Martín Malharro [1]




El largo camino de la ignominia



El siglo XVII ha sido el de las matemáticas;
el siglo XVIII el de las ciencias físicas;
el siglo XIX el de la biología
y nuestro siglo XX es el siglo del miedo.
Albert Camus.

Contenido
Noche y niebla: el edicto del terror
Indochina y Argelia: la perfección del espanto
Operación Phoenix
El huevo de la serpiente

Lo sucedido en Argentina entre 1976 y 1983 demuestra a las claras que toda la política implementada por el gobierno militar en lo referente a la persecución y eliminación física de los opositores al régimen respondía a un plan perfectamente organizado y ejecutado por la totalidad de las fuerzas armadas y de seguridad.

Este plan, cuyo objetivo estaba basado en una política de exterminio absoluto de la guerrilla y de las estructuras de superficie que la sostenían, perseguía, además, implantar a lo largo y ancho del país el terror como metodología de sojuzgamiento de la población civil, el ocultamiento de la verdad de los hechos y la desarticulación y silenciamiento de cualquier tipo de oposición al gobierno militar, sea cual fuese su origen.

Este plan de implantación del terror y el exterminio no se origina en Argentina sino que, por el contrario, representa en nuestro país la culminación de una metodología que nace a principios de la década del cuarenta en la Alemania nazi y que va a servir para sentar las bases de lo que a partir de la década del cincuenta se va a llamar, eufemísticamente, “la guerra sucia”, la cual no es otra cosa que la política ejecutora de un Estado asesino que abandona los carriles legales para combatir y silenciar a sus oponentes.

Noche y niebla: el edicto del terror

En algunas de las oscuras y marciales oficinas de las catacumbas de la Gestapo y de las SS se pergeñó un proyecto para acabar con la resistencia que generaban las tropas de ocupación de la Wermacht en países invadidos, tales como Holanda y Francia. Los estrategas de la calavera de plata y la cruz gamada idearon una serie de medidas destinadas a eliminar a los opositores del régimen nazi. Básicamente, estos enemigos internos eran saboteadores que enfrentaban a las tropas del Tercer Reich con las clásicas tácticas guerrilleras. Sin embargo, lo que en la superficie aparentaba ser un plan militar dirigido directamente contra los grupos armados de la resistencia, ocultaba en el doblez una metodología de opresión generalizada basada en la implantación del terror sobre el total de la población civil de los mencionados países. El argumento empleado por los jerarcas nazis para justificar esta política era simple: “No tenemos otra estrategia para enfrentarnos a este enemigo silencioso y artero, el cual representa una amenaza definitiva para nuestros soldados y para los valores morales que Alemania representa”. Fue así como nació el famoso proyecto “Noche y Niebla”, más conocido en su idioma original como “Nacht und Neble”.

¿Qué era “Nacht und Neble”? En sus formas era un decreto que el 7 de diciembre de 1941, con la firma de Adolf Hitler y del Mariscal Wilhelm Keitel -comandante supremo de las fuerzas armadas del Tercer Reich-, implantaba en todos los territorios ocupados por las tropas hitlerianas la metodología de la desaparición forzada de aquellas personas sospechadas de actividades enemigas a los intereses del Reich. Según sus artículos 1, 2 y 3 quedaba establecido que cualquier falta cometida contra Alemania en los territorios ocupados debía ser inmediatamente castigada con la muerte, previa interrogación del prisionero o detenidos. Sin embargo, el decreto dejaba perfectamente sentado que la información sobre la detención sería mantenida en secreto, sin que los familiares y conocidos supieran dónde estaba alojado el prisionero ni tuvieran acceso a su estado procesal. De acuerdo a una carta de Keitel, dirigida a la Gestapo, “la voluntad del Fuhrer muchas veces manifestada es que los infractores tienen que ser tratados con medidas que hasta ahora no se han usado (...) Si se cometen tales actos, atacar al Reich o a las fuerzas de ocupación, la cárcel o la prisión perpetua son signos de debilidad. Una intimación efectiva y duradera sólo se puede conseguir mediante la pena de muerte o mediante medidas que dejen a los familiares y a la población, en general, en completa incertidumbre sobre la suerte de los infractores”.

