los que habían marchado en las jornadas del 17 y 18 de octubre de 1945 -recordemos la idea de Perón de crear y/o reconocer nuevos sindicatos paralelos a los ya existentes con el fin de dejar sin apoyo a los dirigentes sindicales de filiación socialista o comunista- no eran obreros conscientes, no eran trabajadores en el sentido estricto de la palabra. Y los llegó a definir como “maleantes y desclazados, engañados y genuflexos que dijeron a toda voz el pensamiento de la inconciencia al vomitar en las calles las frases mandadas por sus amos” (Orientación, 24/10/45).

La caracterización de Perón no se ve modificada en la prensa comunista durante el proceso electoral. Muy por el contrario, para el Partido Comunista Perón representaba la “variedad aborigen del nazi fascismo que intenta hacer creer que él defiende al pueblo y a los trabajadores” (La Hora, 7/12/45). Pero si bien su imagen no se ve alterada hasta su triunfo electoral, sí se modifica la caracterización de la clase obrera que adhiere a él.

Diversos testimonios orales[1] obtenidos de militantes comunistas sugieren que hacia el interior del partido se va dando un fuerte debate acerca del componente social predominante en el peronismo que, al alejarlo de la imagen de lumpen proletariado, lo va acercando a la idea del obrero engañado que, producto de su ignorancia política, es presa fácil de las actitudes demagógicas del Coronel Perón. Así, el imaginario comunista acerca de la clase obrera peronista varía adoptando rápidamente una actitud, si se quiere, pedagógica. Será el partido que estará al lado de sus hermanos de clase, en la tarea fatigosa de recomponer una relación que se vio profundamente alterada con la consolidación del proyecto de Perón.

En este sentido, a finales de 1945 en las páginas de La Hora empieza a ganar espacio una idea: 
Tender la mano a los engañados. No nos olvidamos de nada por eso nuestras razones son francas y las decimos con el idioma de las fábricas, nosotros no gritamos muera la cultura ni viva la alpargata. Somos hombres limpios que también queremos aumentos de salarios y vacaciones pagas, ir al cine y comprarnos un buen traje. Sabemos que hay argentinos que desconocen al sindicato y que llegaron a la política atravesando el largo desierto de estos quince años de crisis y de fraude. Pero son argentinos, obreros que viven del sobre quincenal, muchachas que vinieron de Santiago del Estero para trabajar de sirvientes en Palermo o adolescentes a quienes la vida les negó el libro o les dio el cuartucho del conventillo. Por ello se desveló Rivadavia y fue al exilio el sanjuanino Sarmiento. No le vamos a negar la ciudadanía sino a borrar de sus oídos el canto de sirena de la demagogia. No perdonamos a los mentirosos pero comprendemos a los engañados. Queremos arrancar la flor podrida de la demagogia no a hachazos sino a fuerza de verdades y tenemos derecho porque nuestro idioma es el idioma de la justicia. Nosotros también hablamos el idioma de las fabricas (18/12/45).
No obstante, la postura de “acercamiento pedagógico” se ve perjudicada en los hechos dado que todavía no es compartida por la mayoría de los integrantes del comunismo argentino. Así, Raúl Gonzalez Tuñon sostiene:
“Hay que votar contra el peronismo en cuyas filas se encuentran los traidores y espías, los verdaderos vendepatrias denunciados por el pueblo argentino antes que el libreo azul lo pusiera en la picota pública internacional. Contra el peronismo insultador de las mujeres y apañador de niños, contra el peronismo que dejó desnudas las arcas y las bibliotecas de los sindicatos asaltados. Contra el peronismo que ofendió la cultura y a la tradición nacional llevando al Consejo de Educación y a las aulas y direcciones escolares a los Genta, Marechal y otros malvados; atropellando a los estudiantes que en la historia de la resistencia tendrán un puesto de honor junto a la combatiente clase obrera auténtica que a través de su vanguardia, el Partido Comunista, llevó el peso de la lucha contra la dictadura en los años más atroces. Contra el peronismo que arrancó de los bajos fondos sociales a los peores elementos lumpen, desclazados y mujerzuelas, delirantes que han participado en los candombes mazorqueros de la avenida 9 de julio, de plaza Once y de Luján dejando en los ojos la indignación y el estupor a los argentinos verdaderos, una visión infernal de estampas calcadas de la época del tirano Rosas. El candombe y la muerte, he aquí otra clara definición del nazi peronismo. Y porque el nazi peronismo es el candombe y la muerte y significaría la reconstrucción absoluta de la mazorca, la entrega del país a las supervivencias nazi fascistas o las grandes empresas imperialistas, hoy votamos contra el nazi peronismo. Hoy votamos contra el candombe y la muerte. Vamos a aniquilar el nazi peronismo” (La Hora, 24/02/46).
El debate en el interior del Partido Comunista era fuerte, lo que rompe con la idea -que los propios militantes siempre quisieron mostrar- de partido monolítico, fuertemente disciplinado y organizado sobre la base del acatamiento ciego a las iniciativas de los dirigentes.

