Guillermo Fernández* |
Transparencia informativa y acceso a los mercados internacionales
Contenido
Ocultamientos de ayer y de hoy
Transparencia y política de estado
Bibliografía
Tal vez el lapso de tiempo en que Mariano Moreno compartió su cargo en la Primera Junta con la dirección de la Gazeta de Buenos Aires, haya sido el gobierno patrio que estableció el punto más alto de transparencia informativa, en un contexto de impulso al desarrollo racional de la agricultura, la ganadería y la artesanía local como bases para el futuro desarrollo industrial y el intercambio internacional en igualdad de oportunidades con las principales potencias planetarias de la época, propiciado en los escritos y en las furibundas intervenciones de Manuel Belgrano en el Cabildo de Buenos Aires.
Los que le sucedieron, por múltiples circunstancias: guerras civiles, influencia extranjera o arrebatos fundacionales de recién llegados, no lograron establecer políticas de estado perdurables y consolidar la libertad y transparencia informativa que fortalece y consolida a las democracias, convirtiéndolas en baluartes institucionales y en motores del progreso económico y social. En un devenir más sereno, gris si se quiere, pero con resultados de largo plazo y más benévolos para los pueblos sujetos de la política y la acción del Estado y la dirigencia económica y social.
Un indicador de la decadencia de la Argentina puede encontrarse en los casi 200 años de la industria exportadora de carnes y en los más de 130 años de comercio mundial de granos y oleaginosas, por citar un renglón de la economía, donde el país ha sido impotente a la hora de establecer una política de estado y diseñar mecanismo auditables y perdurables en donde la información pública y su libre disponibilidad constituyan un componente esencial.
El complejo agroalimentario aporta cerca del 60 por ciento de las exportaciones totales del país: entre 15 mil y 18 mil millones de dólares anuales, según la variación que registren los precios internacionales de los granos y la carne, y es en el que recurrentemente están cifradas las esperanzas de la “salida”, el “despegue” o la “base” de la “industrialización en el Siglo XX” y de la “industrialización e innovación tecnológica en el Siglo XXI”. Desde 1810 a la grave crisis por insuficiencia institucional de diciembre de 2001 el comportamiento histórico ha sido recurrente y los resultados están a la vista.
Siendo benignos se puede decir, como en el campo, que el país ha sido “flojo de cincha” a la hora de establecer normas y cumplirlas, de internalizar el concepto de cadena productiva, de promover la innovación tecnológica y de institucionalizar la transparencia informativa como un sistema de control interno y auditoria internacional permanente, equiparables a nuestros pares en el punto de partida y principales competidores de ayer y de hoy: Australia, Nueva Zelanda y Canadá.
Preferimos siempre “mirar para otro lado” frente a hechos como el contrabando de animales desde el Paraguay, durante 2000, cuando Antonio Berhongaray dirigía la Secretaría de Agricultura, Ganadería, Pesca y Alimentos de la Nación.
Animales comprados a precio vil y transportados masivamente a la zona de invernada, la planicie con las mejores pasturas del país, situada al norte del Río Salado en la provincia de Buenos Aires, sur de Córdoba, Santa Fe y Entre Ríos. El resultado fue la más grave epidemia de aftosa en la historia de la ganadería argentina.
Tras más de un año de ocultamiento de la enfermedad, el fatídico martes 13 de marzo de 2001 la Argentina admitió -en conferencia de prensa- el ocultamiento sistemático. Los organismos sanitarios internacionales y los países compradores alertados por la televisión reaccionaron al unísono ante la presencia de fiebre aftosa en el rodeo de más de 55 millones de cabezas de vacunos más refinado y apreciado del mundo, por la calidad de su carne y la excelencia de su genética.
Con más de 2.100 focos el efecto dominó no se hizo esperar. En menos de una tarde se produjo el colapso de los 75 mercados cárnicos, entre los que se encontraban la Unión Europea, Estados Unidos, Canadá e Israel, y otros que, oportunismo mediante, ante el descrédito argentino encontraron argumentos para cerrar sus mercados a productos no susceptibles a la enfermedad. Dos ejemplos: Indonesia interrumpió la compra de granos y Rusia, además de carne vacuna, cerró sus fronteras a la carne equina y los pescados.