En otra directiva, Keitel será aún más preciso: “(...) los prisioneros no deben tener ninguna clase de contacto con el mundo exterior. No podrán escribir ni recibir paquetes ni visitas. No deben transmitirse a ningún organismo extranjero informaciones sobre la vida de los detenidos. En caso de muerte, la familia no debe ser informada hasta nueva orden”.

A partir de entonces, a este tipo de prisionero, desaparecido, torturado y, en un número significativo, ejecutado en la clandestinidad de la ergástula nazi, se lo conocerá con el nombre de “prisionero de noche y niebla”, también denominado NN. Las víctimas usualmente eran arrestadas durante la noche y rápidamente trasladadas, en el mayor de los secretos, a los centros clandestinos de detención donde eran torturadas para arrancarles información; en caso de sobrevivir eran trasladadas a Alemania, a los campos de concentración de Natzweiller y Gross-Rosen, instalados a tal fin. En septiembre de 1944, la Gestapo tenía detenidos en el marco del “Nacht und Nebel” a más de 24.000 prisioneros provenientes de Francia, Bélgica, Holanda, Noruega, Polonia y Dinamarca. Y aunque jamás se supo la cantidad de víctimas totales que esta metodología produjo en los países ocupados por el nazismo siempre se ha estimado en cientos de miles.

La metodología instaurada por los servicios alemanes dejó sentadas dos premisas básicas: primero, el prisionero desaparece sin dejar rastro; segundo, se oculta su paradero, y cualquier información acerca de la suerte que ha corrido, a sus familiares, comunidad y entorno social. Los nazis elegían nombres poéticos para referirse a estos prisioneros, los llamaban: “Meerschaum”, literalmente “espuma de mar”, por lo efímero de las burbujas y porque no dejaban huella alguna antes de diluirse en el vacío de la muerte.

Dados a las grandes elocuencias wagnerianas, los nazis habrían tomado de la ópera “El Oro del Rhin”, de Richard Wagner, la expresión Nacht und Nebel. Fafner, uno de los personajes centrales de la epopeya nibelunga le dice a los enanos del bosque: “Seid nacht und nebel”, “Sean como la noche y la niebla”. La Gestapo y la SS siguieron al pie de la letra el mandato. Y a partir de entonces, “Nacht und Nebel” se convirtió en el modelo de una nueva forma represiva que implementarían numerosos países una vez concluida la II Guerra, como fue el caso de Francia.

Pero es indudable que el nazismo no inventa de la nada esta metodología represiva sino existen antecedentes respecto al secuestro y eliminación de aquellos que el régimen considera enemigos. Un antecedente válido, tanto por los mecanismos empleados, como por la utilización de recursos represivos hasta entonces inéditos en Europa, es la metodología brutal que utilizó la Okrana, la policía secreta del Zar de Rusia. Posteriormente, la KGB soviética sería organizada a partir del modelo y la metodología que la Okrana había puesto en práctica contra los mismos revolucionarios bolcheviques; así la Okrana se transformó en la fuente y el modelo de inspiración del aparato represivo soviético.

Asimismo, otro antecedente válido se encuentra en los asesinatos masivos y los secuestros intempestivos practicados por los servicios del Imperio Otomano, y posteriormente de Turquía, contra las comunidades armenias y kurdas.

Lo que no cabe duda es que fue la Alemania nazi la que organizó de manera “científica” esta metodología, instruyendo y formando tropas especiales para actuar, levantando campos de concentración, preparando casas operativas -las llamadas “casas de detención” que no eran otra cosa que centros clandestinos de tortura-, sentando como base de todo interrogatorio a la tortura y sistematizando el mecanismo de la desaparición de la persona como una de las caras más visibles de la política de terror en aquellos territorios que no se mostraban lo suficientemente adictos, obedientes o dispuestos a cooperar.

Indochina y Argelia: la perfección del espanto

Con la finalización de la Segunda Guerra Mundial, numerosas colonias de los países centrales comenzaron a luchar por su liberación nacional. Indochina es uno de los casos más reconocidos, tanto por la metodología y características que tuvo la lucha, como por lo dilatado de la guerra que, primero contra las tropas francesas y luego contra las norteamericanas, se extendió hasta 1975.