Coexisten las dos concepciones, hasta ahora trabajadas: algunos dirigentes más abiertos, no a Perón, pero si al nuevo fenómeno político y otros decididamente contrarios. Los primeros son partidarios de la idea de “unidad por abajo”, son los que llevan adelante la separación entre el interés del Coronel y los justos reclamos de la clase obrera, los que diferencian al líder de la masa. Los segundos observan a Perón como un nuevo Rosas, una reencarnación de Hitler y Musolini, y a la clase obrera peronista como los exponentes nativos de la irracionalidad y la barbarie, como los representantes más acabados de la mazorca o de la Gestapo.

III

La distancia que separa los acontecimientos del 17 de octubre con las elecciones del 24 de febrero del 46 es corta pero sumamente intensa. La violencia discursiva y física constituye el adelanto de los tiempos que vendrán. Estos dos bloques políticos antagónicos pondrán más el acento en la crítica del adversario que en las propuestas a la sociedad civil.

Y en este marco la apuesta del comunismo es doble frente al adversario. La disputa es por votos, pero fundamentalmente, por la representación de la clase laboriosa que el comunismo consideraba que le pertenecía por ser el abanderado natural de la clase obrera” (La Hora, 9/01/46).

La mañana del 25 de febrero La Hora tiene un título enorme en primera plana donde, no sólo sostiene el triunfo de la U.D. a nivel presidencial sino, además, la victoria de las listas del comunismo a Senadores y Diputados en la Capital Federal.

La supuesta avalancha de votos vino a confirmar, como sostiene su dirigente Victorio Codovilla, la certeza de la línea política elaborada por el partido “cuando señalaba que el pueblo ha comprendido que esta no es una elección ordinaria, común, sino parte de la lucha general entre la fuerzas democráticas y progresistas por un lado y las reaccionarias y pro fascista por el otro”. Al mismo tiempo, realiza un encendido llamado a la militancia del partido para completar la derrota del nazi peronismo y “atraer y educar en los principios de la democracia y la libertad a los sectores populares sanos que hayan sido conquistados por la demagogia peroniana” (La Hora, 25/02/46).

Ya en la primera semana de marzo, La Hora va mostrando cambios en la línea del partido como consecuencia de dos factores. El primero tiene que ver con la idea de establecer relaciones diplomáticas con la Unión Soviética. El segundo estriba en que la victoria del peronismo -que el partido ya observa como inevitable- desdibujó la certeza de la línea política del partido que tan dogmáticamente había sido sostenida por Codovilla tan solo una semana antes. Y eso es imposible de aceptar.

Con suma rapidez el partido comunista modifica la estrategia y, consecuentemente, su línea editorial. Primero sostendrá que la derrota frente al peronismo se debe principalmente al carácter mezquino de las otras fuerzas políticas que privilegiaron ir solas en las listas de diputados y senadores para votar únicamente de manera unitaria la fórmula presidencial. Desde su óptica esta dispersión “de los sectores más avanzados y progresistas” permitió el triunfo del continuismo nazi. La crítica a sus antiguos ex aliados de la U.D, fundamentalmente al Partido Socialista al cual acusa ahora de estar infiltrado por el troztkismo, es sólo el primer paso.