Pero el absurdo no se puede denunciar desde el absurdo. Distinto hubiera sido el panorama si la Argentina hubiera admitido e informado de la presencia de la aftosa en los inicios de la propagación del virus.
Entre febrero de 2000 y marzo de 2001 las filtraciones habían sido múltiples, pero el gobierno fue eligiendo sucesivamente al conspirador de turno, a “los responsables de la campaña antiargentina” para descargar sobre ellos denuncias y persecuciones encubiertas.
Pero las cartas estaban echadas. Se había incubado un desastre más devastador que la propia enfermedad y el peligro de su propagación a rodeos foráneos: la manipulación informativa había herido de muerte la credibilidad. La Argentina revelaba brutalmente su desapego a la transparencia: no era un país auditable en términos de información pública.
Aquí el terremoto demolió la industria exportadora y las pérdidas económicas por exportaciones fallidas y lucro cesante se estiman en más de 5 mil millones dólares y en más de 10 mil los puestos de trabajo directos e indirectos perdidos.
Ocultamientos de ayer y de hoy
Como tantos hechos de la historia nacional, la crónica de la fiebre aftosa no acredita un relato lineal y documentado, sino más bien sinuoso y contradictorio, paralelo al desarrollo político y económico que nos deparó la llanura húmeda de clima templado más extensa y próspera del planeta, que algún texto escolar aún se empeña en denominar granero del mundo.
A juzgar por la documentación de los reiterados episodios epidémicos, entre 1870 y 2001, los gobiernos de turno apelaron al ocultamiento de información y a la negación de los hechos, como una forma sistemática de respuesta frente a verdaderos desastres sanitarios.
Pactos y actas secretas, más acordes a logias o sociedades iniciáticas con arcanos fines, que al accionar de un Estado moderno y democrático, dan cuenta de la trama confeccionada por gobiernos, dirigentes, empresarios y corporaciones, para afrontar el inevitable desprestigio interno y consiguiente castigo internacional.
Desde el primer reporte de la enfermedad en territorio nacional, realizado por José Hernández, en un tratado sobre la forma de planificar un establecimiento de campo, en referencia a una enfermedad que se manifestaba por “llagas en las bocas de vacunos del norte y nordeste de la provincia de Buenos Aires” entre 1865 y 1866, de la que no existen registros oficiales, hasta la crisis de 2001 el ocultamiento ha sido siempre una variante a mano de los gobiernos de turno.
El hallazgo de Hernández en 1865 no había sido un suceso fortuito, sino endémico, con periódicos episodios epidémicos y explosivos en términos de masividad, mortandad y efectos colaterales sobre el comercio internacional.
En 1870 el Estado se hace cargo y se inicia la historia oficial, cuando se documentan los primeros focos en establecimientos de San José de Flores y Lomas de Zamora.
Aunque Luis María Drago, director del Consejo de Higiene, comisiona a un médico veterinario para efectuar una investigación que confirma la presencia de la enfermedad “no existen constancias de que se haya realizado ningún diagnóstico de laboratorio, ni que se haya implementado ninguna campaña sanitaria para controlar el brote”, ilustran documentos de la Sociedad Rural Argentina.
Juan Carlos Pizzi en La fiebre aftosa en Argentina (1998) sostiene que “las condiciones de la explotación ganadera, la ignorancia del paisano, la desaprensión de los profesionales y la actitud ocultista de las autoridades sanitarias para con una enfermedad que generaba tantas trabas al comercio pecuario caracterizan esta época”.
Fue el escándalo provocado por la prohibición de Gran Bretaña de importar ganado en pie ante la epidemia de 1900 que en pocos días -y ante la gravedad del evento- se resolvió dictar la Ley de Policía Sanitaria de Animales que dio lugar a las primeras medidas de prevención y lucha contra la enfermedad y a la creación de lo que luego sería el actual Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (SENASA).