En 1946, se inició en Indochina la guerra entre el ejército irregular del Vietminh y las tropas coloniales francesas de ocupación. La guerra planteada por la guerrilla puso rápidamente en jaque al ejército francés que no sabía cómo responder a un enemigo que golpeaba sorpresivamente y desaparecía; un ejército fantasma que se mimetizaba en las grandes urbes y en los villorrios rurales con la población civil. Un ejército invisible que estaba en todas partes y a la vez en ninguna, que utilizaba el terreno y su mimetismo para golpear cualquier blanco asociado al enemigo. Era un ejército que no tenía uniforme, que no trazaba líneas del frente, ni un campo específico: todo el territorio era campo de batalla. Era una tropa que no planteaba combates en los que se movilizaban grandes masas de soldados ni equipos pesados sino que luchaba silenciosa contra una tropa regular entrenada y acostumbrada a las grandes batallas, a los espacios abiertos, a los movimientos tácticos clásicos donde el triunfo dependía, mayormente, de la potencia de fuego y de la cantidad de efectivos y equipos que se empleaban.

En poco tiempo, el ejército francés se vio sometido a una sangría y un desgaste tal que rápidamente comprendió que las tácticas y estrategias estudiadas en Francia, en Saint Cyr, escuela militar para los altos mandos, fracasaban estrepitosamente frente a las sombras negras que encarnaban los guerrilleros del Vietminh.

A partir de la lectura de los manuales guerrilleros existentes y principalmente de los textos de Mao Tse Tung, los estrategas galos descubrieron que la retaguardia era más importante que las tropas del Vietminh ya que el secreto del éxito guerrillero radicaba en las bases de apoyo con las que contaba entre la población civil. Así nació el famoso apotema: “vaciar la pecera”, en referencia directa a una de las máximas de Mao que afirmaba que la guerrilla y sus militantes se tenían que mover entre el pueblo como peces en el agua. A partir de este descubrimiento, nació en las selvas de Indochina la teoría y la práctica contrainsurgente conocida como “teoría de la guerra revolucionaria”, la cual estaba basada en las enseñanzas que los alemanes habían dejado en los territorios ocupados con la puesta en funcionamiento del “Nacht und Nebel”.

Esta estrategia partía del concepto del enemigo interno, por lo tanto todo el mundo era sospechoso de pertenecer al Vietminh y se lo debía controlar. La inteligencia militar pasó a convertirse en el arma superior y, en consecuencia, la búsqueda de información que permitiera individualizar las redes de apoyo, los simpatizantes e inclusive a los militantes activos del Vietminh se priorizó sobre cualquier otro aspecto. Se cuadriculó el terreno, se establecieron zonas y subzonas de vigilancia, se sistematizó la información, se elaboraron ficheros y nuevos métodos de análisis a partir del entrecruzamiento de la información que se obtenía, se formaron grupos especiales que al amparo de la noche secuestraban, torturaban y asesinaban a los blancos marcados por la inteligencia militar.

El silencio, el asesinato y la tortura se establecieron como las nuevas armas. Se perfeccionaron los métodos de interrogatorio implantados por los alemanes durante la Segunda Guerra Mundial y se comenzó a torturar tanto con electricidad, fuego y agua, como psicológicamente. “En esta guerra, la tortura es más importante que la ametralladora”, afirmó tajantemente un oficial paracaidista francés, especialista en contrainsurgencia. También fue en Indochina donde nacieron los primeros “vuelos de la muerte”, cuando desde los helicópteros se comenzó a arrojar a la jungla prisioneros vivos.

“No se puede luchar contra la guerra revolucionaria y subversiva protagonizada por el comunismo internacional y sus intermediarios con los procedimientos clásicos de combate. Es preciso que esos métodos sean admitidos con el alma y nuestra conciencia como necesarios y moralmente validos”, sostenía el teniente coronel Roger Trinquier, teórico y organizador del concepto de “Guerra Moderna”. Este concepto militar gira alrededor de tres ejes: la clandestinidad de las operaciones, la presión psicológica sobre las estructuras de superficie de la guerrilla, y de la población en general, y la moralidad estrecha respecto a los medios empleados para combatir al enemigo. Trinquier también pergeñó el sistema de búsqueda de información conocido como DOP (Destacamentos Operacionales de Protección), grupos comandos nocturnos, especializados en secuestros, torturas y eliminación de aquellos señalados por la inteligencia como sospechosos. Estos grupos actuaron profusamente durante la guerra de Argelia y la idea que los cimentaba desembarcaría posteriormente en Argentina dando nacimiento a los llamados “Grupos de Tarea”.

