Nancy Díaz Larrañaga |
Encrucijada temporal*
Contenido
Introducción
Tiempo, comunicación y percepción
Un caso
Tiempo(s) y sujetos
El/los futuro(s)
Introducción
La comunicación como campo de saber ha priorizado a lo largo de su constitución el abordaje y el estudio de los medios de comunicación. Se puede revisar una amplia bibliografía que da cuenta de las diversas perspectivas teóricas que así lo demuestran. Pero, al menos, dos grandes líneas han ido contra esta corriente (o tal vez, complementariamente). Por un lado, la escuela de Palo Alto, que con sus estudios interdisciplinarios ha centrado su mirada en las prácticas cotidianas, rescatando abordajes comunicacionales propios de las relaciones interpersonales. Aquí se prioriza la comunicación cara a cara y la comunicación no verbal. Por otro, la perspectiva de comunicación/cultura que se conforma en la década de los ochenta y que viene a recuperar terrenos y objetos de estudios extraviados, nunca encontrados o siquiera buscados. Desde esta línea, pensar desde la cultura es mucho más que pensar en los medios, los incluye pero complejizando la dimensión de análisis.
Estos últimos abordajes parten de pensar a las prácticas sociales como lugar de análisis indiscutible para el estudio de la comunicación. Dichas prácticas son protagonizadas por los sujetos, en contextos sociohistóricos y culturales específicos, y bajo determinadas conformaciones y representaciones de tiempo y espacio.
Estas representaciones temporoespaciales se constituyen como algo más que meras coordenadas objetivables socialmente. Son construcciones intra e intersubjetivas que preñan cada acto, cada postura, cada modo de ser, estar y actuar en el mundo.
El espacio, como punto de encuentro con los otros, y conformado/conformador de la relación con esos otros, ha sido abordado por miradas sociales, culturales y comunicacionales. De aquí se desprenden los estudios sobre la ciudad, entre otros. El tiempo, sin embargo, no ha corrido la misma suerte. Aún queda mucho camino por recorrer desde una mirada comunicacional de la problemática, que construya desde un lugar diferente aquello que ha sido tradicionalmente abordado por la física y la filosofía, y en un segundo lugar por la perspectiva psíquica, antropológica y también biológica.
En este artículo nos proponemos describir brevemente la complejidad del problema, entendido en este sentido, sin pretender abarcarlo totalmente o profundizar en ninguna de sus aristas, debido a su magnitud y no a la importancia del mismo.
Tiempo, comunicación y percepción
Las concepciones temporales han sido ampliamente trabajadas en ciencias sociales. Muchos han sido sus abordajes y conceptualizaciones. Desde la modernidad, básicamente se ha retomado al tiempo desde una secuencia constituida por un pasado, un presente y un futuro. Si bien nuestro propio modo de comprender el tiempo no escapa a la vivencia cotidiana de esta conceptualización, se toma aquí a la categoría tiempo como culturalmente variable e históricamente construida, constituida por múltiples capas de superposición y no únicamente por instancias sucesivas.
Si se concibe que el tiempo no es externo a las acciones sociales, sino que es parte constitutiva de ellas, se está en condiciones de afirmar, siguiendo a Norbert Lechner (1990), que el tiempo no es una variable externa y de existencia previa a las acciones políticas, sino un objeto de estas acciones. Esta perspectiva avala considerar al tiempo como una instancia central (aunque no la única) en las prácticas sociales. A pesar de este rol protagónico, en los estudios de comunicación los abordajes que retoman estas problemáticas han sido escasos.
Pensar en la relación entre comunicación y tiempo es pensar en varios niveles de análisis. Por un lado, podemos partir del indiscutible nivel temporal de todo proceso comunicacional. Es decir, toda comunicación se da en un tiempo cronológico social. No existe la producción social del sentido en una supuesta dimensión atemporal. Todo proceso de producción de significados se produce en un presente, que puede o no ser el mismo para los distintos sujetos que forman parte de dicho proceso.