La otra modificación se venía esbozando con anterioridad y tiene que ver con la idea de unidad por abajo con el compañero obrero peronista. A partir de ahora, por lo menos en su prensa y en sus informes, la palabra lumpen que fue la primera caracterización de la masa peronista será totalmente archivada. La segunda caracterización que tenía como eje la idea de que eran trabajadores pero con poca claridad política, y por ende fácil presa de la demagogia de tipo nazi fascista, también es abandonada de manera oficial. Esto da paso a la tercera de las caracterizaciones que el Partido Comunista realiza de los obreros que votaron recientemente por Perón.

Es decir, súbitamente todo cambió. ¿Por qué los obreros votaron a Perón? Ante esta pregunta, que se hacía desde el dirigente más encumbrado hasta el último de los afiliados comunistas -y aún cuando todavía algunas plumas del Partido Comunista lo seguían considerando un fascista- la respuesta es sencilla: 
“Los obreros que sufragaron por Perón con absoluta independencia de lo que éste represente le dieron un contenido a su voto que fue esencialmente democrático, progresista y antifascista. En el orden económico esos trabajadores votaron por la transformación de la vieja estructura que mantiene al país en el atraso y fomenta la miseria del pueblo y por mejoras sustanciales de salarios y condiciones de trabajo. En ese orden político lo han hecho contra la oligarquía latifundista responsable y autora de la entrega del patrimonio nacional a los trust y monopolios imperialistas” (La Hora, 20/03/46).
Como se puede observar con claridad, en la frase precedente el Partido no se equivocó, los obreros que ahora son politizados, conscientes, antifascistas, y amigos de la U.R.S.S. votaron claramente por aquellos ejes que proponía el comunismo. A partir de acá habrá que acompañar a la clase obrera peronista, estar con ella en los sindicatos, mostrarle que el único partido que puede canalizar lo que votó el 24 de febrero es su vanguardia, el Partido Comunista Argentino.

Unirse desde abajo con aquel hermano de clase que la táctica y la demagogia del enemigo separó, y que serán superadas como producto de la contradicción que se va a dar entre el “espíritu de lo que se votó” y los intereses mezquinos de los dirigentes que prometieron lo que no van a cumplir. Estar juntos, mostrar el camino, esa es la nueva misión del militante comunista. Objetivos que quedan de manifiesto en las “Cartas del Negro Gabino a su hermano descamisado”; “cartas” que eran enviadas periódicamente desde las páginas de La Hora antes del XI Congreso y que están más dirigidas al militante comunista que al descamisado -tengamos en cuenta que los cambios en los últimos meses fueron varios y los resabios de sectarismo frente al peronismo son muy fuertes-. La realidad del fenómeno político llevó al Partido Comunista a la modificación de su estrategia; al cambio para no quedar aislado.

Vale detenerse en ellas. La primera aparece en los primeros días de mayo de 1946 en la última página de La Hora
“Querido hermano, parece mentira que puedan haber pasado casi quince meses sin que nos hablemos. Nos criamos juntos en Parque Patricios. Juntos fuimos al colegio, saboreamos juntos los primeros partidos de fútbol en la vieja cancha de Huracán. Trabajamos juntos en la misma fábrica y allí entramos juntos al sindicato. Éramos dos verdaderos hermanos. Recordarás aquella vez que me quisieron despedir porque “andaba sublevando al personal”, el lío padre que se armó. Saliste a la calle con los compañeros de trabajo y me hicieron entrar de “prepo”, si prepo le podemos llamar a tener la razón. Nunca hubiera creído entonces que una diferencia política podría separarnos. En el fondo creo que no es tan grave la cosa. Algunos ajenos metieron la cuchara para hacerte creer cosas imposibles. Te acordás que me dijiste oligarca, claro que no lo pensaste. Vos nunca podrías pensarlo. No te echo toda la culpa, a mí también se me fue la mano y más de una vez te dije nazi a secas. Yo sabía bien lo que para vos significaba esta maldita palabra, vos que vibrabas conmigo a la vista de los discursos de la Pasionaria… por eso te escribo, porque vos te equivocaste conmigo y yo te traté equivocadamente. Ahora que se apaciguaron los ánimos creo que lo que corresponde es que en vez de hacer historia nos juntemos de nuevo y no dejemos que se rían los que nos han hecho pelear. Tendremos que marchar muchos años por el mismo camino y no hay razón para seguir enemistados. Te saluda y abraza el negro” (La Hora, 8/05/46).
Esta primera carta habla de todo. Primero trabaja la idea de que se proviene del mismo lugar, la fábrica, la barriada; la idea de que tanto el peronista como el comunista tienen un pasado de lucha en común. Seguidamente, responsabiliza a otros de la división, de las peleas en el interior de la clase obrera; ese otro, obviamente, es Perón que, a través de su estrategia divisionista de la clase trabajadora, no hace más que beneficiar a quien dice enfrentar, la oligarquía y el imperialismo, lo que da pie a las contradicciones entre la clase obrera peronista -que votó por un programa de liberación- y una dirigencia mentirosa. Y ahí estará el negro Gabino, junto a su hermano descamisado, para acompañar, para mostrar, para enseñar.