Finalmente, en 1954, las tropas francesas dieron su última batalla en Diem Bie Puh, donde fueron derrotadas estrepitosamente por aquellos pequeños hombres vestidos de negro. Los franceses salieron de Indochina con la bandera a media asta pero con una práctica militar y un concepto teórico sobre la nueva modalidad de guerra revolucionaria que había nacido de la experiencia en las junglas de Asia. Una metodología que aplicaron en Argelia de una manera mucho más profunda y sistemática que en Indochina y que se convertiría en el eje central del accionar militar de las tropas francesas a partir de 1957, cuando comenzó la llamada “Batalla de Argel”. Las efervescencias libertadoras que empezaron a brotar en las colonias imperiales de África y Asia convocaron al derrotado ejército francés al árido paisaje de los jedbels y de las retorcidas callejuelas de la kasbah de Argel donde comenzó la lucha por la liberación nacional.

Va a ser en Argelia donde lo aprendido y experimentado en Indochina alcanzará su cenit; allí la teoría de la contrainsurgencia se transformará en una práctica sistematizada y planificada del terror represivo. A lo largo de siete cruentos años, entre 1954 y 1961, esta praxis se irá adaptando brutalmente a un escenario de callejuelas estrechas, de barrios miserables y cerrados, de aldeas calcinantes rodeadas de un árido desierto de arena y piedra. Pero será a partir de 1957 cuando la ferocidad del ejército colonial instalará sin límites la “guerra revolucionaria”. La verde jungla se transformará en una ciudad con un enorme corazón llamado Casbah, un barrio antiguo de Argel donde el 100 por ciento de sus habitantes era argelino, y donde el FLN (Frente de Liberación Nacional) guardaba el grueso de su fantasmal tropa. Por primera vez en la historia moderna un ejército regular se enfrenta a una inédita forma de lucha: la guerrilla urbana.

Bombas, atentados, golpes de mano, ametrallamientos y emboscadas se suceden a diario. Nuevamente es un ejército clásico que se enfrenta a uno fantasma. Para esto, el gobierno francés trae a las derrotadas tropas de Indochina, entre ellas a los famosos “Paracas”, tropas de elite aerotransportadas de donde proviene la mayoría de los grandes teóricos y practicantes de la “guerra contrarevolucionaria”. Inmediatamente los discípulos de Trinquier ponen manos a la obra y adaptan el esquema empleado en Indochina a la geografía argelina.

Es en Argel y sus alrededores donde Trinquier, Massu, Aussernes, De Naurois, Bentresque, Bigeard, entre otros oficiales galos -todos teóricos y practicantes de la “nueva metodología guerrera”- van a desarrollar e implementar su “Doctrina de la Clandestinidad”, una metodología represiva mucho más perfeccionada a la que se le agregaba ahora la implantación del terror psicológico a la población civil, el ocultamiento de los centros de detención, la desaparición de personas, los interrogatorios intensivos basados en la tortura, y la eliminación de los cuerpos mediante el procedimiento de colocar pesas de cemento en los pies de las víctimas antes de ser arrojadas al mar desde helicópteros. Esta modalidad será conocida como “Crevettes Bigeard” o “Camarones Bigeard”, una especialidad practicada asiduamente por el oficial del mismo nombre quien la habría tomado de su par Paul Aussaresse -jefe de los Servicios de Inteligencia durante la guerra de la independencia argelina- quien de esta manera ejecutaba y hacía desaparecer a los prisioneros del Vietminh en Indochina, junto al uso de personal militar de civil que, en forma de grupos comando, recorría los centros urbanos y las aldeas, secuestrando y asesinando sospechosos, y aplicándoles lo que se conoce como “ley de fuga” o fusilamiento extrajudicial.