En este sentido, por otra parte, el tiempo se constituye en una indiscutible coordenada de la percepción de los sujetos que a la vez construyen (producen y reproducen) procesos sociales de comunicación. Las representaciones y percepciones se construyen, afirmamos aquí, ligadas a las concepciones temporales que se tenga, entre otros elementos que entran en juego. Según sean las concepciones temporales que la sociedad construya, y las vivencias propias temporales de cada sujeto, las representaciones y percepciones del mundo y de las prácticas sociales en él, variarán.
Podemos, entonces, hablar de diferentes tiempos. Y, en una primera aproximación, discriminarlos del siguiente modo:
1- Tiempo personal y tiempo calendario. Los sujetos poseen una apropiación subjetiva del tiempo, construida en el interjuego sujeto/sociedad. Existen modos diferenciados de construir esta percepción, teniendo en cuenta las diversas trayectorias de los sujetos, sus matrices culturales y sus posicionamientos sociales. Lejos estamos de pensar un tiempo instintivo propio del hombre al nacer. Lo que afirmamos aquí es que el tiempo personal se constituye en la intersección de lo biológico con los procesos de socialización y de recorrido del sujeto, y en diálogo con el tiempo calendario. Este último es el tiempo ritualizado, que pauta socialmente los momentos de las actividades. Por ejemplo, podemos pensar en la educación y el trabajo, con sus respectivos tiempos delimitados. El tiempo calendario limita, pero a la vez presenta ciertas coordenadas que los sujetos visualizan como acciones dadas y seguras, un cierto orden social tranquilizador. El problema radica, no en los acuerdos sociales de dimensiones temporales sino, en la naturalización de esas dimensiones. El problema, entonces, es la objetivación de estos tiempos como los únicos tiempos posibles, reales y legítimos. Se borra cualquier historización posible de la percepción y las representaciones.
2- En este tiempo ritualizado, podemos distinguir claramente dos tiempos más: el tiempo del trabajo y el del ocio. El primero se asocia a la actividad, a la producción, a lo útil y, por lo tanto, es valorado socialmente. El segundo, por el contrario, se asocia al descanso, a lo pasivo, no productivo, ni útil. Se espera que sea un tiempo propio, no de otros, pero está regulado socialmente. En este sentido, no es un tiempo libre, como se lo suele llamar. Uno no posee la libertad real de creación y disposición de este tiempo. Es mínimamente libre y, por supuesto, está regido por el tiempo del mercado. En el transcurso del día, aquellos sujetos que vivencian esta fragmentación temporal podrían pensarse como sujetos con multiplicidad de máscaras, como lo plantea Goffman. Otros sujetos, no entran dentro de esta denominación moderna del trabajo, o mejor dicho, se denominan por la negativa. Hoy, más que nunca, hay sujetos que no vivencian la división tiempo del trabajo/ tiempo del ocio. La exclusión imposibilita, entre otras cosas, esta experiencia. Hay generaciones que nunca han visto a sus padres trabajar. Para ellos, la percepción temporal, y la vida, serán seguramente diferentes, y por supuesto desiguales en un mundo que conforma como hegemónico al tiempo del trabajo y del mercado.
3- Existen tiempos largos y tiempos cortos. La extensión puede ser tomada como variable, no en sentido calendario sino en relación a la intensidad. Es decir, nos referimos al cruce con los tiempos profundos y los tiempos superficiales. El tiempo imaginario trabajado por Castoriadis expresa esta articulación. Una mirada es el tiempo cronológico, pero otra muy distinta, es el tiempo subjetivo construido desde la experiencia, donde la vivencia de la intensidad y la extensión pueden ser tan relativas como apropiaciones subjetivas existan.
4- Tiempo cronológico y tiempo de la memoria. El tiempo cronológico se construye con la sumatoria de las acciones y experiencias del sujeto, marcado por la linealidad en el relato (primero se desarrolló esto, luego aquello otro). El tiempo de la memoria no respeta orden, ni se ancla exclusivamente en las acciones. La memoria juega con las experiencias relacionándolas, intercalándolas, alternándolas. Recordando algunas y olvidando otras. Algunas de las experiencias recordadas serán jerarquizadas, otras no. Este juego, de lectura del pasado desde el presente, es incesante y movedizo, y reconfigura los recuerdos una y otra vez.