Las cartas se van sucediendo y abordando diversos temas políticos, en todos, con la clara intención de mostrarle al “hermano descamisado” que tenga cuidado con sus dirigentes, que no le haga el juego a los que proponen la división dentro del movimiento obrero, que siga reclamando por aquello que votó el 24 de febrero de 1946 y, por sobre todo, que tenga claro que él y el Partido Comunista siempre estarán con los trabajadores.

Las palabras unitarias hacia el obrero peronista van ganando cada vez más espacio en el discurso comunista, desde el Negro Gabino y sus cartas, pasando por los editoriales de Rodolfo Ghioldi, o bien las simples cartas enviadas al diario por afiliados de cualquier punto del país, donde se mostraba cómo los nuevos vientos habían penetrado, supuestamente, en cada una de las células comunistas. Por ejemplo, desde Piamonte, un pequeño pueblo de la provincia de Santa Fe, se envía esta carta: 
“Compañero director de La Hora: teniendo en cuenta la mala situación económica por la que atraviesa la clase obrera de la campaña, por la carencia casi total de trabajo, el sindicato de oficios varios comprendiendo que sin la unidad de la clase obrera es imposible dar solución adecuada a los problemas que nos afectan ha resuelto invitar a nuestros hermanos de clase a la unidad sin diferencia. La unidad en un solo y pujante movimiento que se encargará de solucionar los problemas que nos afectan social y económicamente. Hemos entrevistado a los obreros del sindicato llamado peronistas explicándoles las graves consecuencias que trae la desunión de todos los hombres humildes y planteando que de una vez por todas, deponiendo diferencias políticas, debemos unirnos y luchar en común por nuestros intereses, ya que tanto un sector como el otro sostenemos la lucha contra la oligarquía y por las reivindicaciones de la clase obrera. Ahora bien, como esos compañeros han visto en nuestro gesto una causa justa están dispuestos a unir sus fuerzas a las nuestras para conseguir las mejoras necesarias” (La Hora, 16/06/46).
En consonancia con la nueva política unitaria hacia la base obrera del peronismo, el Partido Comunista ordena la disolución de los sindicatos, que todavía manejaba y la incorporación a los enrolados en la C.G.T. de filiación Peronista[2]. Con el fin de encuadrar de alguna manera semejante flexibilidad política, demostrada en el término de unos pocos meses, y también con el fin no declarado de evitar una lógica dispersión de la militancia, el partido se prepara para su XI Congreso. Así recuerda los agitados días previos al Congreso un militante comunista, que sugiere una disyunción entre la dirigencia y una parte de la militancia: 
“…terminan las elecciones y el partido queda muy mal parado porque triunfa Perón y queda desconcertado. ¿Que había pasado? Había autoengaño en nuestras propias filas porque yo estaba en Parque Patricios y venían los compañeros de las distintas empresas y decían: ‘A Once no va a ir nadie van todos al acto de Perón’. Y la dirigencia dice: ‘No, van a ir los trabajadores’. No quería aceptar. Entonces había un divorcio entre lo que quería la dirigencia, que lo trasmitían llenos de bronca y de malestar. Pero el partido recompone el análisis y verifica”.[3]
Recompone el análisis y verifica. El Congreso realizado en agosto de 1946 tenía como finalidad aprobar las tesis elaboradas por el Comité Ejecutivo del Partido Comunista, es decir por los mismos hombres y mujeres que elaboraron la línea partidaria en los últimos meses, que solicitaban a la población batir al nazi peronismo, que llevaron adelante alianzas con sectores liberales y que también propusieron llevarlas a cabo con los conservadores -responsables del fraude patriótico en la década del treinta-. Los mismos que declararon que la democracia norteamericana era un ejemplo para el mundo y que su embajador Braden era amigo del pueblo argentino y de las masas laboriosas por poner de manifiesto en su famoso Libro Azul la conexión entre la jerarquía nazi y el Coronel Perón.