Pero este gesto moroso y progresista, a la vez, encubría también la acción del oportunismo inglés en el parlamento argentino, que estallaría dramáticamente años después durante el tratamiento del Tratado Roca-Runciman, con el asesinato del senador Enzo Bordabehere en el recinto del Senado y el posterior suicidio de Lisandro de la Torre.
El Reino Unido, que alimentaba sus crecientes masas proletarias y comerciaba en Europa las apreciadas carnes argentinas, vio en la ineficiencia criolla la oportunidad para imponer por primera vez la vía paraarancelaria. Convertía, con razones de base científica, un hecho sanitario en una barrera para el comercio.
Así consolidaba, además, la industria frigorífica manejada con exclusividad por empresas de capital británico. El ganado ya no trajinaría más las bodegas de los barcos: primero sería faenado y acondicionado por los frigoríficos Sansirena, The River Plate y Las Palmas.
A causa de la aftosa el negocio más espectacular de la época quedaba en manos extrañas, que compraban la mejor carne del mundo a precios bajos en plaza abarrotada y vendían a precios crecientes en mercados inagotables, pagando la mitad en seguros y fletes respecto de la competencia australiana y neocelandeza.
Transparencia y política de estado
La fiebre aftosa, una enfermedad viral de los mamíferos de pezuña abierta (vacunos, ovinos, porcinos, caprinos, cérvidos) no transmisible al hombre, de rápido contagio y propagación explosiva, es una de las principales barreras paraarancelarias admitidas por la Organización Mundial de Comercio (OMC).
La simple presencia de un foco de animales enfermos puede ser la causa del cierre de mercados en un abrir y cerrar de ojos, en un mundo merodeado por el bioterrorismo real y los oportunismos de siempre, que afectan no solamente los mercados de productos susceptibles sino que pone bajo la lupa a todo el sistema sanitario de control y certificación de alimentos.
La transparencia de los actos de gobierno, junto a la necesidad de que la democracia sea un sistema que garantice a la vez la libertad, la seguridad y el desarrollo económico con igualdad de oportunidades, es uno de los temas centrales de la agenda política en la Argentina y América Latina.
Por eso en abril de 2001, cuando se pone en marcha el Plan Erradicación de la Fiebre Aftosa, además de prever las medidas de rigor: dos vacunaciones anuales correspondientes a todo el rodeo nacional y establecer un sólido sistema de vigilancia y monitoreo epidemiológico, con participación directa de los productores a través de más de 1000 fundaciones locales, se decidió establecer una estrategia de imagen y comunicación que, además de transparentar al sistema, estableciera la posibilidad de ser auditado a través de los medios de comunicación nacionales e internacionales.
Los clientes de todo el mundo confiaban más en lo publicado por los diarios argentinos y las agencias internacionales, que en los informes que comenzaba a reportar semanalmente el SENASA a la Organización Internacional de Epizootias (OIE), con sede en París, por primera vez desde mayo de 1998, cuando obtuvo el status de país libre de aftosa con vacunación.
Entre abril y junio de 2001, el SENASA creó su sitio web www.senasa.gov.ar, estableció el 0800-999-AFTOSA y desplegó un sistema de información en tiempo real con despachos diarios e informes semanales, con infografías detalladas sobre el cumplimiento de los planes de vacunación, disponibilidad de inoculante y medidas restrictivas sobre los movimientos de hacienda, que obligaron a prohibir -aún ante la airada reacción del entonces presidente de la Sociedad Rural Argentina (SRA), Enrique Crotto- la exposición anual en el predio ferial de Palermo.
Crotto, desautorizado por ser parte del ocultamiento (había llegado a decir pocos días antes del 13 marzo de 2001 que “el que dice que en la Argentina hay aftosa es un mentiroso y un fabulador”), cargaba contra las autoridades sanitarias que aplicaban la ley pero afectaban su reciente asociación con la multinacional de origen estadounidense Ogden para la explotación de la rural.
El esfuerzo no fue en vano, en nueve meses se controló la enfermedad y antes de que se cumpliera un año del plan antiaftosa y a pocos de días del ingreso de la Argentina en default, el 1° de febrero de 2002, el Comité Veterinario Permanente de los entonces 15 países miembros de la Unión Europea reabrían el mercado para los cortes Hilton de alta calidad.