5- Tiempo lineal vs. tiempo cíclico. La sociedad occidental construyó un tiempo lineal marcado por las sociedades industriales y el cristianismo. Es un tiempo que piensa el pasado, el presente y el futuro de manera evolutiva. Marca la división de sociedades, ya que el futuro parece pertenecer a las sociedades desarrolladas, mientras que el presente es el modo de concepción de las sociedades llamadas subdesarrolladas. La idea de progreso, del mañana y del porvenir son nociones temporales iluministas que han marcado en la modernidad un modo de vida.
6- Tiempo masculino, tiempo femenino. Si bien ya hace varias décadas que la relación tradicional de géneros se está modificando, moviendo para uno y otro lado las fronteras, no deja de aparecer socialmente el rasgo mayoritario de uno y otro tiempo. El masculino, es un tiempo marcado por el trabajo y el ocio. El primero es considerado público, mientras que el segundo es considerado privado. El tiempo femenino se concibe solamente como público. Esto se expresa en el tiempo laboral, pero también en el de ocio, dado que éste último es el tiempo familiar y no está vivenciado como propio sino como colectivo.
7- Tiempo propio, tiempo de otros. La dimensión temporal es en toda relación un elemento de ejercicio del poder. Disponer del propio tiempo o del tiempo de los demás, es un acto de relación donde se pone en juego el poder. Inversamente, que nuestro tiempo esté siempre en función de otro habla de la desigualdad de posicionamiento social de uno y otro.
Un caso
Este apartado retoma un diagnóstico institucional de las escuelas de formación de adultos de la ciudad de La Plata. En este recorrido se pone especial énfasis en las construcciones temporales de los sujetos intervinientes y de las lógicas organizacionales de las escuelas. Consideramos que las representaciones del tiempo constituyen de manera central las prácticas sociales, y que marcan de forma muy particular a los adultos que deciden retomar sus estudios, constituyéndose en un eje prioritario de resignificación de dichas prácticas.
Se parte de concebir que la modernidad ha conformado trayectorias sociales pautadas o hegemónicas[1]. Es decir, daría la sensación que la modernidad se encargó de prefijar en el imaginario de los sujetos “modos” exitosos de transitar por la vida. Estos modos jerarquizan ciertas prácticas, ciertos capitales, pero no de manera anárquica, sino que también se estipula el orden temporal en que dichas prácticas deben ser realizadas, marcando de este modo ciertas trayectorias “ideales” o hegemónicas. Se plantea aquí que un sujeto puede realizar prácticas reconocidas socialmente pero en un momento diferente al pautado de manera hegemónica.
Se entiende por trayectoria el desplazamiento que los sujetos van desarrollando a lo largo de la vida por diversas posiciones sociales. Dichas trayectorias incluyen las relaciones que van estableciendo con los otros sujetos y con los capitales culturales y económicos. Si bien las trayectorias son individuales, se definen desde parámetros sociales o relacionales.
Cuando un sujeto construye socialmente una trayectoria diferente a la pautada en términos sociales puede alterar, por ejemplo, el orden de aquellas prácticas promovidas. Este nuevo orden generaría concepciones del tiempo diferenciales. Es decir, si un sujeto realiza prácticas reconocidas, pero a “destiempo”, en algún sentido rompe con parte de la trayectoria hegemónica. Este desfasaje está dado desde el orden de las prácticas, en la sucesión temporal en la que van siendo realizadas.
En este sentido, analizaremos las prácticas institucionales de sujetos adultos que han comenzado sus estudios recientemente, alejándose de la trayectoria hegemónica en la cual se estipula que los sujetos debemos transitar por el sistema educativo en determinados momentos de nuestras vidas (comenzando en la niñez) y de manera ininterrumpida.
Tiempo(s) y sujetos
Partimos de una concepción constructivista de las prácticas sociales y del tiempo. Es decir, se retoma al tiempo como una construcción cultural y no como algo dado, externo y contextual a las prácticas. En este sentido, la categoría de tiempo es a la vez universal y particular (toda cultura posee categorías temporales, pero cada una le otorga sus propios significados). Incluso conviven distintas temporalidades dentro de una misma sociedad.