El corpus teórico de este mecanismo de terror se transformó en manuales que serían posteriormente leídos con fruición por los militares argentinos que, ya a finales de la década del cincuenta, se contactaron con sus pares franceses encandilados por sus enseñanzas. Años después sería el mismísimo General Ramón Camps, aventajado alumno de los cursos impartidos por los uniformados galos, quien afirmaría en un artículo publicado por La Prensa: “En Argentina, primero recibimos la influencia francesa y después la norteamericana. Las aplicamos respectivamente de manera separada y luego conjunta tomando los conceptos de las dos hasta que la norteamericana predominó. Pero hay que decir que la concepción francesa era más exacta que la norteamericana. Esta última se limitaba casi exclusivamente al aspecto militar mientras que la francesa consistía en una visión global”.

Más de 250 centros clandestinos de detención, tortura y exterminio funcionaron en la geografía argelina. En sólo uno de ellos, la llamada “finca” de Amezziane, se torturó en tres años a 108.000 argelinos. ¿Cuántos de ellos fueron asesinados? Algunas fuentes estiman el número de víctimas en más de 25.000, otras afirman que no fueron menos de 35.000. La cifra final nunca se sabrá; algo similar a lo que ocurriría años después en nuestro país, donde llegaron a funcionar más de 400 de estos centros.

Lo que sí se conoce es que el gobierno francés dispuso el envío de 400.000 soldados para sofocar la rebelión; que las mejores tropas aerotransportadas fueron mandadas con la orden de exterminar el accionar guerrillero a cualquier costo, y que se utilizó la metodología que sus generales encontraron conveniente. Mil paracaidistas del GCMA -cuerpo comando aerotransportado- serían los encargados, a partir de 1957, de aplicar los nuevos métodos contrarevolucionarios, tarea para la cual contaron con la ayuda de las demás tropas desplegadas en el territorio argelino, como así también de los “harkis” o policías nativos. Todo esto coordinado desde los centros de inteligencia militar de París, desde donde se seleccionaron, inclusive, los blancos más importantes a exterminar.


La guerra de Argelia terminó en 1963 con el triunfo del FLN, y le costó al nuevo país un millón de muertos. Francia, a pesar de haber vuelto a ser derrotada, “esta vez por un ejército de miserables en chilaba”, como aseguró un alto oficial, salió de la contienda como la gran especialista en la “guerra moderna”. Ya a partir de 1959, la denominada escuela francesa comenzó a llamar la atención por lo efectivo de su metodología contra un enemigo nuevo: “la guerrilla” y tras el triunfo en Cuba del Movimiento 26 de Julio, muchos ejércitos -entre ellos el argentino, el belga y el israelí- comenzaron a mirar con atención la experiencia y las prácticas aprendidas por los franceses en Indochina y Argelia.

Efectivamente, la escuela francesa llegó a Argentina en 1959 trayendo junto con las técnicas de contrainsurgencia una concepción ideológica acerca del poder militar y la sociedad, concepto en el que anida lo que en la década del setenta se conoció como “Terrorismo de Estado”. Los belgas, por su parte, aplicarían el “sistema francés” en África durante la rebelión en el Congo. A principios de la década del sesenta, los paracaidistas del rey Leopoldo demostraron lo que habían aprendido de sus instructores galos. Otro tanto harían los comandos israelíes en la guerra contra sus vecinos árabes y también los norteamericanos, quienes llamaron a los instructores franceses después de observar con atención lo sucedido en Cuba, la instalación de focos guerrilleros en Sudamérica y, principalmente, a raíz de que ya comenzaba a perfilarse la guerra de Vietnam.

Operación Phoenix

En 1961, el teniente coronel Paul Aussaresse fue nombrado en la agregaduría militar en Washington y junto con él viajaron otros diez militares franceses, todos veteranos de Argelia que fueron distribuidos en distintas escuelas militares estadounidenses. El jefe de la inteligencia francesa en Argelia dictaría sus cursos, e impartirá sus conocimientos, en Fort Bragg, sede de fuerzas especiales como los Boinas Verdes, que intervendrían masivamente en Vietnam. Allí, Aussaresse enseñó lo que él mismo declararía posteriormente: “Enseñé las condiciones en las que hice un trabajo que no era normal en una guerra clásica: las técnicas de la Batalla de Argel, arrestos, inteligencia y tortura”.