Un año más tarde, en mayo de 2003, y luego de registrar 14 meses sin actividad viral, documentada por un muestreo seroepidemiológico realizado en 80 mil animales de 14 mil establecimiento ganaderos y aplicadas cerca de 300 millones de dosis de vacuna a los más de 56 millones de cabezas de vacunos, en los 261 mil establecimientos agropecuarios de todo el país, la OIE restituía en París el status de país libre de fiebre aftosa con vacunación.
Entre los elementos tenidos en cuenta, además de los estudios científicos relatados y la reapertura a ese momento de 59 mercados, se destacó la transparencia informativa, la permanente voluntad de comunicar a través de la prensa y creando medios propios, de alcance nacional, regional y global, como el boletín electrónico semanal SENASANoticias, la página de Internet y la permanente convocatoria a medios extranjeros que recorrieron el país, chequearon y rechequearon en el terreno la información que el área de prensa y comunicación procesaba y editaba diariamente.
Las cadenas BBC de Londres, Canal 5 de Francia y Bloomberg de Estados Unidos; El País de España y diarios de Holanda, Bélgica y Rusia; la revista Der Spiegel de Alemania, las agencias Reuters, EFE, DPA, ANSA, Dow Jones y otros medios nacionales e internacionales tuvieron vía libre para investigar e información documentada en tiempo y forma para trabajar y realizar su tarea sin obstáculos.
En este tiempo la recuperación de la confianza en la producción agroalimentaria argentina se refleja en los mercados reabiertos a las carnes vacunas y en los más de 2.071 millones de dólares anuales provenientes de exportaciones de origen animal que certifica el SENASA, en la reapertura de unas 50 plantas frigoríficas y en la recuperación de más de seis mil puestos de trabajo.
Hoy la situación epidemiológica es equivalente a la obtenida a inicios de los años 90, cuando se aplicó el primer Plan de Erradicación de la Fiebre Aftosa exitoso en la Argentina y permitió, luego de 60 años, ingresar con carne fresca a Estados Unidos y Canadá, posibilidad aún vedada.
Pero el desafío es mantener el status. Años de esfuerzos personales y de recursos públicos pagados por nuestra nación no pueden ser removidos por un rebrote de la enfermedad y las consecuencias previsibles sobre uno de los pilares de nuestro sector productivo.
Está claro que una política de estado no se predica, sino que se practica y que la transparencia es un elemento esencial a la hora de construirlas, porque en la mirada de los otros -la opinión pública local y global- está el control. Y en la permanencia y perfeccionamiento en el tiempo de los sistemas sanitarios está la clave de su éxito, como Australia que desde 1825 permanece libre de la enfermedad, o Chile que desde hace más de 30 años defiende su status con uñas y dientes, por mencionar algunos casos emulables por la Argentina.
Bibliografía
Anales de la Sociedad Rural Argentina, 1865/1910, Bs. As., Ediciones de la Sociedad Rural Argentina.
BOTANA, Natalio. La República vacilante, Madrid, Taurus, 2002.
GARCÍA CANCLINI, Néstor. Culturas Híbridas, Bs. As., Sudamericana, 1995.
LIPPMANN, Walter. La Opinión Pública, Fabril Editora, 1964.
PIZZI, Juan Carlos. La Fiebre Aftosa en la Argentina, Bs. As., EUDEBA, 1998.
PRIESS, Frank. Relación entre política y medios, Bs. As., Konrad Adenauer Stiftung, 2002.
FERNÁNDEZ, Guillermo. Estrategia de Comunicación del Plan de Erradicación de la Fiebre Aftosa, Bs. As., ediciones del SENASA, 2001.
www.senasa.gov.ar, NIC, 2001.
*En el presente artículo el autor plantea la transparencia informativa como garantía de la efectiva implementación de un programa sanitario a nivel internacional: “Estrategias de comunicación del Plan de Erradicación de la Fiebre Aftosa 2001/ 2003”.