En esta centralidad compartida de la categoría de tiempo al interior de las prácticas sociales se visualiza la importancia política de la misma como conformadora de la subjetividad. Si el tiempo es un modo a través del cual se ponen en juego las relaciones de poder, analizar su relación con la subjetividad al interior de una organización particular como es la escuela, y de una institución central como es la educación, no es tarea menor. Más aún cuando la conformación de estos espacios justifica su existencia desde la propia noción temporal.
Los alumnos adultos[2] son sujetos que han abandonado su educación en el sistema formal al finalizar la primaria o en los primeros años de la secundaria[3]. Las razones que confluyeron en el abandono son variadas, pero las más recurrentes nombran los compromisos laborales y la necesidad de buscar trabajo, las relaciones familiares que han cambiado (parejas que se casan, mujeres que tiene hijos a edad temprana, divorcios de padres), o por un descompromiso con la propia educación (enunciado en términos de vagancia, ocio, malas compañías). En todos los casos, a la luz de la vivencia, se explicita un sentimiento de arrepentimiento por la deserción escolar.
Ante este relato, los sujetos justifican los actos pasados, pero frente al discurso social construyen la imagen del arrepentimiento y la idea de la no caída en el mismo error dos veces.
En este sentido, los adultos construyen en sus imaginarios ideas motoras de sus prácticas. Estas referencias, se asocian mayormente al momento en que decidieron dejar sus estudios y las opiniones de sus relaciones frente a ese hecho. Este momento de sus vidas aparece sistemáticamente atravesando el resto de sus prácticas sociales. Es como si el tiempo se hubiera detenido en aquella decisión. Las nuevas prácticas se asocian y cobran una primera significación de modo comparativo, es decir, refiriendo permanentemente a su inicio trunco. La mirada propia sobre ellos mismos es relacional, en tanto que se definen a la luz de sus propias trayectorias.
Si bien esta primera interpretación asocia fuertemente, como decíamos párrafos atrás, el presente al pasado, se vislumbra un puente hacia el futuro. Pero este puente no se construye en alguna arista del propio accionar, sino en los otros. Aquí entran en juego los sucesores, y los significados se trasladan hacia ellos. Este desplazamiento habla del cambio pero aceptando la finitud de la vida y, por sobre todas las cosas, un tiempo social que se impone por sobre las trayectorias individuales. La resignación se muestra en el propio hacer y proyectar, pero la resistencia se proyecta en los otros que son modos de continuar lo que cada uno piensa que no puede continuar.
La tensión permanente entre las nuevas apropiaciones y las que repiten modelos ya consolidados se visualiza en cada acto y en cada discurso. Tensión que permite múltiples lecturas a la luz de cada perspectiva. Es imposible visualizar instancias puras de reproducción o cambio. Según el lugar, la balanza se inclina a uno u otro lado. Aún así, no deja de tener dos lados y no deja de ser un choque permanente que instala la pregunta en un lugar central, jerarquizando el cruce entre las instituciones, las organizaciones y la comunicación.
La identidad relacional se construye desde la noción temporal, donde los jóvenes y sus adultos marcan el universo simbólico de sus prácticas sociales y de su propia motivación.
Frente a una organización escuela, atravesada y conformada centralmente por la institución educación, aparece fuertemente el peso de la institución familiar en la conformación de las prácticas. La instancia de cambio aparece poco esbozada, si tenemos en cuenta el peso que cobra la repetición de un modelo o matriz fuertemente arraigada en la conformación del imaginario social. El deber ser sobre la voluntad, o superpuesta a ella, indiferenciándose. Las representaciones del propio lugar y de las futuras prácticas aparecen en segundo plano frente a saldar el “pasado inconcluso”.
El/los futuro(s)
Raymond Williams (1984) al trabajar las formas de pensar el futuro, de construirlo, presenta dos nociones diferenciales que dominan hoy: la prospectiva y la utopía[4].