Dos ex alumnos suyos, el general John Jons y el coronel Carl Bernard, afirmarían años más tarde: “No teníamos ninguna experiencia, por eso hicimos venir instructores de Francia. Leímos “La Guerra Moderna” de Trinquier, y Aussaresse, que había trabajado con él, trajo las pruebas de imprenta del libro a Fort Bragg en 1961”. Los primeros egresados de los cursos de Aussaresse van a integrar una unidad especial denominada MATA, Military Advisory Training Asistence.

En 1967, la CIA, a través de su jefe operativo en Saigón, el teniente coronel Robert .W. Comer -asesor presidencial del entonces presidente Lyndon Johnson ,y ex alumno de Aussaresse en Fort Bragas-, decidió lanzar una campaña de exterminio contra las redes civiles que sostenían al Vietcong, enmascarada bajo el rótulo de “campaña de pacificación”. Este plan fue coordinado por William Colby -posteriormente director de la CIA- y dirigido por los agentes de la “compañía” Ted Sackley y Nelson Brickman.

El proyecto, llamado en sus inicios Icex y posteriormente “Operación Phoenix”, establecía como meta eliminar unos 1.800 VCI (cuadros del FNL vietnamita) por mes, desmantelar su infraestructura, e instalar el terror entre sus simpatizantes. En 1971, la revista Newsweek calculó en miles de muertos el resultado del accionar de estas  unidades especiales, escuadrones de la muerte llamados “Unidades Provinciales de Reconocimiento” (PRU), que operaban al amparo de la noche en las ciudades y villorios rurales. Secuestros, torturas y ejecuciones comenzaron a extenderse a lo largo y ancho del territorio de Vietnam del sur. Campos secretos de detención clandestina, torturas y desapariciones. Como afirmaría el coronel Carl Bernard años después: “Fue una copia de la Batalla de Argel. El resultado fue trágico, hubo un mínimo de 20.000 civiles asesinados”. Las investigaciones posteriores arrojarían  un saldo de más de 40.000 muertos en Vietnam del Sur y de 20.000 en Laos, estos últimos en el marco de la “Operación White Star”, que no era otra cosa que un apéndice de la Operación Phoenix.

En sí, la Operación Fénix era la aplicación del sistema francés, adaptado a las nuevas condiciones que habían surgido en Vietnam y básicamente era una operación de caza y destrucción del enemigo que tenía como objetivo ulterior “vaciar la pecera para impedir que los peces nadaran en ella”. Indudablemente, a la metodología enseñada por Trinquier, Aussaresse y sus camaradas se le agregaron nuevas técnicas, como la tortura psicológica y la química pero, básicamente, el esquema era el mismo y las lecciones allí aprendidas fueron inmediatamente transmitidas en las academias y escuelas de adiestramiento militar, tales como: Escuela de las Américas, en Panamá, y en la Political Warfare Cadres Academy, de Taiwán, o por especialistas en tortura y guerra contrarevolucionaria que daban cursos intensivos en el extranjero a las fuerzas represivas locales de diversos países.

“Nosotros aplicamos en Tucumán los métodos establecidos por los franceses en Indochina y Argelia”, declararía años más tarde el General Acdel Vilas, refiriéndose a la metodología empleada en la campaña iniciada en 1975 contra la guerrilla del Ejército Revolucionario del Pueblo, ERP, en los montes tucumanos. El general Domingo Bussi, continuador de Vilas en el mando de las tropas en Tucumán, también fue un ex alumno de los franceses y los norteamericanos: en 1969 estuvo destacado en Vietnam donde pudo aprender las nuevas metodológicas practicadas en la “guerra revolucionaria”. El sistema empleado en la provincia argentina se caracterizó por: tareas de inteligencia, secuestros y desapariciones, torturas, escuadrones de la muerte, ejecuciones sumarias, etc., etc., etc.


El huevo de la serpiente

“¿Cómo puede sacar información (a un detenido) si usted no lo aprieta, si usted no tortura?”
General  Genaro Díaz Bessone

El Plan de Batalla del Ejército Argentino, que se implementó a nivel nacional a partir del 24 de marzo de 1976, estaba diseñado bajo las premisas represivas establecidas por los franceses durante la guerra de Argelia, y que fueron conocidas con el nombre de “guerra revolucionaria” o “ideología de la contrainsurgencia”. Sin embargo, la teoría había desembarcado en nuestro país a mediados de 1957 cuando los militares franceses que habían tenido un rol preponderante en la Guerra de Argelia, comenzaron a formar ideológica, doctrinaria e instrumentalmente a una camada de militares que casi veinte años después daría el golpe militar más sangriento de toda la historia argentina.