Ese mismo Comité Ejecutivo, como parte del Comité Central, “recompone su análisis y verifica la línea de acción”. Propone la disolución de los sindicatos y su inclusión en la C.G.T y brinda un apoyo crítico al Sr. Presidente -el que antes era un títere del nazi fascismo local- en aquellas acciones que estén a favor de la clase obrera y el pueblo.

En el acto de inauguración del XI Congreso, Codovilla sostiene que el gobierno de Perón está atravesado por una fuerte contradicción entre, por un lado, las masas laboriosas que presionan a favor de una mayor democratización, por consolidar las mejoras a la clase obrera, por tener relaciones de cooperación con todas las naciones del mundo; y, por otro, las presiones de los sectores fascistas, antipopulares, del imperialismo angloamericano. Consecuentemente con esta argumentación, Codovilla sostiene que el Partido Comunista apoyará 
al gobierno actual con condiciones y con nosotros lo apoyarán todos los ciudadanos de este país que deseen su desarrollo independiente en el orden económico y político para impulsarlo a mantener estrechas relaciones diplomáticas y comerciales con la Unión Soviética, único gran país que por tener una política exterior exenta de todo propósito de dominación imperialista puede contribuir a establecer un intercambio beneficioso para ambos países y, en particular, para el desarrollo independiente del nuestro. En la mediada que el gobierno realice esta política y resista la presión de los imperialistas, los comunistas no sólo le prestaremos todo nuestro apoyo, sino que nos esforzaremos para que le preste su apoyo decidido todo el pueblo” (La Hora, 16/08/46).
Así recuerda un militante comunista el Congreso
“Se resuelve disolver los sindicatos y sin embargo no se hace un análisis autocrítico del error de haber considerado nazi al peronismo. Cuando se plantea la disolución de los sindicatos sentí un dolor muy grande. Vi a Peter con lágrimas en los ojos… la idea de disolver fue de varios dirigentes, de Codovilla, de Rodolfo Ghioldi… varios estuvieron en esa posición porque los sindicatos desarrollados bajo la influencia de Perón tenían a la mayoría de los obreros, los convenios se hacían con ellos y a los sindicatos manejados por los comunistas nada, entonces iba a quedar un sello nomás. La idea era que saliendo de eso, e integrándose en las fábricas, se iba a solucionar el problema, pero cuando se quería ingresar los peronistas nos echaban a patadas. No había otra cosa que hacer. Lo que faltó en el XI Congreso fue hacer un análisis crítico de las anteriores posiciones y explicarle a la militancia que éste era un gobierno que se inició de una determinada manera que después fue variando y que era como se definió allí, un gobierno nacionalista burgués. Pero no hay una transición, no hay una explicación y esta fue una constante durante mucho tiempo. Es decir, leyendo uno se daba cuenta que había un cambio, que lo anterior fue una metida de pata, pero no se dice, y esos son errores dentro de una concepción desacertada de no mostrar fisuras. Y eso en un proceso largo se transformó en una bola de nieve” [4].

Y hacia la masa obrera fueron los abnegados militantes comunistas, con su nueva línea, disolviendo sus sindicatos, dejando los cargos sindicales, no comprendiendo del todo las resoluciones adoptadas por el Comité Central[5], a encontrarse con la clase, con el peronismo que, por otra parte, no los recibió de la mejor manera.

IV

Pero realmente, ¿Qué cambió en Perón o en la clase obrera desde octubre de 1945 a octubre de 1946?

Para la mayoría de los ex aliados del Partido Comunista, en la experiencia electoral de la Unión Democrática, nada ha cambiado. Los seguidores de Codovilla no piensan igual. Por este motivo van a mantener discusiones muy fuertes, sobre todo con el Socialismo.