La prospectiva (a la que él llama prognosis) “se basa generalmente en extrapolaciones de las leyes o regularidades conocidas”. Los estudios de prospectiva toman información del pasado, del presente y se proyectan al futuro. En cuanto al concepto de prospectiva, se puede apuntar que lo constituyen ideas sobre el futuro y el diseño de estrategias para resolver problemas del presente; pero también para prevenir la presencia y desarrollo de escenarios nocivos para el desarrollo de la sociedad. Así, los conceptos de previsión, anticipación y acción intencionada forman parte de la primera triada para situar conceptualmente a los estudios de prospectiva.
Este punto de vista se aleja sustancialmente de nuestra mirada sociocultural de la comunicación, retomando lo previsible de la sociedad y la intervención planificada y racional en “lo real” para guiar su curso.
La otra noción que Williams retoma para comprender el futuro es la utopía, aunque este término literalmente hablando está asociado al espacio y no al tiempo. Si bien identifica varios tipos de utopías, considera que el más admirado hoy en día es aquella que no se basa en la crítica al sistema existente (como es el caso de la utopía sistemática, que propone a la vez alternativas), sino que su propósito es producir deseo.
Al respecto, Jurgen Habermas (1990) afirma: “La conciencia del tiempo moderno ha producido la apertura de un horizonte en el cual el pensamiento utópico se fusiona con el pensamiento histórico” en tanto las “posibilidades alternativas de vida inherentes al proceso histórico en sí mismo”. En este marco, la mirada hacia el futuro de los actuales alumnos es retrospectiva al pasado en tanto que salda una deuda. La utopía es realizar lo no realizado a su tiempo, obteniendo con ello un reconocimiento social, por sobre todas las cosas, expresado en las relaciones familiares y laborales. La utopía es muchas veces la expresión del deseo del otro, traducido en propio.
Se habla de representaciones temporales, más precisamente representaciones del futuro, contemplando a las representaciones (siguiendo la propuesta de Serge Moscovici) como “construcciones sociocognitivas propias del pensamiento ingenuo o del sentido común, que pueden definirse como conjunto de informaciones, creencias, opiniones y actitudes a propósito de un objeto determinado. Constituyen, según Jodelet, una forma de conocimiento socialmente elaborado y compartido, que tiene una intencionalidad práctica y contribuye a la construcción de una realidad común a un conjunto social” (Giménez, 1999).
Por lo anteriormente expuesto, un supuesto importante en la investigación es que la concepción temporal que se tenga (sobre todo las representaciones del futuro), se encuentra íntimamente relacionada con las trayectorias de los sujetos.
Aquí se adopta una perspectiva ligada a la propuesta teórica de Pierre Bourdieu. Se parte de pensar que los sujetos se desplazan por el espacio social ocupando posiciones, las cuales están dadas por los diversos capitales que el sujeto posee. Los desplazamientos entre las distintas posiciones van estructurando una trayectoria, que si bien es individual, debe comprenderse como relacional. Berger y Luckmann (2001) afirman: “La misma estructura temporal (...) es coercitiva. No puedo invertir a voluntad las secuencias que ella impone (...) de igual manera, la misma estructura temporal proporciona la historicidad que determina mi situación en el mundo de la vida cotidiana”. Una construcción que se asume como naturalizada, muy presente en los relatos de los alumnos.
Es pertinente aclarar que cuando se enuncia a las trayectorias propuestas por la modernidad como hegemónicas, se habla de recorridos ideales y no de “biografías anticipadas”. Si estuviéramos pensando en biografías anticipadas no estaríamos reconociendo las construcciones de los sujetos o la movilidad de las trayectorias. Se indagarán prácticas emergentes, por lo tanto, se parte de una concepción que contempla el cambio como parte de la dinámica social (que puede ser a corto o a largo plazo)[5]. Asimismo, se parte del supuesto de una dinámica del conflicto, ya que se considera que el manejo del tiempo y las representaciones sobre él forman parte de una disputa social.
Otro modo de comprender el tiempo es desde el marco que establece Martín-Barbero en tanto temporalidades sociales. En este sentido, el acento está puesto en las diferentes temporalidades que atraviesan los pueblos latinoamericanos, temporalidades que implican modos de vida diferentes en contraposición a aquellas temporalidades que hablan del atraso y del subdesarrollo.