En 1957 desembarcó en Buenos Aires un grupo de militares franceses con el fin de dar un curso de “guerra revolucionaria”, la nueva teoría bélica sobre la represión de grupos insurgentes producto de once años de experiencia guerrera en dos escenarios absolutamente diferentes, Indochina y Argelia, y contra un enemigo que planteaba una nueva forma de lucha, inédita para los ejércitos tradicionales: la guerra de guerrillas. Con lo cual nacía como concepto el del enemigo interior, el infiltrado. En 1958, sesenta militares argentinos que habían seguido este curso realizaron “un viaje de estudios” a Argelia para observar en directo, y en el mismo teatro de operaciones, la implementación de la teoría aprendida. Otros sesenta alumnos viajaron ese mismo año a París para profundizar su preparación sobre los escritos de Trinquier, el teórico más brillante de la guerra contrarevolucionaria.

En 1960, y en vista del éxito obtenido, se instaló en Buenos Aires una misión militar francesa permanente cuyo fin era acrecentar la eficacia técnica del ejército argentino. Ese mismo año llegó al país el coronel Henry Grand D´Esson, quien pronunció en la Escuela Superior de Guerra una conferencia sobre la guerra subversiva que hizo historia y que fue publicada por la Revista de la Escuela Superior de Guerra, N° 338, correspondiente a julio-agosto de 1960. Grand D´Esson describió la mecánica represiva a cargo del ejército, centró el rol de las fuerzas armadas en la tarea de “controlar” a la población civil, la mecánica de inteligencia y la persecución y destrucción de las fuerzas revolucionarias. Esta conferencia fue el alma que alimentó al Plan Conintes (Conmoción Interna del Estado), que se aplicó bajo la presidencia de Arturo Frondizi, y una de las fuentes de inspiración para la llamada teoría de la Seguridad Nacional, impuesta posteriormente en nuestro país por el general Juan Carlos Onganía.

En 1961 nació el primer Curso Interamericano de Guerra Contra Revolucionaria, coordinado por un ex alumno de los instructores franceses, el coronel Alcides López Aufranc. El curso recibió a 39 oficiales de catorce países del continente, incluidos los EE.UU, y fue el germen del que surgiría en la década siguiente el llamado “Plan Cóndor”.

Cambios sucedidos en el ejército argentino, sumados a la presión que ejerció Washington, hicieron que a partir de 1962 la influencia francesa en la formación de sus cuadros militares se fuera apagando para ser sustituida por la norteamericana, que a partir de Cuba y la guerrilla rural surgida en centro y sud América instaló al golpe militar como la nueva forma de control, y también como paso previo para implantar la metodología represiva en aquellos países de la región que comenzaban a verse sacudidos por la actividad política y los planteos ideológicos de corte social. Esta nueva etapa trajo aparejada una visión exclusivamente represiva sobre los movimientos sociales que surgían en el continente y generó, a la vez, una profunda radicalización.

A principios de 1973, el Ejército Argentino le solicitó a Francia el envío de instructores especializados en guerra antisubersiva. París accedió e inmediatamente desembarcó en nuestro país el coronel Roger Servant, un veterano de Indochina y Argelia especializado en técnicas de interrogación, técnicas que había practicado con profusión en el Cinquieme Bureau, cuando estuvo al mando de esta área durante la batalla de Argel. El instructor francés fue instalado en el edificio del Estado Mayor del Ejército, dirigido entonces por el general Jorge Rafael Videla, y dependiente de la jefatura N° 3 de Operaciones. Tras su llegada Servant se fue a reportar directamente con la agregaduría militar francesa en Brasil que estaba a cargo de su ex jefe en Argelia: Paul Aussaresse.