Los dirigentes comunistas no desconocen la realidad local. Los ataques de los miembros de la Alianza Nacionalista aliada, o por lo menos poco perseguida por el gobierno, continuaba. El diario La Hora no se cansa de denunciar pintadas antisemitas y anticomunistas, atentados a sus locales partidarios, incluidos la sede del Comité Central; critica la unión entre el ejecutivo y los sectores más reaccionarios de la Iglesia; observa la disolución del Partido Laborista, por intentar sostener la independencia de los sindicatos frente al Estado; se exaspera con las relaciones, más que diplomáticas, con la dictadura fascista del General Franco; no comparte la política de nacionalización llevada adelante por el gobierno, por entender que los montos pagados son excesivos beneficiando de esta manera a los intereses del imperialismo Inglés.

Pero, a pesar de lo anterior, para el Comunismo sí hay cambios. Por un lado, la clase obrera se mudó de vereda y hacia ella fue el Partido Comunista. Por otro, hay un hecho que será profundamente significativo para los seguidores de Stalin en Argentina: el establecimiento de relaciones diplomáticas con la Unión Soviética.

Porque debe tenerse en cuenta que la estrategia comunista a nivel local está supeditada a los intereses del Estado Soviético. Es decir, que el partido debía ser una pieza en el armado de una muralla que defendiese en el contexto de la guerra fría, a la U.R.S.S. Tan simple como eso. El margen de maniobra del Partido Comunista Argentino, con respecto al Partido Comunista de la Unión Soviética, era tan grande como el que puede tener un obispo en Buenos Aires con lo que opina el Papa en el Vaticano. En este sentido, si hay que paralizar una huelga frigorífica para alimentar a los soldados británicos que combaten al lado de los soviéticos se hace, y queda subordinada la necesidad local.

Ahora, si el contexto internacional cambia y los ex aliados ahora son los enemigos y los otrora fascistas, a pesar de lo que se piense de ese líder o de la mayoría de sus medidas, si ese líder establece relaciones con la “patria del socialismo” se deberá tener hacia ese gobierno una postura de apoyo crítico.

Notas
* El presente trabajo se inscribe en el Proyecto de Investigación: “Prensa escrita y peronismo, 1943-1955”, dirigido por Fernando Barba, codirigido por Claudio Panella, e iniciado el 01/01/02 en el marco del Programa de Incentivos a Docentes e Investigadores. Forman parte del equipo de investigación: César Arrondo, Vilma Sanz, Marcelo Fonticelli e Isabel Arigós.
[1]Antonio Feis, militante del Partido Comunista, dice: “El Partido llega a la conclusión que Perón se va a enfrentar en sus posturas demagógicas con las posturas de las masas que le van a reclamar el cumplimiento de lo que prometió”. Entrevista realizada el 20-01-05.
[2] En la edición del 8 de julio de 1946, se publica en La Hora: “Por lo tanto el Partido Comunista no solo se solidariza con la resolución de la C.G.T. como un gran paso positivo que da amplias posibilidades para establecer de inmediato un saludable entendimiento sino que el Partido Comunista como partido de la clase obrera se dirige a ella para señalar la necesidad imperiosa de fortalecer y unificar los sindicatos del país y realizar todos los esfuerzos necesarios para liquidar fronteras de división en el campo obrero e incorporarse sin tardanza en la Confederación General del Trabajo, tomando todas las medidas prácticas conducentes para responder al llamado y a la invitación de esa central obrera y para que el proletariado argentino pueda materializar así en los hechos su tradicional sentimiento unitario en una central única de los trabajadores”.
[3] Entrevista realizada a Antonio Feis.
[4] Idem.
[5] Feis, que era obrero y miembro de la Juventud Comunista por aquellos años, sostiene: “Muchos de los que estaban encanados eran dirigentes de comisión interna de empresas importantes, aparte de dirigentes nacionales y obreros destacados. Salen de la cárcel con total resentimiento y bronca, entonces, llegar a comprender, digamos, una política nacionalista burguesa por parte de Perón que impulsa el desarrollo de la burguesía nacional, y se roza con los intereses del imperialismo, se hace difícil”.