Una particularidad de estas escuelas es que conviven en la lógica organizacional e institucional varias generaciones sociales (generalmente dos, pero se han detectado también tres). Esta característica inhibe de plano pensar las reproducciones y cambios desde una mirada lineal, evolutiva. Superposiciones, destiempos, marcas contradictorias que anulan cualquier predicción. Más aún, existen reiterados casos de padres e hijos compartiendo el mismo espacio áulico.
La convivencia familiar al interior de la escuela rompe el modo hegemónico de transitar estos espacios. Las trayectorias individuales se ven reconfiguradas, ya que se produce una superposición de dos mundos. Los que antes debía ser planteado por etapas (primero uno y luego el otro), o que se salteaba etapas (si uno no alcanza, da paso al siguiente), aquí se mezcla y fusiona, se redimensiona desde la simultaneidad. No sólo entran en juego los destiempos para la conformación de estas nuevas trayectorias, sino también los modos mismos en como se conforman.
Estas líneas han intentado repensar algunos de los elementos que conforman la construcción de la subjetividad a al luz de las representaciones temporales de los sujetos. La particularidad del objeto de estudio marca en sí misma una apertura imposible de abarcar en este trabajo. Por eso creemos necesario retomar la pregunta por la temporalidad para poder profundizar estos esbozos.
Bibliografía
Berger, Peter y Luckman, Thomas. La construcción social de la realidad, Amorrortu, Buenos Aires, 2001.
Elías, Norbert. El proceso de la civilización: investigaciones sociogenéticas y psicogenéticas, Fondo de Cultura Económica, Barcelona, 1987.
Giménez, Gilberto. “La importancia estratégica de los estudios culturales en el campo de las ciencias sociales”, en Pensar las Ciencias Sociales Hoy, ITESO, Guadalajara, 1999.
Habermas, Jurgen. “The new obscurity: the crisis of the welfare state and the exhaustion of utopian energies”, en The new conservatism: cultural criticism and the historians’debate, The MIT Press, Cambridge, Massachusetts, 1990. Traducción de Silvia Delfino.
Lechner, Norbert. Los patios interiores de la democracia. Subjetividad y política, Fondo de Cultura Económica. Santiago de Chile, 1990.
Williams, Raymond. Hacia el año 2000, Grijalbo, Barcelona, 1984.
Notas
* El presente trabajo se inscribe en el Proyecto de Investigación: “Construcción de temporalidades y formación de sujetos: comunicación, ámbitos y prácticas socioculturales”, dirigido por Nancy Díaz Larrañaga, codirigido por Graciela Falbo y Cecilia Ceraso, e iniciado el 01/01/04 en el marco del Programa de Incentivos a Docentes e Investigadores. Forman parte del equipo de investigación: María Victoria Martin, Pedro Roldán, María de la Paz Echeverría, Lourdes Ferreira, Guido Pirrone, Natalia Sarena, Jessica Ikeda y Alejandro Díaz.
[1] Se entiende aquí por trayectoria el desplazamiento que los sujetos van desarrollando a lo largo de la vida por diversas posiciones sociales. Dichas trayectorias incluyen las relaciones que los sujetos van estableciendo con los otros sujetos y con los capitales culturales y económicos. Si bien las trayectorias son individuales, se definen desde parámetros sociales o relacionales.
[2] Cada vez que nos remitamos a los alumnos o a las escuelas, nos estamos refiriendo exclusivamente a alumnos adultos de la ciudad de La Plata que están estudiando en Escuelas Medias el bachillerato. Las entrevistas y observaciones fueron realizadas durante el año 2004.
[3] Contemplando los espacios previos a la reforma educativa de la última década.
[4] Incluye también al manifiesto político (los planes y el compromiso al respecto) como una de las formas más explícitas de construir futuro.
[5] En palabras de Norbert Elías (1987): “Un concepto de cambio social que no distinga claramente entre cambios que se refieren a la estructura de una sociedad y cambios que no afectan a tal estructura y que tan poco distinga entre cambios estructurales sin una dirección determinada y cambios estructurales que a lo largo de muchas generaciones mantienen una dirección determinada, ya sea la del aumento o la disminución de la complejidad, es un instrumento muy insatisfactorio de la investigación sociológica”.