Según la Comisión de los DD.HH en Argentina, Roger Servant llegó a Buenos Aires para entrenar a las fuerzas armadas en lo competente a su área: realizar tareas de inteligencia y colaborar en la persecución y destrucción de las fuerzas guerrilleras de izquierda que operaban en el territorio nacional. A finales de ese mismo año, 1973, nació la Triple A, organización de extrema derecha cuyo accionar recuerda sospechosamente a los comandos nocturnos de Indochina y Argelia. Inclusive no han faltado las voces acusadoras que involucran a mercenarios argelinos en la represión y ejecución de militantes de la izquierda nacional, siendo el caso más renombrado la matanza de Ezeiza ocurrida el 20 de junio de 1973. En ella habrían actuado un grupo de “pieds noire”, militares argelinos entrenados por Francia y aliados a las tropas de ocupación de su país que habrían huido de Argelia, tras el triunfo de la revolución, tratando de salvarse de la furia vengadora de sus connacionales para con los colaboracionistas y que habrían llegado a nuestro país a través del ministerio de Bienestar Social, al frente del cual se encontraba entonces José López Rega, uno de los sindicados como creador de la famosa Triple A.

Pese a esto, merece destacarse que el secuestro, tortura, asesinato y desaparición es una práctica que empieza a implementarse en nuestro país a partir de 1970, cuando después del Cordobazo, ocurrido el 29 de mayo de 1969, comienza tomar auge la movilización popular y el accionar de la guerrilla urbana. Así, desaparecen al año siguiente Néstor Martins y Nildo Zenteno Delgadillo, secuestrados a plena luz del día en la esquina de Rivadavia y Paraná, Capital Federal. Al año siguiente desaparecerá Marcelo Verd y su esposa, Sara Palacio de Verd; a los pocos días Pablo Maestre y Mirta Misetich, su esposa; dos meses más tarde, seguirá el mismo destino Luis Pujals, secuestrado en Rosario. El camino hacia el espanto se había iniciado. Secuestros y torturas comenzaron a aplicarse regularmente a principios de los setenta, inclusive se iba a implementar otra de las modalidades francesas: la ley de fugas. El 22 de agosto de 1972 se materializa en Trelew el fusilamiento de 19 presos políticos alojados en la Base Almirante Zar, de los cuales sólo tres sobrevivirán.

A partir de 1970 la represión inició una andadura inédita hasta entonces en nuestro país, tanto por la metodología empleada como por el proyecto político que la sustentaba. Ya por entonces se pueden observar los presupuestos teórico-prácticos que a partir de 1976 se van a imponer sin pudor ni contención y cuyos principios van a ser: la pedagogía del terror, el ocultamiento de la verdad de los hechos, la política del exterminio y el pacto de sangre y silencio de la Fuerzas Armadas en lo referente a su accionar.

Sería interesante acceder a los reglamentos que guiaron al llamado Plan de Operaciones que las Fuerzas Armadas aplicaron sin pausa y con prisa a partir del 24 de marzo de 1976. Principalmente al “RC-8-3. Reservado. Operaciones contra la subversión urbana”; “RC-8-2. Operaciones contra fuerzas irregulares”; “RC-16-12. Conducción de la Unidad de Inteligencia” (Edición 1973); “RC-9-1. Operaciones no convencionales” (Edición 1969); “RC-5-1 (ex RC-5-2) Acción Psicológica” (Edición 1977); “RE-10-51 (ex RV-150-5) Instrucción para operaciones de seguridad” (Edición 1977); RE-9-51 (ex RV-150-10) Instrucción de lucha contra elementos subversivos” (Edición 1976). Lamentablemente este material habría sido incinerado a mediados de la década de los 90. En caso de existir copias de los mismos, el investigador descubrirá rápidamente cómo la teoría y la práctica represiva de la llamada “escuela francesa” encontró en nuestro país aventajados alumnos que llevaron el espanto y el terror que ella porta a límites inéditos, más allá justamente de cualquier teoría o práctica que la condición humana pueda llegar a imaginar.

[1] El autor es Titular del Taller de Producción Gráfica III de la Facultad de Periodismo y Comunicación Social de la UNLP y este trabajo constituye un avance de investigación de su tesis doctoral “La complicidad de los grandes diarios durante la dictadura militar argentina” llevada a cabo en el marco del Doctorado en Comunicación de esta misma unidad académica.